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Cuando murió mi madre idolatrada,

mi ardiente corazón tornóse en hielo:

en un hielo tan duro, que ya nada

derretirlo podrá... ni el sol del cielo,

ni el rayo abrasador de tu mirada!


Más, sin embargo, mírame ¡Quién sabe?

ya que tan sólo a ti mi fe consagro,

ya que tu amor en mi tristeza cabe,

no tendrás tú la miseria clave

que haga llama ese hielo? haz el milagro!