Carlo Lanza/Una veta magnífica

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Una veta magnífica.

Miéntras Luisa narraba, Lanza habia tenido su pensamiento en una actividad pasmosa.

Estar en contacto con la hija de un banquero, tan accesible al amor, era una bolada que no podia desperdiciar.

Y Lanza hacia todo género de cálculos sobre aquella fortuna que no habia podido atrapar el imbécil de Arturo.

Luisa lo contemplaba extasiada, como dominada por la simpatia que se desprendia de su persona.

Aquel hombre que, á pesar de la situacion excepcional en que se encontraba, la habia tratado con el mayor respeto y recogimiento, se hacia justamente acreedor á todo su cariño.

Estaban solos, encerrados en una pieza de un café de aventuras amorosas; y sin embargo, á pesar de todo el entusiasmo que un hombre jóven debia despertar su belleza, este no habia pasado los límites del respeto.

Puede decirse que Luisa se habia enamorado de Lanza, sintiendo hácia él una confianza ilimitada.

La cantidad de alcohol que habia tomado, la tenia en una situacion amorosa sumamente grata, al extremo de desear que ella se prolongara lo mas posible.

Deseaba ademas poder apreciar con certeza la impresion que su relato habia hecho en el espíritu de Lanza, y la conducta que este tendría en seguida para con ella.

El tiempo habia pasado de una manera tan insensible para ellos, que ni siquiera notáron que habia anochecido.

La luz de la luna entraba magnífica por las ventanas iluminando la pieza, y Lanza, que era el que solo habia notado esto, se guardaba muy bien de decirlo.

Aunque excitada por el alcohol, Luisa habia tenido el suficiente tino para ocultar algun pecado amoroso que calculó no hubiera producido buena impresion.

Es que Lanza habia llegado á interesarle mas de lo que ella misma pensó, y temia impresionarlo de una manera desfavorable.

—Sentiria en el alma, dijo sollozando, que la narracion de mi historia, hecha con tanta franqueza, me hubiera hecho perder en tu opinion.

Nada me dices y temo te hayas enojado conmigo.

—Al contrario, Luisa mia, tu historia me ha corroborado mas en la opinion que ya me habia formado de tí.

Pensaba en este momento que la vida que llevas no te conviene y que es preciso cambiarla á toda costa.

Tú eres digna de una suerte mejor, alma mia, y allí nunca podrás lograrla, mi vida, porqué las apariencias te son fatales y aun la propia narracion de tu historia no seria apreciada por muchos en lo que vale.

Si yo no buscase en tí mas que la conquista de una mujer bella, ya te hablaria de otro modo y te habria hecho proposiciones en ese sentido, aprovechando la situacion en que nos hallamos colocados y el estado desesperante de tu vida.

Pero no es eso lo que yo busco, yo quiero tu felicidad estable y tal cual tú la mereces.

El afecto íntimo que siento por tí, quiero encaminarlo de un modo decoroso y digno y esta es la forma que busco actualmente.

A mí me ha sucedido contigo una cosa extraña, Luisa.

Desencantado con las cosas del mundo, he llegado á no creer en nada, á no esperar nada de nadie sinó de mí mismo.

He mirado á las mujeres con el encanto que haya podido despertar en mí su belleza, ó el hastío que me haya causado su vulgaridad, y nada mas.

Contigo me ha sucedido una cosa extraña.

Apénas te ví, sentí por tí una impresion de simpatía desconocida para mí hasta entónces.

Estuve contigo con un agrado infinito y sintiendo que aquella simpatía se habia trocado en cariño.

Cuando me separé de tí aquella primer noche, no te apartaste un segundo de mi pensamiento.

Y al otro dia sentí que me habia enamorado de tí.

Esto, te lo confieso, produjo en mi espíritu una sensacion dolorosa.

Yo tenia que guiarme por las apariencias, y las apariencias te eran fatales: estabas en un casino, y en estos establecimientos no hay sinó malas mujeres.

Estuve por alejarme y no volver mas, sofocando la pena que esto me causaba, pero como habia observado cierta superioridad y el respeto con que eras tratada, me dejé arrastrar de mi amor y volvi otra vez, y provoqué la entrevista de hoy.

Ahora no me pesa: el franco relato de tu vida te ha hecho crecer en mi opinion, y al ver que te amo y que hasta cierto punto soy correspondido, porqué si no, no estarias aqui conmigo, experimento un gran consuelo que me hace presentir dias mejores.

Tú eres digna que te amen, Luisa, y yo te amo inmensamente.

Creo que puedo esperar ser correspondido de la misma manera, y pienso en una solucion digna que asegure para tí el porvenir que mereces.

Luisa tomó las manos de Lanza y las acarició besándolas.

—No en vano me sospeché que eras un espíritu generoso y grande, le dijo, Dios bendiga el momento en que te conocí.

Por entretenida que estuviera Luisa, al fin notó que la noche habia cerrado completamente y dijo alarmada:

—Debe ser tardísimo, Carlos, y aquella mujer ha de estar furiosa conmigo.

—Poco debe importarte hoy de sus furias, Luisa, porqué yo pienso en tu porvenir de una manera séria y estable.

Sufre un par de dias mas, miéntras yo medito, que siempre lo que se hace con calma es lo mejor.

Yo no me separaria mas de tí, te llevaría á donde pudieras estar sin depender de nadie, pero no quiero proponerte nada que no sea correcto.

Vuelve alli, Luisa, que un día mas de penas nada puede perjudicarte cuando se trata de tu futuro, y espéralo todo de mí.

Ahora, si quieres que nos vayamos á otra parte, habla con franqueza, yo te buscaré un cuarto en un hotel, donde estarás miéntras yo piense en algo que no quiero decidir hasta mañana, para madurarlo mejor.

—No, gracias, respondió Luisa conmovida; me entrego por completo á tu voluntad.

No sé qué poder extraño me empuja á tí, mostrándome que no puedo esperar nada malo.

Mira, Cárlos, con poca cosa yo podria ser feliz: con un simple tallercito donde poder trabajar con mis gorras y mis aves embalsamadas, yo seria completamente feliz.

—No te preocupes de nada ahora, respondió Lanza con profundo aire de proteccion, que yo pensaré en todo con la mayor solicitud; pronto concluirán todas tus penurias, yo te lo aseguro.

Ahora yo te voy á acompañar hasta el casino, y allí haré un poco de gasto para calmar la rabia que pueda tener aquella mujer por tu tardanza, retirándome solo, si veo que no hay peligro de que te hagan alguna escena desagradable.

Mañana, á la misma hora de hoy, te espero en el mismo parage: yo te aseguro que he de llevarte una noticia que te ha de hacer feliz.

De tal manera habian dejado pasar el tiempo, que cuando salieron del Robinson eran las doce de la noche.

Lanza, para no llamar la atencion, hizo detener el carruage en la calle de Cuyo, y allí lo despachó siguiendo á pié hasta el casino, donde entráron por la puerta escusada, calculando que en el casino habia mucha gente.

Como ya se lo habian sospechado, la patrona estaba furiosa, aunque nada dijo.

Pero cuando vió que Lanza entraba al cuarto de Luisa y pedia champagne, se calmó por completo y hasta se puso amable.

Luisa podia haber echado un gancho, pero lo habia echado con provecho de la casa, que era lo principal.

No habia pues nada que temer para la tranquilidad de la hermosa jóven.

Lanza estuvo allí el tiempo necesario para dejar consumir tres botellas de champagne y dejar á Luisa mas enamorada que nunca.

Cuando él se retiró, la jóven lo acompañó hasta la puerta de calle, estrechándole expresivamente la mano, y la dueña de casa quedó firmemente convencida que Luisa habia hecho una conquista que le dejaria muchos miles de pesos.

Apénas dió vuelta la esquina, Lanza se estrechó una mano con otra, diciéndose interiormente y en alta voz:

—¡Eres un gran hombre, Carlo Lanza! eres un gran hombre digno de todo lo bueno que te espera.

Escuchando á Luisa, Lanza habia estado haciendo sus cálculos.

Si Luisa se casaba en América, su padre no tenia mas remedio que aceptar el heredero, fuera ó no de su agrado.

—¿Qué inconveniente puede tener, desde que se trata de una persona honesta y trabajadora?

¿Qué mas quiere que uno cargue con la hipoteca de su hija, dada la vida que ha llevado?

Luego, con este insperado golpe de fortuna, ¿qué necesidad tengo yo de proceder mal, cuando mi negocio está en proceder bien?

Casado con su hija, podré entrar en negocios con el viejo Maggi, pedirle mercaderías á consignacion y girar contra él mas tarde, cuando esté convencido que soy una persona cumplidora, un banquero.

Mi ciencia está ahora en no dejar conocer mis intenciones y en apoderarme de Luisa, de modo que ella en mi cariño, vea siempre un beneficio del cielo.

No hay mas remedio, me caso, me caso como quien hace una obra de caridad y sin dar á sospechar que el verdadero beneficiado soy yo.

Toda mi ciencia está ahora en fomentar su amor, pues es indudable que se ha enamorado, con un poco de cálculo, porqué jamas se soñó ella hacer casamiento con una persona de mi aspecto.

Esto, en cuanto se trasluzca, me vá á traer un rompimiento con el amigo Cánepa y con mi vieja modista, pero ¿qué diablos me importa desde que realizo el mejor de mis negocios?

¡Qué buen servicio me ha hecho la pobre vieja al no quererse casar conmigo! no solamente aquí hay mas plata y mas facilidad, sinó que mi mujer es jóven y es bella.

Ha tenido su faltita, pero esto se olvida fácilmente; lo ha olvidado ella y aquí nadie lo sabe.

Mas faltas ha de tener la vieja, y yo iba á caer inocentemente en sus garras.

Nada; está visto que esta vez el cielo me protege, y no hay que perder la ocasion.

Una sola sospecha habia entrado en el espíritu finísimo de Lanza.

El sabia positivamente que Luis Maggi era un rico prestamista de Génova, casi un banquero puede decirse, porqué algun negocio habia tenido con él la casa de Caprile.

Pero, ¿quién le garantia que Luisa era realmente su hija?

¿Quién le aseguraba que no fuera una hija natural, sin ningun derecho á herencia?

Desde que Maggi tenia un hermano aquí, la cosa era bien fácil de averiguarse, sin que nadie pudiera sospecharse con que idea lo hacia.

¿Para qué diablo tenia talento si no era capaz de averiguar una cosa tan sencilla?

Y lo mas gracioso es que él pensaba que fuera el mismo Maggi quien viniera á darle los informes en vez de ser él quien se los viniera á pedir.

Carlo Lanza, absorbido por todos estos pensamientos, se metió en su casa, no á dormir, puesto que no pudo pegar sus ojos en toda la noche, sinó á seguir meditando sobre los medios mas seguros de llevar su aventura adelante.

Por el momento todo se reducia á enamorar á Luisa, de modo que ésta consintiera en el matrimonio sin sospechar la verdadera causa.

Consentido este, todo marcharia por sí solo.

Con todo lo que habia pasado ella tendria ya alguna práctica en las cosas de la vida y podia muy bien desconfiar de que todo no fuera mas que una explotacion sobre su fortuna.

La situacion de la jóven, por otra parte, le era sumamente propicia, pues estaba desesperada de la vida que estaba obligada á llevar, y mortificada de depender de un tipo como la patrona del casino.

Todo esto venia á favorecer sus planes, asegurándole un triunfo rápido.

La cuestion por el momento era simplemente esta.

¿Convenia ya descubrir á Luisa sus planes, ó convenia esperar mas tiempo?

Esto lo decidiria mejor que nada la situacion de espíritu en que encontrara á la jóven.

Decidido á obrar segun se lo indicara el momento, ya no pensó mas en esto.

Se levantó mas temprano que nunca, puesto que de todos modos no podia dormir, y se fué al escritorio de Caprile.

Siempre eran las primeras horas de la mañana cuando podia hacer sus travesuras y sus negocitos, porqué nadie lo veia.

Era entónces que podia meter los sobres con su direccion en las cartas que escribia, para que la contestacion vienese á él y cobrar la comision del cinco por ciento sin asentar en los libros mas que el tres.

Todos estos negocios reunidos á su sueldo, puesto que su vieja modista era quien atendia á sus gastos, le habian permitido reunir unos mil patacones que tan poderosa ayuda debian prestarle en la cuestion de su casamiento.

Esto y la clientela que ya podia reunir en un momento dado, era todo lo que necesitaba para establecerse como banquero.

Una vez logrado esto y procediendo honestamente, tenia su negocio y su porvenir asegurado; lo demas vendria por sí solo.

Lanza trabajó aquella mañana con mas ardor que nunca, para ganarse todo el dia.

Cuando vino Caprile al escritorio, Lanza le pidió permiso para faltar el otro medio, á pretexto de tener algunas diligencias particulares que hacer.

—Tal vez pueda volver mas temprano de lo que yo creo, dijo, pero en caso que me fuera imposible le ruego me disculpe, que si acaso hubiera mucho que hacer, mañana á la noche recuperaré el tiempo perdido.

No era posible negar el permiso pedido en aquellos términos al mas activo y cumplidor de sus dependientes, así es que Caprile, no solo lo concedió sin vacilar, sinó que le dijo que si necesitaba mas tiempo se lo avisara con toda franqueza.

—Despues se lo diré, respondió Lanza sonriendo, cuando le cuente en los asuntos que ando.

Por hoy no necesito mas que este medio dia.

A las doce, Lanza se fué á su casa, donde dió una manito á su toilette, poniéndose el brillante que le dió la modista, sobre el cual había hecho ya un famoso cálculo.

Si Luisa aceptaba el matrimonio con el alborozo que él esperaba, se lo regalaria como anillo de compromiso, y ¡vive el diablo! que nadie se habria comprometido de una manera mas rumbosa.

A la una ménos cuarto se hallaba Lanza con su volanta, en el mismo sitio del dia anterior, esperando á Luisa.

Esta no tardó en llegar, produciéndose entónces un incidente que vino á favorecer sus planes.

Luisa, llorosa y profundamente triste, venia acompañada de otra muchacha del casino, la misma con quien la habia visto la vez primera.

—¿Y qué tienes que lloras? le preguntó Lanza con cariñoso interés; ¿qué puede haber sucedido que te aflija de esta manera?

—Lo que yo me esperaba, respondió Luisa, lo que yo me esperaba.

Anoche, despues que tú te fuiste, la mujer aquella me armó una pelea porqué habia vuelto tarde y abandonado su negocio todo el dia, diciéndome que ella no me pagaba para que anduviera en la calle en aventuras que nada le producian.

Como nada me aterra á mí tanto como el escándalo, todo lo soporté y guardé silencio.

Hoy, cuando le dije que iba á salir, se me puso como una leona, diciéndome que no saldria.

Pero como vió que yo estaba decidida y que sería inútil cuanto dijera, me impuso de que habia de salir acompañada por esta.

Era preciso soportarlo todo ó producir el escándalo, y como ya te he dicho cuanto temo el escándalo, me sometí y aquí me tienes con un centinela.

—Pero esto es inícuo y no puede tolerarse, respondió Lanza.

Yo creo que esta jóven nos hará el obsequio de retirarse, pues no la queremos con nosotros.

—Yo tengo que obedecer lo que me han mandado, dijo esta subiendo la voz, y no me retiro por nada de este mundo.

Si Luisa temia el escándalo, mas lo temia Lanza, y viendo que la jóven estaba dispuesta á provocarlo, Lanza no tuvo mas remedio que apelar á la astucia.

—Está bueno, dijo, si no hay otro remedio nos someteremos, vamos á pasear y volveremos; será un paseo de tres.

Con una calma insospechable, hizo subir á Luisa á la volanta, haciendo al mismo tiempo una seña al cochero, que sonreia picarescamente ante lo que acababa de oir y el que comprendió al vuelo la seña de Lanza.

En la inmensa travesura que caracteriza á los cocheros criollos, cuando se trata de un patron que dá buena propina, este habia comprendido al momento toda la picaresca intencion de Carlo Lanza.

En cuanto Luisa se hubo sentado, éste que la habia ayudado á subir desde el estribo, saltó dentro de la volanta.

Era lo único que el cochero esperaba para partir rápidamente.

De modo que, ántes que la jóven parada en la vereda pudiera darse cuenta de la tirada de que habia sido víctima, ya el landó habia doblado la plaza del Retiro.

Cuando ella se apercibió de lo que habian hecho, ni siquiera tuvo el consuelo de prorumpir en denuestos y palabradas que no tenian objeto.

Y enfiló hacia el casino, pensando en el chubasco que por imbécil le iba á llover allí.

Luisa, reavivada ante la travesura de Lanza, reia como una loca.

Pero pasada la primera impresion de la risa, preguntó llena de afliccion:

—¿Y ahora qué vá á ser de mí? aquella mujer es capaz de sacarme los ojos si vuelvo al casino.

¡Ay, Lanza! no sé qué vá á ser de mi!

—Pero, con no volver todo está concluido, respondió Lanza, que se felicitó de aquel incidente, comprendiendo con rapidez todas las ventajas que de él podria sacar.

Pensemos ahora en nosotros, que yo estoy lleno por la inmensa felicidad de verte.

En cuanto á la bruja aquella no hay que preocuparse, que todo se evita no volviendo mas.

—Pero ¿dónde voy yo, pobre de mí? ¿dónde voy sin perderme mas de lo que estoy?

—Pero ¿dónde has de ir sinó á la misma casa de tu tio?

—Es que no me admite sinó en las condiciones que te he dicho, y ahora, sabiendo como ha de saberlo que he estado en un casino, no me admitirá en manera alguna.

—Ya discutiremos esto con mayor tranquilidad cuando yo te explique todo lo que tengo en la cabeza; ahora vamos á almorzar donde almorzamos ayer, que estaremos tranquilos y sin que nadie nos interrumpa; despues verás, querida mia, todo el plan de felicidad que te traigo si, como no lo dudo, correspondes al amor que por tí abrigo.

Conversando así y prodigándose mil caricias llegáron al Robinson.

La patrona, recordando el morrudo pago del dia anterior, acudió en el acto á servirlos, llena de solicitud complaciente.

Los llevó á una especie de salita mas paqueta que la del dia anterior y procedió á arreglar la mesa sin preguntar nada, pues ya se suponia que vendrian á almorzar.

Lanza contemplaba á la jóven con verdadero arrobamiento, pues la jóven era realmente bella, y mas que bella, magnífica.

Y ella tenia para Lanza una expresion mucho mas cariñosa y hasta apasionada.

Este que veia en todos sus síntomas la realizacion de su negocio, estaba radiante de alegría.

Deseaba que la hotelera concluyera de una vez sus arreglos para entrar en materia, pues por el mismo incidente de la calle, le parecia que ninguna situacion podria ser tan á propósito como aquella.

Luisa se despojó de su sombrero y de todo aquello que podia serle incómodo y se sentó á almorzar una vez que todo estuvo arreglado y cerrada la pieza.

Fué entónces que Lanza con una habilidad de que él mismo quedó maravillado, desarrolló su plan.

—Al escuchar tu historia, Luisa mia, sentí ayer una impresion muy difícil de detallar, dijo, porqué ella era el resúmen de sentimientos múltiples.

Al amor ciego que te tenia, se habia agregado un sentimiento de admiracion profunda.

Cualquier mujer que se hubiera hallado en tus circunstancias, abandonada de todos los que debian ampararte, se hubiera perdido en el cáos inmenso de la vida.

Y Lanza buscaba con afan las palabras mas sonoras para deslumbrar el espíritu poco cultivado de Luisa.

—Esa historia me mostró que eres fuerte, continuó, que habias sabido conservarte digna contra todas las tentaciones del mundo y todas las consecuencias del despecho.

Y pensaba que el hombre que hubiera sabido elegirte como compañera, habria sido un hombre feliz en toda la acepcion de la palabra.

Solo y privado de los encantos de la familia, muchas veces pensé en esto, Luisa, y recorrí tu vida tramo á tramo, buscando una deduccion exacta del porvenir.

Muchas veces yo habia pensado casarme para engañar la soledad de mi vida, pero me habia detenido la dificultad de hallar una mujer que estuviera en relacion con mis aspiraciones.

Desde que te conocí, puedo decirte que te amé, pero desde que te ví al través de tu propia historia, mi amor por tí fué mas íntimo y mas profundo.

Por eso ayer no habia querido decirte nada, pues queria obrar con entera conciencia de lo que hacia, con la meditacion necesaria á un acto tan sério de la vida.

Despues de pensarlo toda la noche, despues de consultármelo bajo todas las fases de la vida, hoy vengo á decirte lo que no quise decirte ayer, para que no creyeras que mis palabras eran hijas del entusiasmo del momento.

Yo quiero proteger tu destino, Luisa, poniendo al mismo tiempo mi suerte al amparo de tu amor, quiero ser el compañero de tu vida.

En una palabra, Luisa, yo quiero casarme contigo en la seguridad de que he hallado al fin una mujer digna y capaz de hacer la felicidad de un hombre.

Tú no tienes en tu vida faltas, sinó desgracias y para combatir las desgracias y hacerlas olvidar, no hay mas que la felicidad estable.

Luisa quedó como atontada ante las palabras de Lanza, pues este le hacia una proposicion en lo que ni siquiera se habia atrevido á pensar, y ménos despues que le narró su historia.

—Pero yo no puedo aceptar ese honor, dijo, porqué no lo merezco; tú te burlas de mí, Lanza, y eso no es noble.

—¡Líbreme Dios de semejante cobardía! yo te ofrezco mi nombre y mi amor, y no creas que no hay su egoísmo en la oferta, pues ya te he dicho que tengo la conciencia de que á tu lado he de ser un hombre completamente feliz.

Consiente, Luisa, y desde hoy mismo me pongo á hacer todas las diligencias necesarias.

—Pero yo al consentir hago una mala accion y me expongo á que, arrepentido, mañana me detestes.

—¡Niña! lo he meditado toda la noche, es un paso que doy con toda la conciencia de lo que hago!

—¿Y qué quieres que te diga? yo consiento con toda mi alma porqué á pesar del poco tiempo que nos hemos tratado, te amo de una manera inmensa.

Lanza abrazó á Luisa estrechamente y sacándose del dedo el hermoso brillante, lo colocó en la mano de Luisa como símbolo del compromiso que acababa de contraer.

—Ahora sí no tienes necesidad de volver al casino, agregó, y por eso pensé hoy que el incidente con tu compañera venia á favorecer mis planes.

Es preciso que de aquí te vayas á casa de tu tio, y le digas que te casas conmigo y que es preciso te permita vivir con él hasta que el matrimonio se realice, para hacerlo con la decencia necesaria.

Y para halagar su amor propio y hacerlo consentir mas fácilmente, le dices que vas á consultarle este acto trascendental de tu vida y á pedirle consejo.

El, como es natural, ha de ampararte en tu pedido, te recibe en su casa donde yo iré á visitarte y nos casamos decentemente y con arreglo á todas las conveniencias.

—Esto es algo que me parece un sueño, decia Luísa riendo y llorando al mismo tiempo; nunca esperé tanta felicidad.

Pero no yendo yo, la mujer aquella tal vez se niegue á entregar mis cosas.

—Se las hacemos soltar con la autoridad, ó se las dejamos, que al fin y al cabo no valdrán la pena de armar un escándalo, por buenas que sean.

Yo en el presente no tengo fortuna, pero trabajo con mucha suerte y espero que dentro de poco tendremos una fortuna espléndida.

Luisa estaba positivamente deslumbrada por el proceder de Lanza.

Un jóven que podia haberse aprovechado de la triste situacion en que ella se encontraba y usando de las ventajas que le daba su cariño, no solo la amparaba en sus desdichas, sinó que le proponía un casamiento al que jamas se habria atrevido á aspirar.

Y allí no cabia engaño ni mala fé, desde que el mismo Lanza en vez de llevarla á un hotel como hubiera podido hacerlo, le proponia que volviese á casa de su tio donde él la visitaria hasta que se casara.

Era imposible proceder mas rectamente.

Así su mismo tio veria que se trataba de una cosa séria y se mostraria satisfecho.

—Entretanto, decia Lanza, yo tomaré un par de piezas con las que por ahora tendremos bastante, y las iré arreglando con todo lo necesario.

Yo voy á acompañarte ahora hasta la casa de tu tio, le dijo Lanza, y en seguida me voy al escritorio de Caprile, donde me puedes avisar el resultado hasta las seis de la tarde; á esa hora me voy á la calle de Tacuari 81, donde yo vivo, y allí espero la respuesta toda la noche.

Si tu tio consiente en todo, esta misma noche te haré la primer visita.

Si se niega, lo que no es creible, te llevaré á un hotel donde permanecerás hasta que hagamos las diligencias necesarias á nuestro casamiento.

—Yo haré que mi tio consienta, dijo Luisa resueltamente, puesto que no tiene motivo alguno para negarse, así es que esta misma noche espero poderte dar una respuesta satisfactoria.

Miéntras concluian de almorzar, Lanza se entretuvo en pintar á Luisa el porvenir mas risueño, de modo que al salir del Robinson, la jóven aseguraba á su Carlo que era la primera vez de su vida que amaba con aquella vehemencia.