De concierto están los condes
e concierto están los condes
hermanos Diego y Fernando;
afrentar quieren al Cid
y han muy gran traición armado.
Quieren volverse á sus tierras,
sus mujeres demandando,
y luégo les dice el Cid
cuando las hubo entregado:
—Mirad, yernos, que tratedes
como á dueñas hijasdalgo
mis hijas, pues que á vosotros
por mujeres las he dado.—
Ellos ambos le prometen
de obedecer su mandado.
Ya cabalgaban los Condes
y el buen Cid ya está á caballo
con todos sus caballeros
que le van acompañando:
por las huertas y jardines
van riendo y festejando;
por espacio de una legua
el Cid los ha acompañado:
cuando d’ellas se despide
lágrimas le van saltando.
Como hombre que ya sospecha
la gran traición que han armado,
manda que vaya tras ellos
Álvar Fáñez, su criado.
Vuélvese el Cid y su gente,
y los Condes van de largo.
Andando con muy gran priesa
en un monte habían entrado
muy espeso y muy oscuro,
de altos árboles poblado.
Mandan ir toda su gente
adelante muy gran rato;
quédanse con sus mujeres
tan solos Diego y Fernando.
De sus caballos se apean
y las riendas han quitado.
Sus mujeres que lo ven
muy gran llanto han levantado
apéanlas de las mulas
cada cual para su lado;
como las parió su madre
ambas las han desnudado,
y luégo á sendas encinas
las han fuertemente atado.
Cada uno azota la suya
con riendas de su caballo;
la sangre que d’ellas corre
el campo tiene bañado;
mas no contentos con esto,
allí se las han dejado.
Su primo que las hallara,
como hombre muy enojado
á buscar los Condes iba;
y como no los ha hallado,
volvióse presto para ellas,
muy pensativo y turbado:
en casa de un labrador
allí se las ha dejado.
Vase para el Cid su tío,
todo se lo ha contado;
con muy gran caballería
por ellas ha enviado.
De aquesta tan grande afrenta
el Cid al rey se ha quejado;
el rey como aquesto vido
tres Cortes había armado.