Conferencias sobre higiene pública: 05

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Conferencia N. º XXVIII

Teoría sobre la absorción de los miasmas. Secreciones intestinales. Infección por predisposición sanguínea. Gases mefíticos emanados de las letrinas. Condiciones de éstas en Buenos Aires. Lucha entra los gases mefíticos y la atmósfera. Necesidad de una válvula. Remedio para precaver la infección de las habitaciones por los gases que directamente tienden á escapar de las letrinas. La sangría. Medios ideados para favorecer el escape de los gases mefíticos.

Antes de entrar al estudio detallado de las letrinas, vamos á dar principio con algunas consideraciones generales sobre la acción de las materias pútridas en la economía humana.

Bichat, el creador de la fisiología, puede decirse, practicó un experimento que fué como la llave de los que después surgieron relativos á la absorción sanguínea.

Si se abre el abdomen de un animal, de un perro, por ejemplo, se liga el píloro, y se le administra un purgante, como el sulfato de magnesia, al cabo de cierto tiempo, se verá que este compuesto químico, conocido generalmente con el nombre de sal de Inglaterra, ha pasado, en sustancia, al intestino delgado y al intestino grueso. Ahora bien, ligado el píloro é imposibilitada, por consiguiente, la trasmisión directa de la sustancia ingerida, no queda duda de que esta ha pasado circulando con la sangre hasta llegar al paraje en que se la encontraba.

Al mencionar esta experiencia queríamos arribar á la conclusión de que: así como el sulfato de magnesia es absorbido por la circulación estomacal, para ser luego vertido en los intestinos, del mismo modo, los miasmas en descomposición son absorbidos y parcialmente depuestos en la porción ya mencionada del tubo digestivo. Es por esto que las deyecciones de un individuo que haya estado aspirando durante cierto tiempo la atmósfera de un anfiteatro, por ejemplo, presentarán el olor característico de dicha atmósfera.

Las emanaciones miasmáticas aspiradas por el hombre se traducen, pues, en secreciones intestinales.

La disenteria, el cólera, la fiebre amarilla, el tifus, sobre todo, no son otra cosa sino un estado de viciación de la sangre que se manifiesta por la secreción intestinal.

Si suponemos á dos individuos respirando, por ciertas horas ó días, en la atmósfera de un cuarto en que exista un enfermo de fiebre tifoidea, podrá suceder que uno de ellos contraiga la enfermedad, mientras que el otro no sufra consecuencia apreciable. ¿Por qué sucede esto? ¿Acaso no tienen ambos los aparatos respiratorio y sanguíneo mediante los cuales pueden ser infectados por las emanaciones pútridas? Sin duda, pero, á nuestro juicio, habrá en el uno menos energía de vitalidad que en el otro; existirá en este poder suficiente para eliminar todo el miasma absorbido, mientras que en aquel, siendo su sangre más pobre, no tendrá esa fuerza y quedará en circulación con ella un residuo miasmático, capaz de producir la enfermedad y la muerte.

Esto que decimos de dos individuos, es perfectamente aplicable, en grande escala, á las poblaciones. Así, cuando hay epidemia de cólera, por ejemplo, los más atacados son los que viven en casas con malas letrinas; y esto, porque, siendo dicha enfermedad caracterizada por miasmas atmosféricos exóticos, actúan más fácilmente sobre aquellos individuos en quienes la inhalación de los miasmas de las letrinas ha deprimido su energía sanguínea y los ha predispuesto á no expulsar todo el miasma pestífero una vez absorbido.

Los ingleses que tanto han hecho en el sentido de adelantar la Higiene Pública, se ocupan muy seriamente de esta importantísima cuestión. Su Parlamento, compuesto por lo más noble, aristocrático y distinguido de la población, no se desdeña en ocuparse de estas cuestiones tan prácticas y útiles aunque sean repugnantes. Todos los años se presenta una memoria minuciosa sobre el estado sanitario de la población. En una de ellas, pasada por el Sr. Kelsey, se constata que las epidemias hacen mayores estragos en aquellos parajes donde las letrinas se hallan en malas condiciones.[1]

Bále, ciudad de Alemania, célebre no solamente por sus magníficos baños, sino también por su bella posición, su buena orientación y su excelente asiento geológico, adolece de tener un pésimo sistema de letrinas. Según Guttenschine, la mortalidad anual de las diversas enfermedades infecciosas aumenta cada vez más.

Hasta el siglo XVI no había letrinas en París, dice el Sr. Freycinet, arrojándose los excrementos á las calles ó á pozos practicados ad hoc. Desde entonces empezó recién á adaptarse el sistema que hoy tiene Buenos Aires.

Por lo que respecta á esta ciudad, diremos que, leímos con horror un informe pasado por la Comisión de Salubridad de la Parroquia Catedral al Norte durante la última epidemia de fiebre amarilla. En solo ese distrito parroquias había, en dicha época, 1.800 letrinas llenas!

Calcúlese la cantidad, la enorme masa de materias orgánicas acumuladas en el subsuelo, y pasmémosnos de que la vida se conserve sobre ese colchón de inmundicias. Y, si esto pasa en la parroquia más rica, donde habita la gente más acomodada, ¿qué no sucederá en las demás parroquias?

No hay la menor duda de que es pésimo el sistema de letrinas que hasta ahora se ha venido adoptando en Buenos Aires.

Esos cajones subterráneos de que consta, tienden á ser llenados por las materias fecales que, día á día, va la población depositando; materias fecales de donde se desprenden gases intensos y mefíticos, aptos para envenenar la atmósfera urbana.

Trábase una lucha entre dichos gases mefíticos que, por su gran elasticidad, tienden á ascender y la atmósfera que, con su presión, parece procurara contener su esparcimiento y la ocupación de espacios destinados, higiénicamente hablando, al aire respirable.

Esta lucha mecánica está, pues, representada por dos fuerzas, á saber: la presión atmosférica, y la elasticidad de los gases mefíticos emanados de las letrinas.

La zona atmosférica del equilibrio depende exclusivamente de la intensidad relativa de dichas dos fuerzas. Si la cantidad de materias fecales es proporcionada á la capacidad de la letrina, por una parte, y, por la otra, es considerable la presión atmosférica, el equilibrio se verificará en el interior mismo de la letrina sin que esto dañe sensiblemente á la higiene pública; pero si, lo que sucede con frecuencia, aumenta la fuerza de elasticidad de los gases, por acúmulo de materias fecales, no será de estragar que esta fuerza venza á la de presión; máxime cuando la última se halle debilitada por la rarefacción que produce en el aire el calor solar. En este caso los gases mefíticos se abrirán paso hacia las regiones de la atmósfera que deben servir para la respiración humana.

Error muy grande sería pensar que podría obviarse este inconveniente por medio de una tapa que cerrase herméticamente la abertura de la letrina. La fuerza de tensión en los gases, es como la fuerza de dilatación de la pólvora, y así como un cañón, recargado de esta sustancia, puede estallar, una vez que se ha despertado su fuerza elástica por medio de la combustión, así también puede estallar una letrina cuando la fuerza de tensión de los gases sea considerable y encuentre resistencias.

Cuenta Freycinet de una pobre mujer que estando en su habitación, inmediata á una letrina, con un niño en los brazos, oyó de repente un estampido. Fuertemente impresionada por este ruido, comparable al de un cañonazo, salió á pedir auxilio y cayó en la letrina, salvándose su hijo milagrosamente. La pared superior de la letrina habíase hundido al impulso de la dilatación gaseosa.[2]

Para evitar todos estos inconvenientes, algunos creen que conviene proveer á las letrinas de un tubo de latón, que, penetrando en el interior de su cavidad, se extienda hasta más arriba de la altura de la casa. De esta manera, los gases producidos ascienden, por el tubo, hasta elevadas regiones de la atmósfera que, en sus corrientes, los arrastrará y los oxidará.

Cuando se llena alguna letrina, hay en Buenos Aires la costumbre de que individuos peritos practiquen lo que se llama la sangría.

Consiste esta operación en hacer, al lado de la letrina, un pozo en comunicación con ella, para que las materias fecales semi-fluidas, obedeciendo á la gravitación, desalojen la capacidad en que se hallaban primitivamente contenidas.

Esta operación no presenta gran ventaja, pues las paredes de una letrina, en estas condiciones, se han impregnado de sustancias orgánicas é infectado el subsuelo. Además, por medio de la sangría, no todas las materias fecales caen al pozo; siempre queda adherida á las paredes una capa de ellas, variable en espesor y que permanece allí por su naturaleza vizcosa.

Hánse ideado dos medios de favorecer la salida de los gases del interior de la letrina: el primero consiste en colocar sobre la extremidad superior del tubo de latón antes mencionado, un molinete que gire al menor soplo de viento, produciendo una especie de succión favorable al desprendimiento gaseoso; el segundo, fundado en la acción del calor sobre los gases que dilata, consiste en dejar el tubo á la libre acción solar y además acercarlo, por medio de una forma encorvado, á alguna chimenea, en donde la alta temperatura produzca el enrarecimiento y, por consiguiente, la aspiración gaseosa.

Para terminar este asunto diremos, que en 1809 la Administración Pública impuso á los habitantes de París reglas fijas á las que debían someterse los propietarios.

El decreto que al efecto se dictó, contiene cinco disposiciones importantes destinadas á destruir los inconvenientes de que nos hemos venido ocupando:

1º. Todas las fosas tendrán una altura suficiente para que un hombre quepa en ella parado.

2º. No se emplearán sino piedras silicosas, unidas por argamasa, en la construcción del suelo inferior, de los muros laterales y de la bóveda.

3º. Los ángulos serán redondeados.

4º. La abertura para la extracción de las materias, tendrá una extensión triple de la necesaria para el paso de un hombre.

5º. Construiránse, en fin, dos aberturas; una para la caída de las materias y la otra para dar salida á los gases que serán conducidos, por un tubo, hasta más arriba de los techos de las habitaciones.

Notas

  1. Hemos dicho, en una nota á la conferencia anterior, que el drenaje impermeable resuelve del mejor modo posible el inconveniente terrible de la infección atmosférica por las materias excrementicias.
    Buenos Aires se halla en camino de conseguir tan brillante resultado; pero, ¿se tiene en cuenta que la infección pública no da ninguna tregua y que los habitantes de esta ciudad están sobre un montón de excrementos, obra del pasado y del presente, que reconoce por causa el pésimo sistema de letrinas permanentes y permeables?
    Se hace lo más, es cierto, con suspender en el subsuelo la adición de materias fecales por medio de cloacas: pero, lo menos no es poca cosa; tal vez no cabe en muchos miles de metros cúbicos, y este lo menos, que, concentrado, ocuparía un gran espacio, es materia fecal, riquísima en gérmenes de enfermedad y que parece va á ser abandonada á la espontaneidad de los agentes naturales, es decir, á que la acción lenta del tiempo la ataque y la mineralize.
    Fijémosnos en que no se piensa sino en desinfectar el porvenir y que se deja en pié la infección del pasado y la del presente, sin observar que, estas últimas, tendrán, por mucho tiempo, en jaque á la salubridad de Buenos Aires.
    Dejamos dicho que, para la infección de la atmósfera por las heces fecales, no hay otro remedio que el drenaje impermeable; este se está practicando actualmente, y no es nuestro propósito pedir peras al olmo. Pero la infección del subsuelo no está en ese caso; puede evitarse, ordenando enérgicamente que las letrinas nuevas que se van haciendo sean impermeables, lo que se consigue por medio de enlucidas de tierra hidráulica y en tales condiciones de que sea posible y fácil la aplicación de bombas neumáticas, para efectuar periódicamente el desalojo de las materias.
    Respecto á las letrinas ya construidas y algunas de ellas recargadas de excrementos, convendría que, á indicación de peritos, la Municipalidad ordenase su desinfección y oclusión completa.
    No hemos de detallar aquí el sin número de procederes químicos con los que se ha intentado desinfectar las letrinas; todos ellos dejan mucho que desear, y nos contentaremos con designar el que, á juicio de muchas y muy ilustradas personas, se lleva la palma de la victoria.
    El tratamiento químico de que hablamos, es el que consiste en arrojar en la letrina una buena cantidad de cal suspendida en agua y, en seguida, cubrir esta mezcla con tierra, impregnada de una sustancia desinfectante, como el ácido fénico, el alquitrán, etc.
    Este método tiene la ventaja de haber sido practicado, con bastante buen éxito, en ciudades progresistas como Londres, Gante, Inspruck, etc.
  2. ¿Se pretenderá cerrar herméticamente las letrinas?
    Oigamos algo que, aun cuando fué dicho á propósito de las letrinas movibles que intentaron usar en París y otras ciudades, es, sin embargo, perfectamente aplicable al caso de las letrinas permanentes.
    Habla el ingeniero Rawlinson: "La condición más peligrosa de las letrinas es la de mantenerlas tapadas. Si es absolutamente necesario hacer uso de ellas, lo mejor es tenerlas descubiertas y permitir que los gases se disuelvan continuamente. En París, los depósitos son construidos bajo la dirección de la autoridad, la que pretende hacerlos impermeables, cerrándolos herméticamente. Esta es una falacia, porque los gases se escapan por las ensambladuras".