Escena IX editar

VISITACIÓN, CARLOS, DON NICOMEDES y DON PRUDENCIO.


VISITACIÓN.-Pero ¿ha visto usted este cambio, don Prudencio?

PRUDENCIO.-¡Ya, ya!

NICOMEDES.-¡Qué cabeza!

PRUDENCIO.-¡Qué volubilidad!

VISITACIÓN.-¡Antes, una Magdalena, y ahora, contenta como unas pascuas!

PRUDENCIO.-Falta de carácter; seres insustanciales: ésta es la palabra: insustanciales. ¿No cree usted?

VISITACIÓN.-Lo mismo que usted, don Prudencio.

PRUDENCIO.-Algo le habrá consolado el ir conmigo; porque Adelina «me distingue mucho», para emplear la frase usual.

NICOMEDES.-Puede ser, porque Adelina es muy rara. (Sin saber lo que dice.)

VISITACIÓN.-¿Qué diecs, hombre...?

NICOMEDES.-Quiero decir que por cualquier cosa... (Algo aturdido.)

PRUDENCIO.-Bueno. Ahora lo que importa es que despache pronto y que salgamos en seguida, porque la hora pasa. (Mirando el reloj.) A poco que nos entretengamos, perdemos el tren.

CARLOS.-¿Tiene usted mucha prisa, don Prudencio?

PRUDENCIO.-¡Ya ve usted! Son las cuatro; el tren pasa a las cinco... Una hora para ir a la estación... Lo preciso... ¡Al segundo!

CARLOS.-Pues, entonces, lo mejor que puede usted hacer es irse sin esperar a Adelina.

VISITACIÓN.-No; eso, no. Ya que hemos andado lo peor del carrino, hay que concluir de una vez.

NICOMEDES.-Precisamente: de una vez.

PRUDENCIO.-Es lo mejor, en mi concepto: de una vez; un, último impulso...

CARLOS.-Pues por eso: entra usted «de una vez», en su coche, sacude firme a sus potros varias veces, toma usted «impulso..., ¿eh...?, y camino adelante... ¡Hala, hala! Al tren..., y a su preciosa quinta..., y a descansar tan ricamente..., y a meditar en las evoluciones del cosmos, ¿eh?

VISITACIÓN.-Pero ¿y Adelina?

CARLOS.-¡Ah, sí! Pues Adelina se queda con nosotros.

NICOMEDES.-¡Carlos, por Dios...! Yo creo..., que tú no estás enterado.

CARLOS.-De todo. Pero no se alarmen ustedes: Adelina se queda en esta casa por muy poco tiempo. Hasta el día de la boda.

PRUDENCIO.-¿De qué boda habla? (A VISITACIÓN.)

VISITACIÓN.-No sé.

CARLOS.-Y luego, ella, a su casa, y todos contentos. Contentos ustedes, a quienes ya pesaba la pobre niña... Vaya, no lo nieguen; sería inútil... Contento su marido, que la espera con ansias de amor. Contento el mismo cielo, que se ensanchará de placer con la dicha de ese ángel. Y contenta Adelina, que, con toda esta máquina, ya no va a esa encantadora aldea que ustedes le propinaban.

NICOMEDES.-¿Qué dice este chico?

VISITACIÓN.-¡Qué sé yo! ¡Tonterías!

PRUDENCIO.-Dijo su «marido». Hay que fijarse en esta palabra.

VISITACIÓN.-¿Qué estás hablando de un marido para Adelina? (A CARLOS.) ¿Dónde está ese ser misericordioso?

CARLOS.-Quizá muy cerca.

VISITACIÓN.-¿Eh...? ¿Muy cerca...? ¡Tú bromeas!

CARLOS.-No, queridísima tía; ya sabe usted que mi carácter no es bromista. Digo que muy en breve pedirán a usted, con la solemnidad que corresponda, la mano de Adelina.

VISITACIÓN.-¿Qué?

NICOMEDES.-¿Cómo?

PRUDENCIO.-¡A ver, a ver!

CARLOS.-Pues vamos allá. (Adelantándose con solemnidad cómica.) Don Carlos Ferrer Mendoza, hombre de honor, de veintiocho años cumplidos, con carrera acabada y decidida voluntad, tiene la honra de pedir la mano de Adelina, a sus protectores respetabilísimos. Ahí tienen ustedes.

VISITACIÓN.-Pero, ¿has oído, Nicomedes? (Con asombro.)

NICOMEDES.-¿Oye usted, don Prudencio? ¿Comprende usted esto? (Lo mismo.)

PRUDENCIO.-Vamos despacio. Lo que este joven dice podrá apreciarse de esta o de aquella manera en cuanto a sus fundamentos y consecuencias; pero, en mi concepto, la idea es perfectamente clara: Carlos pretende casarse con Adelina. Digo, me parece.

CARLOS.-Justamente. No hay como tener talento para comprenderlo todo al primer golpe. ¡Digo, si don Prudencio penetra las cosas!

VISITACIÓN.-¿Pero tu padre lo sabe? (A CARLOS.)

NICOMEDES.-¿Y consiente tu padre?

PRUDENCIO.-¡Ah! Eso ya es otra cosa. Su padre ni lo sabe ni consiente; ya lo verán ustedes. (Aparte, a VISITACIÓN y a DON NICOMEDES.)

CARLOS.-Mi padre es un hombre de honor y un corazón nobilísimo. Me quiere con toda su alma, y cuando se convenza de que yo no puedo ser feliz sin Adelina, consentirá. Sobre todo, pronto saldremos de dudas, porque hacia aquí viene.

VISITACIÓN.-Pero ¡qué resuelto! (A DON NICOMEDES, refiriéndose a CARLOS.)

NICOMEDES.-Con el geniecito de papá, sus ideas sobre el honor y los antecedentes de Adelina, buena se prepara. (A VISITACIÓN.)

PRUDENCIO.-De todas, maneras yo agradecería que ustedes resolvieran pronto. (Consultando el reloj.)