Cual de solitaria torre
Romance tercero
editarCual de solitaria torre en torno están revolando fieras aves de rapiña, cuando el sol baja al ocaso, así en torno de don Pedro vuelan pensamientos varios, cuyas sombras ofuscaban de su semblante los rasgos. Ya ocupa su airada mente el poder de sus hermanos, a los que mató la madre y a quienes llama bastardos; ya de los grandes inquietos la insolencia y desacato, o la mengua del tesoro sin medios de repararlo: ya la linda doña Aldonza, a quien tiene a buen recaudo, o las sangrientas fantasmas de inocentes que ha matado; ya una proyectada empresa rompiendo la fe de un pacto contra el oro granadino; o una traición o un engaño. Mas como las mismas aves se van escondiendo al cabo entre las almenas rotas del castillo solitario, y sólo constante queda, en torno de él volteando, la más voraz, la más fuerte, la que no admite descanso, así aquel tropel confuso de pensamientos extraños en que se encontró don Pedro envuelto pequeño rato, en su pecho y su cabeza fueron nidos encontrando, y quedó despierta y viva, dándole gran sobresalto, la imagen de don Fadrique, el mejor de sus hermanos, norma de los caballeros y maestre de Santiago. Del rey de Aragón acaba don Fadrique el esforzado de conquistar a Jumilla con noble denuedo y brazo; deja en lugar de las barras los castillos tremolando, y viene a entregar las llaves a su rey, señor y hermano. Sabe el rey que no es rebelde, que es su amigo y partidario, y más que a Tello y a Enrique lo está embravecido odiando. Don Fadrique fue el que tuvo de venir a Francia encargo por la reina doña Blanca; mas tardó en llevarla un año. Con ella en Narbona estuvo..., y un rumor corrió entre tanto de aquellos que son ponzoña; ora ciertos, ora falsos. Doña Blanca está en Medina y en una torre pagando las tardanzas del vïaje, las hablillas de palacio; y el cuello de don Fadrique está en los hombros intacto, porque tiene gran valía, poder mucho y nombre claro. Mas, ¡ay de él!... Es de las damas el ídolo por su trato, por su gallarda presencia y por su esfuerzo bizarro; y si no da sombra al trono, porque es fiel, da ¡mal pecado!, al corazón duros celos; y esto es peor, si aquello es malo. Doña María Padilla, cuyo entendimiento claro del regio amante penetra los más ocultos arcanos, y en quien la bondad del alma sobrepuja a los encantos de su peregrino rostro y de su cuerpo gallardo, vive víctima infelice de continuo sobresalto, porque al rey ama y le mira a mal fin tender el paso. Conoce que sobre sangre, persecuciones y llantos no está nunca firme un trono, nunca seguro un palacio, y tiene dos tiernas niñas, que con otro padre acaso, aunque ilegítimo fruto, pudieran todo esperarlo. Ve en el insigne Fadrique un apoyo, un partidario; sabe que llega a Sevilla y a voces le está indicando de su fiero amante el rostro, que viene en momento aciago, y por aquietar sospechas, o darles punto más alto, al fin, rompiendo el silencio, aunque con trémulos labios osó hablar, y estas palabras entre los dos se mezclaron: «¿Conque hoy llegará triunfante don Fadrique, vuestro hermano?» «Y por cierto que ya tarda en llegar aquí el bastardo.» «Bien os sirve!»... Sí, en Jumilla como un héroe se ha portado; de su lealtad os da pruebas; es muy valiente.» «Lo es harto.» «Ya estaréis, señor, seguro de su pecho noble y franco.» «Aún más lo estaré mañana.» Enmudecieron entrambos.