Escena VI editar

ADELINA, sola.


ADELINA.-Hay que obedecer..., ¿qué remedio? Bien me dijo Pascuala, allá a su manera: «Créame usted, señorita: los amos no quieren que se junte usted con su hija.» Es verdad; ahora lo veo. Pero ¿por qué? ¿Por qué, Dios mío? ¿Tan odiosa soy? (Se queda pensativa.) Pues los criados bien me quieren; y el perro del pastor me come a caricias; y las golondrinas que anidan en mi ventana acuden a mi voz y comen de mi mano, ¡conque no seré tan antipática! Y Carlos.... Carlos..., ése dice que me quiere más que todos. Pues se acabó; ya no le veré más. ¡No verle!... ¡Ah!, es injusto, muy injusto, lo que hacen conmigo. Quisiera resignarme, pero la voluntad no me basta para contener el dolor. El, a Madrid..., y yo, a mi aldea; y Carlos me olvidará, ¿no ha de olvidarme? ¡Valgo yo tan poca cosa! (Llorando.) Verá a otras mujeres más hermosas que yo, y les dirá lo que me ha dicho a mí, y ellas le contestarán lo que yo..., que sí, que le quieren mucho, y la pobre Adelina, como si no hubiese existido. ¡Y, al fin, una de esas mujeres, como a ella no la llevarán a ninguna aldea, se casará con mi Carlos!... ¡Ah, no! Eso, no. ¡Eso no lo sufro!... Cuando pienso en estas cosas comprendo que tienen razón: soy una mala. ¡Dios mío, soy una mala!, porque quisiera que todos sufriesen como yo sufro, que todos llorasen como me hacen llorar a mí, que a todos les mandasen a mi aldea... ¡Todos, todos conmigo!... ¡Conmigo! ¡Conmigo! ¡Allí!... ¡Allí!... ¡Y sin ver a Carlos!... ¡Dios mío! Tú, que eres tan bueno, ¿por qué no eres bueno conmigo? ¡Ay, Virgen mía, y qué penas tan grandes hay en el mundo! (Rompe a llorar amargamente.)