Compendio de la historia civil del reyno de Chile/Libro III
LIBRO TERCERO.
CAPITULO I.
LOS ARAUCANOS CONDUCIDOS
primeramente por Aillavilu, y despues por Lincoyan, atacan á los Españoles: Valdivia hace correrias en su estado, y funda en él las Ciudades Imperial, Villarica, Valdivia, y Angol, con algunas otras plazas.
Los Araucanos resueltos como hemos dicho al fin del Libro primero á enviar socorro á los habitantes de Penco, que se hallaban oprimidos por los Españoles, dieron órden al Toqui Aillavilu, de conducirse allí prontamente 1550 con 4Ϡ hombres. Este General, pasado el gran rio Biobio, que divide las tierras Araucanas de las de los Pencones, presentó valerosamente la batalla á los nuevos enemigos, que le habian salido al encuentro en las riberas de Andalien.
Después de la primera descarga de la mosqueteria, que los Araucanos sufrieron sin atemorizarse, ni desconcertarse, mostrando desde luego el poco caso que harian de ella con el tiempo, Aillavilu, con rapido curso se arrojó de flanco y de frente sobre el exército Español. Este, formado en batallon quadrado, y sostenido de la caballería, se dedicó á rechazar con su acostumbrado valor, los furiosos ataques de los enemigos, matando muchos de ellos, y perdiendo no pocos de los suyos. La batalla se mantuvo indecisa por muchas horas, con algun desórden de los Españoles, y con gran peligro del General, á quien le mataron el caballo, hasta que Aillavilu, llevado de un temerario ardor, cayó mortalmente herido. Los Araucanos, habiendo perdido junto con su Xefe, los mas valientes Oficiales, se retiraron en buen órden, abandonando el campo á los Españoles, los quales no tuvieron por conveniente seguirlos.
Valdivia, que se había encontrado en muchas batallas, así en Europa como en América, confesó no haberse visto nunca en tanto peligro de perder la vida como en este encuentro, y admirado del valor, y de la pericia militar de aquella gente, se dedicó al instante á construir una buena fortaleza cerca de la ciudad, creyendo dentro de poco tiempo volver á ser de nuevo asaltado. En efecto, los Araucanos, sabida apenas la muerte de su General, dirigieron contra él otro exército mas numeroso, baxo la conducta de Lincoyan, el qual por su estatura gigantesca, y por un cierto valor aparente se habia adquirido la reputacion de valiente entre los demas Oficiales, pero él era naturalmente tímido, irresoluto, y nacido mas bien para ser subalterno que para tener el supremo mando.
1551El nuevo Toqui, divididas sus tropas en tres lineas, vino á atacar á los Españoles; estos, confesados y comulgados, (tal era el terror que habian concebido) lo esperaron baxo el cañon de la plaza. Pero aquel, despues del primer encuentro, que le fué poco favorable, temiendo perder el exército fiado á su mando, hizo tocar precipitadamente la retirada, con grande admiracion de Valdivia, que sospechoso de alguna estratagema prohibió á sus soldados el alcance. Quando estos vieron que la retirada era de veras, comenzaron á atribuir la fuga á favor especial del cielo, y en el fervor del entusiasmo no faltaron algunos que aseguraron que habian visto al Apostol Santiago sentado sobre un caballo blanco aterrar á los enemigos con una espada refulgente. La deposicion de ellos fué fácilmente creida. Todo el exército de comun acuerdo hizo voto de fabricar una capilla en el lugar de la batalla, la qual efectivamente se dedicó algunos años despues. Pero este pretendido milagro, que á fuerza de ser copiado se ha hecho mas increible, no provino sino del carácter del circunspecto Lincoyan.
El General Español, libre en algun modo de la sujecion que le causaban los Araucanos, se aplico con todo ahinco á la fábrica de la nueva ciudad. Aunque hubiese destinado la de Santiago para Metrópoli de la colonia, con todo, manifestaba mayor afecto á este establecimiento marítimo, mirandolo como el centro de la comunicacion, que debia abrirse con el Perú, y con España. Aquí quiso fixar su familia, señalando para su habitacion un sitio cómodo, y adjudicandose en el repartimiento de las tierras la fértil península situada entre las bocas de los rios Biobio y Andalien. Como esperaba poder subyugar brevemente el estado Araucano, destinó tambien para sí las dos contiguas provincias de Arauco, y Tucapel, las quales queria pedir á la Corte con el título de Marques, en recompensa de sus servicios.
Habiendo crecido en poco tiempo los edificios de la ciudad, baxo su inspeccion, empleó el resto del año en arreglar la policía interna. A este fin publicó quarenta y dos capitulos, ó estatutos, entre los quales se observan algunos muy prudentes, y humanos, en quanto al buen tratamiento de los nacionales, que todavia dexaba sujetos, como otras veces, al dominio privado de los ciudadanos. Deseando, pues, abatir enteramente el orgullo de los Araucanos, porque despues de la segunda infructuosa expedicion no se habian movido, determinó atacarlos en su estado, con nuevas fuerzas que le habian venido del Perú.
1552Pasado con esta mira Biobio, se introduxo rápidamente por las provincias de Encol, y de Puren; y á pesar de las lentas operaciones de Lincoyan junto á las riberas de Cauten, que divide en dos partes casi iguales el dominio Araucano, fundó sobre el confluente de este rio, y el de las Damas, otra ciudad, á la qual dio el nombre de Imperial en honor de Cárlos V; ó como otros quieren, con motivo de haber encontrado allí aguilas de madera de dos cabezas, levantadas sobre los techos de las casas. Esta ciudad, que vino á ser durante el poco tiempo que pudo subsistir, la mas florida de Chile, yacía, en un lugar amenísimo, y abundante de todas cosas. Su situacion sobre un gran rio navegable hasta sus muros, la hacia capaz para exercitar un vasto comercio, y para procurarse poderosos socorros en caso de un asedio. Los Geógrafos modernos hablan de ella como de una ciudad no solo exîstente, pero aun fortísima, y adornada de silla Episcopal, quando justamente hacen dos siglos que yace sepultada en sus ruinas.
Valdivia, engolfado en la embriaguez que causa una inesperada fortuna, mostró aquí toda aquella liberalidad, que puede tener un hombre, quando se encuentra en estado de dar aquello que no le cuesta nada. Congratulandose con sus Oficiales de la felicidad con que pretendia haber domado la mas valerosa nacion de Chile, les asignó provisionalmente las vastas comarcas que lo circuian. Francisco Villagran, su Teniente-General, tuvo en donativo la belicosa provincia de Maquegua, que los Araucanos llaman la llave de su estado, con 30Ϡ habitantes que debian contarse despues de la conquista [a]. Los demas Oficiales obtuvieron qual ocho, y qual doce mil nacionales [b] con los terrenos correspondientes á proporcion del favor que gozaban cerca del General. Gerónimo Alderete fué enviado con 60 hombres á establecer una Colonia sobre las riberas del gran lago Lavquen, á la qual dio el nombre de Villarica por la gran copia de oro, que se encontraba en sus contornos.
El mismo Valdivia, recibido otro socorro de gente, se encamino hácia el mediodia, teniendo siempre á la vista á Lincoyan, el qual buscaba una ocasion oportuna de atacarlo, sin poder jamas encontrarla conforme á los deseos de su tímida prudencia. Así el General Español corrió con poca pérdida todo el estado Araucano, del septentrion al mediodia, pero arribado al rio Callacalla, que divide los Araucanos de los Cuncos, encontró que este ultimo pueblo estaba en arma para prohibirle el paso. Mientras deliberaba sobre el partido que debia tomar, se le presentó una muger del pais nombrada Recloma, la qual movida ó del interés, ó del deseo de impedir la efusion de sangre humana, prometió hacer retirar toda aquella gente. En efecto, pasado el rio, habló con tanta eloqüencia en favor de los extrangeros al General Cunco, que este sin prevenir las conseqüencias, les dexó el paso libre. Los Cuncos forman una de las mas valerosas tribus de Chile. Ellos habitan lo largo del mar en aquel espacio de pais que yace entre el susodicho rio Callacalla, ahora dicho Valdivia, y el Archipielago de Chiloe. Son aliados de los Araucanos, y enemigos mortales de los Españoles: se dividen en varias tribus, las quales dependen, como entre las demas tribus Chilenas, de sus respectivos Ulmenes.
El Comandante Español, transportadas sus tropas á la otra banda del rio, fundó sobre la ribera austral la sexta ciudad que nombró de su nombre, siendo el primero entre los conquistadores de la America, que haya querido eternizar la memoria de su familia. Este establecimiento, del qual ahora no queda mas que la fortaleza, se elevó en pocos años á un grado considerable de prosperidad, no ménos por el oro purísimo, que se saca de sus minas, por cuyo motivo mereció el privilegio de tener casa de moneda, sino tambien por la excelencia de su puerto, que es uno de los mas bellos, y de los mas seguros del mar del Sur. El rio que forma allí, no solo este, pero varios otros puertos al rededor, es muy ancho, y tan profunde que los navios de linea anclan á pocos pasos de la ribera.
1553.Valdivia, contentandose por ahora con las conquistas, ó mas bien con las correrias hechas, volvió atrás, y en el nuevo tránsito que hizo por las provincias de Puren, de Tucapel, y de Arauco, construyó en cada una de ellas una fortaleza, para asegurar la posesion de todas las demas. El bien advirtió que en estas solas provincias podia suscitarse alguna revolucion funesta á sus establecimientos. Efectivamente en el dominio de Pilmayquen, dependiente del de Tucapel, vivia entonces aquel que dentro de poco debia cortar el hilo de sus victorias, y de su vida. Ercilia, autor contemporaneo, escribe, que los Españoles en esta expedicion tuvieron que sostener muchas batallas de parte de los nacionales, lo que es muy creible, porque de otra manera no se puede alcanzar como Lincoyan hubiese podido conservarse en el mando, sin hacer nada en defensa del estado.
Pero estos hechos de armas, mal continuados por la cobarde circunspeccion del General estuvieron muy lejos de servir de útil reparo al torrente que inundaba las provincias. Valdivia, sin arrepentirse de ningun modo de la temeridad de haber ocupado un pais tan vasto con pocas fuerzas, llegado que fué á Santiago mandó á Francisco de Aguirre, con doscientos hombres á conquistar las provincias de Cuyo, y Tucuman, situadas al oriente de la Cordillera. Aunque es verdad, que en aquellos dias le habia llegado por mar, del Perú, Martin Avendaño con un cuerpo considerable de tropas, y 350 caballos de remonta; pero estos refuerzos eran de poca consideracion respecto del gran número de pueblos que se querian tener sujetos.
No obstante de esto el Comandante Español infatigable en la execucion de sus vastas ideas, que le resultaban bien en apariencia, retornó hácia las provincias Araucanas, y en la de Encol fundó la séptima, y última ciudad, en un terreno fecundo de excelentes vinos. Le dió, sin penetrar lo futuro, el nombre de ciudad de los Confines. Sus ruinas yacen efectivamente en los confines de la parte de Chile, que habitan al presente los Españoles. Fue ciudad comerciante, y rica: sus vinos se conducian á Buenos Ayres, por un paso que dexa allí la cordillera. En la Enciclopedia está descripta baxo el nombre de Angol, que le fue dado en seguida por los Españoles, como una ciudad exîstente.
Despues de haber dado la forma conveniente á esta poblacion, Valdivia se restituyó á su predilecta ciudad de la Concepcion, donde creó los tres Oficiales Generales, que hasta ahora presiden al Real exército en Chile, es á decir, el Maestre de Campo, el Sargento Mayor, y el Comisario [c]. Luego envió á España á Gerónimo Alderete, con una gran suma de oro, y con una relacion circunstanciada de sus conquistas, encargandole de hacer lo posible para obtener el gobierno perpetuo del Reyno, y el título de Marques de Arauco. Al mismo tiempo expidió á Francisco Ulloa con un bastimento para observar diligentemente el estrecho Magallánico, por donde deseaba abrirse una comunicacion directa con la Europa, sin dependencia del Perú.
CAPITULO II.
CAUPOLICAN CREADO TOQUI,
expugna las plazas de Arauco, y de Tucapel: el exército Español es enteramente deshecho, y Valdivia muerto.
Mientras Valdivia atendia á estas grandiosas empresas, sin siquiera imaginarse el reves que la fortuna le estaba preparando, un viejo Ulmen de la provincia de Arauco llamado Colocolo, dexando por amor de la patria el retiro, á el qual mucho tiempo antes se habia entregado, corria las provincias Araucanas, solicitando los ánimos, aturdidos con las desgracias, para elegir un General capaz de desalojar á los Españoles de los puestos ocupados por la mala conducta de Lincoyan. Este Régulo se habia adquirido en todo el pais la reputacion de hombre sabio, é inteligente en los negocios del gobierno; su mucha edad y experiencia le concillaban la estimacion de toda la nacion, y á él se recurria en las ocasiones de mayor importancia.
Los Ulmenes, que eran ya todos del parecer de Colocolo, se juntaron prontamente, segun la costumbre, en un prado, y despues del comun banquete, comenzaron á tratar de la eleccion. Muchos aspiraban á la gloria de ser los redentores de la patria oprimida, pero entre todos se distinguian Andalican, Elicura, Ongolmo, Rencu, y Tucapel. Este último, que mereció por su valor dexar el propio nombre á la provincia, de la qual era Apo-Ulmen, tenia un gran partido; pero la parte mas prudente de los electores se le mostraba contraria, porque era de un carácter furioso, y capaz de apresurar la ruina del estado.
La disension se adelantó tanto, que los partidos opuestos estaban ya á punto de venir á las manos, quando el respetable Colocolo, levantandose en pie, aplacó de tal manera los ánimos irritados, con un enérgico discurso, que todos de comun acuerdo dexaron á su arbitrio la eleccion de Comandante. El buen viejo, depuesta toda mira, nombró sin detenerse al Ulmen de Pilmayquen, llamado Caupolican, el qual, por aquella modestia que caracteriza los grandes hombres, no se habia mezclado en el número de los Candidatos.
Toda la nacion aplaudió el juicio de Colocolo, porque el electo era hombre grave, paciente, sagaz, valeroso, y en suma, dotado de todas las qüalidades que forman un gran General. Su alta estatura, su fuerza prodigiosa, y la magestad de su rostro, aunque desfigurado por el defecto de un ojo, (lo que él tuvo comun con otros famosos Generales) daban un gran realce á los apreciables dotes de su ánimo. Empuñada que hubo la hacha distintiva de su dignidad, creó inmediatamente los Oficiales que debian comandar baxo de él, entre los quales admitió todos sus competidores, y aun al mismo Lincoyan; pero el empleo de Vice-Toqui lo reservó para Mariantu, del qual tenia plena satisfaccion. El violento Tucapel, que anhelaba al supremo mando, no se desdeñó de ser subalterno de su vasallo, mostrando en esto, que su ambicion no procedia verdaderamente de otro motivo que del deseo de servir á la patria.
Los Araucanos reputandose invencibles baxo los auspicios del nuevo Toqui, querian al instante ir desde el mismo congreso á embestir á los Españoles; pero Caupolican, no ménos político que guerrero, contuvo con razones prudentes este ardor, exhortandolos entretanto á proveerse de buenas armas para estar prontos á la primera órden. Hecha, pues, la revista del exército, halló conveniente comenzar las operaciones por medio de un estratagema, que el accidente le habia sugerido. Habiendose convenido aquella mañana misma con los auxîliares de los Españoles, que conducian forrages á la vecina plaza de Arauco, mandó allí, en lugar de ellos, ochenta valientes soldados, baxo la conducta de Cajuguenu, y de Alcatipay, á los quales mandó llevar las armas escondidas entre los haces de yerba, y que se apoderasen de la puerta de la fortaleza, hasta tanto que él pudiese llegar á socorrerlos con todas sus tropas.
Los disfrazados forrageros hicieron con tanta cordura su deber, que sin dar la menor sospecha fueron admitidos dentro de la plaza. Luego, sacadas prontamente las armas, pasaron á hacer su estrago en el cuerpo de guardia, y á matar á todos aquellos que se les ponian delante. Los restantes Españoles, que baxo el mando de Francisco Reynoso estaban allí de guarnicion, corriendo bien armados al tumulto, se opusieron vigorosamente á sus progresos, y despues de una obstinada pelea, los echaron fuera de la puerta en el mismo momento que arribaba el exército Araucano: de modo que apenas tuvieron tiempo de alzar el puente levadizo, y de ocurrir á la defensa del muro. Caupolican, aunque burlado de sus esperanzas, creyó todavía poder aprovecharse del desconcierto interno, y animando á sus soldados, asaltó por todas partes la fortaleza, á pesar del continuo fuego que hacian los sitiados con seis piezas de campaña, y dos cañones. Pero viendo, pues, que perdia mucha gente, se puso á bloquearla con resolucion de tomarla por hambre, ó de otra qualquiera manera.
Los Españoles, despues de varias salidas infructuosas, en las quales habian perdido no pocos de sus compañeros, determinaron abandonar la plaza, y retirarse á la de Puren. Este partido era tanto mas necesario, quanto que ya los víveres empezaban á faltar, y no habia allí alguna esperanza de socorro. Montados, luego que pasó la media noche, sobre sus caballos, abrieron improvisamente la puerta, y corriendo á rienda suelta, escaparon por medio de los enemigos. Los Araucanos, creyendo que esta fuese una de sus acostumbradas salidas, no se previnieron á oponerse á la fuga de ellos.
Caupolican, aterrada esta fortaleza, conduxo sus tropas á expugnar la plaza de Tucapel. Martin Erizar, Oficial de reputacion, que estaba en ella de guarnicion con quarenta hombres, se defendió valerosamente por algunos dias, pero cansado de los continuos asaltos del enemigo, y hallandose desproveido de víveres, resolvió retirarse á la misma plaza de Puren, lo que executó, ó en virtud de una capitulacion hecha con Caupolican, ó con la misma estratagema que resulto tan bien al Comandante de Arauco.
El General Araucano, libre ya de los fuertes que le daban mayor cuidado, se quedo con su exército en el sitio mismo de la destruida fortaleza, á fin de esperar allí á los Españoles, los quales, como presumia, no debian tardar mucho en venir contra él. En efecto, Valdivia, que se hallaba entonces en la Concepcion, apenas supo el asedio de Arauco, quando se puso en camino hácia aquella parte, con todas las fuerzas que pudo recoger, á pesar del aviso de los mas acreditados, entre los Oficiales que le pronosticaban lo mismo que despues sucedió.
Los historiadores de aquel tiempo, á proporcion del mayor ó menor empeño que tenian de disminuir la pérdida de sus compatriótas, varían mucho en la designacion que hacen del número de Españoles y de auxîliares que lo acompañaron en esta infausta expedicion. Segun algunos, no conducia consigo mas que doscientos de los primeros, y cinco mil de los segundos. Otros, pues, reducen aun este número, á la mitad solamente; no faltan otros que no quisieran darle mas de sesenta Españoles. La misma incertidumbre, por conseqüencia, se encuentra en quanto al número de enemigos, que algunos hacen ascender á nueve, y otros á mas de diez mil. Si los dos partidos contrarios nos hubiesen dexado documentos históricos, podriamos, confrontando sus relaciones, deducir un cálculo probable, pero las Memorias, de las quales nos servimos, vienen todas de un mismo manantial. No obstante de esto, reflexîonando sobre las funestas conseqüencias de aquella jornada, no se puede creer, á menos que se desprecie toda conjetura, que la pérdida no fuese mas considerable de lo que se pretende.
Sea lo que fuere, Valdivia, estando á pocas millas de distancia de los acampamentos enemigos, mandó delante á Diego del Oro, con diez caballos, para observar la positura de ellos. Pero estos cayendo en las correrias Araucanas, fueron despedazados cruelmente, y colgados en los árboles, sobre el camino real. Las tropas Españolas llegadas á este lugar, se quedaron horrorizadas á la vista de un espectáculo tan inopinado, y á pesar de su acostumbrado valor deseaban volver atras. El mismo Valdivia, por presagio de su suerte, comenzó á arrepentirse de no haber seguido el consejo de los mas sensatos; pero inducido de las jactancias de los jóvenes Oficiales, los quales á despecho del exemplar que tenian delante de los ojos, decian, que diez de ellos eran mas que suficientes para poner en fuga á todo el exército Araucano; caminó á delante, y avistó el campo enemigo. 1553.
3 de Diciembre.La fortaleza arruinada, el órden bien entendido de los esquadrones contrarios, los escarnios insultantes de los enemigos, que en alta voz los llamaban ladrones, é impostores, infundian un terror mezclado de ira en los ánimos de sus soldados, acostumbrados hasta entonces á mandar, y á ser temidos y respetados.
Los dos exércitos estuvieron largo tiempo contemplandose el uno al otro, hasta que Mariantu, que mandaba la ala derecha de los Araucanos, se movió contra la opuesta de los Españoles, conducida por Bobadilla, el qual hecho su encuentro con un destacamento, quedó arrollado, y destruido del todo. El Sargento Mayor que envió Valdivia á socorrerle con otro destacamento, tuvo la misma suerte. Tucapel, que estaba en la ala siniestra Araucana, principió tambien el ataque por su lado, con su acostumbrada impetuosidad. La accion entonces se hizo general. Los Españoles, guarnecidos de armas superiores, y animados del exemplo de su valeroso Xefe, que hacia no ménos de General que de soldado trastornaban las filas enteras de los enemigos. Pero estos, á pesar de la carniceria que hacian las armas de fuego, volvian á formar muy presto su lineas. Tres veces se retiraron en buen órden fuera del tiro de fusil, y otras tantas; tomado nuevo vigor, volvian á la refriega. Por último, perdiendo siempre mas gente, comenzaban ya á desordenarse y á rendirse. En vano Caupolican, Tucapel, y el impavido viejo Colocolo, que se encontraba tambien en la batalla, se esforzaban para impedirles la fuga, y para reanimarles el valor. Los Españoles gritaban victoria, y molestaban furiosamente á los fugitivos.
En este aprieto, un jóven Araucano, de quince á diez y seis años, llamado Lautaro, que Valdivia en sus correrias habia tomado, bautizado, y hecho su page, abandonando la parte victoriosa por la vencida, se puso á improperar altamente á sus compatriotas su cobardia y á exhórtalos á la perseverancia, asegurandoles que los Españoles, ya cansados y heridos, no estarian en estado de hacer mayor resistencia. Empuñada luego una lanza, se vuelve contra su mismo amo gritando: seguidme compatriótas, seguidme, la victoria nos espera con los brazos abiertos. Los Araucanos avergonzados de ser menos que un muchacho, se arrojan con tal furia sobre los enemigos esquadrones, que al primer lance los ponen en derota, haciendo pedazos á los Españoles y auxîliares, de tal modo, que de todo aquel exército no quedan mas que dos Promaucaes, los quales tienen la fortuna de poderse esconder en un bosque vecino.
El General Español, perdida toda esperanza, se habia retirado al principio del estrago, con su Capellan, para prepararse á la muerse; pero seguido, y preso por los vencedores, fué conducido á la presencia de Caupolican, á el qual, en demostracion conveniente á su actual situacion, pidió en gracia la vida, implorando la intercesion de Lautaro, y prometiendo con repetidos juramentos partirse de Chile con toda su gente.
El Comandante Araucano, naturalmente generoso, y rogado de Lautaro, estaba ya dispuesto á hacerle la gracia. Pero entretanto que se trataba de esto, un viejo Ulmen, de gran autoridad en el pais, encolerizado de oir hablar de perdon, despedazo con un furioso golpe de maza, la cabeza al infeliz prisionero, diciendo ser locura creer á un enemigo ambicioso, el qual, escapado que fuese de aquella crítica coyuntura, se burlaria de sus juramentos y de la estupidez de ellos. Caupolican hubiera castigado severamente este atentado, si la mayor parte de los Oficiales no se hubiese opuesto á su justo resentimiento.
Este fué el trágico fin del conquistador Pedro Valdivia, hombre sin contradicion dotado de ánimo incomparable, y de grandes talentos políticos y militares, de los quales todavia deslumbrado por el espíritu romancesco de su siglo, no supo hacer uso oportuno. Hubiera sido feliz en todas sus empresas, si hubiese sabido medir sus fuerzas; ó sino dexandose seducir del exemplo del Perú, hubiese despreciado menos á los Chilenos. La historia no le improperará con alguna de aquellas crueldades, de las quales son acusados los demas conquistadores sus contemporáneos. Aunque es verdad que en las Crónicas de los Franciscanos son aplaudidos dos de aquellos Religiosos por haberlo apartado con sus humanos consejos de las crueldades que hacia en los principios contra los naturales del pais. Pero este rigor no debió ser tan excesivo que mereciese particular mencion entre los historiadores. Algunos lo tachan de avaro, y pretenden que en pena de este vicio fuese sufocado por los Araucanos con oro fundido vertido en la boca: pero esta es una historieta indubitablemente copiada de la antigüedad.
La victoria alcanzada al entrar la noche, fué celebrada el dia siguiente con todo genero de juegos y de convites, en un prado ceñido de árboles sombrios, sobre los quales se veian colocadas, á manera de trofeos, las cabezas de los enemigos. Inmenso fué el pueblo que de los lugares comarcanos concurrió á observar con sus propios ojos el estrago de aquel exército, creido hasta entonces invencible, y á gozar de las festivas diversiones. Los Oficiales vencedores comparecieron allí vestidos en señal de triunfo, con los vestidos de los Españoles, y el mismo Caupolican se vistió el arnés, y la casaca de Valdivia, que estaba toda bordada de oro.
CAPITULO III.
LOS ESPAÑOLES ABANDONAN
a Puren, Angol, y Villarica: Caupolican sitia á la Imperial y Valdivia: Lautaro deshace el exército Español en Mariguenu, y destruye la Concepcion.
Fenecidos los espectáculos, Caupolican, conduciendo de la mano al joven Lautaro, lo presentó al Congreso nacional, que se habia reunido para tratar de los negocios de la guerra, y despues de haberle hecho un gran elogio, en el qual le atribuia todo el éxîto de la jornada precedente, lo creó su Teniente-Toqui extraordinario, con la facultad de mandar en Xefe otro exército que debia formarse para cubrir las fronteras del estado de las invasiones de los Españoles. Esta disposicion fué aplaudida y aprobada de todos los circunstantes, porque Lautaro, á mas del incomparable servicio hecho á la patria, y la nobleza de su familia, que pertenecía al órden de los Ulmenes, era dotado de singular belleza y afabilidad, y de un valor superior á sus años.
Los pareceres sobre las operaciones de la próxîma campaña fueron diversos; Colocolo con una gran parte de los viejos Ulmenes, queria que antes de todo se limpiase el estado de los establecimientos extrangeros que todavia permanecian en pie. Pero Tucapel, seguido de los mas osados, entre los Oficiales, se oponía á este sentir, diciendo, que en las circunstancias presentes no habia otro partido que tomar que el de atacar en derechura á los Españoles, ya consternados, en el centro de sus colonias, esto es, en la misma ciudad de Santiago, y perseguirlos, si fuese posible, hasta España, aunque ni él, ni alguno de los presentes supiese donde este reyno estuviese situado. Caupolican, aplaudido el consejo de Tucapel, que quizá era el mas útil, se adhirió a la primera opinion, recomendandola como mas segura, y mas ventajosa á la patria.
Mientras se deliberaba en quanto á estos importantes objetos, Lincoyan, que corria la campaña con un destacamento de tropas, ataco y deshizo catorce Españoles que venian de la Imperial, en socorro de Valdivia, cuya muerte no se habia aun divulgado. Estos al hacer frente al enemigo que esperaban poner luego en fuga, se lamentaban de no ser dos menos para poderse llamar, segun las ideas caballerescas de su siglo, los doce de la fama. Pero sus votos fueron atendidos demasiado, porque al primer encuentro no quedaron de aquel número mas que siete, los quales prevaliendose de la ventaja de los caballos, de cuyo beneficio carecian los contrarios, se refugiaron, gravemente heridos, en la plaza de Puren [d].
Habiendose esparcido con la venida de ellos la nueva de la total derrota del exército Valdiviano, los habitantes Españoles de la ciudad de los Confines, y de Puren, creyendose poco seguros dentro de sus murallas, se retiraron á la Imperial. Lo mismo hicieron los de Villarica, los quales abandonadas todas sus cosas, corrieron á refugiarse en Valdivia. Así á los Araucanos no les quedaba que expugnar mas que estas dos plazas. Caupolican se encargo de sitiarlas, dexando á Lautaro el cuidado de defender las fronteras del estado por la parte del septentrion. El Joven Vice-Toqui se fortifico sobre el alto monte de Mariguenu, que yace en el camino que conduce á la provincia de Arauco; imaginandose, como efectivamente sucedió, que los Españoles deseosos de vengar la muerte de su Comandante, vendrian por aquella parte en busca de Caupolican. Este monte, que en varias ocasiones ha sido funesto al nombre Español, tiene sobre la cima una bella llanura con algunos árboles, que á trechos le hacen sombra. Sus faldas estan llenas de despeñaderos y precipicios, especialmente las que miran á poniente, donde el mar bate con gran violencia, y las que se ven á levante, las quales estan cubiertas de un bosque impenetrable. No se puede llegar á la cumbre, sino es por una senda escabrosa, que conduce por el lado del septentrion.
Los dos auxîliares Promaucaes, que habian solamente escapado, como hemos dicho, del entero exterminio del exército Español, llegados á la Concepcion, habian llenado aquellos ciudadanos de terror. Calmada que fué la consternacion se abrió un pliego, que Valdivia antes de partir habia entregado al cabildo, en el qual se encontraron destinados para sucederle, por órden en el gobierno, en caso de muerte, Gerónimo Alderete, Francisco Aguirre, y Francisco Villagran. Pero hallandose el primero en Europa, y el segundo en la Provincia de Cuyo, el supremo mando fué devuelto á Villagran [e]. Este Comandante, menos temerario que Valdivia, hechos los preparativos necesarios, se puso en marcha tomando la vuelta de Arauco, con un buen numero de tropas Españolas y auxîliares.
1554.Pasado sin oposicion Biobio, se encontró á poca distancia con un cuerpo de Araucanos, que procuraban oponérsele vigorosamente en un paso estrecho. Pero habiendo acertado á desbaratarlos despues de una vivísima accion de tres horas, los rechazo siempre combatiendo, hasta la falda de la cumbre, donde Lautaro, defendido por una fuerte estacada, lo esperaba inmobil con el resto del exército. Tres compañias de caballería Española, que por su órden se habian esforzado para superar la dificil subida del monte, llegadas, despues de gran trabajo, á poca distancia de la cima, fueron rechazadas con una cantidad de piedras, de flechas, y demas armas arrojadizas que incesantemente llovian sobre sus cabezas. Villagran entre tanto, observando que del campo enemigo partian varios destacamentos con la idea de cercarlo, hizo avanzar los mosqueteros, y disparar seis piezas de campaña que habia colocado en un sitio oportuno.
La montaña se cubria de humo, y retumbaba con el estrépito de las balas, que se cruzaban por todas partes. Pero Lautaro, en medio de tanto ruido, mantenía constante su puesto; solamente viendo que el mayor daño le venia de los cañones, ordenó al Capitán Leucoton que fuese con su compañia á apoderarse de ellos, mandandole, con aquella autoridad que le daba, no su edad, sino su mérito, que no osase volver á verlo sin haber practicado su órden. El bravo Oficial, desafiando á la muerte, se arrojó con tal resolucion sobre los artilleros, que despues de una furiosa oposicion, llevó triunfante todas las seis piezas.
En este intermedio de tiempo, Lautaro, para impedir á los Españoles el socorro que podian llevarles por aquella parte, se echó con precipitacion sobre ellos, con todas sus tropas, y los despeñó hasta el baxo, de manera, que precipitando los caballos y infantes juntos, no pudieron volver á ponerse en órden, ni pensar en otra cosa que en la fuga. Sobre el campo quedaron unos tres mil muertos, entre auxîliares y Européos. El mismo Villagran, caido en tierra, hubiera quedado prisionero, si trece de sus soldados, haciendo prodigios de valor, no lo hubiesen arrebatado de las manos de los enemigos, y restituido á su caballo. Los Españoles restantes, siempre perseguidos de los vencedores, huian espoleando furiosamente sus caballos ya cansados, pero llegados al paso estrecho, donde se habia comenzado la batalla, lo encontraron cerrado por órden de Lautaro, con troncos de árboles. Aquí la pelea se encendió de modo, que no hubiera escapado ninguno del miserable resto del exército deshecho, si Villagran, haciendo el último esfuerzo, no hubiese abierto el paso con gran peligro de su vida. No obstante de esto, los Araucanos, aunque hubiesen ya perdido cerca de setecientos hombres, no dexaron de seguirlos por largo espacio de tiempo; pero encontrandose extremamente fatigados, y no pudiendo á pie alcanzar los caballos, se quedaron con ánimo de vadear el dia siguiente á Biobio.
Los pocos Españoles que se libraron del estrago, causaron en la Concepcion una amargura, y una consternacion inexplicable. No habia allí familia alguna, la qual no tuviese algun pariente que llorar. El espanto se aumentó mayormente con la nueva del próxîmo arribo de Lautaro. Villagran, considerando imposible la defensa de la ciudad, hizo embarcar precipitadamente los viejos, los niños, y las mugeres, en dos bastimentos, que por fortuna se encontraban en el puerto, ordenandoles que conduxesen parte á la Imperial, y parte á Valparaiso. El se encaminó por tierra, con el resto de los habitantes para Santiago.
Lautaro, entrado en la ciudad, hizo en ella un botin tanto mas considerable, quanto que el comercio, y las minas la habian elevado á una grande opulencia, y los ciudadanos, atendiendo mas á salvar la vida, que las riquezas, no se habian entretenido en llevar consigo sino algunos pocos víveres. Los edificios quedaron consumidos de las llamas, y la fortaleza destruida hasta los fundamentos. El vencedor volvió con sus tropas á celebrar su triunfo en Arauco.
CAPITULO IV.
VILLAGRAN HACE LEVANTAR
el sitio de la Imperial, y de Valdivia: las viruelas se introducen entre los Araucanos: Lautaro vuelve á destruir la Concepcion, que habia sido reedificada: se encamina contra Santiago, y es muerto.
Entretanto los Comandantes de las ciudades Imperial y Valdivia, estrechamente sitiados por Caupolican, pidieron socorro al Gobernador, el qual, aunque abatido por la anterior derrota, no dexó de introducirles, con toda la celeridad posible, un competente número de gente. El General Araucano, creyendo dificil en tales circunstancias, la toma de aquellas dos plazas, levantó el asedio, y vino á unirse con Lautaro, para tentar con las fuerzas combinadas alguna otra empresa de mayor importancia.
Villagran, prevaliendose de la ausencia del enemigo, saqueó todos los paises vecinos á la Imperial, quemó las casas, y los sembrados, y hizo transportar á la ciudad todas las vituallas que no fueron incendiadas. Los pretendidos derechos de la guerra lo obligaron á poner en obra estos iniquos medios, los quales ordinariamente no producen otros efectos, que los de hacer padecer á los mas débiles. El por otra parte era de un carácter humano, y enemigo de la violencia, su generosidad era alabada de los mismos enemigos. Durante su gobierno ninguno fue maltratado, ó muerto, fuera del campo de batalla.
A las terribles calamidades, que lleva consigo la guerra, se añadió la de la pestilencia. Algunos de los soldados, que se encontraron en la susodicha correria, estando aun infectos, ó salidos frescamente de las viruelas, esparcieron por la primera vez en todas aquellas provincias este mortal contagio, el qual hizo allí tanto mayor estrago, quanto era menos conocido. Entre los varios distritos, habia uno que habitaban doce mil personas, de las quales no quedaron con vida mas que unas ciento [f]. Esa pestilencia, que por su continuacion ha sido mas perniciosa que ninguna otra al género humano, se habia introducido poco antes en los lugares boreales de Chile, donde de tiempo en tiempo no ha cesado de volver á aparecer con gran daño de aquellos nacionales. Las provincias australes, en mas de un siglo, han sido exentas por las precauciones que usan aquellos habitantes, de impedir toda comunicacion con los paises infectos, como se practica en Europa en tiempo de peste.
Mientras Villagran ocupaba toda su atencion en sostener, quanto era posible, el dominio Español en aquellas partes, y hacer frente á los victoriosos enemigos, que procuraban aniquilarlo, se vió muy próxîmo á volver las armas contra sus mismos compatriotas. Francisco Aguirre, que habia sido nombrado Gobernador en segundo lugar, como hemos dicho, informado de la muerte, y de la última disposicion de Valdivia, abandonó el Cuyo, donde parece que no habia hecho nada de particular, y con sesenta hombres que le quedaban, se restituyo á Chile con ánimo de tomar posesion del gobierno: de grado, ó por fuerza. Esta pretension hubiera, pues, ocasionado infaliblemente una guerra civil entre él, y Villagran, con gran perjuicio de la conquista, si por la interposicion de sus comunes amigos, no se hubiesen remitido ambos al arbitrio de la Audiencia Real de Lima.1555. Este Magistrado, cuya jurisdicion se extendia entonces á toda la América meridional, no creyó conveniente dexar el gobierno ni al uno, ni al otro, y en lugar de ellos ordenó que mandasen los Corregidores de las ciudades, cada uno en su distrito, hasta nueva providencia.
Los pobladores, previendo los inconvenientes que debian resultar de esta poliarquia, máxîme en tiempo de guerra, hicieron su representacion á la Audiencia, la qual enterada de sus razones, dió el mando general á Villagran, como mas práctico que Aguirre en los negocios del Reyno, pero con solo el título de Corregidor, ordenandole que procurase reedificar la destruida ciudad de la Concepcion. Aunque él viese la mutilidad de esta comision, con todo, por manifestar su obediencia, se encaminó á ella prontamente con ochenta y cinco familias, las quales dexó establecidas, y defendidas de una competente fortaleza.
Los nacionales, indignados de verse otra vez sujetos al yugo extrangero, recurrieron á sus comunes protectores los Araucanos. Caupolican, que en todo este intervalo de tiempo, ó fuese por ignorancia de lo que pasaba entre los Españoles, ó por qualquiera otro motivo, no se habia movido de su acampamento, mandó en socorro de ellos dos mil hombres, baxo las órdenes de Lautaro, ya práctico en tales expidiciones. El joven Comandante irritado contra la que él llamaba obstinacion, pasó sin detenerse Biobio, y atacó á los Españoles, los quales fiandose demasiado en su valor, lo esperaban en campaña abierta. El primer encuentro decidió la suerte de la batalla. Los ciudadanos, deshechos, se retiraron al fuerte con tanta precipitacion, que no se previnieron siquiera de cerrar las puertas. Los Araucanos, entrados juntos con ellos, mataron un buen número. Los restantes, dispersos, parte se embarcaron en una nave que estaba en el puerto, y parte se refugiaron en los bosques, desde donde por caminos ocultos, se volvieron á Santiago. Lautaro, saqueada y quemada, como habia hecho antes, la ciudad, volvió lleno de despojos á su acostumbrado puesto.
Este feliz suceso hizo renacer en el ánimo de Caupolican el designio de tentar otra vez la expugnacion de las plazas de la Imperial, y de Valdivia. Las gloriosas empresas de su Lugar-Teniente lo estimulaban á seguir asuntos de la mayor importancia, y dignos de su supremo empleo. Lautaro se encargó de hacer una diversion á las fuerzas Españolas, encaminandose la vuelta de Santiago, cuya toma no le parecia dificil, no obstante el grande espacio de terreno que debia atravesar antes de llegar á aquella ciudad. Sus continuas victorias lo habian animado de manera, que ninguna creia dificil á sus esfuerzos.
Para poner en execucion esta peligrosa empresa, no queria llevar consigo mas de quinientos hombres escogidos á su eleccion. Pero el número de aquellos que deseaban militar baxo sus estandartes victoriosos, era tan grande, que se vió obligado á recibir otros ciento. Así se separaron los dos Generales, entre los mas dichosos anuncios de la nacion, la qual, sin pensar en los reveses de la fortuna, se prometía el éxîto mas feliz de estas dos expediciones.
Lautaro corrió á la cabeza de sus seiscientos campeones todas las provincias que yacen entre Biobio y Maule, sin hacer el menor agravio á los habitantes comarcanos, que lo llamaban su libertador. Pero pasado este último rio, comenzó inhumanamente á destruir las tierras de los aborrecidos Promaucaes, los quales, tratados con benignidad, tal vez se hubieran separado de los Españoles, y unido á su partido. El intempestivo deseo de la venganza no le dexó preveer los buenos efectos que de esta oportuna reconciliacion podian resultar en favor de la causa comun.
Después de haberse vengado, en algun modo, como él decia, de los traidores de la patria, se fortificó en el mismo pais, en un puesto ventajoso, sobre las riberas de 'Rio-Claro, con la mira probablemente, ó de informarse antes de pasar adelante del estado de la ciudad que queria expugnar, ó de esperar allí á los Españoles para deshacerlos poco á poco. Esta dilacion inoportuna fué utilísima á los habitantes de Santiago, los quales luego que se esparció la primera noticia de su venida, no podian persuadirse que fuese tan temerario que hiciese un viage de mas de trescientas millas para venir atacarlos. Pero desengañados por los desterrados de la Concepcion, que conocian por propia experiencia el carácter emprendedor de este mortal enemigo de la potencia Española, juzgaron aproposito tomar algun expediente útil á su defensa. Pero antes de todo enviaron á Juan Godinez con veinte y cinco hombres al pais de los Promaucaes, con el fin de que viese si las noticias eran verdaderas, y observase los movimientos y designios del enemigo, y que diese pronto aviso. Pero él no pudo practicar mas que una parte de dichas comisiones, porque asaltado improvisamente de un destacamento Araucano, volvió precipitadamente con su gente disminuida y asombrada á darles la nueva. Los vencedores se apoderaron en esta ocasion de diez caballos, y de algunas armas, de las quales se sirvieron despues en las siguientes acciones.
El Corregidor Villagran, que se encontraba entonces incomodado, dió á su primo Pedro Villagran la incumbencia de marchar con aquellas tropas que pudieron juntarse contra Lautaro. El entretanto hizo fortificar del mejor modo posible la ciudad, cerrandole las entradas con buenos reparos. Aquel Comandante atacó en su fuerte á los Araucanos, estos instruidos del Xefe que los conducía, fingieron una fuga: pero entrados que fueron los Españoles en el abandonado recinto, hicieron frente, y se echaron encima de ellos con tanto ímpetu que los derrotaron. Los caballos solos pudieron sacarlos del peligro de quedar todos despedazados.
Pedro Villagran, recibidos nuevos socorros de gente, volvió á acometer por tres veces el campo Lautarino; pero habiendo sido siempre rechazado con pérdida, se alojó en un prado baxo, á orillas del rio Mataquito. El General Araucano, ocupada una montaña vecina, intento inundar de noche los quarteles Españoles, echando sobre ellos un brazo de rio. Pero este atrevido designio, que hubiera sido la ruina de aquel exército, no tuvo efecto, porque Villagran, advertido en tiempo por un espia que habia observado los preparativos, se retiró poco antes de la execucion con toda su gente á Santiago.
1556.El viejo Villagran, restablecido de su indisposicion, y solicitado con vivas demostraciones de aquellos ciudadanos, que á cada momento creian ver los Araucanos á sus puertas, se puso finalmente en marcha con 196 Españoles, y 1Ϡ auxîliares, en busca de Lautaro. Pero acordandose de la derrota de Mariguenu, resolvió no atacarle sino por sorpresa. Dexado con tal mira el camino real, se dirigió secretamente por la playa del mar, donde guiado de una espia, caminó por un sendero oculto á embestir los alojamientos al amanecer.
Lautaro, que en aquel momento se habia adormecido, despues de haber estado en vigilia, como acostumbraba toda la noche, saltó de la cama al primer al arma de las centinelas, y se encaró á las trincheras para observar el enemigo. Pero en el mismo instante, un dardo, despedido de uno de los auxîliares de los Españoles, le atravesó el pecho de parte á parte, de manera, que sin dar la menor señal de vida cayó desangrado entre los brazos de los circunstantes. Parece que la fortuna, siendole siempre propicia, quisiese ahorrarle, con una muerte tan improvisa, el rubor de verse vencido por la primera vez, si es que debia rendirse en esta ocasion. Su genio fecundo de expedientes, le habria facilmente sugerido algun industrioso recurso para hacer inutil la sorpresa de los asaltadores, sino hubiese sido sorprendido de este fatal accidente.
Animado Villagran con un suceso tan inopinado, asaltó por todas partes los quarteles enemigos, y penetro en ellos á pesar de la furiosa resistencia de seiscientos Araucanos, los quales, acantonados en un ángulo de las trincheras, resolvieron mas bien dexarse hacer pedazos, que rendirse á los homicidas de su valeroso Xefe. En vano el General Español ofreció diversas veces darles quartel. De esta gracia no quisieron aprovecharse sino algunos pocos de aquellos Indios vecinos, que por accidente se encontraban en los mismos alojamientos. Todos los Araucanos cayeron, hasta el último, con tanta obstinacion, que se ensartaban ellos mismos en las lanzas de los Españoles, para poder llegar á matarlos.
La victoria, que habia costado muy cara á los vencedores, se celebró por tres dias consecutivos en Santiago, y en las demas colonias Españolas, con todas aquellas demostraciones que suelen practicarse en las ocasiones de los mas prósperos sucesos públicos. Aquellos colonos se felicitaban recíprocamente de hallarse por ultimo libres de un enemigo, que en la temprana edad de diez y nueve años habia ya conseguido tantas victorias sobre su nacion, y que era muy capaz de arruinar enteramente todos sus establecimientos en Chile, y aun de inquietar los del contiguo Perú, como él mismo se lisonjeaba quererlo hacer, luego que hubiese puesto en libertad el pais natural.
Pero despues que este joven héroe cesó de ser temido, la generosidad de la opinion sucedió, como casi siempre acaece, al espíritu de partido. Sus enemigos mismos aplaudian altamente su valor, y sus talentos militares, parangonandolo con los mas celebres Generales del mundo. Llamábanlo por antonomasia el Annibal Chileño, por ciertas relaciones que creian encontrar entre el mismo, y el Africano, aunque en cierto modo el renombre de Scipion le fuese mas adaptable. „No es justo, dice uno de sus historiadores [1], deprimir aquel que ensalzariamos al grado de héroe si hubiese sido nuestro. Si celebramos con razon las proezas de un Viriato Español, no debemos disimular las de un Lautaro Americano, quando ambos combatieron en favor de la patria por las mismas causas, y con el mismo valor."
Los Araucanos al contrario, lloraron largamente la pendida de su valiente compatriota, al qual debian todos los felices sucesos de sus armas, y en cuya conducta y valor tenian puesta la esperanza de la readquisicion de la propia libertad. Sus canciones heroycas hacen resonar hasta ahora su nombre, y sus hechos se proponen á la juventud para imitarlos como los mas gloriosos modelos. Pero Caupolican, mas que todos, sintió una desgracia tan funesta. Así como él amaba sinceramente á la patria, así muy lejos de pensar haber salido de un ribal, creyó antes bien haber perdido su principal cooperante en la gloriosa empresa de salvar á su nacion. Luego que tuvo la triste noticia, abandonó el sitio de la Imperial, que habia ya reducido á los extremos, y retornó con todas sus tropas á las fronteras para cubrirlas de las incursiones de los enemigos, los quales por medio de sus espias, sabia que esperaban un gran convoy de gente y de municiones de guerra del Perú, con un nuevo Comandante.CAPITULO V.
DON GARCÍA DE MENDOZA
arriba á Chile con un refuerzo de tropas: sus expediciones contra Caupolican.
El General Araucano no fué mal informado. Felipe II, que habia sucedido en los dominios Españoles al gran Cárlos V su padre, sabida la muerte de Valdivia, habia encargado á su Agente Gerónimo Alderete, el Gobierno, y la conquista de Chile, dandole para este efecto 600 hombres de tropa reglada. Mientras él navegaba con toda esta gente, una hermana suya, que gustaba leer en la cama, pegó por accidente fuego á la nave en las inmediaciones de Portobelo. De este incendió: no se salvaron mas que tres soldados, y el mismo Alderete, el qual poco despues murió de pesadumbre en la pequeña Isla de Taboga, sobre el golfo de Panamá.
El Marques de Cañete, Vírey del Perú, noticioso de esta desgracia, confirió el empleo vacante á su hijo Don Garcia Hurtado de Mendoza. Pero como este cargo se habia hecho en aquellos tiempos muy peligroso, se determinó á no dexarle partir sino fuese acompañado por un cuerpo de tropas capaces de sostenerlo, y de hacerle tambien obtener, si fuese posible, la gloria, de terminar la obstinada guerra con los Araucanos. Con esta mira hizo hacer numerosas levas y de gente en la vasta extension de su Vireynato. El Perú, acabadas las disensiones civiles, abundaba entonces de aventureros aguerridos, que deseaban encontrar algun empleo; por lo qual en breve tiempo se juntó un número considerable de soldados, los quales, parte por continuar su genio belicoso, y parte por dar gusto al Virey, se ofrecieron á militar baxo las banderas de su hijo.
La infanteria, con el numeroso aparato militar, se embarco en diez naves, baxo el mando del mismo D. Garcia, y la caballería se dirigió por tierra, baxo las órdenes del Maestre de Campo Garcia Ramon. La flota llego en el mes de Abril 1557. á la desierta Bahia de la Concepcion, dió fondo vecino á la Isla Quiriquina, la qual, como mas segura, habia sido escogida para colocar en ella el quartel general. Aquellos pocos habitantes que se encontraban allí intentaron, con increíble audacia, impedir el desembarco. Pero desbaratados brevemente por la artillería, se retiraron en sus piraguas al continente. El Gobernador, arrestados algunos de los mas lentos en huir, mando dos ó tres á los Araucanos, con órden de informarles de su venida, y del deseo que tenia de hacer una paz estable con ellos.
Los Ulmenes reunidos para recibir esta embaxada, fueron generalmente de opinion que no debian escucharse las proposiciones de un enemigo que retornaba con mayores fuerzas, siendo imposible que ellas no fuesen ó insidiósas, ó poco honestas. Pero el viejo Colocolo, que era el alma de aquella junta, dixo, que no tenia nada de malo oir los ofrecimientos del General Español. Antes era esta una oportuna ocasion para espiar sus designios, y observar sus fuerzas; que por tanto él creia útil mandarle una persona prudente, y inteligente, la qual con pretesto de felicitar al nuevo Gobernador sobre su arribo, y de darle gracias por el deseo que decia tener de venir á un convenio, indagase todo aquello que creyese conducente para arreglar la conducta de ellos.
Caupolican adhirió con la mayor parte de los viejos Oficiales á este sabio consejo, y confió esta comision de tanta importancia á Millalauco, en el qual concurrian todas las qüalidades que pedia Colocolo, Este embaxador, pasado el angosto estrecho, que separa la Isla de la Quiriquina del continente, se presentó con aquella gravedad que es propia de su nacion, á los Españoles, los quales en recompensa, para darle una grande idea de su poder, lo recibieron formados en órden de batalla, y lo conduxeron, en medió del ruido de la artillería, al pavellon del General. Millalauco, sin alterarse por todas estas apariencias, cumplimentó, á nombre de Caupolican, al Gobernador á y expuso en pocas palabras la voluntad que él, y toda su gente tenian de cooperar al establecimiento de una paz honrosa, y ventajosa á las dos naciones, añadiendo que hacian esto, no por temor de su poder, sino inducidos de los estímulos de la humanidad.
Don García, poco contento de estos ofrecimientos vagos, y contrarios á sus miras, hizo las mismas protestas generales sobre la paz, y despues de haber regalado magníficamente al embaxador, ordenó á sus Oficiales que lo conduxesen por todos los alojamientos, á fin de intimidarlo con la muestra del poderoso militar apresto que habia llevado consigo. Millalauco, que no deseaba otra cosa, lo observó todo con atenta indiferencia, y despidiendose de los Españoles, se restituyó á su pais. Los Araucanos, enterados de su circunstanciada relacion, pusieron centinelas en toda la costa para observar los movimientos de los enemigos, y comenzaron á prepararse para la guerra, que creian próxîma, é inevitable.
Pero Don García se mantuvo casi todo el invierno en la isla esperando la caballería que le venia del Perú, y las tropas de refuerzo que habia pedido á todas las ciudades de su jurisdicion. La noche del seis de Agosto finalmente desembarcó en secreto 130 hombres, con varios ingenieros, sobre la playa de la Concepcion, y ocupado en el momento mismo el monte Pinto, que domina la marina, construyó en él un fuerte, guarneciendolo de muchos cañones, y de un buen foso.
Las espias Araucanas no dexaron de informar luego á Caupolican de quanto pasaba en la vecina costa de los Pencones. Este General, reunidas prontamente sus tropas, pasó Biobio á 9 del mismo mes, y al amanecer del dia siguiente, que fué memorable tambien en Europa por la derrota de los Franceses en San Quintin, atacó por tres partes la fortaleza, habiendo enviado adelante gastadores para llenar con faginas y troncos de árboles los fosos. El asalto se siguió con aquel furor y constancia que son naturales en aquella gente. Muchos llegaron á colocarse sobre los parapetos, y algunos saltaron hasta dentro del recinto del muro, destruyendo todo lo que se les ponia delante. Pero la mosqueteria y los cañones dirigidos por manos maestras, hacian un estrago tan horrible, que el foso se llenaba de cadáveres, los quales ya servian de puentes á los nuevos combatientes, que sucedian intrépidamente á los muertos. Tucapel, llevado de su increible temeridad, se echó dentro del fuerte, y habiendo matado allí quatro de los enemigos con su formidable clava, escapó velozmente por un precipicio, en medio de las balas, que le fulminaban de todas partes.
Mientras se peleaba con tal ardor al rededor de la fortaleza, los Españoles que habian quedado en la Isla, viendo el peligro en que se encontraban los sitiados, se transportaron á tierra firme, y ordenados en batalla marcharon en su socorro. Caupolican, observado el desembarco, expidió inmediatamente contra ellos parte de sus tropas. Pero estas, despues de un terrible combate de algunas horas, fueron rechazadas hasta el monte, de modo, que los asaltadores quedaron entre dos fuegos. Sin embargo no descaecieron de ánimo, y continuaron combatiendo hasta medió dia. Entonces, sumamente fatigados de la larga pelea, se retiraron hácia Biobio con ánimo de hacer nuevas levas para volver al asedió.
Reforzado brevemente el exército, Caupolican se puso de nuevo en marcha la vuelta de la Concepcion, pero habiendo sabido por el camino, que los Españoles habian recibido un gran socorro de gente, se quedó en la ribera de Biobio, todo confuso, por no poder practicar aquello que Lautaro habia hecho dos veces con tanto aplauso de la nacion. El dia antes efectivamente habian llegado á la Concepcion dos mil auxîliares, juntos con la caballeria del Perú, que consistia en mil hombres bien armados, y de la Imperial asimismo habia venido otro esquadron de caballeria Española.
Don Garcia, dado el reposo necesario á su exército, determinó finalmente ir á buscar los Araucanos en sus tierras. Pasó Biobio en barcos bien equipados, seis millas antes de su embocadura, donde aquel rio tiene 1500 pasos de anchura. Caupolican no se arriesgó á impedir el desembarco, porque los cañones colocados sobre los barcos dominaban toda la ribera opuesta, pero habia ocupado un puesto no muy lejano, espaldeado de espesos bosques, los quales podian facilitarle la retirada en caso de desgracia.
La batalla principió por una escaramuza favorable á los Araucanos. Los corredores Españoles, habiendose encontrado con los de Caupolican, fueron rechazados con pérdida, á pesar del socorro que les llevó el Maestre de Campo Ramon. Alonso Reynoso, que igualmente corrió con cincuenta caballos en su ayuda, tuvo la misma suerte, dexando algunos de los suyos muertos en el campo. Los dos exércitos finalmente se hicieron frente. Los Araucanos animados de la ventaja obtenida, procuraron mezclarse con los enemigos, sin embargo del gran fuego que hacian ocho piezas de campaña colocadas al frente del exército Español. Pero llegados á tiro de fusil no pudieron avanzar mas, ni resistir á las descargas de la densa mosquetería, que era bien servida por los veteranos del Perú. Por lo qual, despues de muchos vanos esfuerzos, comenzaron á retroceder, y desórdenarse á proporcion del vacío que dexaban aquellos que caian victimas de su constancia. La caballería acabo de derrotarlos, haciendo en ellos una gran carnicería hasta los bosques.
Don Garcia, era, ó por índole, el por sistéma, inclinado al rigor. El fue el primero que introduxo en aquella guerra, contra el parecer de la mayor parte de sus Oficiales, el uso inhumano de mutilar, ó de hacer morir á los prisioneros; esta deliberacion podrá ser quizá buena para contener un pueblo vil, ó acostumbrado á la servidumbre. Las naciones generosas detestan la crueldad, se exâsperan con ella, y se hacen irreconciliables. Entre los prisioneros hechos en esta ocasion hubo uno llamado Galbarino, mas atrevido que todos los demas, el qual habiendole sido por órden del Gobernador cortadas las manos, volvió á sus nacionales, y mostrandoles los brazos mancos, chorreando sángre, los encendió en tal furor contra los Españoles, que todos juraron de no hacer jamas la paz con ellos, y de matar á qualquiera que fuese tan vil que la aconsejare. Hasta las mugeres mismas, llevadas del deseo de la venganza, se ofrecieron á tomar las armas y á servir junto á sus maridos, como hicieron en las siguientes batallas [2]. De aquí tal vez tuvo origen la fábula de las Amazonas Chilenas, que algunos autores colocan en las comarcas australes de aquel Reyno.
El exército victorioso se introduxo en la provincia de Arauco, siempre seguido de los campos volantes de los Araucanos, que no les dexaban un momento de reposo. Don Garcia, llegado que fué á Melipuru, hizo poner en tortura varios de aquellos nacionales que habian caido en las manos de sus soldados, con la mira de tener nuevas de Caupolican; pero á pesar de los mas terribles tormentos, ninguno quiso jamas descubrir el lugar donde estaba. El General Araucano, advertido de todo, le hizo saber por medio de un mensagero que él estaba poco distante, y que el dia siguiente vendria á encontrarlo. Los Españoles, que no podian entender el motivo de tal embaxada, pasaron toda la noche sobre las armas, temerosos que esta fuese una espia.
Pero al venir el dia apareció Caupolican con su exército dividido en tres lineas. La caballería Española se arrojó con gran furor contra la primera linea que era conducida por el mismo Caupolican, el qual ordenó á sus piqueros sostener con las picas caladas el ímpetu de los caballos, y á los maceros apalear con las pesadas clavas las cabezas de los mismos. Puesta así en desórden la caballería, el General Araucano, seguido de su gente, llegó á penetrar hasta el centro de la infantería Española, haciendo en ella por todas partes estragos, y matando él mismo por su propia mano cinco enemigos. Tucapel, adelantandose por otra parte con su batallon, derribó en el primer lance á un Español, y sacada prontamente la espada mató otros siete, quedando tambien él cubierto de heridas. No obstante de esto, habiendo encontrado un globo de enemigos que tenian circundado al valeroso Rencu, se echo con tal furia sobre ellos, que despedazando un buen número, libró á su antiguo rival, y lo sacó fuera de peligro.
La victoria, largo tiempo indecisa, se declaraba ya por los Araucanos, quando Don Garcia, viendo que los suyos finalmente tomaban la fuga, mandó á un esquadron de reserva, que embistiese el batallon de los enemigos conducido por Lincoyan y Ongolmo. Esta órden seguida á tiempo, salvó á los Españoles de su total ruina. El batallon Araucano desbaratado, volviendose sobre sus compatriotas victoriosos, los puso en desórden de manera, que Caiipolican, despues de varios esfuerzos inútiles, desesperando de poder mas reunirlos, tocó la retirada, y cedió á los enemigos una victoria, que tenia por segura. Su exército hubiera sido hecho pedazos, si el bravo Rencu, acantonandose con un esquadron de valerosos jóvenes, en un bosque vecino, no hubiese llamado allí la atencion de los vencedores, los quales seguian á los fugitivos con aquel furor mortal, que caracteriza la gente de guerra de aquel siglo. Después de haber sostenido el fiero ataque todo el tiempo que creyó necesario para que sus compatriotas se pusiesen en salvo, él se retiró con sus compañeros por un sendero oculto, dexando burlados á los enemigos.
CAPITULO VI.
DON GARCÍA HACE AHORCAR
doce Ulmenes funda la ciudad de Cañete: Caupolican intenta sorprenderla, y es deshecho enteramente''.
El General Español, antes de partir de Melirupu, hizo ahorcar en los árboles situados al rededor del campo de batalla doce Ulmenes que se encontraban entre los prisioneros. Al mismo suplicio fué condenado tambien el infeliz Galbarino, el qual, no obstante su impotencia, habia vuelto con el exército Araucano, y durante la batalla jamas habia cesado de incitar á sus paisanos á combatir vigorosamente, enseñandoles sus brazos mancos, mientras él con los dientes, y con los pies se esforzaba para hacer todo el mal que podia á los enemigos. Uno de los Ulmenes destinados á la muerte, preocupado del temor, pidió en gracia la vida, pero Galbarino le echó en cara con tanta eficacia su cobardía, y lo animó de tal modo, que rehusando el perdon que se le habia otorgado, se ofreció á morir el primero en pena de su debilidad, y de la afrenta que habia hecho al nombre Araucano [3].
Despues de esta inútil execucion Don Garcia se encamino hácia la provincia de Tucapel, y llegado al lugar, donde Valdivia habia sido derrotado, fundo allí, en menosprecio de sus vencedores, una ciudad que llamo Cañete, del nombre titular de su familia. Como este establecimiento era en el centro de la guerra, tuvo por conveniente fortificarlo con una buena estacada, foso, terraplén, y numerosa artillería, dexando en él por Comandante á Alonso Reynoso con una escogida guarnicion. Creyendo, pues, que los Araucanos, vencidos en tres batallas consecutivas, no se hallarian mas en estado de hacer frente á sus armas vencedoras, se partid para la Imperial, donde fué recibido como en triunfo.
Después envió á los habitantes de la nueva ciudad un grueso convoy de víveres, baxo la escolta de un buen cuerpo de tropas, las quales fuéron derrotadas por otro cuerpo de Araucanos, en el estrecho paso de Cayucupil. Pero habiendose estos entretenido, fuera de proposito, en tomar el bagage, los Españoles pudieron escapar de sus manos con poca pérdida, y llegar á la plaza destinada. Aquellos ciudadanos los acogieron con las mayores demostraciones de alegria, por el auxîlio que podian recibir de ellos en el caso que Caupolican tentase, como se vociferaba, desalojarlos de aquel puesto. Estos rumores no eran mal fundados. El infatigable General Araucano, al qual las desgracias mismas parece que le infundian mayor valor, dió poco despues un terrible asalto á la plaza, en el qual sus tropas, dignas de tener mejores armas, sostuvieron por el espacio de cinco horas continuas el vivísimo fuégo de los enemigos, ya escalando la estacada, ya arrancando, ó quemando los leños. Pero conociendo que no bastaba el valor para acertar en aquella dificil empresa, determinó suspender la execucion, y buscar entre tanto otra deliberacion para conseguir el fin.
Con esta mira persuadió á uno de sus Oficiales llamado Pran, que tenia reputacion de hombre astuto, que se introduxese como desertor en la plaza, y encontrase en ella el modo de facilitarle la entrega. Pran, observando pues con profunda disimulacion cada cosa, procuró hacer amistad con uno de aquellos Chilenos que servian baxo los Españoles, llamado Andrea, el qual le parecía idóneo para el acierto de sus ideas. Un dia este, ó por malicia, ó por linsonjear al amigo, mostró condolerse de las desgracias de su patria. Pran, que no se habia aun explicado, tomó con demasiada codicia esta ocasion de hacerlo, descubriendole el motivo de su fingida desercion, y rogandole encarecidamente le ayudase á la execucion de su intento, que era introducir en la plaza las tropas Araucanas en el tiempo en que los Españoles, cansados de las veladas nocturnas, se retiraban á dormir la siesta. El engañoso Andrea, aplaudiendo altamente el proyecto, se ofreció tener él mismo abierta una puerta el dia destinado para la sorpresa. El Araucano lleno de alegria, corrió á llevar la noticia á Caupolican, que no estaba muy lejos, y Andrea paso al instante á descubrir la trama al Comandante Español, el qual le ordenó continuarla, para hacer caer á los enemigos en la propia red.
Caupolican, ciego del ardiente deseo que tenia de acertar en aquella empresa, prestó fé con una facilidad indigna de su acostumbrada prudencia, á este mal urdido manejo, y para tomar mejor sus medidas quiso abocarse con el traidor. Este, llamado prontamente de Pran, se presento con aquel ayre lisonjero que caracteriza á los malvados en su negocio, y despues de haberse desatado en improperios contra los Españoles, que decia haber siempre detestado, le renovó sus promesas mostrandole facil y segura la execucion. El General Araucano, recomendandole el patriotismo, lo colmó de finezas, y prometió darle, caso que cumpliese su empeño, un Ulmenato, y el empleo de primer Capitan en sus tropas [4]. Luego lo llevó á ver la reseña del exército, y destinado el dia siguiente para la execucion del proyecto, lo despidió con las mayores demostraciones de estimacion y de benevolencia. Los Españoles, advertidos de todo, emplearon aquella noche en hacer los oportunos preparativos para sacar la mayor ventaja posible de la intriga de su aliado.
Quando los primeros Oficiales del exército Araucano se impusieron de los manejos de su General, los desaprobaron enteramente como deshonrosos, é indignos de la generosidad de la nacion, rehusando acompañarlo en aquella empresa. No obstante de esto, Caupolican, preocupado de su designio, se puso en marcha al amanecer con tres mil hombres para la ciudad, en cuya inmediacion se mantuvo oculto, hasta que llegada la hora señalada, Pran vino á prevenirle de parte de Andrea que todo estaba pronto. Las tropas Araucanas entonces se acercaron en silencio á la ciudad, y encontrando el ingreso libre, comenzaron á introducirse en buen órden. Pero los Españoles, habiendo dexado entrar una parte competente, cerraron de improviso la puerta, y en el mismo instante dispararon toda su artilleria cargada á metralla contra aquellos que habian quedado fuera. El estrago fué tanto mas horrible quanto era menos previsto.
La caballería prevenida salió por otra puerta, y acabó de exterminar aquellos que se habian apartado del mortal estruendo de las armas de fuego. Caupolican tuvo la fortuna, ó por mejor decir, la desgracia de escapar del universal destrozo de su gente. El se retiró con algunos pocos á los montes, desde donde esperaba salir muy presto con un nuevo exército á mantener la campaña. Mientras que la caballería exercitaba su furor con los de fuera, la infantería Española se enfurecía contra los miserables que estaban encerrados dentro de los muros, los quales, perdida toda esperanza de salvarse, quisieron mas bien dexarse despedazar que rendirse. El crédulo Pran, conocido su error, se arrojó entre los primeros contra los enemigos, y evitó con una honesta muerte los improperios merecidos por su necedad. Entre los pocos que quedaron prisioneros habia trece Ulmenes, los quales atados á las bocas de los cañones fueron arrojados al ayre.
CAPITULO VII.
VIAGE DE DON GARCIA AL
Archipielago de Chiloé: fundacion de Osorno: Caupolican es preso y empalado.
Don Garcia, teniendo ya por acabada la guerra Araucana despues de esta fatal jornada, mandó que se fabricase por tercera vez la destruida ciudad de la Concepcion1558., y deseoso de añadir á los laureles de guerrero, los de conquistador, tan apreciados en aquel siglo, marchó con un cuerpo respetable de tropas contra los Cuncos, que no habian aun probado las armas Españolas. Este pueblo, luego que supo el arribo de los extrangeros, se pu so á deliberar, si debia someterse, ó bien resistir á sus fuerzas victoriosas. Un desterrado Araucano nombrado Tunconobal, que se encontraba en la junta, reconvenido á dar su parecer dixo: "guardaos de tomar el uno, ó el otro partido: vasallos, sereis pisados, y llenos de fatigas: enemigos, quedareis exterminados para siempre: si quisiereis libertaros de estos malos huespedes, mostraos los mas pobres de los mortales: ocultad vuestros haberes, y en particular el oro: ellos no se quedan sino donde, esperan encontrar este único objeto de sus deseos. Enviadles un regalo que manifieste vuestra indigencia, y entre tanto retiraos á los bosques [5]."
Los Cuncos aplaudieron el sabio parecer del Araucano, y le encargaron que junto con otros nueve nacionales, llevase el indicado presente al General Español. Tunconobal vestido de miserable andrajoso, á la par de sus compañeros, se presentó temblando delante de Don Garcia, y despues de haberlo cumplimentado con temimos groseros, le entrego una cestilla, en la qual habia lagartijas asadas, con algunas frutas silvestres. Los Españoles, que no podian contener la risa á vista de los Embaxadores, y de su regalo, comenzaron á disuadir al Gobernador de aquella empresa, que segun todas las apariencias debia ser infrutuosa. Pero él, aunque estuviese persuadido de la misería de aquellos pueblos, sin embargo, por no mostrar haberse determinado ligeramente, los exhortó á proseguir el viage empezado, diciendo que mas adelante se debia encontrar, segun las noticias que tenia, una region abundante de toda suerte de metales: que no era raro en América encontrar despues de horribles desiertos paises riquísimos: luego preguntó á los Cuncos qual era el mejor camino para ir hacia el medio dia. Tunconobal señaló el de occidente, que á la verdad era el mas fragoso; y pedidole una guia destinó uno de sus compañeros, al qual encargó conduciese el exército por los lugares mas escabrosos de la costa. La guia siguió con tanta puntualidad las instruciones del Araucano, que los Españoles, acostumbrados en sus conquistas á sobrellevar con gusto las mas duras fatigas, confesaban no haber trabajado nunca tanto en una marcha tan penosa como aquella. La impaciencia de ellos se aumentó mucho mas, quando despues de quatro dias de viage se vieron abandonados del pretendido conductor, sin poder encontrar salida entre los espantosos peñascos que los circuian. Toda su admirable constancia no hubiera sido suficiente para hacerlos caminar adelante, si Don Garcia no los hubiese incesantemente sostenido con la lisonjera esperanza de llegar dentro de poco á la feliz comarca que les habia prometido.
Habiendo superado finalmente todos los obstáculos, llegaron á descubrir desde la cima de un alto monte el grande Archipielago de Ancud, nombrado mas comunmente de Chiloe, cuyos canales estaban surcados de una infinidad de barquillos que navegaban á vela y remo. Este inesperado prospecto los colmó de alegria: molestados ya muchos dias de la hambre corrieron hacia la ribera, y tuvieron bien presto el contento de ver acercarse una barca montada de quince personas decentemente vestidas, las quales, saltando sin miedo en tierra, y saludando con gran cordialidad, les preguntaron quienes eran, donde iban, y si tenian necesidad de alguna cosa. Los Españoles pidieron víveres. El Capitan de aquella buena gente hizo luego sacar todas las provisiones que llevaba sobre la barca, y sin querer admitir la menor paga, se las distribuyó amigablemente, prometiendo hacerlas venir en mayor copia de las Islas circunvecinas.
En efecto apenas los hambrientos aventureros se habian acampado, quando arribaron de todas partes piraguas cargadas de maiz, de frutas, y de peces, que fueron del mismo modo presentadas, sin ningun interés. Los Españoles, siempre regalados por aquellos Isleños, costearon el archipielago hasta el seno de Reloncavi, y algunos de ellos pasaron á las islas vecinas, donde encontraron la tierra muy cultivada, y las mugeres empleadas en hilar lana mezclada con plumas de los páxaros marinos, de lo qual hacian sus vestidos. El famoso poeta Ecilla que era de la comitiva, queriendo tener la gloria de haberse introducido al mediodia mas que ningun otro Européo, pasó el susodicho golfo de mar, y sobre la ribera opuesta dexó escrito en verso en la corteza de los árboles su nombre, y la data de su descubrimiento, que fué á 31 de Enero de este año.
Don Garcia, contento de haber sido el primero en descubrir por tierra el archipielago de Chiloé, volvió atrás tomando por guia uno de aquellos isleños, el qual lo conduxo felizmente hasta la Imperial por el pais de los Guillichis, que por la mayor parte es llano, y abundante de víveres. Los habitantes, que se asemejan en todo á los Cuncos, con los quales confinan por el poniente, no se opusieron á su pasage. Entre ellos fundó, ó reedificó, como quieren otros, la ciudad de Osorno, la qual se aumentó notablemente, no menos por las manufacturas de paños y de telas que habia en ella, que por el excelente oro que se sacaba de sus minas, hasta que fué destruida por el Toqui Paillamacu.
Durante esta expedicion, Alonso Reynoso, Comandante de Cañete, despues de haber solicitado largo tiempo, ya con premios, ya con tormentos la entrega de Caupolican, encontró uno mas débil que los demas, el qual prometió descubrir el lugar donde se habia acantonado despues de su derrota. Un destacamento de caballería conducido por esta espia se apoderó al venir el dia, de la persona de aquel grande hombre, no sin mucha resistencia de parte de diez de sus mas fieles soldados que jamas habian querido abandonarlo. Su muger, que no habia cesado durante la pelea de exhortarlo á dexarse matar antes que rendirse, viendolo preso le tiró por la cara, toda enfurecida, su pequeño hijo, diciendo, que no quería tener nada de un cobarde.
El destacamento, habiendo entrado en la ciudad entre los aplausos del pueblo, entregó su prisionero á Reynoso, este luego lo condeno á morir empalado y asaeteado. Caupolican, sin alterarse, ni faltar á su decoro le dixo: "De mi muerte, ó General, no podreis sacar otro fruto que el de inflamar mucho mas el odio ya demasiado encendido de mis compatriotas contra vuestra nacion. Ellos estan muy lejos de desmayarse por la pérdida de un Xefe infeliz. De mis cenizas se levantaran tambien muchos otros Caupolicanes, quizá mas afortunados que yo. Al contrario, si quisieses dexarme la vida, yo podré con la grande autoridad que tengo en todo el pais, ser útil á los intereses de vuestro Soberano, y á la propagacion de vuestro culto, que por lo que dices, es el único fin de esta desgraciada guerra. Pero si finalmente estais decidido en matarme, enviadme á España, donde, siempre que vuestro Rey juzgue por conveniente el condenarme, acabaré mis dias sin causar disturbios en mi patria."
El desgraciado General se fatigaba en vano. Reynoso, cuyo nombre se ha hecho detestable, no solo entre los Araucanos, pero aun entre los mismos Españoles, que siempre han censurando su conducta como contraria á los principios de generosidad, tan propia de la nacion, se mantuvo inflexîble en medio de tales expresiones, y mandó que fuese prontamente executada la sentencia. Un Sacerdote llamado para catequizar el prisionero, pretendió haberlo convertido, y se apresuró á administrarle el Bautismo.
Acabada esta ceremonia, fué conducido entre un gran tropel de gente, á un tablado elevado, donde habiendo visto el instrumento del suplicio, que no comprehendió al principio, y un negro destinado para executarlo, quedo tan irritado, que de un furioso puntapié echó abaxo del tablado al verdugo, diciendo en alta voz: no hay una espada, y otra mano mas digna de hacer morir un hombre de mi carácter. Esta no es justicia, es vil venganza. Pero tomado por fuerza, y hecho sentar en el agudo palo, espiró atravesado de muchas saetas [6].
CAPITULO VIII.
VICTORIA DE CAUPOLICAN II:
Asedio de la Imperial: batalla de Quipeo fatal á los Araucanos: Caupolican se mata él mismo: fin del gobierno de Don Garcia.
Las predicciones del gran Caupolican se verificaron muy presto. Los Araucanos, estimulados de increible furor, pasaron luego á elegir un Toqui capaz de vengar la ignominiosa muerte de su desgraciado General. El fiero Tucapel, pareció á la mayor parte de los electores adaptable en las presentes circunstancias para sostener aquel empleo. Pero al viejo Colocolo no agradó esta eleccion. El se declaró por el joven Caupolican, hijo primogénito del precedente, en el qual se advertian los dotes de su insigne genitor. Su opinion fué seguida y ratificada por todos los viejos Ulmenes. Tucapel, viendo que el afecto de la nacion se habia vuelto á su competidor, tuvo tambien otra vez la generosidad de ceder el supremo puesto. Solamente pidió al electo, para sí, el empleo de Vice-Toqui, lo que le fué concedido.
El nuevo General, recogidas prontamente algunas tropas, pasó el Biobio con ánimo de expugnar la ciudad de la Concepcion, la qual, por lo que se decia, solo estaba defendida de pocos soldados. Reynoso, sabido su intento, lo siguió con 500 hombres, y habiendolo alcanzado en Talcaguano, lugar poco distante de aquella ciudad, le presentó la batalla. El jóven Comandante, animando con la voz y con el exemplo á sus soldados, embistió con tanto vigor á los Españoles que los deshizo enteramente. Reynoso, acometido y herido de Tucapel, tuvo la suerte de poder volver á pasar el Biobio con algunos pocos caballos que habian escapado del estrago. Luego hizo venir mas gente, y retornó á asaltar el campo Araucano pero con la misma desgracia que antes; por lo qual se vió obligado á abandonar su empresa.
Al acabar esta segunda accion, Millalauco, aquel que fué enviado á cumplimentar á los Españoles en la Quiriquina, llegó con la nueva que Don Garcia, salido de la Imperial con muchas tropas, devastaba las provincias circunvecinas. Caupolican, diferido por consejo de Colocolo el asedio de la Concepcion, corrió á llevarles socorro, dexando á Millalauco la incumbencia de oponerse á las tentativas de Reynoso. Pero Don Garcia informado de su marcha, se retiró á la Imperial despues de haber dexado en emboscada doscientos hombres de á caballo sobre el camino por donde él debia pasar. El General Araucano, asaltado improvisamente de estos, se defendió con tanto valor y presencia de ánimo, que no solo salió salvo de sus manos, pero aun hizo pedazos una buena parte, y siguió el resto hasta las puertas de la Imperial, la qual ciñó con un estrecho asedio.
Entre tanto Reynoso, y Millalauco, que venian á menudo á las manos, se convinieron en terminar con un duelo la porfia que tenian, de ser uno superior al otro. Estos combates particulares se habian hecho muy freqüentes en aquella guerra. Los dos campeones combatieron largo tiempo con incierta ventaja, hasta que cansados y heridos, se separaron de comun acuerdo, y volvieron á las acostumbradas escaramuzas.
El sitio de la Imperial se proseguia con gran vigor. Caupolican habia dado algunos asaltos, esperando ser socorrido de los auxîliares de los Españoles, á los quales, sin mirar la desgracia de su padre, solicitaba por medio de Tulcomaru, y de Torquin. Pero estos dos emisarios, habiendo sido descubiertos, fueron empalados á la vista del exército Araucano, al qual no cesaron de recomendar la defensa de la patria, hasta que dieron el último suspiro. Ciento y veinte auxîliares ahorcados en las Almenas de los muros quitaron la gana á los demas de favorecer la empresa de sus compatriotas.
Sin embargo el General Araucano, deseoso de señalarse con la expugnacion de una plaza sitiada dos veces en vano por su padre, le dió otro asalto mas terrible que los pasados, en el qual se expuso al mas manifiesto peligro de perder la vida. Escaló en persona algunas veces el muro, y llegó tambien aquella noche á internarse dentro de la ciudad, seguido de Tucapel, y de otros valientes jóvenes: pero rechazado por Don Garcia, que como cuerdo Comandante acudia á todas partes, se retiró siempre combatiendo á un baluarte, desde donde cubierto de sangre enemiga mas que de la propia, dió un furioso brinco, y se restituyo á sus tropas, que temian haberlo perdido. Enfadado finalmente de una empresa demasiado lenta para su vivacidad, resolvió abandonarla, y emplear sus armas contra Reynoso para vengar la muerte de su padre. Pero Don Garcia habiendose unido á este Oficial hizo vanos todos sus esfuerzos.
Mas memorable que las otras fué la campaña siguiente por las continuas batallas que se dieron el uno y el otro exército, las quales así como no acarrearon alguna mudanza considerable á el estado de los negocios1559., así no trataremos de referirlas específicamente [7]. Aunque muchos de estos encuentros hubiesen sido favorables á los Araucanos, Caupolican con todo se determinó á dilatar la guerra, porque conocia muy bien que sus tropas, expuestas de continuo á las armas de fuego, se iban diariamente minorando; al contrario las de los Españales, se acrecentaban siempre mas, con motivo de los freqüentes refuerzos que les venian del Perú, y de la Europa. Con este designio se fortificó entre las ciudades de Cañete y de la Concepcion, en un lugar dicho Quipeo, ó Cuyapu, el qual con pocas fuerzas podria ser defendido de qualquiera enemigo que no se sirviese de la artillería.
Don Garcia advertido de esto, se traslado luego allí con todas sus tropas á desalojarlo: pero observada la naturaleza del lugar, se entretuvo algunos dias antes de venir á un ataque general, esperando quizá poderlo sacar fuera de su recinto, para aprovecharse mejor de la ventaja de los caballos. Entre tanto las escaramuzas eran freqüentísimas por una y otra parte. En uno de estos encuentros quedó prisionero el célebre Millalauco, el qual, no reflexîonando en su actual situacion, echó en cara con tanta aspereza al General Español su manera rigorosa de hacer la guerra, que este sumamente indignado lo hizo al instante empalar [8].
Durante el asedio el pérfido Andrea tuvo la temeridad de ir por órden de Don Garcia á amenazar á Caupolican con los mas horrendos suplicios, si luego no se rendia á la obediencia del Rey. El General Araucano, extremamente irritado á la vista del traydor de su padre, le mando retirar al momento de su presencia, diciendole, que si no fuese que en él respetaba el carácter de Enviado, lo habria hecho morir entre los mas crueles tormentos. Pero el dia siguiente el mismo Andrea, tomado en aptitud de espia, fué colgado por los pies de un árbol, y sufocado á fuerza de humo.
Don Garcia finalmente comenzó1560. á batir los quarteles Araucanos con toda su artillería. Caupolican instigado de sus soldados, que deseaban hacer una vigorosa salida, se echó con tanto ímpetu sobre los Españoles, que en el primer encuentro mató cerca de quarenta, y continuó haciendoles estrago, hasta que estos hecha una pronta evolucion le cortaron la retirada, y lo rodearon por todas partes. Sin embargo él valerosamente ayudado de su intrépida multitud mantuvo por el espacio de seis horas la batalla indecisa, hasta que viendo muertos en el campo á Tucapel, Colocolo, Rencu, Lincoyan, Mariantu, Ongolmo, y otros de sus mas valientes Oficiales, procuró retirarse con los pocos restos de su exército: pero alcanzado por un destacamento de caballería se quitó él mismo la vida, por no tener la funesta suerte de su padre.
Aunque los sucesos posteriores hubiesen hecho ver á Don Garcia, que se habia engañado, quando se persuadió, despues de la terrible matanza de Cañete, que habia domado enteramente el orgullo Araucano, esta vez todavia pensó tener mayores fundamentos para creer totalmente acabada la guerra. La batalla de Quipeo le paracia á todas miras decisiva. Los primeros Oficiales que sostenian el valor de los enemigos, habian todos perecido en aquella fatal jornada. La nacion quedaba sin tropas, y sin Xefes, y se mostraba sumisa á discrecion de los vencedores. Inducido, pues, de estas ideas lisonjeras, se dedicó á toda su comodidad á reparar los daños ocasionados de la guerra. Reedificó las plazas destruidas, y, en particular las de Arauco, y Angol. Restituyó sus habitantes á Villarica. Hizo volver abrir las minas abandonadas, y descubrir otras nuevas. Procuró que se erigiese una silla Episcopal en la capital del Reyno, y habiendose transportado á esta ciudad, recibió en ella al primer Obispo, que fué un Religioso de San Francisco nombrado Fray Fernando Barrionuevo.
Encontrandose despues con un buen número de tropas aguerridas, expedió una parte de ellas baxo el mando de Pedro Castillo para terminar la conquista de Cuyo, ya principiada por Francisco de Aguirre. Mediante la sabia conducta de aquel Oficial reduxo los Guarpes, antiguos habitadores de esta provincia, al dominio Español, haciendo fundar en las faldas orientales de la cordillera las ciudades de San Juan, y de Mendoza, dando á esta ultima el nombre propio de su familia. Esta vasta y fertil comarca, que desde entonces quedo sujeta al gobierno de Chile, ha sido ahora adjudicada al Vireynato de Buenos Ayres é al qual pertenece por su natural situacion.
Mientras él se aprovechaba de este modo de la aparente calma que reynaba en el pais, supo como habia arribado á Buenos Ayres el sucesor que se le habia destinado de la Corte. En conseqüencia de este aviso partió inmediatamente del reyno, confiando entretanto el Gobierno á Rodrigo de Quiroga, y se restituyó al Perú, donde en premio de sus servicios fué promovido al brillante empleo que habia ocupado su padre.
Notas del autor
editar- ↑ Oliv. Hist. de Chile, lib. 2. cap. 24.
- ↑ Ercilla Arauc. Cant. XXII.
- ↑
A la entrada de un monte, que vecino
Está de aquel asiento, en un repecho,
Por el qual atraviesa un gran camino,
Que al valle de Lincoya va derecho,
Con gran solemnidad, y desatino
Fué el insulto, y castigo injusto hecho,
Pagando allí la deuda con la vida
En muchas opiniones no debida.Ercilla Arauc Cant. XXVI. - ↑
El traidor pertinaz, que atento estaba
A quanto el General le prometia,
No la oferta ó premio le mudaba
De la fea maldad que cometia;
Bien que algun tanto tímido dudaba,
Viendo de aquel varon la valentía,
El ser gallardo, y el feroz semblante,
La proporcion, y miembros de gigante.Ercilla Arauc. Cant. XXXI. - ↑ Ercilla Arauc. Cant. XXXIII [g]
- ↑
Pareceme que siento enternecido
Al mas cruel y endurecido oriente
De este bárbaro caso referido,
Al qual, Señor, no estuve yo presente,
Que á la nueva conquista habia partido
De la remota, y nunca vista gente;
Que si yo á la sazon allí estuviera,
La cruda execucion se suspendiera.Ercilla Arauc. Cant. XXXIV. - ↑
Hubo allí escaramuzas sanguinosas,
Ordinarios rebatos, y emboscadas,
Encuentros, y refriegas peligrosas,
Asaltos, y batallas aplazadas,
Raras estratagemas engañosas,
Astucias, y cautelas nunca usadas,
Que aunque fueron en parte de provecho,
Algunas nos pusieron en estrecho.Ercilla Arauc. Cant. XXXIV. - ↑ Santistevan, Contin. de Ercilla.
Notas del traductor
editar- ↑ La Isla de Maquegua, despues de la muerte de Francisco de Villagran, se repartió entre los conquistadores, tocando una buena parte al Capitan Juan de Ocampo San Miguel, y otra á Andrés Matencio; pero con motivo de haberse sublevado los Indios, disfrutaron muy poco ó nada de estas encomiendas. Ocampo, por sus distinguidos servicios, obtuvo el Corregimiento de la ciudad de la Serena, y el de Mendoza y San Juan en la provincia de Cuyo: en este último mereció tambien una encomienda de Indios, la misma que despues cedió á S. M.: fué uno de los mas valerosos Capitanes que pasaron á Chile voluntarios desde el Perú; oriundo de Salamanca, de familia muy ilustre, y pariente del primer Obispo de la Imperial.
- ↑ Entre, los demas agraciados. por Valdivia fué comprehendido el Capitan Pedro Olmos y Aguilera, á quien tocó la suerte de unos diez á doce mil Indios de encomienda. Este conquistador, que ademas de muy esforzado, era muy christiano, hizo una representacion al Obispo de la Imperial, Don Fr. Antonio de San Miguel, el año 1573, haciendo presente las ventajas que habia proporcionado á los Indios de su reduccion y encomienda; y sin embargo que no eran pocas, todavia quiso suplicar á su Ilustrísima, por si no habia llenado todos sus deberes, que le multase en lo que deberia hacer en favor de ellos, y el Obispo acordó que hiciese siete iglesias parroquiales, y un hospital, en los pueblos de su repartimiento, señalandole al mismo tiempo la materia y forma de sus fábricas, y los fondos que se debian destinar para sus subsistencias. Luego Aguilera puso en planta estas obras, y por obligarse mas, otorgó de ellas escritura ante Juan Rodriguez, Notario público. ¡Que bella vindicacion contra los maldicientes de los conquistadores de la América!
- ↑ De estos tres empleos, solo subsisten el de Maestre de Campo, que reside en la Concepcion, y se llama tambien Intendente, y el de Sargento Mayor: este último se ha dividido en dos, uno de caballería, y otro de infantería. El de Comisario no exîste mas que en los cuerpos de Milicias Urbanas.
- ↑ Ercilla dirige el Canto IV á estos valerosos catorce soldados.
- ↑ En la capital de Santiago, sabida que fué la muerte de Pedro Valdivia, se juntó el Ayuntamiento compuesto de los Alcaldes Ordinarios Juan Fernandez Alderete, y Rodrigo de Araya, y de los Regidores Juan Godinez, el Capitan Juan Bautista Pastene, y Alonso de Escobar, los quales por sí, y en nombre de los vecinos y moradores de ella, como cabecera de gobierno, en atencion á los peligros en que este se hallaba, y mientras S. M. mandaba otra cosa, nombraron por Capitan General y Justicia Mayor del Reyno á Rodrigo de Quiroga, el que como tal se recibió. Pero poco despues, llegados que fueron los Capitanes Diego Maldonado, y Juan Gomez de Almagro, con la noticia de que todo el exército habia elegido en la frontera, ínter S. M. daba nuevas disposiciones, á Francisco de Villagran: tuvo á bien el Cabildo de comisionar á la prudencia del Regidor perpetuo, conquistador y descubridor, Diego Garcia de Cáceres, la transacion de estas diferencias, enviandolo, con poder especial para que tratase con Villagran, el modo de que quedase con el Gobierno de las armas, dexando á Quiroga el mando del distrito de Santiago, entretantos. M. resolvia lo mas conveniente: despues se le dió la misma comision y poder á Garcia de Cáceres, para notificar á Francisco de Aguirre, que no fuese con gente de guerra á la dicha capital, estando ya Villagran en posesion del supremo mando, por evitar escandalos. Lib. I. del Cabildo de Chile.
- ↑ Referiremos una anécdota que hace conocer el horror que tomaron los Indios á las viruelas. Quando pasó, provisto por el Virey Marques de Montes Claros, el Gobernador Juan Xaraquemada, de Lima á Chile, llevó consigo botijas de polvora, de miel, de vino, de aceytunas, y de varias simientes, entre ellas de lentejas; al descargar estas, se rompió una botija, los Indios del servicio, que todo lo observaban, creyeron que eran Viruelas que conducia el Gobernador para sembrar en aquellas provincias, y por este medio exterminarlos. Inmediatamente se participaron unos á otros la noticia, para impedir toda comunicacion, y por consiguiente se pusieron en arma, matando quarenta Españoles que se hallaban entre ellos con el seguro de la paz. El Gobernador entró para vengarse en el estado de Arauco, y he aquí por una bárbara sospecha encendida la guerra, hasta que llegó de España el P. Valdivia, y volvió á entrar segunda vez en el mando del Reyno Alonso Rivera.
Gerónimo Quiroga, Memor. de los suces. de la guerra de Chile, cap. 74.
- ↑ En la edicion de Sancha, Madrid 1776, es el Cant. XXXIV.