Carta de José Tomás Guido a José Hernández (16 de noviembre de 1878)
Señor D. José Hernandez.
- Estimado compatriota:
Me pide Vd. un lugar en mi biblioteca para su «Martin Fierro», que ha llegado tan suavemente á su edición undécima.
Quiero antes de colocarlo con el honor debido á su bizarría, expresar á Vd. los motivos del placer que me ha causado su héroe.
En primer lugar es hijo lejítimo de Vd. á quien profeso aprecio antiguo. Luego, él se me presenta con su garbo de jinete criollo, con la originalidad de su pintoresco lenguaje, y con el odio mas franco á la opresión.
A mí me encantan esos tipo modelados por la naturaleza, cuando sus facultades nativas no han sido alteradas aún por una civilización que suele ser funesta.
Compare Vd. las calidades de los gauchos con las de los campesinos de otros países, ó con su clase proletaria y verá. Vd. que toda la ventaja está del lado de nuestra raza genuina que lleva grabado en su pecho varonil el sello de la América.
Hay en ese representante primitivo de nuestra nacionalidad, una mezcla singular de astucia y de candor. Pero domina entre los afectos de su alma la idolatría de su independencia.
La Pampa convida á la libertad. Su extensión inmensa, su aire puro, no han sido creados aisladamente para los esclavos.
Pero el desierto incita también á la melancolía, y cuando el payador canta en la guitarra, no es extraño que sus endechas sean tristes, no solo por los males amargos de su condición, sino porque cede á la influencia del espectáculo que le rodea. El aislamiento aumenta esta propensión, y se comprende que al caer de la tarde, aquel soltaría tal vez sus lágrimas al arroyo, cuyas aguas se deslizan como las horas de su humilde existencia.
Si no hubiese en sus costumbres y en su suerte, elementos de interés dramático, Vd. los habría hallado en sus inspiraciones frescas como las florecillas silvestres que matizan nuestra llanura.
Pero otra consideración más trascendente resalta de los versos de «Martin Fierro». Ella se liga con uno de los problemas fundamentales de la sociabilidad en el Rio de la Plata.
Las promesas de la revolución no se han cumplido todavía para los hijos del Pampero. El rancho de paja no basta á protejer á quien lo habita. ¿Quién tendrá derecho de asombrarse que un ser privado de los goces mas puros de la vida, y de cultivo intelectual, apele á su acero para defenderse, ó vengarse, y á su ajil caballo para huir?
Pero me aparto de la peligrosa corriente de tales recuerdos, para felicitar á Vd. por la pintura fiel de esa porción poco estudiada del pueblo argentino.
Cuando Vd. describe algunas escenas, de esas que no tienen nunca mas testigos que las estrellas, ni mas coro que las aves salvajes, se sentirá uno tentado á las correrías agrestes, para sorprender acaso en el fondo del llano el misterio del destino de una parte no menos olvidada, que noble de la humanidad. La simpatía que despierta se aviva cuando se piensa que asistimos á su rápida extimación y cuando su asimilación con razas exóticas cambia esa fisonomía que solo á la poesía es dado perpetuar.
Así el empeño de Vd. será saludado por la sensibilidad y por el patriotismo. Casi todos invocan los númenes más propicios al genio en sus vuelos mas atrevidos.
Pero Vd. se ha contentado con improvisar después del mate, dulces trovas á la sombra del amoroso ombú, ó allá en la cresta de una loma. Yo envidio la fortuna con que Vd. embellece tradiciones que se perderían en medio de las perturbaciones de nuestra época, sin el talento y el corazón que les dá vida, y las graba profundamente en la literatura y en la historia.
Buenos Aires, Noviembre 16 de 1878.