Clemencia (Caballero)/Prólogo

Clemencia: Novela de costumbres (1862)
de Fernán Caballero
Prólogo
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

PRÓLOGO.


Hace algunos años, en el mes de octubre del 52 publicamos en el periódico La España el artículo que hoy sale al frente de esa joya de la novela nacional que se llama Clemencia. Al dar de nuevo á la imprenta estas desaliñadas líneas, que escribimos cuando aun el bozo ni apuntaba en nuestra cara, cuando éramos niños, hoy que el transcurso de unos pocos años nos ha hecho hombres, creeríamos faltar á un deber sagrado si no contásemos la historia de esas líneas, historia que nada importa al público por lo poco que vale mos; pero que á nosotros nos place narrar, porque es el único medio que tenemos de satisfacer una larga deuda de agradecimiento.

Pocas empresas habrá en el mundo tan difíciles como hacer que un cómico director de un teatro de Madrid ponga en escena una obra de un jóven enteramente desconocido y falto de apoyo en las altas regiones de la literatura. Estos señores—así llama nuestro Fernan Caballero en sus deliciosas Lágrimas á ciertos séres que se les parecen bastante,—se vengan en los poetas principiantes de lo mucho que hace sufrir á su mal entendido orgullo la superioridad de los que ya han adquirido una sólida y verdadera reputacion; y así como están prontos á ir pidiendo á estos últimos sus comedias con el sombrero en la mano, así arrojan con el mas sobe rano desden sobre su pupitre el manuscrito de un poeta novel, de donde es seguro que no se tomarán la molestia de alzarlo ni para leer una sola página!

Esto habia llegado a aprender el autor de estas líneas despues de tres años de amargas penalidades; Inútilmente habia llamado una por una á todas las puertas de los teatros de Madrid, ni un solo «¿quién es?» le obligó nunca á contestar «autor de paz» Era entónces muy niño y tenia muchas ilusiones; soñaba con la gloria, con los aplausos, con los laureles, y entreveia en lontananza un porvenir de rosas. Sus dulces sueños se trocaron en horribles pesadillas; en la corona de sus ilusiones no quedó ni una flor, ni siquiera una hoja! Convencido de que no tenia medio alguno de realizar su única y ardiente esperanza, desalentado y sin ver delante de sí mas que negras y apiñadas nubes, que no traspasaba el mas ligero rayo del sol, acaso la enfermedad de su espíritu que empezaba á pasar á su cuerpo, iba á poner fin á sus dias. Recuerda que un médico muy sábio y muy su amigo le dijo por entonces: «Luis, la ciencia no puede nada contra la enfermedad que acaba con tu vida. Hay un remedio, sin embargo, que está fuera de tu dominio: que te hagan una comedia.» Un arbolillo sin hojas y sin raices no puede vivir mucho tiempo: un niño sin ilusion es un pobre arbolito sin raices y sin hojas.

Por este tiempo cayó en manos del autor de estas líneas la Clemencia de Fernan Caballero. Extasiado con aquel cuadro encantador, admirado de que cien críticos no se hubieran apresurado á hacerla conocer al público, escribió el artículo á que estos renglones sirven de introduccion. Una vez escrito, comprendió que su buena intencion de nada serviria, y careciendo de relaciones con los escritores ¿en qué periódico se dignarian no ya de imprimir, sino de leer siquiera aquella espresion del entusiasmo de un jóven oscuro y desconcido? Entonces reparó que Clemencia estaba dedicada al célebre literato D. Eugenio de Ochoa, crítico á la sazon del periódico La España. «El Sr. Ochoa, se dijo para sí, no puede hablar de Clemencia por ser parte interesada, puesto que su distinguido nombre vá al frente de la novela; pero el Sr. Ochoa deplorará, como yo, la indiferencia con que la crítica mira esta inestimable joya: mandémosle mi artículo, y acaso mi buen deseo no se pierda.»

Un cuarto de hora despues de cumplir este propósito, el autor de estas líneas recibia una lisongera carta del célebre crítico: no solo le daba las gracias al par que la enhorabuena por su artículo y prometia publicarlo al dia siguiente, sino que, figurándose que la pluma del articulista estaba algo avezada á escribir, le pedia noticia de sus obras anteriores. La esperanza empezó á renacer en aquel alma ya seca en los albores de la vida: poco tiempo despues, el célebre literato y el poeta eran amigos: el 20 de enero del 53 se representaba Verdades Amargas, merced á la influencia de Ochoa en el que era por entonces el primer teatro de la capital, y el pobre niño creia morir la felicidad al ver realizadas sus queridas ilusiones por un público benévolo y siempre ansioso de animarle con sus palmadas.

Hé aquí porque profesamos á Fernan Caballero y á sus obras una admiracion que tiene algo de culto supersticioso; he aquí porque no queremos dejar pasar esta ocasion de decir al Sr. D. Eugenio de Ochoa, hoy desterrado de su patria y sin poder venir al lecho de muerte de su Madre (1855) que aquel pobre niño á quien dió la vida al darle la esperanza, no ha olvidado al ser hombre, lo que debe, por mas que nunca pueda pagárselo, porque nada basta á pagar una deuda de gratitud; he aquí porque no queremos dejar pasar esta ocasion de decir á Fernan Caballero que á su Clemencia debemos el que Dios la haya tenido de nosotros.

No concluirémos estas líneas sin copiar las últimas de un artículo, que por aquel tiempo publicó en El Heraldo Diego Luque, el mejor y mas querido de nuestros amigos, líneas que son el completo de nuestra crítica de La España. «Clemencia, dice Luque, tiene un gran defecto del que rogamos á su autor que nos resarza en lo primero que escriba, un defecto que no podemos callar..... el de ser demasiado corta.»

Deciamos en La España, sábado 16 de octubre de 1852.