Crítica social/Declaración de Zola ante el jurado

Declaración de Zola ante el Jurado


Señores: En la sesión de la Cámara, del 22 de enero, M. Méline, presidente del Consejo de Ministros, deciaró, entre los aplausos frenéticos de la mayoría complaciente, su gran confianza: en los doce ciudadanos en cuyas manos ponía la defensa del ejército. De vosotros hablaba, señores jurados, Y así como el general Billot había dictado su sentencia al Consejo de guerra, encargado de absolver a Esterhazy, dando a subordinados suyos desde lo alto de la tribuna la consigna militar del respeto indiscutible a la cosa juzgada, también M. Méline ha querido daros la orden de condenarme en nombre del respeto al ejército, que él me acusa de haber ultrajado. Desde aquí denuncio a la conciencia de las gentes honradas esta presión que ejercen los poderes públicos sobre la justicia del país. Esas son costumbres políticas abominables que deshonran a una nación libre.

Veremos, señores, si obedecereis. Pero no es cierto que yo esté aquí, ante vosotros, por la voluntad de M. Méline, quien sólo ha cedido a la necesidad de perseguirme, turbado, aterrorizado, por el nuevo paso que la verdad en marcha iba a dar. Todo el mundo lo sabe.

Estoy ante vosotros porque he querido; yo solo decidí que este obscuro y monstruoso asunto llegase a vuestra jurisdicción, para que Francia lo sepa todo, al fin, y séa justa. Mi actitud no tuvo otro objeto y mi persona no significa nada, la sacrifico voluntariamente, satisfecho de poner en vuestras manos, con el honor del ejército, el honor de la nación entera en peligro.

Si la luz no iluminó del todo vuestras conciencias, no fué culpa mía. Parece ser que yo he soñado queriendo tráeros todas las pruebas, estimándoos los únicos dignos, los únicos competentes. Se ha empezado por apartar de vosotros, con la mano izquierda, lo que se os ofrecía con la derecha; se aceptaba en apariencia vuestra jurisdicción, pero si se tenía confianza en vosotros para vengar a los miembros de un Consejo de guerra, otros oficiales quedaron intangibles, superiores a vuestra justicia. Compréndalo quien pueda. Es lo absurdo en la hipocresía y la evidencia, siguiéndose de aquí que se ha temido vuestro buen sentido, y que no se ha querido correr el riesgo de dejárnoslo decir todo para que todo- lo juzgueis. Ellos pretenden limitar el escándalo, y el escándalo dado por mí consistía en procurar que el pueblo encarnado en vosotros fuese quien juzgara.

Pretendeń además que no podían aceptar una revisión disfraüzada, confesando así que tienen un miedo profundo a vuestra comprobación soberana. La ley tiene en vosotros su representación total y es la justicia del pueblo la que yo deseo, la que yo respeto profundamente como buen ciudadano, y no los obscuros procedimientos gracias a los cuales han querido burlarnos.

Heme aquí, señores, excusado de las molestias que os ocasioné, sin haber conseguido inundaros con toda la claridad que yo soñaba. La luz ,toda la luz, era mi vehemente deseo; y estos deabtes acaban de probaros que tuvimos que luchar paso a paso contra una extraordinaria voluntad de obstinación y tinieblas. Cada

girón arrancado a la verdad costó un combate; se nos ha discutido todo, se nos ha negado todo, atemorizando a nuestros testigos con la esperanza de que no probásemos nada.

Y hemos luchado porque esta prueba fuese sometida por completo a vuestro juicio, a fin de que pudiérais pronunciar sin remordimiento el fallo de vuestra coinciencia. Estoy seguro de que tomaréis en cuenta nuestros esfuerzos y que después de todo la luz que hicimos pueda ser bastante. Ya habeis oído a ios testigos; luego oireis a mi defensor, quien os referirá la verdadera historia, esa historia que enloquece a todos y que nadie conoce. Quedo tranquilo. La verdad se ampara de vosotros.

M. Mé ine creyó imponeros šu voluntad confiándoos el ihonor del ejército; y es precisamente el honor 'del ejército lo- que me hizo apelar a vuestra justicia. Desde aquí doy a M. Méline el mentís más formal; yo no he ultrajado jamás al ejército; al contrario, expresé mi ternura, mi respeto por la nación en armas, por nuestros queridos so!dados, que defenderán sicmpre el territorio francés. También es falso que yo ataque a los jefes, a los generales que han de conducirlos a la victoria. Si algunas individualidades de. las oficinas de Guerra comprometieron al ejército con sus manejos, i descubrir a los culpables es insultar al soldado? Antes bien es una obra de buen ciudadano arrancar el grito de alarma para que no se reproduzcan los errores, originando nuevas desdichas. Además, yo no me defiendo y dejo a a historia el cuidado de juzgar mi actitud. Pero afirmo que se deshonra al ejército cuando se consiente que los gendarmes feliciten a Esterhazy, conociendo las abominables cartas que ha escrito; afirmo que nuestro valeroso ejército es insultado cada día por los bandidos que; pretextando defenderlo, le manchan con su baja complicidad, arrastrando por el lodo todo lo que hay aún en Francia de generoso y grande; afirmo que son ellos los que deshonran al ejército nacional cuando mezclan el grito de ¡viva el ejército! al de ja muerte los judíos! También han gritado ¡viva Esterhazy! ¡¡Gran Dios!! El pueblo de San Luis, de Bayardo, de Condé y de Hoche; el pueblo que cuenta cien victorias gigantes, el pueb'o de las conquistas de la República y del Imperio, el pueblo cuya fuerza, cuyas franquicias y cuya generosidad asombraron al Universo, hoy grita iviva Esterhazy! Es una vergüenza de que sólo puede redimirnos un gigantesco esfiierzo de verdad y de justicia.

Conoceis la leyenda que se ha formado: Dreyfus ha sido condenado justamente y legalmente por siete oficiales infalibles, a quienes no se puede suponer víctimas de un error, sin ultrajar al ejército entero. Dreyfus expía en una tortura vengadora su abominable traición; y como judío se crea un sindicato de judíos, un sindicato internacional, que dispone .

de centenares de millones, con objeto dé salvar al traidor por medio de las más importantes manipulaciones.

Desde entonces el sindicato amontona crímenes, soborna las conciencias, arrojando a Francia en una agitación mortal, decidido a venderla al enemigo y a producir una guerra europea antes que renunciar a su espantoso propósito. Esto es muy simple, infantil e imbécil, como veis; pero con nado, desde hace algunos meses, alimenta a nuestro pobre pueblo la Prensa inmunda. Y no hay que sorprenderse de que asistamos a una crisis desastrosa, porque sembrando de tal modo la torpeza y la mentira, se recoge forzosamente la demenciaese plan envene- Ciertamente, señores, no he de haceros la injusticia de creer que hayáis acogido hasta hoy esos cuentos de nodriza.

Os conozco, sé que sois el corazón y la conciencia de París, de mi gran París, donde he nacido, el que amo con ternura infinita, el que estudio y canto desde hace cuarenta años; y sé también lo que ahora se agita en vuestros cerebros, pues antes de venir a sentarme aquí como acusado, ocupé otras veces el sitio en que vosotros estais. Representais la opinión media, la prudencia y la justicia.

•Cuando entreis en la sala de deliberaciones, mi pensamiento os acompañará y estoy seguro de que habeis de hacer todo lo posible para salvar vuestros intereses de ciudadanos que, naturalmente son, según vosotros, los intereses de la nación entera. Podeis equivocaros, pero, si acaso, os equivocareis creyendo asegurar el bien de todos.

Os veo entre vuestra fámilia, por la noche, a la luz del quinqué, os oigo hablar con vuestros amigos, os acompaño a vuestros talleres, a vuestros almacenes, todos trabajais en industrias, en comercios, o ejerciendo profesiones liberales y vuestra más legítima inquietud, la produce el estado deplorable a que kegaron los los negocios. La crisis actual amenaza convertirse en desastre, las ventas bajan, las transacciones hácense cada vez más difíciles, y por esta razón el pensamiento que os domina y que leo en vuestros rostros, impone la necesidad de acabar con todo esto que daña. Vosotros no direis como algunos: «¿ Qué nos importa que un inocente perezca en la Isla del Diablo? ¿ El interés de uno solo puede sobreponerse y turbar de tal modo un gran país?»

Pero direis sin duda que la agitación de los hambrientos de verdad y de justicia se paga muy cara con todo el mal de que se nos acusa; y si me condenais no habrá en el fondo de vuestro veredicto más que un deseo de calmar a los vuestros, la necesidad de que los negocios vuelvan a creencia de que hiriéndome deteneis una campaña de reivindicación perjudicial a los intereses de Francia.

Pues bien, señores, os equivocaríais absolutamente. Hacedme la honra de ereer que yo no defiendo aquí mi libertad; condenándome sólo conseguiríais engrandecerme; quien sufre por la verdad y la justicia se hace augusto y sagrado. Miradme bien: ¿ tengo yo cara de mentiroso, de sobornado, de traidor? ¿Por qué lucharé, pues? No tengo ambición política, ni pasiones de sectario; soy un escritor libre que ha consagrado su vida al trabajo y Imañana volverá a las filas a reanudar su labor su curso natural, y la interrumpida. ¡Qué necios los que me llaman italiano, a mí, nacido de una madre francesa, educado por mis abuelos, campesinos de Francia; yo que perdí a mi padre a los siete años y que sólo después de cumplir los cincuenta y cuątro fuí a Italia con el único objeto de buscar documentos para un libro! Ello no priva de sentirme orgulloso de que mi padre hubiese nacido en Venecia, la ciudad resplandeciente cuya gloria antigua cantan todos los recuerdos. Y aun cuando yo no fuera francés, ¿ los cuarenta volúmenes en lengua francesa cuyos ejemplares a millones circulan por el mundo me entero, no bastarían para hacer de mí un francés útii a la gloria de Francia? No me defiendo, pero cometeríais un error si creyéseis que condenándome restablecíais el orden en nuestro desgraciado país. ¿ No comprendeis que lo que más daña a la nación, es la obscuridad en que se la tiene, y "lo que más la hiere es la mentira? Las faltas de los gobernantes amontónanse y se encadenan; un engaño reclama otro engaño mayor para cubrirse, y así llegamos a una farsa espantosa. Se ha cometido un error judicial y para tapar'o es preciso cometer cada .día un nuevo atentado contra el buen sentido ý la equidad.

La condena de un inocente. dió por resultado la libertad de un culpable; y aun hoy se os pide que me condeneis porque grito con angustia cuando veo a la patria en mal camino.

Condenadme, pues, pero será una falta más que añadir a las otras, una falta de que la historia os hará responsables. Y mi condena, en lugar de producir la paz que deseais, que deseamos todos, será nueva semilla de pasiones y desórdenes. La medida está colmada, os lo asegi:ro; no la hagais vosotros desbordar.

¿ Cómo no os dais exacta cuenta de la terrible crisis que el país atraviesa? Se dice que somos los autores del escándalo; se dice que los amantes de la verdad y de la justicia relajan la nación y la conducen a la ruína.

En verdad esto es una sangrienta, burla. ¿ Por ventura el general Billot y cito a uno solo, no está desde hace año y medio advertido? ¿ Por ventura el coronel Picquart no insistió en que la revisió:n se hiciera para que la tempestad no estallase arrastrándolo todo? ¿M.

Scheurer-Kestner, no ha suplicado con lágrimas en los ojos para que se evitara la catástrofe? No, no, puestro deseo fué facilitarlo todo, y si el país padece, la culpa es de los poderes públicos que, para cubrir a los culpables y sirviendo intereses políticos, se negaron a todo, creyéndose bastante fuertes para impedir que la luz se hiciera. Maniobraron en las tinieblas y son los responsables de todo.

¡ El asunto Dreyfus! ¡ Ah, señores! A la hora presente resuita bien pequeño, bien alejado de nosotros, bien insignificante comparado con las terribles luchas que ha producido. Ya no hay asunto Dreyfus; se trata solamente de saber si Francia es todavía la Francia de los derechos del hombre, la que dió la idea de libertad a todo el mundo, y debía darle también la idea de justicia. ¿Somos aún el pueblo más noble, más fraternal y más generoso? ¿ Pretendemos conservar en 'Europa nuestra fama de justos y humanitarios? ¿No son todas las conquistas que habíamos hecho las que ahora se nos discuten? Abrid los ojos y comprended que para llegar a tal desorden, el alma francesa debe estar removida hasta sus profundidades más íntimas y enfrente de un teirrible peligro. El momento reviste una gravelad excepcional, puesto que se trata de la salud de la 'nación.

Cuando hayais comprendido todo esto, apreciareis que no hay más que un remedio posible: decir verdad y hacer justicia. Todo lo que retarde la luz, todo lo que aumente las tinieblas con otras tinieblas, no hará más que prolongar y agravar la crisis. La misión de los buenos ciudadanos, de los que sienten la imperiosa necesidad de que esto concluya, se reduce a exigir que todo se aclare. Son ya muchos los que así piensan; los literatos, los filósofos, dos científicos, lo afirman por doquiera en nombre de la. inteligencia y de la razón. Y no hablo del extranjero, del temblor que se ha apoderado de Europa entera; lo cual demuestra que no todo extranjero es forzosamente un enemigo. Nada os digo de los pueblos que pueden ser mañana nuestros adversarios; de la poderosa Rusia, nuestra amiga, de la pequeña Holanda, de todos los pueblos simpáticos del Norte, y también de los que hablan nuestro idioma: Suiza y Bélgica.

¿ Por qué tienen todos el corazón oprimido, embargado por ei sufrimiento fraternal? ¿Soñais en una Francia aislada de todo el mundo? ¿ No os agradaría que al pasar la fronterá nadie se burlase de vuestra legendaria fama de equidad y fraternidad? ¡ Ah, señores! Como tantos otros, acaso esperaís también que la prueba que justifique la inocencia de Dreyfus descienda del cielo, violenta como el rayo. La verdad no suele ofrecerse así; requiere algo de investigación y algo de inteligencia. La prueba! Sabemos todos dónde está, dónde encontrarla, pero sólo lo pensamos desde el fondo de nuestras almas; y nuestra angustia patriótica nos hace temer que un día se nos ofrezca esa prueba, como una bofetada, después de haber comprometido el honor del ejército en una mentira. Quiero ideclarar francamente que si hemos presentado como testigos a ciertos miembros de las Embajadas, nuestra voluntad formal 'era desde luego no citarlos aquí. Ha hecho reir nuestra audacia, pero no creo que se haya reido nadie desde el Ministerio de Negocios Extranjeros, porque allí han debido comprendernos. Hemos querido sencillamente demos| | trar a todos los que saben la verdad, que nosotros la conccemos también. La verdad es bien conocida en las Embajadas, y pronto ha de ofrecerse a los ojos de todos. Si nos es imposib'e buscarla hoy donde se oculta protegida por invencibles formalidades, el Gobierno, que no ignora nada, el Gobierno, que está convencido, como nosotros, de la inocencia de Dreyfus, podrá cuando quiera, y sin riesgo, encontrar testigos que hagan luz.

Dreyfus es inocente, lo juro. Empeño mi vida, empeño mi honoir. En esta hora solemne, ante un Tribunal que representa la justicia humana, ante los jurados, que son la emanación misma del país, ante toda Francia, ante el mundo entero; juro que Dreyfus es inocente. Y por mis cuarenta años de trabajo, por la autoridad que mi labor pudo prestarme: juro que Dreyfus es inocente. Por cuanto he conquistado, por la fama que alcancé, por las letras francesas: juro que Dreyfus es inocente. Que todo se hunda, que mis obras perezcan, si Dreyfus no es inocente. ¡Es inocente! Todo se revr'elve contra mí, las dos Cámaras, el Poder civil y el Poder militar, los diarios de gran circulación y la opinión pública envenenada por ellos. Y en mi ayuda sólo una idea, un ideal de verdad y de justicia. Estoy satisfecho, tranqui'o, seguro de vencer.

No he querido que mi país permanezca en el error y la injusticia. Aquí pueden condenarme, pero algún día Francia entera me agradecerá el haberla ayudado a salvar su honor.