Cuentos de un loco: 3

Capítulo III editar

De cómo aparece la aurora en el presente libro dando principio a un cuento maravilloso.


Iba el día a expirar. El sol poniente
cerraba el horizonte por ocaso
con cortinas de púrpura, y la luna
alzaba por Oriente en el espacio
su pálido fanal, tendiendo al aire
de su luz nacarina el velo blanco,
cual si del astro rey enamorada
siguiendo fuera el luminoso rastro.
Se anunciaba una noche deliciosa
de primavera; el aire embalsamado
con el aroma del enebro, henchía
el cansado pulmón de aliento sano.
Y la nocturna brisa por las ramas
invisible y balsámica pasando,
oreaba mi faz, dando a la atmósfera
lánguido son, y movimiento manso:
yo la aspiraba ansioso, el laberinto
de mis ideas recorrer dejando
al alma melancólica, y marchaba
con maese Ramón tras sus gitanos.
Cruzando así por páramos y dehesas,
de Castilla en el límite acampamos,
en la loma de un cerro, ante una ermita
dedicada a la Virgen. Del santuario
cuidaba, y de una lámpara que ardía
perenne ante el altar, un ermitaño,
sin otro bien que la limosna santa
recogida en los pueblos comarcanos.
Un huertecillo que acotó con piedras,
una casucha ruin y un pobre campo,
daban asilo y alimento a este hombre
y a unas mezquinas ovejuelas pasto.
Recibiónos alegre el buen santero
como a antiguos amigos, y entretanto
que la cena aprestaban las mujeres,
entre Ramón y yo pasó este diálogo:

ÉL: Ahora que libre su mercé se encuentra
de la gente de ley, hablemos claros.
¿Dónde va su mercé?

YO: Voy a la corte.

ÉL: ¿Tiene amigos allí?

YO: Ninguno.

ÉL: ¿Acaso
dejó allí amores?

YO: No.

ÉL: ¿Qué busca entonces?

YO: Libertad y fortuna. Voy en brazos
de mi destino sin amor ni amigos,
ambicioso de gloria y de oro falto.

ÉL: Pero, en fin, ¿en qué funda su esperanza
para que la fortuna le dé amparo?

YO: En el tiempo y en mí.

ÉL: ¿Su mercé piensa
recibir una herencia tiempo andando?
¿Quiere echarse a un oficio o a un comercio?
¿Tiene alguna invención, tiene algún tráfico?

YO: Ni yo puedo decirte lo que quiero,
ni acretaré a explicarte lo que aguardo.
La miseria tal vez: pero resuelto,
solo a la corte, como ves, me lanzo.

ÉL: No entiendo a su mercé; pero no importa,
le serviré leal: a Madrid vamos.
Lo he prometido a su mercé, y de cierto
lo plantaré en la corte sano y salvo;
mas me pesa que allí tan sin recursos...
porque aunque yo le deje algunos cuartos...

YO: Gracias: no están, Ramón, a tus alcances
las razones ni el fin de lo que hoy hago;
mas tal vez este viaje, estas palabras
que en solitaria plática cruzamos
me sirvan de recóndita vereda
para llegar después a fines altos.
Si puedo conseguir que sea el mundo
lo que yo a solas en mi mente fraguo;
si logro que en un libro reunidos
mis pensamientos...

ÉL: ¡Válgame los santos!
Señorito: ya alcanzo lo que intenta
su mercé allá en la corte: echarse a sabio,
meterse a hombre de ciencia, y hacer libros.
¿Pero eso da dineros?

YO: Puede darlos;
pues con un poco de fortuna y genio,
con constancia y con fe, se hacen milagros.

ÉL: Si hace eso su mercé, bien podrán luego
como a tal enseñarle: pero al caso.
Nosotros por dos días a una feria
que hay en redor de aquí nos alargamos:
su mercé, la verdad, como a esta vida
aun no se halla con mucho acostumbrado,
ni del tráfico tiene todavía
la gitanesca charla y desparpajo,
va a verse entre nosotros mal injerto,
haciendo mal papel en el mercado.

YO: Es muy cierto, Ramón.

ÉL: Su mercé puede
quedarse aquí seguro. El ermitaño
le dará la mitad de su vivienda
y yo respondo de él. Tengo a mi cargo
cuidar de su alimento por la tribu,
y le vengo a traer todos los años
dos veces lo que mandan de Triana
los viejos para él.

YO: ¿Es un gitano?

ÉL: No: como su mercé, cuando mancebo
anduvo a nuestras tribus agregado
no sé cómo, su historia misteriosa
conocen nada más nuestros ancianos,
y dicen que con ella puede hacerse
un libro: a mí jamás me la ha contado;
yo sólo sé decir que es hombre justo,
sobrio, leal, caritativo y santo.

YO: Pues me quedo con él.

ÉL: Su mercé quede
seguro de que en este despoblado
nadie vendrá a inquietarle. A los dos días
yo volveré por su mercé, y en tanto
pésquele su mercé la historia, escríbala
y démela a leer.

YO: Pierde cuidado,
que como él me la cuente y sea buena,
la has de ver en un libro antes de un año.

La cena estaba pronta; alegre círculo
ante un profundo marmitón formando,
nos aguardaban ya con impaciencia
mis compañeros nómades. Cenamos
y dormimos tranquilos: con el alba
a la feria partió con sus gitanos
Ramón, y el buen santero y yo en la ermita,
hospedador y huésped nos quedamos.
Era él un viejo sobre el cual pesaban
de una centuria entera los amargos
recuerdos, y a las puertas del sepulcro
vivía en sus memorias arrobado.
La calma de su espíritu bañaba
su semblante leal, sereno y plácido,
con una afable y paternal sonrisa
que inundaba de luz su rostro pálido.
Su lenguaje castizo, aunque sencillo,
y sus modales graves, aunque francos,
al hombre noble acostumbrado al mundo
revelan a través del burdo sayo.
Le abrí mi corazón: sanos consejos
con acendrada fe me dió llorando,
yo le pedí su historia, de la mía
que le acababa de fiar, a cambio.
Contómela, y a vuelta de esta hoja
te la voy a escribir ¡oh lector caro!
dando una forma regular al cuento
de sus hechos sombríos y fantásticos.
Léela; y si en ella, buen lector, meditas,
yo fío en Dios que su gentil relato
dará música dulce a tus oídos
y a las heridas de tu pecho bálsamo.


FIN