David Copperfield (1871)/Primera parte/II

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
II
OBSERVO.

Mi madre y Peggoty son para mí los dos primeros seres que recuerda mi memoria en este cuadro retrospectivo; mi madre con sus hermosos cabellos y su esbelto talle; Peggoty que no tenia talle de ninguna clase, pero que poseia unos grandes ojos negros, unos mofletes muy colorados y unos brazos mas colorados aun. A veces me extraña cómo los pájaros no acuden á picotearlos con preferencia á las manzanas.

Se me figura estar viendo muy cerca de mí aquellas dos criaturas, bien agachándose para que pudiera solito echarme en sus brazos, ó poniéndose de rodillas mientras que yo iba de una a otra. Aun creo sentir la impresion de la mano que me alargaba Peggoty, aquella mano que la costura habia vuelto mas áspera que una lima.

Quizás sea un capricho de mi imaginacion al pensar que nuestra memoria puede ir mas allá de lo que se cree generalmente en lo pasado, así como tambien pienso que muchos niños está dotados de una facultad de observacion extraordinaria. Es mas; no se debe decir que la mayor parte de los hombres, que son notables respecto á este particular, han adquirido este don; antes por el contrario estarian mas bien dispuestos á perderlo, con tanta mas razon cuanto que estos mismos hombres conservan cierta lucidez de ideas y cierta predisposicion á ser felices, que es otra de las herencias de su infancia.

En todo caso, al juzgar por mí á los demas, lo hago por haber sido cuando niño sumamente observador, y hoy que soy hombre, recuerdo perfectamente mi vida de la infancia.

Veamos de qué mas me acuerdo. De mi casa con todos sus escondites. En el piso bajo se halla la cocina, cuya puerta da á un patio; en medio de este patio un palomar sin palomas; en un rincon la caseta del perro, por supuesto sin inquilino; ademas una porcion de aves de tamaño respetable, yendo y viniendo con aire fosco y amenazador, sobre todo un gallo subido en un madero que parecia fijar toda su atencion en mí cada vez que miraba á través de la ventana, — cosa que aun me hace temblar, pues el tal gallo no era nada bueno. — Unos cuantos pavos que caminaban con su aire derrengado y me perseguian alargando el pescuezo; ¡por de noche sueño con ellos, como el domador de fieras sueña con sus leones!

Hé aquí un pasillo tan largo que á mí se me figura que no tiene fin, y que va de la cocina á la puerta de la calle : en este corredor hay un cuarto oscuro que sirve para guardar trastos viejos ; así que es de noche paso muy de prisa por delante del tal cuarto, pues no sé á ciencia cierta lo que hay entre los viejos toneles y las cajas de té, á pesar que exhala un olor de jabon, pimienta, velas de sebo y café. Tambien hay dos salas, una de ellas pequeña, donde solemos pasar las veladas mi madre, Peggoty y yo, pues bueno es decir que Peggoty forma nuestra tertulia así que ha acabado sus quehaceres y se marcha todo el mundo; en seguida viene la sala principal, en la cual recibimos los do-
Me reuno en la huerta con mi mamá.
mingos. Aunque esta habitacion es mayor que la otra, no es tan cómoda, y para mi reina en ella una especie de lúgubre tristeza, pues Peggoty me ha contado que cuando los funerales de mi padre se vió llena con tanta gente como vino, vestida de luto, para acompañar su ataud.

Tambien en esta sala, cierto domingo por la noche, mi madre nos leia, á Peggoty y á mi, la resurreccion de Lázaro entre los muertos : me asusté tanto, que al cabo de algunas horas se vieron obligadas á sacarme de la cama y enseñarme desde la ventana el cementerio con todos sus muertos acostados tranquilamente en sus tumbas iluminadas majestuosamente por la luna.

No conozco nada tan verde como el cesped de este cementerio, ni arboledas mas sombrías que las suyas, ni calma igual á la de las losas de los túmulos. Allí se apacenta el ganado, y cuando por la mañanita me pongo de rodillas en mi cama para ver los corderos, distingo el primer rayo de sol que proyecta su reflejo en la esfera solar y me pregunto :

— ¿Estará alegre la esfera cuando marca aun las horas?

Mas allá se encuentra el banco de la iglesia, un banco con un respaldo alto, colocado junto á una de las ventanas bajas, desde donde se puede ver nuestra casa durante el servicio, lo cual explica la costumbre de Peggoty que miraba frecuentemente hácia aquel lado para cerciorarse de que no hay ladrones ni fuego. Pero aun cuando ella mira á uno y otro lado, se enfada si yo vuelvo la cabeza y me hace señas para que no separe la vista del ministro que oficia. No puedo mirarle continuamente porque le conozco bastante con sobrepelliz ó sin ella, y de cuando en cuando me echa unas miradas.... Miro á mi madre, que hace como que no me ve, luego á un chiquillo que me hace una mueca; al otro lado del pórtico veo un carnero que parece querer entrar en la iglesia y me siento dispuesto á gritarle que se vaya, pero ¿qué seria de mí si tal hiciere? Contemplo el mausoleo de un rico hacendado de la parroquia, y al lado del monumento al doctor Chillip, sentado en un banco, reprochándose quizás el haber llegado demasiado tarde al último ataque de apoplegía de tan importante enfermo. Un poco mas lejos está el púlpito : ¡allí sí que podria jugarse bien! ¡qué gozo si yo me viera en aquella fortaleza y viniera uno de mis compañeros á ponerme sitio! ¡le tiraria el cojin de terciopelo del predicador! Insensiblemente, á fuerza de mirar, ciérranse mis ojos, y mis oidos no oyen á fuerza de hacer como que escucho al ministro que canta un salmo con voz desafinada de bajo profundo; me quedo dormido, me caigo del banco metiendo un estrépito infernal, y Peggoty me levanta del suelo mas muerto que vivo.

Ahora veo la fachada de nuestra casa y las ventanas rodeadas de un enrejado de madera; distingo el parterre, el cesped y los altos álamos con sus nidos de cornejas; atravieso el pasillo y la cocina; me reuno en la huerta con mi mamá, y mientras coge la fruta madura de la empalizada, robo á hurtadillas alguna que otra grosella... En el invierno jugamos en la sala mas pequeña : cuando mi madre se cansa se sienta en la butaca; algunas veces se dirige al espejo, ensortija en los dedos los rizos de su hermosa cabellera, se ajusta su esbelto talle, y bien sé que no la enfada el hallarse siempre bonita.

Añadiré á estas primeras impresiones el sentimiento de un verdadero ascendiente que Peggoty ejercia sobre mi madre y sobre mí : la consultábamos á propósito de todo, y hasta le teníamos cierto miedo.

Un dia Peggoty y yo nos hallábamos sentados los dos al lado de la lumbre, pues mi madre habia ido de visita á casa de una vecina. Leíale un capítulo sobre los cocodrilos, y un poco por falta del lector y otro poco por falta de inteligencia, seguro estoy de que Peggoty no podia decir á punto fijo si el cocodrilo era un animal ó una legumbre extraordinaria, cuando en esto se apoderó de mí el sueño, pero no queria acostarme por nada de este mundo. Traté de resistir al sueño mirando fijamente á Peggoty, cuyo talle tomaba cada vez á mis ojos mayores proporciones y se me presentaba como un verdadero gigante. Me froté los ojos, y apenas si podia abrir los párpados, no perdiendo de vista ni mi criada, ni el cabo de cera que el hilo llenaba de surcos, ni su cinta para medir, ni su cesta de costura en cuya tapa habia dibujada la caledral de San Pablo con su cúpula enearnada, ni el dedal de cobre que la resguardaba de las picaduras de la aguja; pero sentí que para no sucumbir necesitaba un nuevo esfuerzo, y dirigí bruscamente á Peggoty esta singular pregunta:

— Peggoty, habeis estado casada alguna vez?

— ¡Dios de mi vida! ¿Dime quién diablos te ha hablado de casamiento?

Peggoty se estremeció de tal modo, que yo me desperté del todo. Dejó de coser y me miró sin soltar la aguja de su mano.

— ¿Habeis estado casada alguna vez? repetí. Sois una guapa chica, ¿no es esto? A decir verdad, se me figuraba que era guapa, de una belleza diferente á la de mi madre, pero en su género no habia nada que pedir. Su encendido cútis me parecia tan brillante como el fondo de un taburete de terciopelo encarnado en que mi madre habia bordado unas flores; tal vez era un poco mas suave el tacto, pero esta era su única diferencia.

— ¡Con que soy hermosa! dijo Peggoty. ¡Oh! no, hijo mio. ¿Pero quién diablos te ha hablado de casamientos?

— No sé, repliqué; dime si se puede casar uno con varias personas á un mismo tiempo.

— No tal, respondió Peggoty sin vacilar.

— Pero cuando se ha muerto la persona con quien uno se ha casado, ¿puede el que sobrevive casarse otra vez?

— SE PUEDE si se quiere, replicó la jóven; eso depende de la opinion de cada uno.

— ¿Y cual es vuestra opinion ? añadí con tanta mayor curiosidad cuanto que ella me examinaba con gran atencion.

Peggoty dejó de fijar sus negros ojos en los mios, púsose á coser y exclamó despues de titubear un poco :

— Todo lo que puedo decir es que nunca he estado casada y que jamas me casaré. Esa es mi opinion.

— Veo que estais de mal humor, Peggoly, le dije y guardé silencio, creyendo en efecto que la habia contrariado; pero me engañaba, porque durante algunos minutos trató de trabajar y no consiguiéndolo, abrió de repente sus brazos, y me atrajo á ellos, besando repetidas veces mi rizada cabellera. Apercibíme de la energía de sus caricias al ver que saltaban dos botones de su vestido; pues como no habia hueco por ningun lado, cualquier ejercicio le exponia á semejante inconveniente.

— Vamos, exclamó, ¡sigamos la historia de los crocrodilos!

No pude comprender por qué Peggoty mostraba tanta turbacion y deseaba volver á los crocrodilos, segun ella los llamaba. No obstante, seguimos leyendo la historia de estos monstruos, ó mejor dicho vivimos en su compañía por espacio de media hora : dejamos sus huevos en la arena para que el sol pudiera empollarlos; nos vimos perseguidos por el padre y la madre, cuya cólera burlamos dando vueltas, cosa que no podian hacer como nosotros á causa de la pesadez de sus movimientos; en seguida les perseguimos á nuestra vez en el agua con los cazadores indígenas; les introducimos aguzados pinchos en la boca... En una palabra, no tardamos en aprender de memoria toda la historia de los cocodrilos, al menos yo, pues en cuanto á Peggoty se me figuraba que por momentos padecia algunas distracciones y se picaba los dedos con la aguja.

Ibamos á continuar nuestra lectura cuando llamaron á la puerta : fuimos á abrir; la que llegaba era mi madre y venia acompañada de un caballero de patillas negras, que reconocí por habernos acompañado ya el domingo anterior desde la iglesia hasta nuestra casa.

Cuando mi mamá en el dintel de la puerta me cogió en sus brazos y me besó, el caballero dijo que yo era mas feliz por mi privilegio que un monarca... ó una cosa parecida, pues debo confesar que á mi memoria viene á ayudar mi experiencia subsiguiente. Quiso por su parte acariciarme por encima del hombro de mi madre, pero maldita la simpatía que sentí hácia él y por su áspera voz : tuve celos al notar que su mano rozaba á mi madre, y la separé cuanto me fué posible.

— ¡Cómo se entiende, David! dijo mi madre con aire de reproche.

— ¡Querido niño! exclamó el caballero; no puedo enojarme de su celo filial.

Jamás habia visto un carmin tan subido en las mejillas de mi madre. Riñóme cariñosamente, y al mismo tiempo que me estrechaba contra su corazon, dió las gracias á aquel señor por la molestia de haberla acompañado.

— Es preciso que nos demos las buenas noches, hijo mio, dijo el caballero, que á su vez cogió la mano de mi madre y besó el guante que la cubria... yo lo ví.

— Buenas noches, le respondí.

— Vamos, seamos buenos amigos, repitió el caballero riendo; ¡venga la mano!

Yo tenia mi mano derecha entre las manos de mi madre, así fué que le alargué la otra.

— No es esta la buena, David, observó el caballero, sin dejar de reir.

Mi madre quiso hacerme dar la mano derecha; pero como me hallaba bien decidido á no dar sino la izquierda, el caballero acabó por estrecharla cordialmente; en seguida repitió que yo era una criatura excelente y se retiró.

Ví que revolvia la última avenida del jardin y que nos enviaba una mirada de despedida con sus negros ojos de mal agüero.

La puerta una vez cerrada, Peggoty, que no habia hablado ni una sola palabra, sujetó el barrote de hierro, y los tres entramos en el salon. Allí, contra su costumbre, mi madre, en vez de sentarse en su butaca, al lado de la lumbre, permaneció al otro extremo de la habitacion, instalándose en una silla y tarareando.

Mientras que hacia gorgoritos, empezé á dormirme, pero mi sueño fué bastante ligero para poder oir á Peggoty que, de pié é inmóvil en medio del salon, con un candelero en la mano, decia á mi madre :

— ¿Os habeis divertido esta noche, señora?

— Sí, gracias, Peggoty, bastante.

— Me aventuro á añadir que habeis pasado una soirée que no hubiera complacido mucho á M. Copperfield.

— ¡Dios mio! exclamó mi madre, me volvereis loca! no hay una mujer en el mundo que se vea peor tratada por su criada que yo!... No ceso de preguntarme si soy una chiquilla ó una mujer viuda.

— Nadie ignora que habeis sido casada, señora, replicó Peggoty.

— En ese caso, cómo os atreveis... ó mejor dicho ¿cómo teneis valor para hacerme tan desgraciada y atormentarme así... cuando sabeis que no tengo ni una sola amiga?

— Razon de mas para ser mas precavida, dijo Peggoty.


Saludó á mi madre.

— ¿Puedo impedir, añadió mi madre, que sean finos y atentos conmigo? ¿Es preciso que me cambie, que me escalde el rostro? Cualquiera diria que no deseabais otra cosa, añadió mi madre rompiendo á llorar y yendo á sentarse en la butaca para acariciarme... ¡Ah! ¡mi querido David!... ¡pobre hijo mio! ¡Tambien sereis capaz de decir que no quiero este tesoro... cuando no hay criatura en el mundo mas amada!

— Nadie ha dicho tal cosa, señora, exclamó Peggoty empezando á conmoverse.

— Lo habeis dicho, ó á lo menos esa ha sido vuestra intencion, prosiguió mi madre sin dejar de llorar; pero mi hijo sabe que le quiero... David, responde, ¿soy una mala madre? me preguntó al ver que sus caricias me habian despertado. Habla, hijo mio, soy una madre egoista y cruel?

A esto los tres nos pusimos á sollozar, yo mucho mas fuerte que mi madre y Peggoty, aunque estoy seguro que nuestras lágrimas eran igualmente sinceras. Así que hubimos llorado lo bastante, nos fuimos á acostar; no bien me habia dormido cuando mis sollozos volvieron a despertarme, y ví á mi madre sentada al lado de mi cama, me cogió en sus brazos, y aquella vez me dormí de veras hasta la mañana siguiente.

No puedo decir si fué el domingo siguiente ú otro que volví á ver al caballero de las patillas negras. No aseguro la exactitud de mis fechas, pero el caso es que todos los domingos le hallábamos en la iglesia y nos acompañaba á casa. Una vez nos hizo una visita bajo el pretesto de ver un geranio que estaba al balcon; se me figuró que no reparaba mucho en el geranio, pero antes de irse suplicó á mi madre que le diera una matita. Respondióle que podia cogerla él mismo, á lo cual se negó, insistiendo para que se la diese de su mano. Mi madre accedió y el caballero dijo que la conservaria eternamente; lo cual me hizo sospechar que no eran grandes sus conocimientos, puesto que ignoraba que la flor, separada de su tallo, se marchitaria al cabo de uno ó dos dias.

Peggoty no pasaba con tanta frecuencia las noches en nuestra compañía. Mi madre la miraba con gran deferencia, aun mas que antes, segun noté, y los tres continuábamos siendo los mejores amigos del mundo. Sin embargo, existia cierta diferencia, una especie de cortedad indefinible. Algunas veces Peggoty parecia que reprochaba á mi madre el que se pusiese todos los lindos trages que llenaban sus armarios, ó el que fuese de visita con frecuencia á casa de la vecina; pero todo esto me lo explicaba yo imperfectamente.

Poco á poco me acostumbré á ver al caballero de las patillas negras, sin quererle por eso mas, sin dejar de tener los mismos celos; pero no me sabia dar cuenta de aquellos sentimientos puramente instintivos. Aquello sobrepasaba á mi razonamiento de niño.

Una hermosísima mañana de otoño me hallaba en nuestro parterre con mi madre cuando M. Murdstone, — este era su nombre, — llegó á caballo. Saludó á mi madre, díjole que se dirigia á Lowestoft á ver unos amigos que le esperaban con su yacht[1], y propuso llevarme si aquel paseo podia ser de mi agrado.

El aire era tan suave y el caballo piafaba tan noblemente á la puerta del jardin, que me dejé seducir. Fuí en busca de Peggoty para que me vistiera. Entretanto M. Murdstone echó pié á tierra, se echó las riendas al brazo, y siguió la empalizada que mi madre, para hacerle compañía, seguia tambien por la parte de adentro. Me acuerdo que Peggoty y yo mirábamos de cuando en cuando por la ventana, y los dos que se paseaban parecian examinar el espino de muy cerca. De repente, Peggoty, que estaba de muy buen humor, experimentó cierta contrariedad y me peinó con fuerza, cosa que me obligó á hacer un gesto.

M. Murdstone y yo no tardamos en alejarnos, trotando por la carretera. Me llevaba delante de su silla, cogido con uno de sus brazos, y no podia menos de volver de cuando en cuando la cabeza para mirar su rostro. Tenia esa especie de ojos negros de abismo... (no conozco otra expresion que pueda definir un ojo cuya profundidad es impenetrable) que, en una ligera distraccion parecen de repente velarse ó apagarse. Examiné aquella cara con cierto espanto, y me pregunté qué seria lo que así preocupaba su imaginacion. No dejé de admirar sus negras patillas y su bien afeitada barba que no mostraba sino los puntos negros que tan bien imitan la barba en una figura de cera. Sus arqueadas cejas y la pureza de su tez, — ¡malhaya su tez y su memoria! — me le hacian aparecer guapo, á pesar de mis presentimientos. No dudo que mi madre fuese de mi misma opinion.

Nos apeamos en una casa á orillas del mar, y hallamos dos señores fumando cigarros tranquilamente. Vestian una ancha blusa de marinero, y en un rincon se veian unos capotes, envueltos juntamente con una bandera.

— ¡Ola! Murdstone, dijeron, os dábamos por muerto.

— Aun vivo, respondió Murdstone.

— ¿Y quién es este chiquitin? preguntó uno de ellos cogiéndome en brazos.

— Es David, replicó Murdstone.

— ¡David! Y quién es ese David, preguntó mi interlocutor, ¿David Jones?

— David Copperfield.

— ¡Cómo! ¿el embeleco de la seductora mistress Copperfield, de la encantadora viuda?

— Quinion, mucho cuidado con lo que decís, exclamó Murdstone, que hay oidos taimados.

— ¿Dónde? preguntó riendo el interlocutor.

Deseando saber á quién se aludia, me apresuré á alzar la vista.

— Aludo á Brooks de Sheffield, dijo M. Murdstone.

Alegréme que aludiera al tal Brooks, pues al principio creí que se trataba de mí.

Debia existir algo de muy cómico en la reputacion de Brooks de Sheffield, segun las carcajadas de aquellos tres señores al escuchar su nombre; el llamado Quinion dijo:

— ¿Qué opina Brooks respecto al proyectado negocio?

— Ignoro si aun lo sabe; pero en el fondo no es muy favorable á la cosa, segun creo.

Al oir estas palabras redoblaron las carcajadas, y Quinion añadió que iba á llamar para que trajeran una botella de Jerez para beber á la salud de Brooks; hízolo así, y en seguida que sirvieron el vino se empeñó en darme un vaso con un bizcocho para que trincara con ellos á la confusion de Brooks de Sheffield.

Acogióse el tal brindis con sonoras carcajadas que excitaron mi hilaridad, y tanto yo como los otros mostramos gran alegría.

Fuimos en seguida á dar un paseo por los pericuetos, bajamos al poco rato y fuí confiado á un marinero que me enseñó la embarcacion bien y perfectamente. En la chaqueta del marinero habia escrito con gruesos caracteres la palabra Alondra, nombre que al principio creí era el suyo, porque como vivia á bordo no tenia ninguna puerta en que escribirlo, como los propietarios de casas en Inglaterra, pero me dijo que aquel nombre era el del yacht.

Durante todo el dia reparé que Mr. Murdstone era mas formal y sério que sus dos amigos, con quienes se encerró por algun tiempo en el camarote del barco. La verdad es que los otros dos estaban sumamente alegres, complaciéndose sobre todo en reirse cuando se dirigian á Mr. Murdstone; aun una vez Mr. Pasnidge y Mr. Quinion se guiñaron el ojo al mirar á Mr. Murdstone, como si hubieran querido burlarse de su aire formal y reservado. Con efecto, Mr. Murdstone solo se rió de buena gana una vez, con motivo de la pulla que él mismo habia lanzado contra Brooks de Sheffield.

Regresamos temprano : mi madre volvió á trabar conversacion con Mr. Murdstone á lo largo de la empalizada; en seguida, así que se marchó, preguntóme que habia hecho. Contéle todo, y mamá se rió al oir que la habian llamado encantadora viuda y seductora mistress Copperfield, sin dejar por eso de decir que aquellos caballeros habian estado un poco ligeros; á mí se me figuró que á pesar de su reflexion estaba encantada de la lisonja. A mi vez le pregunté quién podria ser Brooks de Sheffield. No le conocia mi madre, y supuso que seria algun fabricante de hierro que habitaria aquella ciudad manufacturera.

Unos dos meses despues de esto, poco mas ó menos, Peggoty me dirigió una cuestion aventurada que voy á dar á conocer á mis lectores.

Nos hallábamos sentados ella y yo en la sala; mi madre habia salido, como le sucedia cada vez con mas frecuencia, y nos veíamos reducidos á la costura de Peggoty y al libro de los cocodrilos, cuando despues de abrir la boca varias veces sin acertar á hablar, la pobre chica me dijo al fin con un tono cariñoso :

— David, querriais venir á pasar quince dias conmigo en casa de mi hermano, en Yarmouth? Veriais cómo os divertiais.

— ¿Es agradable vuestro hermano? la pregunté.

— ¡Oh! ¡ya lo creo! exclamó Peggoty juntando las manos; ademas allí hay una playa, barcos, pescadores y mi sobrino Cham que jugará con vos.

Tan larga lista de placeres en perspectiva me sedujo.

— Pero ¿qué dirá mi madre? pregunté.

— Apostaria, replicó Peggoty fijando en mí una mirada escudriñadora, que os dejará venir. Así que vuelva le hablaré, si quereis.

— ¿Y qué va á hacer durante nuestra ausencia? me pregunté poniendo los codos en la mesa para argumentar; no puede vivir sola.

Peggoty hizo como que tenia un punto que coger en su media, y yo tuve que repetir la pregunta.

— ¡Ah! respondió al fin, precisamente debe pasar quince dias con mistress Grayper, ¿no lo sabíais? Mistress Grayper reunirá en su casa una escogida sociedad.

— Si es así, estoy dispuesto á partir, respondí, y ya empiezo á impacientarme de su tardanza, porque deseo saber cómo acogerá la proposicion.

Menos sorprendida de lo que me esperaba, mi madre no hizo ninguna objecion, y aquella misma noche quedó arreglado el viaje.

No tardó en llegar el dia de la marcha, momento esperado con una especie de fiebre, pues temia que algun terremoto ó cualquiera otra catástrofe viniera á echar por tierra todos mis proyectos.

— ¡Ah! cuando tenia tal prisa de alejarme de nuestra casa no sospechaba ni remotamente lo que pasaria allí en mi ausencia.

Recuerdo con placer cuando se detuvo el carricoche del ordinario delante de nuestra puerta; mi madre me besó cariñosamente antes de que yo subiera á él. Víla que nos seguia con sus miradas : de repente llegó Mr. Murdstone y se me figuró adivinar que la aconsejaba que no estuviese triste. Peggoty, que miraba como yo, participó de mi descontento por semejante intervencion, y lo noté perfectamente al volverse hácia mí con aire de despecho.

Permanecí un momento soñando sin apartar la vista de Peggoty, y diciéndome que si la jóven tenia la mision de extraviarme como el hijo del cuento de las hadas, podria encontrar otra vez mi camino, imitándole y dejando caer de trecho en trecho algunos botones.

  1. Yacht, embarcacion de recreo.