Clemencia (Caballero)/Prólogo (Segundo tomo)

XII
Clemencia: Novela de costumbres (1862)
de Fernán Caballero
Prólogo de José Fernández Espino
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

PROLOGO.


La novela es uno de los géneros literarios más conformes con las necesidades de nuestro espíritu. Ninguno cuenta un orígen más remoto. Existia antes de ser creada, en la tendencia natural del alma humana á sustraerse de los males y miserias que le cercan en la vida real. Y así como el objeto inmediato de la poesía es el de producir en el hombre un placer purísimo, y el de la filosofía el buscar la verdad en la naturaleza y en la esencia de las cosas, el de la novela consiste en la creacion de un mundo más perfecto que el existente, y en la descripcion del corazon humano con todas las cualidades que pueden hacerlo antipático y abominable, ó con todas las cualidades que pueden hacerlo simpático, interesante y encantador.

Véase por qué hemos dicho que la novela es un género necesario. El niño salido apénas de la cuna, y los pueblos en su infancia se deleitan con los cuentos: todas las clases sociales sienten la necesidad de su lectura; hasta las inteligencias más elevadas y más científicas se dejan seducir por el encanto de una narracion fingida.

La novela, por lo mismo, vive del placer que produce en nuestro espíritu, y de la enseñanza que deja en nuestro corazon. Es, por esta causa, de todas las composiciones literarias que tienen por objeto la produccion de la belleza la que oculta ménos el designio de instruirnos, y aun lleva en sus ficciones alguna ventaja á la realidad misma.

No se tachará de exagerado este juicio, si se nota que en la novela se excita más vivamente nuestra atencion, y damos á nuestras idéas la imparcialidad é independencia que en la vida social les quitan frecuentemente el interés y las pasiones.

Además como la observacion moral es más libre y más tranquila en la novela, la lectura de algunas horas, ó de pocos dias, nos hace adquirir la ciencía de los hombres y del mundo, que de otro modo solo alcanzamos con una larga vida, y tal vez, despues de muchos errores ó infortunios.

Por eso en la novela, más que en ninguna otra composicion literaria, los placeres de la imaginacion pueden convertirse en instruccion práctica y bienhechora. Por eso ninguna otra ofrece tanto al buen sentido la representacion de la vida socialtransportando la imaginacion más allá de lo existente, reuniendo al propio tiempo lo ideal y lo real, participando tambien de la elevacion de la historia, de la luz de la filosofia, del encanto de la poesía, satisfaciendo la inteligencia y las inclinaciones de los lectores más frívolos, y conduciéndolos á un fin justo y honesto. Por eso, en una palabra, dispone de la sociedad entera, tal como se presenta á nuestros ojos, con sus incidentes infinitos, y con los caractéres variados de los individuos que la componen.

Pero esta tendencia era imposible en la antigüedad, donde las relaciones sociales eran muy sencillas y los caractéres ménos complexos y más marcados que en el mundo moderno. Solo podia nacer en la época en que la vida del corazon y el disimulo y la intriga producen grandes resultados sociales. Mas en Aténas y Roma el interior de las familias era muy parecido entre sí: el amor con su espiritualidad, sus padecimientos, sus errores y sus esperanzas, no era comprendido por los griegos y los romanos. La mujer carecia de libertad y de personalidad: era un ser inferior al hombre, hasta que el cristianismo la engrandeció y comenzó á tributarla un culto poético. El análisis psicológico de los afectos hallábase entónces en el dominio esclusivo de la filosofía, como aparece en los tratados abstractos de Séneca.

Pero en la civilizacion moderna, sobre todo en estos dos últimos siglos, no hay arcano del corazon que no haya sido descubierto por los novelistas, ni movimiento íntimo que no haya sido observado, ni sitio sobre la haz de la tierra que no haya sido juzgado digno de exámen para estudiar los aspectos diversos que toman las pasiones en los pueblos de origen diferente y de diferentes costumbres y creencias. Por esta razon, á despecho de los ensayos desgraciados, de las imitaciones medianas, y hasta de las caricaturas, vivirá siempre la novela, aun en medio de las preocupaciones políticas y materiales. Porque ni resistirá el hombre al deseo de extasiarse con la pintura de otro mundo más perfecto que el existente, ni al de verse pintado con toda su pequeñez y maldades, ó con toda su perfeccion y grandeza.

Tantas cualidades estimables y brillantes reunidas, pueden degenerar, sin embargo, con el abuso, en un veneno que dé muerte á la pureza de la moral y á la rectitud de todos nuestros sentimientos. Nada hay bueno con el abuso: la virtud se convierte en vicio, el bien en mal, la amistad en ódio, y el amor en un afecto sensual y vergonzoso. Así vemos con frecuencia á algunos novelistas, que por carácter, ó por disipacion, ó seducidos por el deseo de agradar más fácilmente, lisonjean las malas pasiones ó la sensualidad de muchos de sus lectores, y presentan en sus libros una moral demasiado indulgente y á veces corrompida. Así vemos á otros separarse tambien de la buena senda, por presentar en sus creaciones utopías políticas y sociales, con notable peligro del órden público, y hasta con peligro de un trastorno completo en la sociedad.

Este género, aun más temible que todos los ejemplos de inmoralidad y que la predicacion fre nética de los demagogos y los comunistas, porque no ofende con el escándalo, y seduce con el encanto de sus creaciones y con la poesía de las formas, que por desgracia se iba enseñorando de tada Europa, como en otro tiempo las invenciones monstruosas de la literatura caballeresca; por fortuna ha encontrado oposicion, no solo en la censura de los gobiernos, sino en la pluma de escritores sensatos. Uno de ellos es nuestro célebre compatriota Fernan Caballero.

Este escritor, honra de la nacion española, en su novela titulada Clemencia, hácenos admirar el bellísimo pincel de la GAVIOTA, y de ELIA y de LAGRIMAS. En esta que hoy analizamos, admirable por la sencillez, por la bondad del pensamiento, sobre todo, por la rara perfeccion en el desempeño, muestra en la pintura de una jóven, tan bella de alma como de cuerpo, y tan inteligente como bella, que siempre guarda el Cielo recompensas para la virtud, y que aun en medio de las tempestades de la vida, la resignacion, hija de la virtud, es una verdadera felicidad. Clemencia (este es el nombre de la jóven), no es, sin embargo, una mujer ascética, consagrada, por decirlo así, á la vida del Cielo; concibe los placeres puros de la sociedad, y abriga por lo mismo un corazon que se abre fácilmente á las ilusiones de la vida.

Pero ¡con cuánta superioridad está descrita en todas las situaciones! Ya la pinte inocente como un niño; ya sufriendo resignada la frialdad grosera de su esposo, como la Jenny de Ricardo D'Arlington, aunque no tratada tan vilmente; ya enamorada como la Justina del Mágico prodigioso de Calderon, siempre noble y grande como Clorinda, Herminia, siempre noble y grande como Clorinda, siempre virtuosa como la Jeanie Deans de Walter Scott.

Huérfana á la edad de diez y seis años, y sin otro amparo que su tia la Marquesa de Cortegana, que residia en Sevilla, salió Clemencia del convento, en donde se habia educado, y fué á vivir al lado de esta señora. Tenia la Marquesa dos hijas, que miraban á Clemencia con desvío, por el desden que ordinariamente inspira en las personas vanidosas la pobreza, por la oposicion diametral de caractéres, y por juzgarla una carga inútil y pesada. La mayor, llamada Constancia, era grave, concentrada y adusta. Alegría (asi apellidábase la pequeña), era vanidosa, sin corazon, y satírica como Juvenal; pero en sentido inverso al Poeta latino, porque ordinariamente ridiculizaba las virtudes contrarias á la vida del gran tono á que se manifestaba muy afecta. Estaba unida á la casa como yedra al olmo, por su amistad intima con la Marquesa, una viuda de un Coronel, que habia llegado ya á la vejez verde, y era tan záfia como un quinto, tan ordinaria como una vivandera, y tan llena de pretensiones como un nécio.

La tertulia diaria de la Marquesa se componia de las personas referidas; de un estudiante de orígen ilustre, llamado Paco Guzman, agudo, aturdido y decidor, y de un jóven oficial artillero, pariente de la Marquesa, grave en su aspecto y en sus maneras, y taciturno por tempranas desgracias de familia, el cual amaba en secreto apasionadamente á Constancia, y era correspondido con el mismo delirio. Esta pasion fué causa de su muerte y de un cambio radical en el carácter de Constancia. Completaba el cuadro un D. Galo Pando, empleado de escaso sueldo, admirador constante de todas las jóvenes bellas, á pesar de su peluca y de sus años, célibe forzado, por no hallar quien le amase, bondadoso, buen amigo, aficionado á la lotería casera y á las visitas: por lo mismo era la crónica viva de cuanto ocurria en cada casa, y de cuanto habia pasado muchos años antes. Estos son los principales actores de todas las situaciones que describe el autor en casa de la Marquesa de Cortegana, ó fuera de ella, hasta que se casó Clemencia con un oficial llamado Fernando Guevara, y quedó viuda.

¡Pero cuánta perfeccion y profundidad hay en la pintura de los caractéres, ya estén bosquejados á grandes rasgos, ya descritos con detenimiento!

¡Qué contrastes tan naturales y tan llenos de KIV atractivo; qué toques tan ingeniosos en todos los cuadros; qué animacion y qué movimiento en todas las narraciones! La pluma de FERNAN CABALLERO es como el sol, que todo lo vivifica y embellece. No solo vemos á los personajes, sino que nos familiarizamos con ellos, los amamos, los despreciamos, los aborrecemos, como si realmente los tratásemos en la sociedad. Las situaciones están presentadas con tal interés y con tanta verdad, que producen en el alma un encanto irresistible.

Aun mas admirable nos parece cuando traslada á Clemencia, ya viuda, á la casa de los Padres de su esposo. Jamás hemos leido escenas de felicidad doméstica tan llenas de mágia, no solo por los sentimientos purísimos de los personajes, sino por la tranquilidad plácida que gozan, y por las virtudes cristianas que en todos resplandecen. La felicidad envidiable del rey Evandro hasta que Enéas llegó á sus Lares, que nos pinta Virgilio en el libro octavo de la Eneida, y que tantas veces nos ha encantado, se nos figura ya menos interesante despues de haber leido este hermosísimo cuadro. Ninguno de los personajes se parece entre sí, y todos son eminentemente buenos, y tiernos y cariñosos. ¡Oh cuántas dificultades vencidas! Solo estando hecha la descripcion con toda el alma, podia el autor llegar á tanta perfeccion. D. Martin Guevara, el gefe de la familia, y padre del marido de Clemencia, era sencillo en su trato y en sus maneras, sin vanidad, limosnero, y en su coleccion de refranes encerraba un tratado completo de filosofia vulgar, que no es otra cosa que la síntesis de la experiencia. Su esposa callada, prudente, devota sin supersticion, y enemiga de que cualquiera se opusiese á los gustos de otro, siempre que fuesen justos y lícitos. El Abad, hermano de D. Martin; tierno, expresivo, tolerante, y la personificacion de la verdadera sabiduría. Su sobrino Pablo un jóven campesino de inteligencia clara y perspicaz, y con el alma tan bella como la virtud misma. Parece sin embargo, que falta alguna cosa á este cuadro, tan notablemente ejemplar é instructivo, hasta que el autor coloca en él á Clemencia, que á la manera de una flor fragante, vierte en él suavísimos olores, y como la reunion de muchos ecos melodiosos, derrama en él torrentes de armonía.

Allí con los consejos y lecciones del virtuoso Abad, adquirió esa instruccion que, sin envanecernos, nos enseña á conocer la falacia del corazon humano, sus debilidades y sus virtudes; allí aprendió á librarse del amor que tuvo á Sir George, el cual, como una especie de Mefistófeles, hubiera causado su desdicha. Alli finalmente á caminar por la senda que produce en el espíritu una paz feliz, y nos lleva á la bienaventuranza Asi como despues aprendió en su prima Constancia que las pasiones desgarran el corazon y pueden precipitarnos en un abismo sin fondo, si no recurrimos á la virtud y á la religion, único refugio en que podeinos hallar verdadero consuelo en las tribulaciones de la vida. A estas perfecciones se une el encanto de una diccion pura, sencilla, armoniosa, variada en los giros, con cortes ingeniosos en la frase, uniendo la naturalidad á la poesía mas delicada, y enlazando hábilmente los modismos más vulgares á la gravedad de ciertas narraciones.

Seria forzoso detenernos más todavía, si hupiésemos de notar todas las bellezas de primer órden que encierra esta novela; pero nos abstenemos por temor de cansar á nuestros lectores.

Solo diremos que desde Cervantes hasta nuestros dias, ningun novelista español ha llegado á tanta perfeccion en la mezcla del utile dulci de que nos habla Horacio, ni en ninguno del mundo se encuentra una moral más pura y más instructiva.

Segun Saint—Marc Girardin, el profesor en la facultad de letras en París, los buenos sentimientos que Dios envia al hombre, no solo se manifiestan en su alma, sino en sus maneras, en su actitud, en su lenguaje. Son una especie de transfiguraciones fugitivas, de que el poeta y el novelista, el pintor y el escultor, si aman al hombre y lo respetan, si ljuzgan que su alma y su cuerpo son una efigie de Dios, deben apoderarse para representar con las unas la belleza moral, y con las otsas la belleza física. Mas para tomar estos rasgos divinos del cuerpo y del alma humana, es forzoso inteligencia que busque la belleza y ojos que la sepan ver. Walter Scott tiene en un grado muy superior esta intuicion de lo bello y de lo bueno que penetra las tinieblas del alma, en las condiciones sociales; y esto es lo que, segun la crítica inteligente, constituye el encanto y el mé rito moral de sus novelas. Nosotros no conocemos ningun escritor, desde aquel célebre novelista, que haya alcanzado esta cualidad con tanta perfeccion como Fernan Caballero.