Cual de solitaria torre

Cual de solitaria torre
de Ángel de Saavedra


Romance tercero

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Cual de solitaria torre   
en torno están revolando 
fieras aves de rapiña,   
cuando el sol baja al ocaso,   

así en torno de don Pedro   
vuelan pensamientos varios,   
cuyas sombras ofuscaban 
de su semblante los rasgos.   

Ya ocupa su airada mente   
el poder de sus hermanos,   
a los que mató la madre   
y a quienes llama bastardos; 

ya de los grandes inquietos   
la insolencia y desacato,   
o la mengua del tesoro   
sin medios de repararlo:   

ya la linda doña Aldonza,   
a quien tiene a buen recaudo,   
o las sangrientas fantasmas   
de inocentes que ha matado;   

ya una proyectada empresa   
rompiendo la fe de un pacto 
contra el oro granadino;   
o una traición o un engaño.   

Mas como las mismas aves   
se van escondiendo al cabo   
entre las almenas rotas  
del castillo solitario,   

y sólo constante queda,   
en torno de él volteando,   
la más voraz, la más fuerte,   
la que no admite descanso, 

así aquel tropel confuso   
de pensamientos extraños   
en que se encontró don Pedro   
envuelto pequeño rato,   

en su pecho y su cabeza   
fueron nidos encontrando,   
y quedó despierta y viva,   
dándole gran sobresalto,   

la imagen de don Fadrique,   
el mejor de sus hermanos, 
norma de los caballeros   
y maestre de Santiago.   


Del rey de Aragón acaba   
don Fadrique el esforzado   
de conquistar a Jumilla 
con noble denuedo y brazo;   

deja en lugar de las barras   
los castillos tremolando,   
y viene a entregar las llaves   
a su rey, señor y hermano. 

Sabe el rey que no es rebelde,   
que es su amigo y partidario,   
y más que a Tello y a Enrique   
lo está embravecido odiando.   

Don Fadrique fue el que tuvo 
de venir a Francia encargo   
por la reina doña Blanca;   
mas tardó en llevarla un año.   

Con ella en Narbona estuvo...,   
y un rumor corrió entre tanto 
de aquellos que son ponzoña;   
ora ciertos, ora falsos.   

Doña Blanca está en Medina   
y en una torre pagando   
las tardanzas del vïaje, 
las hablillas de palacio;   

y el cuello de don Fadrique   
está en los hombros intacto,   
porque tiene gran valía,   
poder mucho y nombre claro.   

Mas, ¡ay de él!... Es de las damas 
el ídolo por su trato,   
por su gallarda presencia   
y por su esfuerzo bizarro;   

y si no da sombra al trono, 
porque es fiel, da ¡mal pecado!,   
al corazón duros celos;   
y esto es peor, si aquello es malo.   

Doña María Padilla,   
cuyo entendimiento claro  
del regio amante penetra   
los más ocultos arcanos,   

y en quien la bondad del alma   
sobrepuja a los encantos   
de su peregrino rostro 
y de su cuerpo gallardo,   

vive víctima infelice   
de continuo sobresalto,   
porque al rey ama y le mira   
a mal fin tender el paso. 

Conoce que sobre sangre,   
persecuciones y llantos   
no está nunca firme un trono,   
nunca seguro un palacio,   

y tiene dos tiernas niñas, 
que con otro padre acaso,   
aunque ilegítimo fruto,   
pudieran todo esperarlo.   

Ve en el insigne Fadrique   
un apoyo, un partidario; 
sabe que llega a Sevilla   
y a voces le está indicando   

de su fiero amante el rostro,   
que viene en momento aciago,   
y por aquietar sospechas, 
o darles punto más alto,   

al fin, rompiendo el silencio,   
aunque con trémulos labios   
osó hablar, y estas palabras   
entre los dos se mezclaron: 

«¿Conque hoy llegará triunfante   
don Fadrique, vuestro hermano?»   
«Y por cierto que ya tarda   
en llegar aquí el bastardo.»   

«Bien os sirve!»... Sí, en Jumilla 
como un héroe se ha portado;   
de su lealtad os da pruebas;   
es muy valiente.» «Lo es harto.»   

«Ya estaréis, señor, seguro   
de su pecho noble y franco.» 
«Aún más lo estaré mañana.»   
Enmudecieron entrambos.