Del amor, del dolor y del vicio/Dedicatoria

Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Dedicatoria
á Luis Bonafoux.


Mi muy querido amigo: Aquí tiene Ud., al fin, esa novela mía de la cual tanto hemos hablado durante estos últimos dos meses.

Es una novela muy corta y que parecerá muy inmoral al público. Pero ¿que es lo que el público llama inmoralidad? ¿La descripción de un acto criminal ó vicioso? No, puesto que todos tienen derecho á describir asesinatos, robos ó borracheras. ¿El relato de las acciones contrarias á la naturaleza? No; tampoco. La inmoralidad reside sencillamente en la pintura de uno de los actos más naturales, del más natural quizás, de ese acto que muchos millones de seres humanos ejecutan en este mismo instante, y que yo, sin embargo, no me atrevo á designar sino con la frase consagrada de «comunión de los sexos». Dos personas se sientan ante una mesa, y el novelista puede decir: «comieron»; dos enemigos se encuentran en una esquina, y el novelista puede decir: «se acuchillaron»; dos obreros entran en una taberna, y el novelista puede decir: «se emborracharon»; pero dos enamorados se acuestan juntos en una misma cama, y el novelista no puede decir lo que hicieron... ¿Por qué? Porque es inmoral. Pero ¿y por qué razón es inmoral? Sin razón alguna, porque sí...

Si fuésemos á razonar, veríamos, al contrario, que lo inmoral es que dos enamorados se acuesten juntos para estarse quieros. Mas en esto no caben razonamientos. Es inmoral, y se acabó.

... Tan inmmoral es, en efecto, que aun los autores antiguos, los Longo, los Rojas, los Brantome, se guardaron siempre de describir el acto mismo, contentándose con sugerirlo ó con indicar su principio, sin analizar sus varias fases. Y es lástima, porque nada sería tan apasionante, tan vivo, tan lleno de interés, como la confesión sincera y sutil de un ser humano en esos breves minutos que van del Deseo al Espasmo.

«El arte puede expresarlo todo», dicen los artistas.

Es cierto.

Rodin, el más genial escultor de nuestra época, ha representado en su Puerta del Infierno las mil formas de la pasión humana, y sus grandes bajos relieves son el Deseo, y la Posesión y el Espasmo; y son, también, la Caricia que vive, que dura, que palpita...

Nada, en la novela moderna, es tan intenso como esa síntesis divinamente carnal del maestro escultor. La literatura nos ha dado mil y mil croquis fragmentarios de la vida de los sentidos, pero nunca un cuadro que evoque la visión completa. «Por las cerraduras —dice Emilio Zola— se ven extremos de desnudeces y de blancuras de piel; nada más.»

... Nada más en efecto. Una antología compuesta de páginas de Zola, de Barbey, de Catulle Mendés, de Goncourt, de Paul Adam, de Silvestre, de Peladán, de Maupassant, de Prevost, de Mauzeroy, de todos los grandes inmorales, en fin, sería tal vez el más admirable cinematográfo para hacernos ver los gestos aislados de la Lujuria; mas no nos ofrecería una sola escena completa del sacrificio á Venus.

Mi novela tampoco la ofrece, ni mucho menos. Comparada con obras francesas de la misma índole, es novela tímida, lo cual no obstará para que los periódicos de España y América me llamen de nuevo licencioso y para que el Gobernador de Sevilla me declare otra vez inmoral por medio de un decreto...

Le quiere tanto como le admira, su muy suyo

E. G. C.