David Copperfield (1871)/Primera parte/IX

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
IX


DONDE SE VE QUE ME DESCUIDAN Y ME DESCUBREN UNA CONDICION.

— Peggoty, os doy un mes de plazo para que podais buscar otra colocacion.

Hé aquí el primer acto administrativo de miss Murdstone al dia siguiente del entierro, no bien el primer rayo de sol entró por las ventanas de casa. Por desagradable que fuese servir á Mr. Murdstone y á su hermana, estoy convencido que Peggoty hubiese preferido quedarse en casa á no tener que buscar otra colocacion, aun cuando no hubiera sido mas que por mí.

La pobre muchacha me notició que debiamos separarnos, y nos dimos mútuamente el pésame con toda sinceridad.

No se habló una palabra de mí ni de mi porvenir; tampoco se dió paso alguno. Me atrevo á creer que hubieran sido muy felices á haber podido despedirme tambien con un mes de próroga. Arméme de todo mi valor para preguntar á miss Murdstone si debia regresar pronto á mi colegio. Respondióme secamente que creia que no volveria mas; esto fué todo lo que pude obtener de ella. Así, quedé muy inquieto respecto á mi suerte; verdad es que Peggoty no estaba mucho mas tranquila por lo que seria de mí. Nos fué imposible averiguar qué diablos iban á hacer de mí.

En mi situacion hubo un cambio que me alivió en gran parte de mis enojos presentes, y que, á ser capaz de reflexionar seriamente, hubiera aumentado mi ansiedad por el porvenir. Dejaron de ejercer sobre mí la violencia que me habia hecho tan desgraciado. Lejos de exigir que ocupase mi triste puesto en el salon, mas de una vez miss Murdstone arrugó el entrecejo, y con un gesto me echó afuera. En vez de prohibirme la compañia de Peggoty, no se ocupaban absolutamente nada en donde estaba, con tal que no tuviese el aire de imponerme á la soledad de Mr. Murdstone. Al principio tuve un miedo espantoso que volviese á emprender mi educacion, ó que miss Murdstone se dignase desvelarse por mí; pero no tardé en comprender lo infundado de estos terrores, y que lo único que debia esperar era que me descuidasen por completo.

No me disgustó mucho semejante descubrimiento, pues la muerte de mi madre me habia dejado muy aturdido. Habia veces en que creia que, abandonado á mí mismo, podia irme á vagar con los demas chicos del pueblo : entonces, asemejándome á uno de los héroes de novela, entreveia la perspectiva de mi partida en busca de fortuna. Pero aquellas visiones pasajeras que se me representaban en las paredes de mi cuarto, por un efecto de óptica, desaparecian bien presto, y me dejaban solo y en completa libertad para ir á buscar á Peggoty á la cocina y calentarme á la lumbre que cocia la comida.

— Peggoty, le dije un dia bajando la voz, Mr. Murdstone me quiere cada vez menos. Nunca me ha querido mucho; pero lo que es ahora, se me figura que dejaria de verme con mucho gusto.

— Quizás sea un efecto de su dolor, respondió Peggoty apoyando la mano sobre mi cabeza.

— No, Peggoty; tambien yo sufro, se me figura. Si creyese que el dolor le mueve á ello, no repararia; pero no es eso, ¡oh! no, no es eso.

— ¿Y cómo podeis saberlo? me preguntó Peggoty.

— ¡Oh! respondíla, su dolor es otra cosa bien diferente. En este momento, sentado al lado del fuego y al lado de miss Murdstone, está triste; pero si entrase, Peggoty, demostraria algo mas que tristeza.

— ¿Pero qué?

— Cólera, dije imitando involuntariamente su sombrio fruncimiento de cejas. Si solo estuviese triste, no me lanzaria las miradas que me lanza. Yo estoy triste, y la tristeza me mueve á ser mas compasivo.

Peggoty guardó silencio algunos minutos y dejó que me siguiese calentando las manos; al fin, exclamó :

— David, escuchadme.

— Hablad, le respondí.

— He hecho todo cuanto me ha sido posible por hallar aquí, en Blunderstone, una colocacion, cualquiera cosa, en fin : he llamado á todas las puertas, he indagado, y... nada, hijo mio.

— Creo que tendré que volverme á Yarmouth.

— ¿Y qué pensais hacer, mi querida Peggoty? le pregunté pensativo. ¿A dónde vais á ir á probar fortuna?

— Creo que tendré que volverme á Yarmouth, y allí viviré, me respondió.

— Podiais tener que alejaros mas, dije algo tranquilo. Sí, tan lejos que os hubiera perdido para siempre. Volveré á veros, mi querida Peggoty; Yarmouth no es el fin del mundo, y ya vendreis alguna vez que otra á Blunderstone.

— Ciertamente que sí, exclamó Peggoty con animacion : si Dios me da vida y salud, siempre, mientras vos esteis, vendré todas las semanas á estrecharos en mis brazos. Una vez por semana.

Aquella promesa me quitó un gran peso de encima; pero Peggoty aun no me lo habia dicho todo.

— Primero, prosiguió la jóven, voy á pasar quince dias en casa de mi hermano... para tener tiempo de reflexionar y tomar un partido. Ahora bien, he pensado que, como por el momento no sois necesario aquí, quizás os dejarán venir conmigo.

En las circunstancias en que me hallaba, aquello era lo único que podia despertar en mí un sentimiento de placer. Fué un bálsamo para mi corazon la idea de verme rodeado de aquellas personas cariñosas y que mostraban tanto agrado en recibirme, de ir á correr con Emilia el domingo por la mañana por la playa, contarle mis cuitas, coger conchitas, etc.; pero mi esperanza no duró mucho, pues la imágen de miss Murdstone se me presentó de repente : dudaba que quisiese consentir.

Afortunadamente la duda no fué larga; pues cuando nos hallábamos hablando de nuestros proyectos entró miss Murdstone á pasar su revista de costumbre en la despensa, y Peggoty, con una habilidad que me maravilló, sacó la cuestion á plaza.

— Este niño se entregará allí á la pereza, dijo miss Murdstone, y la pereza es la madre de todos los vicios. Bien es verdad que aquí y en todas partes se entregará á la pereza; es mi opinion.

En el aire de Peggoty conocí que tenia en la punta de la lengua una contestacion un poco violenta; pero la suprimió en obsequio mio, y guardó silencio.

— Bien mirado, continuó miss Murdstone examinando un tarro de conservas, como entre eso y el reposo de mi hermano, su reposo es lo mas importante... se me figura que haré bien diciendo .

Dile las gracias sin hacer ninguna demostracion de alegría, temiendo que se retractase. Aun cuando no hubiese tenido la experiencia del pasado, la malignidad de la mirada que fijó en mí me hubiera inspirado aquella prudencia. Sin embargo, demostró que era una mujer de palabra, y así que expiró el mes, Peggoty y yo emprendimos nuestro viaje.

Barkis vino á casa á buscar los dos baules de Peggoty; franqueaba la verja del jardin por vez primera, y al cargarse al hombro el baul mas pesado, me guiñó el ojo de un modo significativo, dado caso que aquella fisonomia impasible pudiese expresar alguna cosa.

Naturalmente que Peggoty sentia dejar una casa que habia sido como suya durante tanto tiempo, y donde habia formado los dos lazos mas estrechos de su vida : su cariño á mi madre y á mí.

Por la mañana temprano fué al cementerio.

Al subir á la tartana se cubria su rostro con el pañuelo.

Mientras permaneció así, Barkis ni siquiera pestañeó; cualquiera le hubiera tomado por un tartanero disecado. Pero cuando Peggoty empezó á erguir la cabeza y á hablarme, Barkis hizo un gesto. ¿A quién iba dirigido? ¿qué queria decir? No lo sé.

— Hace buen dia, Mr. Barkis, le dije por decirle algo.

— No es malo, respondió el enigmático tartanero, que rara vez se comprometia con una respuesta afirmativa.

— Peggoty está completamente buena, añadí, creyendo que esto le agradaria. — ¿Con que está completamente buena? —respondió.

Despues de haber reflexionado con un aire que tenia ciertas pretensiones de sagacidad, Mr. Barkis se decidió á mirar á Peggoty y á preguntarle :

— ¿Estais completamente buena?

Peggoty respondió que riendo.

Aquel entusiasmó á Barkis, y sin duda por oirle de nuevo repitió :

— ¿Con que estais completamente buena?

Pero aquella vez, uniendo el gesto á la palabra, trató de dar un codazo amistoso á Peggoty, y al acercarse á ella con intencion, por poco me ahoga.

Volvió á su sitio á la observacion que le hizo Peggoty; pero habia tomado gusto á aquella ingeniosa pantomima, creyendo, sin duda, que la invencion era maravillosa para hablar sin hacer un esfuerzo de imaginacion, así es que de cuando en cuando tenia que soportar yo el peso de... sus discursos...

Acabé por tomar mis precauciones cada vez que le veia moverse, y me inclinaba con suma ligereza á fin de evitarle, exponiendo á Peggoty á aquellos singulares interrogatorios, mas risibles que no peligrosos para ella.

Pero Mr. Barkis, no solo se mostró galante de aquel modo, sino que, parándose en una venta situada en medio del camino, insistió para que aceptáramos unas costillas de carnero asadas en las parrillas y una botella de cerveza; pero aun allí un nuevo codazo estuvo á punto de dejar sin respiracion á Peggoty mientras bebia tranquilamente. Afortunadamente cuando nos hallamos muy cerca de Yarmouth Mr. Barkis volvió á su discrecion de costumbre, pues tuvo que poner cuidado á su caballo para no tropezar ó engancharse con los demas coches y carros que hallábamos en el camino.

Mr. Daniel Peggoty y Cham nos esperaban en el sitio de costumbre. Nos recibieron bien y apretaron la mano cordialmente á Barkis, que, con el sombrero echado hacia atrás y tratando de reirse significativamente, tenia en verdad un aire sumamente cómico.

Mientras que el tio y el sobrino cargaban respectivamente con los baules de Peggoty, Mr. Barkis me hizo señas con la mano.

— Espero que todo marcha bien, me dijo.

Miréle frente á frente, y queriendo manifestarle que le habia comprendido, ya que me dispensaba la honra de escogerme por medianero, le respondí con suma gravedad : ¡Ah!

— Aun falta algo, continuó con misterio, pero todo marcha bien.

— ¡Ah! volví á responder.

— Soy vuestro amigo, pues sé lo que os debo, replicó Mr. Barkis; os acordais... ¡Barkis está dispuesto! ¿eh?

Respondíle afirmativamente con la cabeza, y no sé si habria llegado á adivinar á aquel mito de la reticencia á fuerza de mirarle frente á frente; pero Peggoty me dijo gritando que me esperaba, y me fuí á reunir con ella.

En el camino Peggoty me preguntó aparte qué era lo que Barkis me habia dicho.

— Pretende que todo marcha bien, le respondí.

— ¡Tambien es impudencia! exclamó; pero ¡qué mas da! Mi querido David, ¿qué pensariais si me casara?

Reflexioné un momento y le dije:

— ¿Qué pensaria?... Supongo que siempre me querriais lo mismo que ahora, Peggoty?

En medio del asombro de los transeuntes y de los dos individuos de su familia, la pobre criatura no pudo resistir al deseo de pararse para besarme en medio de la calle, protestando de su invariable cariño.

Despues de esta explosion de ternura, así que nos hubimos puesto en marcha, me preguntó otra vez :

— Vamos, ¿qué diriais, querido mio?

— ¿Si pensarais casaros... con Mr. Barkis?

— Sí, respondió.

— Pienso que seria una cosa excelente; porque en ese caso tendriais á vuestra disposicion la tartana y el caballo para venir á verme; vendriais de balde y estariais segura de no faltar.

— ¡Qué listo es este niño! exclamó Peggoty. Hace un mes que no pienso en otra cosa. Sí, hijo mio, y de ese modo seré mas independiente; dejaré los quehaceres de mi casa con mas tranquilidad que en la de los otros. Ademas, ¿de qué puedo servir si un extraño me toma por criada? Sí, gracias á eso no me separaré nunca de mi querido David; podré verle siempre que quiera, y cuando me muera no me enterrarán lejos de mi querida ama.

Sobre este texto hicimos variaciones durante mucho tiempo.

— En cambio, añadió Peggoty, no hubiera pensado mas en ello si os hubierais opuesto á ese casamiento... Si hubieseis dicho no, jamás hubiera yo respondido , aun cuando tuviera ya el anillo en la mano.

— En mi rostro podeis ver el gozo que me causan vuestras palabras, mi querida Peggoty.

— Pues bien, hijo mio, ya que se ha decidido y que estamos de acuerdo, voy a pensar sériamente en ello y consultarlo con mi hermano : hasta entonces que quede el secreto entre los dos. Barkis es un hombre honrado; en mí hallará una buena mujer cumpliendo con sus deberes, y por consiguiente todo irá bien, puesto que él está dispuesto.

Tan á propósito venia la cita de las palabras de Mr. Barkis, que nos reimos de buen grado y llegamos sumamente contentos á casa de Mr. Peggoty.

La casa-barca seguia lo mismo, excepto que se habia vuelto mas pequeña á mis ojos : mistress Gummidge estaba de pié en la puerta, inmóvil, como si no se hubiese movido de allí desde la última vez que la ví. En el interior no habia cambiado nada : reconocí mi camarote, y cuando fuí á visitar las langostas, cangrejos y demas crustáceos en el rincon que habitaban, halléles lo mismo, siempre aglomerados y abriendo sus tenazas para morder.

Pero ¿dónde estaba mi Emilia?

A esta pregunta, que dirigí naturalmente al no verla, Mr. Daniel Peggoty, dejando en el suelo el baul de su hermana y secándose el rostro, me respondió :

— Está en la escuela; dentro de veinte minutos llegará, á Dios gracias; pues cuando ella no está aquí se nos figura que falta la alegría.

Mistress Gummidge suspiró fuertemente.

— Vaya, ánimo, señora, le dijo Mr. Peggoty.

— Yo soy quien mas siente su ausencia, respondió la quejumbrosa viuda. Soy una criatura que vive aislada, y Emilia es la única persona que no me contraría.

Y mistress Gummidge, murmurando y meneando la cabeza, se puso á soplar el fuego.

Mr. Peggoty nos dijo á su hermana y á mí, poniéndose la mano en la boca, para que no pudiese oirlo la vieja :

— Piensa en el compañero.

Por lo cual saqué en conclusion que mistress Gummidge seguia lo mismo.

Debo confesarlo : por mucho placer que tuviese al hallarme en aquella original habitacion, que tanto me habia encantado en mi primera visita, se me figuraba que cierto descorazonamiento se mezclaba á aquel placer; quizás era porque Emilia no estaba allí... Como sabia el camino que debia traer, salí á su encuentro.

No tardé en verla desde lejos. Era siempre la misma, por mas que hubiese crecido y estuviese muy desarrollada. A medida que se acercaba noté todas las gracias que habia adquirido su personita : su fisonomía tenia un aire mas reflexivo y vivo, sus ojos un tinte azul mas pronunciado... No sabré definir el sentimiento que me impulsó á hacer que no la reconocia; pero la dejé pasar á mi lado, como si mirase algun objeto lejano.

Mas tarde, en el trascurso de mi vida, creo haber representado una ó dos veces la misma escena.

Emilia no pareció preocuparse de ello. Comprendió en seguida el juego, y en vez de venir á mí, de dar vueltas á mi alrededor, pasó y se echó á reir corriendo. Esto me obligó á correr tras ella, pero se daba tal prisa que no pude alcanzarla hasta cerca de la puerta.

— ¡Ah! ¿sois vos? dijo Emilia.

— Lo sabiais tan bien como yo.

— Y vos tambien.

Quise besarla, pero ella se cubrió sus rosadas mejillas con la mano y me dijo:

— Ya no soy una chiquilla...

Y esquivándose, entró en la casa riéndose á carcajadas.

Parecia complacerse en hacerme rabiar, cambio que me chocaba mucho. La tetera lanzaba humo sobre la mesa, y nuestro cofrecillo fué colocado en su antiguo puesto... pero en vez de venir á sentarse á mi lado, se fué á hacer compañía á la dolorosa mistress Gummidge; cuando Mr. Daniel Peggoty le preguntó por qué, ella hizo como que se arreglaba el pelo, para ocultar su rostro, y siguió riendo.

— Es un verdadero diablillo, dijo Mr. Daniel Peggoty acariciándola con su callosa mano.

— ¡Vaya si lo es! exclamó Cham, soltando tan estrepitosa carcajada que se puso mas colorado que un pavo.

Era evidente que Emilia era el querubin de la casa, y sobre todo la niña mimada de Mr. Daniel Peggoty, de quien hubiera hecho cuanto hubiera querido, con solo acercar sus frescas mejillas á las tostadas del marinero. Mas de una vez fuí testigo de aquellos juegos infantiles, y comprendí que Mr. Daniel cediese tan gustoso.

Tan afectuosa y amable, sabiendo ser maliciosa y tierna á la vez, Emilia me cautivaba mas que nunca.

A partir del primer dia, me dió un testimonio de su sensibilidad; pues mientras nos hallábamos sentados alrededor de la lumbre, habiendo aludido Mr. Daniel á mi reciente desgracia, vi que Emilia se volvia hácia mí, y me dirigia á través de sus lágrimas una mirada de compasion tan sincera que se lo agradecí en el alma.

— ¡Ah! dijo Mr. Daniel Peggoty jugando con uno de los largos tirabuzones de sus rubios cabellos, tambien ella es huérfana, Mr. David, — y ademas, aquí teneis otro huérfano, añadió señalando á Cham; este es mi pupilo...

—¡Ah! Mr. Peggoty, si fueseis mi tutor!..

— Teneis razon, Mr. David, exclamó á su vez Cham en medio de un verdadero entusiasmo : tenemos un tutor excelente.

Y estrechó afectuosamente la mano de su tio, que Emilia quiso besar.

— ¿Y cómo va vuestro amigo? me preguntó Mr. Daniel Peggoty.

— ¿Mi amigo Steerforth?

— Efectivamente, ese es su nombre; lo habia olvidado, pues no tengo la memoria de los nombres, sino de las personas... Vuestro amigo Steerforth, ¿qué tal va?

— Estaba perfectamente cuando me separé de él, respondí.

— Me alegro mucho, dijo Daniel Peggoty. Ese sí que es un verdadero amigo. Me alegraria verle.

— ¿Verdad que es un chico excelente? exclamé en medio del entusiasmo hijo de la amistad.

— Tal me ha parecido.

— Y mas valiente que un leon, añadí; instruido, mañoso, hablando perfectamente... y generoso, etc., etc.; pues, una vez que habia empezado, no alababa lo bastante á Steerforth, mi amigo, mi protector.

Emilia me escuchaba, como los demas, con la mayor atencion, cosa que notó todo el mundo, pues sus lindos ojos se animaron muchísimo.

— A Emilia le sucede lo mismo que á mí, dijo Daniel Peggoty; estoy seguro que desearia ver á vuestro amigo.

Al oir esto se turbó, y observando que todos la mirábamos, se puso como la grana, se levantó sin decir una palabra y se retiró, no volviendo en toda la noche.

Acostéme en una camita, á popa del barco, y, antes de dormirme, oí gemir el viento en la playa como en otro tiempo; pero entonces el mar no evocaba en mí los mismos recuerdos : ya no me figuraba que el Océano podia de repente sumergir en sus embravecidas olas la vivienda de la honrada familia que me daba la hospitalidad; pensé en mi propia casa y en su naufragio : en aquellos que dormian para siempre á la sombra de los árboles de Blunderstone. Oré por ellos... Luego, volviendo en mí, acabé mi plegaria pidiendo al Señor que me acordara la gracia de crecer pronto para casarme con Emilia. Cerré los ojos para dormirme con aquel sueño de amor infantil.

Los dias trascurrieron casi del mismo modo que la vez anterior, exceptuando, sin embargo, que Emilia y yo nos paseamos por la playa mucho menos. Ella tenia que estudiar, que coser, y permanecia fuera gran parte del dia. Pero aun cuando no hubiera sido así, comprendí que las cosas no se hubieran pasado como la vez anterior. Por mas que Emilia era siempre caprichosa y loquilla, se habia vuelto mas mujercita de lo que yo creia. Uno ó dos años le habian bastado para formarse muchísimo. No hay duda que me queria, pero se reia de mí y me atormentaba; afectaba esquivarme si salia á su encuentro, y hasta tomaba otro camino : volvíame descorazonado, y la veia que se reia en el dintel de la puerta.

Los mejores instantes de mi vida los pasaba cuando se sentaba tranquilamente delante de la casa, y yo leia á sus piés, sobre un taburete. Encantadoras mañanas de abril, desde entonces no he vuelto á admirar un sol tan brillante como el vuestro, un rostro mas encantador que el de aquella pequeña hada atenta á mi voz, un cielo mas diáfano, una mar mas hermosa, ni tampoco mas airosos bajeles con su lona hinchada en el dorado horizonte.

Al dia siguiente de nuestra llegada, Mr. Barkis vino por la noche á saludar á nuestra familia, y notamos su turbada fisonomía. Al irse, se dejó olvidadas una docena de naranjas que habia traido en un pañuelo. Cham corrió tras él para devolvérselas; pero al volver nos dijo que el tartanero las habia dejado en obsequio de Peggoty. Al dia siguiente y en los sucesivos, volvió Mr. Barkis á la misma hora, y cada vez venia con un paquetito, que depositaba regularmente detras de la puerta, y que siempre olvidaba al marcharse.

En sus regalos galantes, habia mucha variedad; una vez, recuerdo que olvidó un cepillo, un acerico para clavar los alfileres, medio celemin de manzanas, un par de pendientes de azabache, una docena de cebollas de España, una caja de dominó, un canario en una jaula, y un jamon en dulce.

Recuerdo tambien que Mr. Barkis hacia el amor de un modo sumamente especial : no hablaba; se sentaba al lado de la lumbre, del mismo modo que se sentaba en el pescante, y contemplaba á Peggoty, sentada en frente de él y ocupada en coser.

Una noche, en un tierno transporte, á lo que creo, se apoderó violentamente del cabo de cera de que se servia la jóven para encerar el hilo, lo guardó en el bolsillo del chaleco y se lo llevó. Verdad es que tenia un gran placer en sacarlo de su bolsillo, cada vez que se necesitaba, medio derretido, y lo volvia á guardar así que se habian servido de él. Ademas, parecia gozar plenamente de su silencio, sin creerse obligado á decir una palabra. Si, por casualidad, se le concedia un paseo á solas con su futura por la playa, se contentaba preguntándola de cuando en cuando qué tal estaba, y en seguida volvia á caer en su placidez amorosa.

Algunos incidentes hacian que aquellas visitas fuesen cómicas de vez en cuando, pues recuerdo que, así que se alejaba Mr. Barkis, Peggoty se cubria la cara con el delantal y reia como una loca durante media hora.

En resúmen, todos nos reiamos, mas ó menos, excepto la lamentable mistress Gummidge, que probablemente habia sido cortejada del mismo modo en otro tiempo, puesto que siempre le venia á la memoria el recuerdo del otro.

Estaba á punto de expirar la quincena : hablóse de una partida que debian hacer juntos Mr. Barkis y Peggoty; Emilia y yo debiamos asistir tambien. Apenas pude dormir la víspera, pensando que iba á pasar todo el dia al lado de Emilia. Todos nos levantamos muy temprano, y aun estábamos almorzando cuando vimos á lo lejos á Mr. Barkis que guiaba una tartana mas ligera que la suya.

Peggoty llevaba un vestido sumamente sencillo, su traje de luto de costumbre; Mr. Barkis se habia permitido el lujo de una casaca nueva de paño azul. El sastre se la habia hecho tan cumplida, que con las mangas no eran necesarios los guantes, ni aun para el frio mas intenso; el cuello subia tan arriba, que le levantaba los pelos á la coronilla; los botones de metal eran como platos : gracias á este traje, que se completaba con un pantalon gris y un chaleco de gamuza, Mr. Barkis me parecia un personaje de la mayor consideracion.

La señal de la marcha produjo cierta agitacion; Mr. Daniel se armó de un zapato viejo que debian arrojar así que partiésemos, y que segun él nos procuraria buena suerte.

— A vos os corresponde esto, dijo Mr. Peggoty alargando el singular talisman á mistress Gummidge.

— No tal, replicó esta; mas vale, Daniel, que se encargue de ello cualquier otro. Yo misma soy una pobre criatura, sola en el mundo, y todo aquello que me recuerda lo que he perdido me parte el corazon.

— Vamos, viejecita mia, añadió Mr. Peggoty, ¡tomad y arrojadle!

— No, no, Daniel, repitió la vieja llorando á lágrima viva, no puedo; ¡si supierais cuanto sufro! Arrojadle vos.

Pero la pobre Peggoty que, así que se despidió de Cham, se habia instalado con Mr. Barkis, Emilia y yo, en el carricoche, se empeñó en que fuese mistress Gummidge quien lo arrojase, y la pobre vieja accedió al fin. Pero ¡ay! no bien lo hubo hecho rompió á llorar amargamente y casi echó á perder nuestra empresa, pues cayó en brazos de Cham y por poco se desmaya.

Mr. Barkis no era hombre capaz de renunciar á una partida de campo por nada de este mundo, y aun cuando hubiese creido que mistress Gummidge se desmayaba de veras. Chasqueó el látigo y salimos al trote en direccion á la iglesia, donde empezamos por pararnos. Mr. Barkis ató el caballo á la verja, invitó á bajar á Peggoty, quien entró del brazo de su futuro, suplicándonos á Emilia y á mí que esperásemos un cuarto de hora.

— Ya no estaremos juntos mucho tiempo, le dije á Emilia, así espero que pasaremos todo el dia en buena armonía y seremos amigos.

— No deseo otra cosa, respondióme.

— Corriente, en ese caso, empiezo por abrazaros.

Emilia consintió en esta nueva prenda de alianza; pero, cuando exaltado por tal merced la hice una declaracion en regla, jurando que mataria á cualquiera que se atreviese á pedir su mano, la chiquilla se echó á reir estrepitosamente; luego, tomando un aire grave é irguiéndose con la dignidad de una jóven matrona, me dijo :

— Sois un chiquillo.

¡Un chiquillo! cuando acababa de declararme. Grande fué mi despecho; pero ella se reia con tanta gracia, que olvidé al mirarla aquella expresion que me degradaba á mis propios ojos.

Peggoty y su futuro se tomaron algunos minutos mas del cuarto de hora pedido. Sin embargo, al fin volvieron, y el caballo emprendió el trote hácia el campo.

— A propósito, Mr. David, dijo Mr. Barkis, que á pesar de su reserva de costumbre no podia guardar por mas tiempo el secreto que se le habia confiado, ¿os acordais del nombre que escribí en el toldo de mi tartana?

— Clara Peggoty, respondí.

— ¿A qué no sabeis qué nombre escribiria si nuestro carricoche tuviese un toldo?

— Supongo que el mismo, contesté.

— No : escribiria Clara Peggoty Barkis, exclamó lanzando una risotada que hizo estremecer la tartana.

En pocas palabras : se acababan de casar, y para eso habian entrado en la iglesia. Peggoty habia decidido que la ceremonia se celebraria de aquel modo, sin padrinos. El sacristan habia hecho las veces de padre. Peggoty se turbó un tanto cuando Mr. Barkis publicó bruscamente su matrimonio, y me estrechó en sus brazos con mayor ternura para probarme que siempre ocupaba el mismo puesto en su corazon ; sin embargo, recobró su calma de siempre y manifestó lo mucho que se alegraba que todo se hubiese terminado tan pronto.

Tomamos por un atajo y nos paramos en una venta donde se nos esperaba : nos sirvieron una comida excelente, y el dia se terminó alegremente. Peggoty estaba tan á sus anchas como si hubiera llevado diez años de casada; siempre la misma.

Antes del té nos llevó á Emilia y á mí á dar un paseo, dejando á Mr. Barkis que fumase su pipa filosóficamente y contemplase su felicidad. Hay que advertir que el matrimonio no le quitó el apetito, pues, aun cuando comió perfectamente, pidió una loncha de jamon para cenar, y la mojó con varias tazas de té.

¡Qué boda tan singular! Mil veces he pensado mas tarde en la inocente originalidad de nuestra partida de campo. A la caida de la tarde subimos al coche, y durante el trayecto admiramos la bóveda celeste cuajada de estrellas. Como en Salem-House habia recibido algunas lecciones de astronomía elemental, hice alarde de mis conocimientos de colegial. Hasta el mismo Mr. Barkis me escuchaba entusiasmado, y tal era su atencion y el orgullo que me causaba, que sentí en el alma que mis conocimientos no fueran mas latos. ¡Ah! ¿por qué no estaba tan versado en astrología como en las novelas? No obstante, Mr. Barkis seguia atónito ante tanta ciencia. Como en aquella época el prodigio á la moda era el trágico de doce años que representaba el repertorio de Shakspeare en los principales teatros, Mr. Barkis dijo á su mujer señalándome :

— Es un pequeño Roscius.

Así que hube agotado el tema de las estrellas, ó mejor dicho la admiracion de Mr. Barkis, Emilia y yo hicimos una capa de una lona vieja encerada, y nos resguardamos debajo durante el resto del camino. ¡Qué felicidad el pensar que dos corazones tan inocentes como el de Emilia y el mio habian asistido á la boda de Peggoty! Grato me es pensar que los amores y las gracias de mi sueño formaban el invencible cortejo de aquel sencillo himeneo.

Regresamos al barco antes de las nueve de la noche. Mr. Barkis y su esposa se dejaron ver un momento, retirándose en seguida al domicilio conyugal.

Sentí por primera vez que habia perdido á Peggoty : se me figura que aquella noche me hubiera hallado muy triste bajo cualquier otro techo que el que protegia á mi querida Emilia.

Mr. Daniel y Cham adivinaron mi secreto pensamiento y trataron de distraerme con sus solicitudes y cuidados : sirvieron el té; Emilia acudió á sentarse á mi lado en el escaño de que nos habiamos servido la primera vez, cosa que hasta entonces no habia hecho. Acepté con alma y vida todos aquellos consuelos.

Era una noche de marea. Daniel Peggoty y Cham salieron á la pesca. Enorgullecíme no poco creyéndome el protector de Emilia y de mistress Gummidge en la casa solitaria. ¡Ah! ¿por qué no vino á atacarnos un leon, una serpiente ó cualquier otro monstruo menos terrible, para que yo me hubiese cubierto de gloria? Como ningun ser de esa especie se aventuró aquella noche en la playa de Yarmouth, preciso me fué contentarme con combatir en sueños con los dragones hasta la mañana siguiente.

Pero lo que habia visto, ¿era un sueño o una realidad? Mr. Barkis existia ó era un personaje imaginario? Hubiera podido pensarlo al despertarme al oir que Peggoty me llamaba como de costumbre.

Despues de almorzar me llevo á su casa, que era muy bonita. Entre todos los muebles, el que llamó mas mi atencion y me maravilló, fué un escritorio antiguo, de madera negra, que estaba en la sala pequeña, pues la cocina hacia las veces de sala principal. El escritorio se abria por la parte de arriba y formaba un pupitre, dejando ver en el fondo una magnifica edicion en 4º del Libro de los mártires, de Fox, volúmen del que no recuerdo una palabra por mas que lo haya leido despues muchas veces. Creo, sobre todo, que las estampas me edificaban : representaban toda clase de negros horrores. Sea como quiera, no puedo separar el Libro de los mártires del recuerdo de la casa de Peggoty.

Despedíme aquel dia de toda la familia de Daniel Peggoty, para ir á instalarme en un cuartito, que debia ser siempre el mio, en casa de Mr. Barkis. Así lo dijo Peggoty, mostrándome encima de una mesita, á la cabecera de la cama, el famoso libro de los cocodrilos.

— Jóven ó viejo, mi querido David, mientras viva, mientras posea estas cuatro tejas, hallareis este cuarto á vuestra disposicion. Yo me encargo de tener cuidado de él, como lo tenia del que habitabais en Blunderstone, hijo mio. Aun cuando os fueseis á la China, os esperará á vuestro regreso, estad seguro.

¡Excelente criatura! ¡Nunca me cansaré de contar las pruebas de su perenne afeccion! Pero ¡ay! preciso era darle el adios y tomar el camino de Blunderstone.

Quiso acompañarme en persona, con Mr. Barkis, y darme un último abrazo en la verja del parque. ¡Cruel separacion! Fácil será comprender lo que sentí al ver que se alejaba el carricoche, llevándose á Peggoty y dejándome solo debajo de los grandes álamos : ya no debia hallar una casa amiga que me recibiese, ni una persona que me amase.

Ya estaba de vuelta : entonces fué cuando me ví tan abandonado, que no puedo recordarlo sin tener compasion de mí mismo; mi aislamiento fué horrible; ni un compañero de mi misma edad para jugar un momento, para cambiar una palabra; mis lúgubres reflexiones fueron mis únicos compañeros... Aquel recuerdo viene á entristecer aun hoy la página que escribo.

¡Cuánto no hubiese dado porque se me enviara á la mas severa escuela... donde hubiera podido aprender algo! Semejante esperanza me estaba prohibida. Me detestaban, apenas me miraban, ó si lo hacian era con ojos que me llenaban de espanto. Se me figura que Mr. Murdstone no estaba del todo bien en sus negocios; pero á ser millonario, no por eso me hubiese querido mas; se me figura que le estorbaba mi presencia, pues le recordaba que tenia ciertos deberes que cumplir conmigo... y se salió con la suya.

No me maltrataban, ni pegaban, ni tampoco me privaban de comer; pero era la víctima de un frio y sistemático abandono. ¿Qué hubieran hecho conmigo si hubiese caido enfermo? Puede casi asegurarse que me habrian abandonado en mi cuarto y habria muerto por falta de cuidados.

Cuando Mr. y mistress Murdstone vivian en casa comia con ellos, y solo, cuando se ausentaban. Verdad es que tenia libertad para pasearme por todas partes, á condicion que evitase las personas que pudieran interesarse por mí... Temian sin duda que me quejase, y que el recuerdo de mi madre ó de mi padre no me diese un protector, por lo cual aceptaba muy raramente las invitaciones que asiduamente me hacia Mr. Chillip. Sin embargo, de cuando en cuando pasaba alguna tarde en su gabinete de cirujía, leyendo allí, como en todas partes, pues afortunadamente habia conservado la pasion por los libros : cuando no leia trataba de ser útil majando algunas drogas en un mortero, bajo la direccion del buen Esculapio.

Como el odio que habian mostrado á Peggoty desde un principio continuaba, rara vez me dejaban ir á verla. Fiel á su promesa, ella venia á verme ó me encontraba en algun lado todas las semanas, y nunca con las manos vacias.

Despues de negarse y regañar, acabaron por dejarme ir á pasar algunos dias á Yarmouth, aunque de tarde en tarde. Allí supe el defecto de Mr. Barkis : era un poco avaro, ó un poco roñoso, como decia Peggoty, que, á fuer de esposa respetuosa, no hubiese querido emplear la primera palabra al hablar de su marido.

A Mr. Barkis le gustaba ahorrar : reunia su pacotilla en un cofre colocado debajo de su cama, y que, segun él, contenia harapos. Para sustraer de aquel cofrecillo el dinero necesario para el gasto de la semana, Peggoty estaba reducida á una porcion de artificios y escaramuzas.

Ya he dicho que habia conservado mi pasion á la lectura : hubiera sido completamente desgraciado sin la biblioteca de mi padre. Los libros, mis fieles amigos, me hallaron fieles como ellos. Los leia y releia siempre con un nuevo placer.

Por fin, un episodio vino á variar aquella monótona existencia. Estaba destinado á una nueva prueba, y hé aquí cómo se presentó:

Fuíme una mañana á soñar tranquilamente, segun costumbre : volvia poco á poco de mi solitaria escursion, cuando al revolver una de las callejuelas de Blunderstone, hallé á Mr. Murdstone, en compañía de otro caballero.

— ¡Ah! es Brooks.

— Dispensad, caballero, respondí, soy David Copperfield.

— No tal, replicó él; sois Brooks, Brooks de Sheffield. Ese es vuestro nombre.

Creo que el lector recordará el paseo que dí un dia con Mr. Murdstone por Lowestoft, el encuentro con sus dos amigos y el nombre que me pusieron para poder hablar de mi á su antojo y reirse de mi inocencia.

Miré atentamente á aquel señor que persistia en llamarme Brooks, y reconocí á Mr. Quinion.

— ¿Qué tal estais, Brooks? ¿en qué colegio os hallais? me preguntó Mr. Quinion, apoyando la mano en mi hombro para que me detuviera y haciéndome dar vueltas como un trompo. No sabia qué responder, y mis ojos interrogaron tímidamente los de Mr. Murdstone, que contestó por mí:

— Por el momento está en casa : no va á ningun colegio. No sé qué hacer con él; es una cosa tan difícil...

Y acompañó sus palabras de una mirada tan severa que me dió miedo: luego separó su vista de mí y arrugó el entrecejo para demostrar su aversion.

Traté de librarme de la mano que pesaba siempre sobre mi hombro; pero Mr. Quinion hubiera querido prolongar la entrevista.

— Supongo que continuais siendo tan inteligente como en otro tiempo, me dijo.

— Sí, sí, no tiene nada de tonto, respondió Mr. Murdstone con impaciencia : mejor hariais en dejarle marchar; no creais que os agradezca el que le detengais.

A esta insinuacion, Mr. Quinion me soltó y yo me eché á correr en direccion á la casa : antes de tomar la callejuela que conducia á la verja del jardin me detuve, y al volver la cabeza ví á Mr. Murdstone apoyado en la puerta del cementerio,
— Supongo que sabreis, David, que no soy rico.

mientras escuchaba á Mr. Quinion. Siguióme con la vista y comprendí que hablaban de mí.

Mr. Quinion durmió aquel dia en Blunderstone, y á la mañana siguiente almorzó con nosotros. Así que se acabó el desayuno retiré mi silla para alejarme, pero Mr. Murdstone me llamó. Sentóse al lado de una mesita, en la que su hermana se instaló al mismo tiempo y se puso á escribir. Mr. Quinion, con las manos en los bolsillos, miraba por la ventana, y yo examinaba á los tres.

— David, me dijo Mr. Murdstone con gravedad, la inaccion es perjudicial para la juventud, que no debe pasar el tiempo mostrándose mohina...

— Como vos, por ejemplo, añadió su hermana.

— Juana Murdstone, haced el favor de dejarme hablar solo. Prosigo, pues, David : la inaccion es sumamente perjudicial para la juventud, y no debe pasar su tiempo como vos, que necesitais de una gran sujecion y á quien el mayor servicio que puede hacerse es acostumbrarle al trabajo; así, pues, es preciso domaros y corregiros, David....

— Pues la obstinacion no sirve de nada aquí, añadió su hermana. Este niño necesita que se le tenga muy sujeto, y se le tendrá, sí señor.

Mr. Murdstone, al oir que le interrumpian de nuevo, miró á su hermana con un aire de aprobacion y censura á la vez; en seguida continuó :

— Supongo que sabreis, David, que no soy rico. Si no lo sabiais, ya estais enterado. Habeis recibido cierta dosis de educacion; esta cuesta un dineral; pero aun cuando no fuera tan gravosa, mi opinion es que no seria ventajoso para vos volver á un colegio. ¿Qué perspectiva se presenta ante vuestros ojos? La lucha con la sociedad : en ese caso, lo mejor es que empiece cuanto antes.

Se me figura que la lucha habia ya empezado en mi respectiva escala : á pesar de ser una criatura, me asaltó esta reflexion durante aquel diálogo.

— ¿Habeis oido hablar por casualidad de la factoria? dijo Mr. Murdstone.

— ¿De la factoria? repetí yo.

— Sí, de la factoria de Murdstone y Grinby, para el comercio de vinos?

Debíle parecer mal informado respecto al particular, pues añadió:

— Habeis debido oir mentar lo que os digo, ó al menos la razon social, las bodegas ó algo parecido.

— Creo que sí, señor, repliqué; algo he oido de eso; — y efectivamente tenia entendido, aunque vagamente, que Mr. Murdstone y su hermana tenian cierta participacion en no sé qué negocio. — Sí, lo he oido, pero no recuerdo cuándo.

— Eso importa poco, replicó; Mr. Quinion dirige la casa.

Miré con cierta deferencia á Mr. Quinion, que continuaba asomado á la ventana.

— Mr. Quinion, dijo Mr. Murdstone, me ha participado que en la casa hay empleados otros jóvenes de vuestra edad, y que bien podeis entrar bajo las mismas condiciones que los otros.

— Si no hay otra perspectiva que esa, observó Mr. Quinion en voz baja, volviéndose hácia nosotros.

Un gesto de impaciencia fué la única respuesta que dió Mr. Murdstone á semejante interrupcion; luego continuó así el hilo de su discurso :

— Las condiciones se reducen á que ganareis lo bastante para manteneros como querais y guardar el resto para vuestros otros gastos. Yo me encargo y me ocupo ya de vuestro alojamiento, lo mismo que de la ropa limpia...

— Yo arreglaré esos gastos, dijo la hermana.

— Tambien nos encargaremos de vestiros, pues por el pronto no podeis ganar lo suficiente para eso. Así, pues, David, vais á marchar á Londres con Mr. Quinion, para debutar allí en la vida práctica.

— En resúmen, dijo la hermana queriendo simplificar el resúmen, ya se os han dado los medios necesarios para vivir; os toca cumplir con vuestro deber.

Por mas que comprendí que aquello era una manera de desembarazarse de mí, no recuerdo á punto fijo si me alegré ó no. Probablemente tuve que luchar con la confusion de mis ideas, sin poder fijarme positivamente en ninguna, pues, teniendo que salir al dia siguiente con Mr. Quinion, me faltaba el tiempo para ello.

Héme, lector amigo, á la mañana siguiente, con un sombrero gris bastante usado y con un crespon negro, con una chaqueta negra y un pantalon de terciopelo á rayas que segun miss Murdstone era la mejor armadura para proteger las piernas en la batalla de la vida : así iba vestido, llevando todo cuanto poseia en el mundo en un baul pequeño. ¡Pobre niño aislado! — como hubiera podido decir la llorona mistress Gummidge; — instaléme en la silla de posta de alquiler que debia conducir á Mr. Quinion hasta Yarmouth, donde tomariamos la diligencia de Londres. Adios, querida casa, adios iglesia que os veo en lontananza. Por mas que vuelvo la cabeza, no distingo ni la tumba, ni el ciprés, ni aun siquiera la veleta del campanario...