Íntima editar




Anoche, cuando huiste

y me dejaste solo,

desconfiado y triste

y yerto como un tempano del Polo,

sentí cólera y celos

y, para despreciarte, pedí bríos

al Dios que está en los cielos!


Más... volviste! Y tus ojos más sombríos

me miraron... entonces tu hechicera

pupila pareciome más obscura

que la siniestra hondura

de un cielo por la sombra encapotado:

¡ah... como si la hubiera

reteñido la tinta del pecado!


Pero al hacerte un tímido reproche

y saber la verdad desnuda y fría,

de tu pupila entre la ardiente noche,

la estrella del cando resplandecía.