Cuestión personal (de «Mi última brega»)

Poesías sueltas
de José Zorrilla
Cuestión personal (de «Mi última brega»)

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He aquí lo que jamás
hasta después de morir
había pensado decir,
de mi sepulcro detrás.

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Elegir para nacer
no es dado tiempo ni estancia;
me cogió casi en la infancia
la revolución de ayer.

Sin su libertad de imprenta
y sus nuevas osadías,
ni a mí ni a mis poesías
nos tomara España en cuenta.

Broté de una sepultura
en mitad de un cementerio,
trayendo en mi alma un misterio
y en mi mente una locura.

La tradición de mi casa
era realista y levítica,
mi educación jesuítica,
pero mi audacia sin tasa.

Rompí, pues, todos los lazos
que me unían a los míos,
y con juveniles bríos
me arrojé del siglo en brazos;

pero conservé mi fe;
jamás renegué de Dios
por irme del siglo en pos,
ni eché ante él atrás mi pie:

y cuando en aquel afán
de arrasarlo todo a bulto,
estalló aquel gran tumulto
que parecía un volcán;

entre el cólera y la ira
de una plebe amotinada,
de aquella agua envenenada
por la imposible mentira:

cuando arrastrando a los frailes
se hizo oro de sus conventos,
y en sus naves y aposentos
se dieron cenas y bailes,

de aquella demencia extrema
sin villana cobardía,
yo hice a la Virgen María,
aunque no bueno, un poema.

Cuando a tierra los cañones
echaban los monasterios,
cantaba yo los misterios
de sus santas tradiciones.

Cuando todos se escondían
de la audaz persecución
de aquella revolución,
surgí en pro de los que huían:

y aquí y en toda región
decir sin jactancia puedo,
que canté con fe y sin miedo
mi PATRIA y mi RELIGIÓN.

Y si hasta hoy la verdad santa
exalté, porque hoy la toque,
no hay por qué nadie sofoque
la palabra en mi garganta:

pues para aquello y para esto
ayer y hoy se necesita
patriotismo y fe infinita
en un corazón bien puesto.

No imagino que por mí
patria y religión salváranse;
mas algo a que no borráranse
sus rastros contribuí.

Cuando en libertad completa
los fugitivos tornaron,
¿dónde su memoria hallaron?
En los versos del poeta.

¿Por qué tal brío y tal fe
y tales versos olvida
la gente que iba en huída
cuando yo a la lid? —No sé.

Tal vez porque no confundo
cosas que no son lo mismo:
la fe con el fanatismo
ni éste con el otro mundo.

Porque con juicio más sano
no quiero que el pueblo hispano,
de su fe con vilipendio,
con el cañón y el incendio
se eche a probar que es cristiano.

Yo creo en la redención
y en Cristo y en su doctrina,
y jamás su fe divina
se apagó en mi corazón.

Así creí mi misión
cumplir, sin miedo villano,
como bardo castellano
cantando la patria mía,
con mi fe y mi poesía
de español y de cristiano.

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Excusadme: ya está dicho:
jamás me llegó a ocurrir
que hubiera esto de decir
antes de estar ya en el nicho;

mas eso fuí y eso soy:
aborto de un cementerio
y del siglo en que aún estoy,
que tomo en bufo y en serio
lo de ayer y lo de hoy.

Yo soy un hombre de ayer
que voy de hoy con el progreso,
y que me afano por eso
lo pasado en remover,
lo roto en reconstruir,
lo caído en levantar,
lo enterrado en evocar
y lo muerto en revivir.

No porque esquivo al progreso
yo en el pasado me encierre,
sino porque no se entierre
lo que hundió su propio peso:

porque ¡pese al vulgo zafio!
la poesía divina
pone, en fosa o cenotafio,
a lo que muere, epitafio,
y el INRI a lo que mal fina.

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Y aquí surge una cuestión
para mí trascendental:
yo, poeta nacional,
de lo que fué mi nación,

¿resucito lo que fué
para que ya no sucumba,
o ponga sobre su tumba
el epitafio y el pie?

Yo, que vi mi poca ciencia
y mi instinto vagabundo,
nada hacer quise en el mundo
sin aptitud ni conciencia;

y como más no sabía
que hacer versos, no hice más
ni he aceptado jamás
posición de más valía.

No pudiendo, pues, ser nada,
porque yo para ser algo
más que poeta no valgo,
me volví a la edad pasada.

Yo consagré a España sola
entera mi poesía,
y no ha sido más la mía
que cristiana y española.

¿Me debe algo el hoy a mí
por mi ayer y mi actitud,
o hay que echarme al ataúd
con todo lo que escribí?

Yo no lo sé, ni me importa;
ya es muy tarde para echar
por otro rumbo y cambiar
de vida, que es ya tan corta.

Por eso, nocturno endriago,
en el silencio nocturno
solo, errante y taciturno,
entre las tinieblas vago.

Y hay quien de una oscura ruina
ver por la noche pretende
que una sombra se desprende
y que a mi lado camina;

y que aquella sombra extraña,
que no alza polvo ni ruido,
mientras y yo vago perdido
por la ciudad, me acompaña:

y damos vueltas sin fin
ella y yo por las esquinas
de las torres bizantinas
de la Antigua y San Martín;

y a través de su ventanas,
según el aire que corre,
se oyen doblar de la torre
en sordina las campanas:

y es que sus lenguas de hierro,
que anunciaron mi bautismo,
tendrán que llamar lo mismo
un día un otro a mi entierro;

y en mi doble funeral
se ensayan cuando yo paso,
y me avisan, por si acaso
lo olvidé, que soy mortal:

porque esa que me acompaña
sombra impalpable, es mi esencia,
mi luz, mi fe, mi creencia,
el guía que nunca engaña:
esa sombra es mi conciencia.

Con ella ando noche y día;
y sin pesar, sin encono,
rencor ni miedo, abandono
por ella la poesía.

Sombra que tras mí doquiera
por lo bajo, abrumadora,
va diciéndome severa:
«a casa ya, que ya es hora;
ya estamos mal de ella fuera».

Y de mi conciencia en pos
en mi casa me he escondido,
a vivir en el olvido
y a morir en paz con Dios.