Del «Pleito del matrimonio»

Del «Pleito del matrimonio» editar

No esperes, Ricardo mío,
aunque en leerle me deleito,
meterme de vuestro pleito
en el intrincado lío.

Yo tengo un modo de ser,
un juicio y una moral,
que de manera especial
la sociedad me hacen ver.

Y vivo en ella a mi modo:
tal como está organizada
la tomo; y sin creer en nada
como ella, lo acepto todo.

Tiene de utopias un ciento
nuestra sociedad por base;
miradlas bajo la base
que mejor os venga a cuento.

Mas tiempo no malgastéis
vuestro ingenio en arrojar
en el abismo de un mar
que nunca sondar podréis.

No os sumerjáis en el caos
de pleito tal: se se os viene
a la mano, y os conviene
un matrimonio, casaos.

Si maridos para ser
en condición no os juzgáis,
no os caséis jamás, no hagáis
infeliz a una mujer.

¿El matrimonio es legal
institución? —Aceptadle
tal cual es, o declaradle
un contrato antisocial.

Mas meterse a discutir
sobre tan arduo argumento,
es querer dar aire al viento
y sobre el agua escribir.

Si Teodoro y tú pensáis
que por pedir su opinión
a todos, vais la cuestión
a dilucidar, erráis.

Yo dos veces me casé,
y me casé, porque sí;
con nadie lo consulté,
parte de ello a nadie di.

Y si mal me lo guisé,
con mi pan me lo comí:
¿a qué, pues, vienes a mí
a que razones te dé?

Mas ya que con tal porfía
quieres que mi firma vaya
puesta en el pleito, no la haya
por ella: allá va la mía.

Engasta, Ricardo mío,
mi opinión en el volumen
si quieres: de ella el resumen
son los versos que te envío.

El cristiano matrimonio
la base es de la familia;
pero bien no se concilia
nunca a Dios con el demonio.

La manera de casarse
y la de vivir casados,
para en hacer, despechados,
a los casados ahorcarse.

¿Por qué? —¿Por la institución
del matrimonio? —¡No tal!
Por tomarlo todo hoy mal,
de través y sin razón.

Díjelo ya, y hoy insisto
en que por más que la echamos
de cristianos, hoy andamos
en contradicción con Cristo.

El casado quiere casa;
y no hay casado que se halle
en la suya, y a la calle
se sale a ver lo que pasa.

Nuestros saraos, nuestras fiestas
populares, cortesanas,
religiosas o profanas,
¿a qué fin están dispuestas?

En público el matrimonio,
casi ridiculizado,
si es nudo ante Dios atado,
lo desata aquí el demonio.

Y no hay de fiesta cartel
que de moral no blasone;
mas solamente se pone
la moral en el papel.

A visitas, a paseos,
y hasta a la iglesia, ¿a qué vamos?
A ver de lo que gustamos
y de gustar con deseos.

A ver y a ser vistos: que es
de todas las relaciones
comienzo, y es ocasiones
buscar de dar un traspiés.

Van ellas con unos trajes
que no son más que pretextos
para ir desnudas; y ante éstos
no hace la moral visajes.

Porque es la moda un tirano
que a la moral avasalla;
y, desnudándose, calla
ante ella el pudor cristiano.

Vamos los hombres dispuestos
siempre a envidar por doquier,
y son marido y mujer
doquiera a caer expuestos.

Lo cual para mí es lo mismo
que en el alambre bailar
sobre un volcán, y jurar
no caerse en el abismo.

En matrimonio en que, ufano,
a la mujer y al marido
presenta con el vestido
en moda hoy, ¿qué hay de cristiano?

La que tal vestido puesto
lleva, y al pudor ofende,
¿con qué derecho pretende
que vive en estado honesto?

¿Para quién es ya un misterio
que de matrimonio tal
tiene que ser natural
consecuencia el adulterio?

Si aún algún cándido hay
que así, ciego, no lo vea,
llévale a que oiga o que lea
a Sellés y a Echegaray.

De aserción tal no te asombres:
siempre en el derecho zurdos,
la moral a estos absurdos
hemos traído los hombres;

y todo en contradicción
anda en nuestra sociedad
con la ley, con la verdad,
y hasta con la religión.

Yo doy en el matrimonio
la razón a la mujer;
y todo en él, ami ver,
da en su favor testimonio.

Con empeño farisaico
que es, se enseña en el colegio,
para el cura sacrilegio,
sacramento para el laico.

Pues la moral ser no puede
relativo, malo y bueno,
triaca al par y veneno…
harto digo, y aquí quede.

Los Santos Padres se empeñan
en probar que la mujer
es hija de Lucifer,
y a odiar al hombre la enseñan.

La mujer que se resiente,
doncella, viuda y casada,
de verse representada
por el hombre en la serpiente,

¿qué ha de hacer cuando se casa?
¿Con qué derecho el marido,
si por sierpe la ha metido,
la quiere anguila en su casa?

Si en vez de hacerla entender
con fe y con razón cristiana
que es del hombre hija y hermana,
la dan por de Lucifer,

al hacer del matrimonio
una institución social,
el caso matrimonial
se da a enredar al demonio.

Al hombre y a la mujer
dió Dios la concupiscencia,
origen de la existencia,
pues da a los hijos el ser.

Si el instinto suprimir
no podéis que nos da Dios,
apareaos dos a dos
y aprended a bien vivir.

Mas si esta unión natural
santificar no queréis,
no os caséis; mas no achaquéis
a la mujer sola el mal.

Las queréis castas, modestas,
¡y hasta en el invierno crudo
el cuerpo medio desnudo
las hacéis andar expuestas!

Si de modo las vestís
que en la calle y en la sala
hacéis de sus formas gala,
¿por qué pudor las pedís?

Y si las despudoráis
desde su edad más temprana,
¿por qué la moral cristiana
en contra suya invocáis?

¿Dónde está vuestra moral?
Gracias que la halle Revilla
en la última redondilla
de una comedia inmortal.

Para mí es gran necedad
querer vivir tan a zurdas,
en utopías tan absurdas
basando la sociedad.

Mas Cristo nuestro Señor
murió clavado a un madero
por Redentor, y no quiero
meterme yo a redentor.

Del mundo tal cual está
lo que me acomoda tomo,
y con mi pan me lo como
como el mundo me lo da.

Dos veces matrimonié;
si en dos necedades di,
ni mal hice más que a mí,
ni a la institución culpé.

Adiós, pues, Ricardo mío;
de tu pleito a los poetas
saluda; mas no me metas
a su inextricable lío.

........................

De su moral… mas no hablemos;
yo opino con mi Don Juan
Tenorio, que en un inédito
libro, canta este cantar:
«Luchó la Naturaleza
un día con la Moral;
la Moral cayó debajo…
no se ha vuelto a levantar.»