Al mismo tiempo que Fernando abría el postigo de la portalada para salir del corral, iba a entrar en él don Sotero. Halláronse, pues, frente a frente y a media vara de distancia, los dos personajes. Fernando retrocedió como si hubiera pisado una culebra. Don Sotero, con la cabeza gacha, según su costumbre, después de detenerse un rato, como para ceder el paso al joven, díjole, mirándole al mismo tiempo por debajo de la espesura de sus cejas:

-No me pesa verle a usted bueno, caballerito.

-Me explico sin esfuerzo esa satisfacción -respondió Fernando apretando los puños.

-¡Es tan natural! -replicó don Sotero, dando a lo que se veía de su cara toda la expresión de bondad que cabía en ello.

-¡Como todo lo que usted hace y cavila! -dijo el otro, mirándole iracundo y no disimulando la impaciencia que le consumía.

-¿Parece que andamos muy de prisa?

-¡Mucho!

-Pues no se detenga por mi culpa, señor de Peñarrubia... Verdad que hubiera tenido grandísimo placer en hablar un ratito con usted...

-¡Conmigo! -exclamó Fernando entre azorado y desdeñoso-. ¿Aún tiene usted algo que exigirme?

-¡Exigir, señor don Fernando! -repuso don Sotero con asombro-. Pues ¿acaso he exigido yo a usted cosa alguna en todos los días de mi vida?... No, caballerito, no; harto más desinteresadas y piadosas son mis intenciones, como usted tendrá ocasión de verlo..., porque supongo que usted ha de menudear sus visitas a esta casa...

-¡Todo cuanto me sea posible! -respondió Fernando en un arrebato de ira.

-Perfectamente -añadió don Sotero imperturbable-. Pues en una de esas ocasiones, verbigracia, en la primera, se llega usted en dos saltitos a mi casa, que siempre está a su disposición, y allí... o en esta misma, si usted lo prefiere, echamos un párrafo como dos buenos amigos... Conque, señor don Fernando, tengo muchísimo que hacer dentro..., y hasta la vista, si Dios quiere.

Con estas palabras, un gesto muy risueño y un saludito con la mano, se despidió don Sotero y dejó la puerta libre, por la que salió Fernando sin mirarle, pero royéndose los labios de ira.

Al poner los pies en la calle, se le acercó Macabeo con el caballo embridado.

-A tiempo llego, por lo que se ve -dijo el hombre sin poder corregirse de aquella locuacidad que le consumía-. ¡Pus dígote que la visita no ha sido floja, caráspitis!... Me alegraré que sea para bien, señor don Fernando.

-Gracias -respondió éste maquinalmente, mientras ponía el pie en el estribo.

-No hay por qué darlas -añadió Macabeo tirando del otro hacia abajo con todas las fuerzas de su mano izquierda y sujetando con la derecha el caballo por el freno-. Si el dinero abundara en mí como los deseos..., ¡madre de Dios! ¡Buenas piernas le llevan, señor don Fernando!... A pique estuvieron de cansar a las mías aquella noche... ¡Caráspitis! Más valiera no acordarme de ella... Quiero decir que conozco el animal como si le hubiera parido. Conque vea usted en qué otra cosa puedo servirle, y buen viaje.

-Gracias, buen Macabeo..., y hasta la vista -dijo Fernando, dejando caer una moneda de plata en el sombrero que aquél tenía entre las manos. Luego arrimó las espuelas al caballo y partió.

-¡Que se deja usté aquí esto! -gritó Macabeo alzando la moneda.

-¡Guárdatela! -respondió sin volver la cara el que se iba.

-¡No la he ganado! -volvió a gritar Macabeo.

-¡Bébela a mi salud! -le respondieron.

-¡Si no lo cato, hombre de Dios! -gritó más recio el otro.

-Pues échala al pozo -se oyó decir confusamente a Fernando al doblar el ángulo de la calleja que conducía al camino de la sierra.

-¡Caráspitis! ¡Eso sí que no! -murmuró Macabeo, guardando la moneda en el bolsillo después de darle unas vueltas en la mano.

Luego se quedó pensativo, mirando en la dirección que había llevado el joven.

-¡Y es galán de veras, y vistoso como una romería! La entraña no puede ser mejor... El ojo, noble como el de un rey... Lo que le pierde es la casta... Relative a la casta..., la casta es mala, ¡mala si las hay! ¡Caráspitis! ¡Vaya una pareja que haría con la señorita!... ¡Ni pintados en un papel!... ¿A que no han dado en ello las almas de Dios?...

En esto cruzó delante de él una moza, bien metida en carnes, no muy fresca de cutis, abierta y desengañada de fisonomía. Iba en mangas de camisa, con refajo corto y en pernetas, y llevaba un sombrero de paja en la cabeza y una azada al hombro. Al cruzarse con Macabeo cantó con toda la fuerza de sus pulmones:

Todas las gentes me dicen:
¿Cómo no te casas, Juan?
Las que me dan no las quiero,
las que quiero no me dan.

Escuchó Macabeo el cantar y dijo a la cantadora:

-¡Algunos conozco yo, Tasia, que si se visten la seguerilla les asienta como el pellejo!

-No la eché yo porque arrimara al tuyo -respondió Tasia.

-Ni yo te dije porque me resquemara.

-Pues, hijo, lo parecía por lo súpito que la agarrastes.

-Al que más y al que menos, pudo sucederle otro tanto, que limpio no anda nadie de esa calentura... y bien lo sabes tú.

-No lo dirás por los memoriales que te he echado.

-¡Ay, Tasia! ¡Con el primero te sobraba!... Dígolo porque no me come la fantasía... ¡Más me comen otros resquemores!

-La que te parió que te entienda, Macabeo.

-Me parece que bien claro lo pongo, caráspitis... ¿Vas al resallo, Tasia?

-No, ¡que iré a rozar!

-Sin sallar tengo yo la heredá del Regato entoavía, ¡y alguna más que no digo!

-¡Y luego saltarás si te ponen el ramo, como antaño!

-Enquina fue, y no otra cosa, Tasia; y maldá sería en el presente si tal pasara. Soledá y desavíos me atrasaron la labor entonces, y penas y laberintos de esta clase me traen ahora como estorneja días y semanas. ¿Y qué hacer? El pan comido tira siempre hacia quien lo dio; y, por otra parte, aquí están los míos, aunque ellos estén altos y yo en el estragal... ¡Ay, Tasia qué solo me veo!

-En llorar esa pena se te va pasando la vida. No hubo moza soltera en Valdecines, de veinte años acá, que no te haya oído la mesma sinjundia.

-¿Y qué?

-Que ni el Señor pasó de la cruz ni tú de ese jito.

-¿Y qué, Tasia?

-Que eres un baldragas, Macabeo.

-¡Caráspitis!

-Que te sobra lengua y te falta arrojo.

-Téngolo como el que más, Tasia.

-Nunca dijiste a una moza: «Por ahí te pudras», y te bailan los ojos hasta delante de la más fea. ¿Qué quieres, hijo? ¿Que ellas te ronden? ¡Pues Luca bien te quiso!

-¡Y se pregonó de la noche a la mañana con Chiscón el de la Rispiona!

-Cansóse, la infeliz, de esperar a que la pidieras. A Toña pudiste arrimarte, que ley te tuvo.

-Pues bien claro se lo dije, Tasia, y me cerró la puerta.

-Porque hablaste cuando ya Selmo estaba adentro.

-Qué quieres, Tasia, no sé llegar a punto y sazón.

-¡Y así te has de morir, meleno! ¡Bien te lo dijo Nisca!

-¡Otra que tal! Buscábame la poca hacienda que tengo.

-¡Y se arrimó a un venturado sin camisa!

-Es que cuando no hay lomo, piltrafas como.

-¿Hiciste tú más que suspirar de ella?

-Al buen entendedor...

-Di que tantas veo, tantas quiero.... y ná en junto.

-¡Eso sí que no, Tasia!... A fiel no me gana un perro.

-Si no lo das a ver, trabajo perdido... ¡Y luego te quejas!

-Porque se ríen de mí, ¡caráspitis!

-Y han de reírse hasta los cantos, y bien harán... Pues ¿cómo lo quieres, rapacín de la casa? ¿Dulce y con jisopo? ¡Ángel de Dios!... Cuando ya los colmillos se te caen de viejos... ¡baldragonas!

-¡Tasia, no me provoques!... ¡Y mire usté cuándo!

-¿Cuando qué?

-Cuando tengo el corazón lo mesmo que una zambomba, reventando por cantar.

-¿No lo dije yo? ¡otra tenemos! Pues canta, serrano.

-¡Pues canto, caráspitis, aunque las hieles mismas me salgan por la boca! Tasia, bien sabes tú que en la vida no más que una vez se quiere... aunque otra cosa se diga... ¡A mí me llegó la hora!

-¡Ajá! Pues ya tardaba, Macabeo. A bien que no has dejado de entretener la espera.

-Tasia, con agua pasada no muele el molino; y por otra parte, aquellos quibiscuobis de que hablabas, nunca tuvieron arte ni concierto. Cosas de los años. Pero a fuerza de ellos maduran los pensamientos; y están los míos a la presente, que se caen del árbol. Auto al consonante, has de saber, Tasia, que es mucho lo que pudiera cantar al respective. Ternezas me desvelan y melancolías me consumen de un tiempo acá. ¿Digo algo?

-Allá veremos, Macabeo. A la presente, no va mal el son.

-Ella me dio cara, o no hay ojos en la mía. Maja es la suya... delante paece que la tengo, ¡y qué personal de cuerpo, Tasia!...

-No te pares, hombre... ¡Vaya, que a lo mejor te falta el resuello!

-¡Pues ha de sobrarme o aquí finiquito! Como te decía, Tasia, la moza, un poco tentada de la cubicia y de la fanfarria, abrió la puerta a un trampantojo con media levita y muchas esperanzas; y cátate a Macabeo boca abajo. Pero fuese el fantasmón por esos mundos, porque en su casa le querían para una principesa; aunque a un pesebre arrimaría mejor, por lo animal, y cátate a Macabeo boca arriba; que así andan las cosas en el mundo: según corren los vientos, allá van los pensares. No soy rencoroso, Tasia; caras buenas se me dieron y de pascuas fue la mía. Mucho zapato rompí paseando la calleja; enronquecí cantándola de noche; y lo que no asomó en paseos y cantares, teníalo ya a la punta de la lengua para salir de una vez de pesadumbres, y ¡recaráspitis!, volvió la nube a Valdecines de la noche a la mañana.

-¿Y qué?

-Que en aquel punto se acabaron las caras de gloria para Macabeo, y empezaron a roerle las entrañas penas y resquemores. ¡Ya se ve! Macabeo pobre, Macabeo solo, Macabeo venturado, Macabeo a sobras y desechos toda la vida...

-¿Y qué más?

-Y el sujeto, pudiente y cabezudo... Ella con barruntos de señorío, porque a nadie le amarga un dulce...

-¡Acaba el cantar, hombre!

-¡Caráspitis! ¡Pues bien claro está! Macabeo muerto. Pero has de saber, Tasia, que como Dios castiga sin palo y sin piedra, al fantasmón ese le echó el alto quien podía echársele... y puede que sepas ya lo demás, que harto se ha corrido por el pueblo. Según lenguas, está abocado a ser el perro del hortelano: privóme de la fruta, pero él no ha de catarla.

-Y dime, baldragazas, chismosón y cizañero, ¿a qué me echas a mí ese cantar? ¿Soy yo la cubiciosa, por si acaso?

-¡Vaya, que el demonio te entienda! Táchasme de collón y de encogido; dícesme que cante mis sentires, porque el hombre ha de ser claro; sóilo, y te embocicas. ¿Cómo me quieres, Tasia?

-¡Ni en pintura!

-¿Pues qué mal te hice? ¿Qué teja te rompí?

-¡La de la buena fama, lenguatón! ¡Yo con fanfarria! ¡Yo cambiando las caras! ¿Cuándo te puse otra que la que tengo? ¿Qué papel firmamos nunca ni tú ni yo al respective? ¿A quién hago yo la rosca por su levita? Si me quiere pobre quien tiene mucho, ¿he de cerrarle yo la puerta?

-¡Tasia, caráspitis! ¡Sin lengua me vea si con el aquel de ofenderte la moví! Yo no he mentado siquiera el santo de tu nombre. ¿Por qué te picastes?

-¿Conque me pones el ajo entre los dientes y quieres que no me pique?

-Pues mira, Tasia, ya que le cataste, allá te dijo; pero ¿por qué te quejas de su picor y no me agradeces la melecina?

-¿Onde está ella?

-En los pesares que te canté. ¿Por quién los tengo? ¿Por quién sospiro?... ¡Y mira tú si me arrojo cuando el caso llega! Otra que tú no me oyó otro tanto.

-¡Vaya una renta la que me ofreces!

-Harto da, Tasia, quien desnudo se queda...

-Para poca salú, morirse es mejor, Macabeo.

-¡Y luego te quejas, caráspitis, si te llamo cubiciosa!... Pues con el otro no cuentes.

-¡Porque a ti se te antoje!

-¡Ay, Tasia, aunque yo no te ganara, más te valiera perderle! ¡Mira que es muy bruto!

-Tú no le has de desasnar.

-¡Mira que lo de rico está en veremos!

-¡Si la envidia fuera tiña!

-¡Mira que si le llaman a firmar, ha de verse en apuro con el apellido!

-Falsos testimonios que el malquerer levanta.

-¡Mira que el que vino al mundo por mal camino, en jamás de los jamases andará derecho!

-Torcidos andan muchos que nacieron como Dios manda.

-Tasia: dos novillas uncideras tengo; veintidós carros labrantíos en la Llosa; buena pradera en el Hondón...

-¿De tu mesmo peculio?

-Como la lengua con que te lo digo. La casa sin un clavo de empeño, y el carro en el portal; que en echándole una trenca y dos armones, cátate nuevo...

-Se corrió que también eso era ya de los señores, Macabeo.

-¡Malos quereres de la envidia, Tasia! A renta llevo, además, tres fincas de lo mejor del valle; y por último, a buenos amos sirvo; ni fumo ni bebo, y ya sabes lo que te estimo...

Cuando llegó aquí Macabeo, Tasia, con la mano libre, atusaba los pliegues del refajo, escarbaba el suelo con el blanco pie desnudo, y parecía que contaba las chinas con los ojos.

Levantólos después, poco a poco, hasta los de Macabeo, y díjole muy risueña:

-¿Y al auto de qué me lo cuentas?

-Pues caráspitis -respondió Macabeo hecho unas mieles y asombrado de su propio atrevimiento-, al auto de que lo rumies y luego escojas entre esta pobreza que te pongo en la mano y la otra fachenda que anda volando. Las cosas, claras.

-De manera es, Macabeo, que en jamás así las pusistes.

-Nunca es tarde si la dicha es buena. ¿Seríalo la mía?

-De menos nos hizo Dios.

-Poco ofreces, Tasia.

-¡No tenías tanto enantes, y con ello pasabas!

-Con apuros, hija, y por salir de ellos me arriesgué.

-¡Cubicioso!

-¿Me la güelves ahora? ¡Al río o a la puente, Tasia! En el burro me puse, ¡vengan ya los palos!

-Pero ¿qué quieres, bobo?

-El sí o el no... Clarito el juego.

-¡Pues no, que es turbio!... ¡Y me está viendo las cartas!

-Los ojos se engañan las más de las veces. El sí o el no con la boca, Tasia.

-¡Vaya que es ahogo! Déjame rumiarlo, que bien vale la pena, y harto llevas de presente, que no llevas el no que merecías.

-¡Por vida del caráspitis!... ¿Y así te marchas, Tasia?

-¡No que se juega!

-Pero ¿me das cara?

-¡Toda la que tengo, eso sí!

Tasia se alejaba haciendo muecas a Macabeo.

-¿Y me abrirás la puerta? -gritóle éste.

-¡Esa es de mi padre! -respondió la moza.

Macabeo se hinchó como un odre, para desinflarse en seguida con este grito:

-¿Y echarás al otro cuando yo entre?

Tasia no se veía ya; pero se oyó su voz, que cantaba esta copla:

Porque me rondan muchos
dice mi madre:
«Al sol que más caliente
has de arrimarte».

Rascóse Macabeo la cabeza, y dijo andando hacia la portalada:

-¡De todas suertes no me pesa el desfogue, porque, así como así, no podía ya con la congoja!