Compendio de Literatura Argentina: 32
Es Guillermo Rawson, una de las personalidades contemporáneas más simpáticas de la República Argentina, cuyo rastro luminoso ya en la política, en la ciencia y en la literatura, ya en la cátedra y en la tribuna ha quedado señalado con los caracteres del más perfecto puritanismo, alimentado por una inteligencia grande y poderosa.
Nació en San Juan, viniendo á Buenos Aires en 1837, donde ingresó en el colegio de los jesuítas. Expulsados éstos por Rosas, Rawson siguió en un colegio de cursos preparatorios sus estudios de física y matemáticas, pasando luego á la Facultad de Medicina donde su nombre empezó á tomar reputación.
Una vez doctorado se radicó en San Juan, donde al mismo tiempo que se iniciaba en el ejercicio de su profesión, ingresaba en la cámara de diputados de la provincia.
Con motivo de una intimación del gobernador Benavídez, adicto del tirano á la legislatura, tuvo ocasión Rawson de mostrar sus opiniones, revelándose, al expresarlas, como orador de alto vuelo. Su triunfo se difundió pronto por todo el país asegurando su porvenir en la tribuna parlamentaria.
Vino luego la época del Terror en que enmudeció toda manifestación de inteligencia. Restablecido el orden después de Caseros, Rawson ocupó un sillón de diputado en el congreso del Paraná, siendo de poderosa influencia su palabra en grandes debates, como lo fué el de la capital de la República.
Su influencia aumentó, con el nombramiento que de él hizo su provincia para senador nacional; cargo que tuvo que renunciar enseguida por haber aceptado el ministerio del interior en el gobierno del general Mitre.
Los asuntos políticos, originados en el estado de formación de la nacionalidad bajo el nuevo régimen imponían á su alto cargo inmensa tarea y gran responsabilidad, y Rawson mostró en esta ocasión sus poderosos recursos de hombre de estado y de constitucionalista eminente.
Desde 1868 vivió entregado á sus ocupaciones particulares, hasta que la convención constituyente de la provincia de Buenos Aires (1870), le dió nueva ocasión para desplegar las dotes de su fecunda inteligencia.
Por este mismo tiempo desempeñó también la cátedra de Higiene de la facultad de Medicina, y bien puede asegurarse que jamás ningún otro profesor reunió en sí igual suma de prestigio y de respeto, ni infundió mayor amor á la ciencia, ni enseñó sus verdades con más pasión y entusiasmo.
En su personalidad científica había talla para un sabio, pero le faltó el aliento de los grandes centros.
Sereno por constitución, moderado por principio y sano en todos sus actos, era, en la verdadera acepción de la palabra, un hombre de estado.
Como orador, los rasgos más característicos de su elocuencia son la dulzura de la frase y la armonía exquisita de los períodos.
En la tribuna jamás fué superada la influencia de su palabra y como hombre nunca fué discutida su intención, como tampoco sentimientos egoístas pudieron en tiempo alguno conmover su moral, ni hacer vacilar sus convicciones.
Bien pueden sus compatriotas, á imitación de los romanos del tiempo de Catón, llamar á Rawson, el severo Rawson, porque su vida fué un ejemplo.