Carlo Lanza/El carácter de la avaricia

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
El carácter de la avaricia.

Aun no habia tenido tiempo de darme cuenta exacta de mi situacion, cuando el tren se detenia y Arturo me hacia descender en un pueblito que me dijo se llamaba Albisola.

Es un bello pueblito cerca de Génova, que tal vez tú conozcas.

Mi traje ligero y Arturo sin equipaje de ningun género, nos hacia parecer todo, ménos fugitivos.

En aquel bello pueblito, nos dirigimos á la casita que Arturo habia arreglado él mismo para nosotros.

Como era poco el tiempo que allí íbamos á permanecer y un sitio á donde no volveríamos mas, no habia allí en muebles mas que lo estrictamente necesario.

Cama, una mesa, sillas y una buena provision de ropa para mí.

Eso sí, Arturo que conocia la miseria en que vivíamos en casa, me habia llevado la ropa que mas necesaria debia serme y en cantidad bastante para que no me faltase.

Todo me lo mostraba entre mil caricias, pero yo no tenia la cabeza para pensar en ropa ni en aquellas simplezas.

Estaba con el pensamiento lleno del paso que habia dado.

Pensaba en la afliccion de mi padre al no hallarme en casa, y en que á aquellas horas me andarian buscando por todas partes.

—Por Dios, Arturo, le decia, si llegan á encontrarnos, ¡qué vergüenza! ¡yo quiero morirme ántes que volver á casa!

—No tengas cuidado, que eso es imposible.

Yo he tomado mis medidas para no dejar rastro alguno.

Mi mismo padre me crée en el Piamonte, porqué yo le he dicho que para allá me voy, ya vés que si á él le toman datos, ni siquiera se imaginará donde estamos.

Yo aquí he pasado por un recien casado que vengo á pasar los primeros dias con mi mujer, me conocen por otro nombre y mi presencia contigo no puede llamarles la atencion.

Poco á poco los cariños y las razones de Arturo me fuéron haciendo perder el miedo, hasta que quedé completamente tranquila.

Era Albisola un pueblito bello y de pocos habitantes.

La gente era sencilla y buena, aunque un poco curiosa como en todo pueblo pequeño.

La primera vez que salí á la calle á pasear el pueblo, la gente me miraba como si quisieran comerme.

—Me mortifica tanta curiosidad, decia á Arturo, pero este me contestaba sonriendo:

—No creas, tonta, no es curiosidad, es que los deslumbras con tu belleza magnífica; es natural que te miren; los astros del cielo se miran tambien y ya ves que á ellos no nos lleva ninguna curiosidad criticable.

Quince dias pasamos en Albisola, en medio de la mayor felicidad.

Yo lo habia olvidado todo y no vivia mas que de aquel hombre y para aquel hombre.

—No tenia en el mundo mas que su cariño, y como es natural, trataba de aumentarlo en lo posible.

Arturo no me daba motivos sinó para felicitarme de haberlo seguido.

Parecia vivir en mí al extremo de adivinar en mi mirada la menor impresion del espíritu.

—Bueno, basta de Albisola, me dijo un dia; es preciso que nos vayamos á pasear ya que estamos en completa libertad y podemos hacerlo; á la vida es preciso explotarla miéntras uno es jóven y si no se aprovecha el primer tiempo del matrimonio, despues vienen inconvenientes que no se pueden vencer.

De Albisola nos dirijimos á Turin, desde donde Arturo escribió á su padre indicando el punto donde debia contestarle.

El padre de Arturo conocia el paso que habíamos dado, pues él se lo dijo por carta ántes de salir de Génova.

Arturo tenia bastante dinero, lo suficiente segun él pensaba, para la gira que pensábamos dar, así es que de nada carecíamos.

En Turin me habia comprado una buena ropa, que aunque no era lujosa, para mí, habituada á mis trapos, me pareció una cosa soberbia.

De Turin pasamos á Florencia, á Roma y á Nápoles.

Asistíamos á todos los paseos y á los teatros, de modo que entre el cariño y las diversiones no tenia yo tiempo de pensar en otra cosa.

Yo, pobre de mí, creia que aquella vida debia ser eterna, y nunca se me ocurrió pensar en el porvenir, en el porvenir que debia ser tan miserable para mí.

A los seis meses de aquella vida yo me enfermé de cierta gravedad; fué necesario hacer cama y llamar médicos, lo que vino á alterar de una manera notable el presupuesto de Arturo, que vió con terror que su dinero concluia, felizmente junto con mi enfermedad, pero teniendo en el hotel una cuenta que era preciso pagar.

Aflijido Arturo, habia escrito á su padre pidiéndole dinero, pero la respuesta no venia quien sabe por qué inconvenientes.

Esperar mas era agravar la situacion, porqué la cuenta del hotel crecia y no habia con que pagarla.

Una mañana me contó Arturo lo terrible de la situacion porqué atravesábamos.

—Es preciso que nos vayamos á casa y tratemos el arreglo con tu paure, me dijo; ya hemos provocado la situacion que queríamos, y él ya no tendrá mas remedio que conformarse.

Pero necesitamos recursos, tu situacion es delicada y yo no los tengo.

Yo me hallaba embarazada, y los médicos me habian recomendado el mayor cuidado en los viajes.

Esta declaracion de Arturo me dejó helada.

—Figúrate, me dijo, que ni aun para los pasajes tengo!

¡Yo no sé como voy á hacer! mi padre no ha respondido á mis cartas, y esto no puede ser sinó un extravio del correo, ó alguna cosa que ahora no me acierto á explicar.

La suma que yo le pedia era muy poca cosa, y mi padre no es hombre de dejarme en una situacion afligente ni por poco ni por mucho.

El no está enojado conmigo; entónces no hay mas remedio que la carta se ha perdido, ó al sentirla con dinero, alguno se ha tentado á declararse su dueño.

—Pero así no podemos seguir, dije yo aterrada, porqué si nos descubren que estamos haciendo un gasto que no podemos pagar, sabe Dios lo que nos sucede.

—Bueno, no te aflijas; yo voy á ver si vendo mi reloj y alguna otra cosa; teniendo para pagar la cuenta de este maldito hotel, y para los pasages, no hay por qué aflijirse.

Al oir hablar de vender alhajas me acordé de mi anillo con un brillante, que algun dinero valia, y se lo entregué a Arturo diciéndole:

— Ahí tienes eso tambien, véndelo de manera que podamos recuperarlo algun dia, que de algo te ha de servir.

—¡Nunca te lo hubiera pedido! me dijo, aunque hubiese estado en una situacion mas dura, pero como me lo das de tan buena voluntad, yo te lo acepto contento, porqué él solo bastará para todos nuestros apuros.

Yo lo colocaré de modo que el dia que tengamos dinero podamos retirarlo de donde está, no te aflijas.

Unica alhaja de valor que habia tenido en mi vida, me costó mucho trabajo separarme de ella, pero ¿qué iba á hacer en una situacion tan terrible, cuando temíamos que fueran á echarnos á la calle?

Con tal de haber salido de semejantes apuros, si mas hubiera tenido, mas habria dado.

Arturo regresó contento, con una buena suma de dinero.

Mi solo anillo dió para pagar la cuenta del hotel, tomar los pasages, y aun sobró.

Mi embarazo estaba muy avanzado y yo me sentia pesada y triste, necesitando un millon de cuidados para moverme de un punto á otro.

Aquel hijo que llevaba en las entrañas era lo que me hacia esperar en mi mayor felicidad.

Por él me perdonaria mi padre, siendo ademas la fuerte cadena que habia de ligar á Arturo á mi lado toda la vida.

Por conservarlo, no habia sacrificio que yo no afrontara, pues él era la garantia que yo tenia de una vida mejor.

Ese mismo dia Arturo arregló la cuenta del hotel, tomó pasages hasta Génova y nos pusimos en camino.

Aquel viage fue incómodo de una manera imponderable, porqué yo iba llena de dolores y llena de cuidados.

Una vez en Génova, nos fuimos á casa del padre de Arturo, donde el buen viejo nos recibió con los brazos abiertos y lleno de felicidad.

Yo tuve que hacer cama; el viaje me habia hecho daño, sufria horriblemente y estaba amenazada de un desembarazo desgraciado.

Allí supe lo que habia sucedído en mi casa despues de nuestra partida.

Mi padre habia estado á buscarme en casa del padre de Arturo, y sabiendo que ni yo ni él estábamos allí, habia dado por terminada sus diligencias.

—No pienso gastar dinero, en buscarlos ni tiempo que vale mas que el dinero, dijo, ya volverán cuando quieran y cuando se cansen de andar vagando, convencidos de que así no se puede vivir.

Desde entónces el padre de Arturo no lo habia visto mas; ni siquiera habia enviado un recado para preguntar por mi salud.

—Me parece que ese hombre quiere mas á su dinero que á su hija, dijo su padre á Arturo, y tu asunto se hace mas dificil, contra todo cálculo.

Puede ser que el nieto pueda mas en su espíritu que lo que puede su hija; veremos á ver, aunque ya te digo que ese hombre no tiene cariño sinó para su dinero.

Este modo de pensar me afligió de una manera inmensa.

¿Qué sería de mí si mi padre no consentia en nuestro casamiento á pesar de todo?

No me quedaba otro recurso que seguir viviendo así, hasta que el tiempo y la muerte vinieran á resolver la cuestion.

Pero esto mismo de estar pensando en la muerte de mi padre era algo que me causaba una angustia suprema y que no estaba en mi modo de ser ni de pensar.

Me parecia que Dios podia castigarme y hacer morir á Arturo ántes que á él.

Mi estado delicado y esta eterna mortificacion de mi espíritu hizo que mi hijo naciera enfermizo y amenazando morirse á cada momento.

Esto vino á aumentar de una manera poderosa la amargura de mi espíritu y traté á todo trance de reconciliarme con mi padre.

Cuando yo llegué, se lo habia hecho saber, pero mi padre no habia dado señales de vida.

Con un doler inexplicable yo creí notar desde entónces que el cariño de Arturo se habia enfriado mucho.

Con diversos pretextos de buscar trabajo y de compromisos con amigos, no solo estaba ausente de casa la mayor parte del dia, sinó que de noche regresaba muy tarde.

Ya no me hacia sus habituales y ardientes cariños y si se acercaba á nuestro hijo era con marcada expresion de disgusto.

Yo lloré en silencio los primeros dias, pero al fin no pude sufrir mas y me quejé á Arturo de su frialdad.

Aquella queja, léjos de hacer un buen efecto en el espíritu de Arturo y obligarlo á reaccionar, pareció por el contrario irritarlo, aunque nada malo me dijo.

—Es necesario que tengas paciencia, me dijo, yo no puedo vivir siempre á costillas de mi padre.

De dia tengo que buscar en qué ocuparme, y de noche es preciso que atienda á los deberes de mis muchas amistades que no puedo echar al diablo.

Aquel modo de responder me dejó helada.

¿Sería aquel hombre un miserable que solo me habia querido por el interés del dinero de mi padre y que dejaba de quererme cuando veía que la gestion de dinero sería inútil?

Esta sospecha aumentó mi desesperacion y no sé de donde saqué fuerzas para conservar el juicio.

Disimulé cuanto me fué posible mi desesperacion, y me entregué por completa al amor de mi hijo, resignándome á sufrir lo que viniera y aceptándolo como justo castigo á mi accion.

Viendo que mi padre nada hacia para acercarse á mí, Arturo resolvió que su padre se acercara á él para gestionar nuestra reconciliacion, con el casamiento impuesto por el estado á que habian llegado las cosas.

Tanto Arturo como su padre, segun pude convencerme despues, habian tomado mi cariño como una especulacion que podia tener para ellos opíparos resultados y era en ese carácter que la seguian con empeño.

Por eso, únicamente por eso estaban empeñados en la reconciliacion con mi padre y se prestaban á tenerme en su casa hasta que ese asunto se resolviera.

Yo entónces estaba inocente de este manejo espantoso, porqué jamás creí que Arturo fuera capaz de semejante cosa.

—¡Qué miserable! exclamó Lanza fingiendo un arranque de indignacion, ¡es la infamia mayor á qué puede descender un hombre! pobre mi vida, ¡ya supongo lo que sufririas con esto!

Luisa enjugó sus lágrimas y bebió á instancias de Lanza otra copa de licor.

Ya estaba en ese estado alcohólico en que se habla con toda ingenuidad sin tratar de ocultar nada ni valerse de subterfugios calculados.

Era este precisamente el estado en que queria verla Lanza, no solo para hacerla mas accesible á sus palabras amorosas, sinó para que no sintiera el tiempo que pasaba rápidamente y que podia hacerle pensar en volver al casino.

—Una noche, despues de haber conferenciado mucho entre los dos, agregó Luisa tomando de nuevo su interrumpido relato, el viejo fué á ver á mi padre para hablar con él de una manera definitiva.

Mi padre, segun el de Arturo, lo recibió bruscamente, aunque le dejó exponer la causa de su inesperada visita.

—Es preciso, don Luis, que usted consienta en el matrimonio de los muchachos, le habia dicho.

Ya tienen un hijo y es preciso cubrir las apariencias y perdonar la calaverada tan natural en los jóvenes.

La gente murmura y al fin y al cabo Luisa es su hija y usted ha de caer envuelto en la crítica.

—Si yo supiera que á su hijo lo habia impulsado una pasion verdadera, dijo mi padre, yo podia perdonar el pecado y consentir en su casamiento, pero estoy profundamente convencido de lo contrario y de que con ello no lograria sinó amarrar á mi hija á una desventura eterna.

Su hijo no se ha enamorado de Luisa sinó de su fortuna, y como yo me negué á su casamiento, hizo lo que ha hecho, no impulsado por un amor violento, sinó por un cálculo frio.

Creian que con eso y con el cuento de cubrir las apariencias me arrancarian el consentimiento negado.

Estoy convencido que una vez casados, Arturo destrozaria cuanto dinero pudiera agarrar, en calaveradas naturales en su edad y su corazon frio, abandonando á mi hija y haciéndola completamente desgraciada.

Yo no quiero contribuir á la desgracia de mi hija y hoy le repito lo que le dije entónces.

Yo no he trabajado como trabajé para que un haragan se divierta y triunfe.

Para mi hija mi corazon siempre está abierto y mi fortuna tambien.

A pesar de todo lo sucedido, á pesar de su falta, aunque tuviera ochenta hijos, yo la recibiré con el cariño de siempre y volverá á ser para mí lo que siempre ha sido.

Pero dejarlos casar para que un cualquiera venga á abandonarla para gastar en fiestas lo que yo junté á fuerza de fatigas, nó, y mil veces nó.

Esta es mi respuesta última y definitiva.

No me importune mas ni me venga con esas cosas, que ya sabe mi modo de pensar.

Cuando ustedes se aburran de tenerla y gastar con ella, ya saben que yo la vuelvo á recibir como siempre.

Es probable que esta misma gestion suya sea hecha porqué está aburrido ya de sostenerlos; yo soy muy franco.

No se aflija entónces por esto y mándemela aquí.

La prefiero mil veces como está á verla acompañada de un hombre que no la quiere.

Mi pretendido suegro se desentendió de lo hiriente de las palabras de mi padre y las pasó por alto, concretándose á convencerlo que debia prestarse á sus planes matrimoniales.

Pero mi padre le declaró terminantemente que si queria que lo siguiera escuchando, no le habia de hablar una palabra en aquel sentido.

—Lo que le dije hace un año, se lo digo ahora, como se lo diria dentro de diez.

Era pues inútil insistir mas y el padre de Arturo se retiró completamente desencantado.

—No debemos pensar mas en eso, dijo á Arturo despues de darle cuenta de lo que acabo de referir.

Es mejor que Luisa vuelva á su lado, que tal vez ella pueda ablandarlo con la vista de su inocente hijo.

Si no lo ablanda ella, no lo ablanda ni Jesucristo padre.

Habia en las palabras de aquel hombre una frialdad que me llenó de espanto.

Aquella vuelta al lado de mi padre tenia todo el amargo sabor á un abandono, y yo, sin poderme explicar bien la causa, sentia una inmensa necesidad de llorar.

—Mi padre tiene razon, me dijo Arturo; toda gestion que se hiciera por mi parte, no serviria sinó para irritar á don Luis.

Tú eres la única que puedes convencerlo á fuerza de ruegos y con la orfandad de tu hijo.

Es preciso que vayas á su lado y le hagas todo género de reflexiones, puede ser que el llanto tuyo pueda en su espíritu mas que todas nuestras razones.

Como ya gozas de cierta libertad, porqué lo que has hecho te da un carácter de indipendencia, vendrás tú á verme.

Yo no podré hacer mas que escribirte, puesto que él no me ha de permitir ni acercarme á su casa.

Aquello tenia el carácter de una despedida, pero disimulada.

Yo comprendí demasiado tarde que aquel hombre no me queria, que mi padre tenia toda la razon posible y me resigné á sufrir todas las consecuencias de la ligereza de mi proceder.

—Estoy pronta á hacer todo lo que quieras, dije á Arturo; iré á casa de mi padre y le rogaré con toda la desesperacion que puede tener una madre que pide un padre para su hijo.

¿Y si mi padre á pesar de todo no consiente en dejarme casar?

—Sí ha de consentir, contestó Arturo esquivando una respuesta franca, y si no consintiese ya buscaremos el medio.

Por inocente, por infeliz que yo fuera, debia comprender que lo que aquel hombre queria era verse libre de mí.

Yo, sin la fortuna de mi padre era para él una inmensa carga; estaba hastiado de mí, no me queria ni me habia querido nunca, de otro modo su conducta hubiera sido bien diversa.

Resignada á todo, me preparé á irme á casa de mi padre.

Y aquella misma noche, sin que mi amante tuviera para mí una sola palabra de esperanza y de consuelo, me trasladé á casa de mi padre con mi hijo, que era mi única esperanza de consuelo en este mundo.

Nada me dijo mi padre que pudiera ofenderme ó causarme el menor dolor.

Me recibió con cariño y despues de darme un beso, me dijo:

—No creas que soy tan duro como te parece, hija mia, te salvo del mayor descalabro que pueda caerte encima y pronto me darás la razon, no lo dudes.

Estas fuéron las únicas palabras alusivas á lo que habia pasado, que oí de sus lábios.

Allí estaban mis cosas y mi pieza tal cual yo las habia dejado. Nada se habia tocado, nada se habia cambiado.

Desde el siguiente dia me hice cargo de mis antiguos quehaceres en todo lo que mi hijo me lo permitia.

Mi padre tenia otro dependiente que habia tomado, pero yo volví á los geroglíficos de mis apuntes que yo sola entendía en los libros, y la casa toda reposó sobre mi cuidado.

Dos dias se pasáron sin tener yo noticia de Arturo, á pesar de la libertad que tenia para escribirme.

Aquello era horrible para mí; no podia habituarme á la idea de que tan pronto me hubiera olvidado.

Aquel hombre debia ser un rematado miserable desde que en su espíritu no habia ni siquiera el sentimiento de la paternidad.

Ahogado todo sentimiento de orgullo, resolví ir á verlo.

Tal vez esto era lo que queria y yo no estaba en sítuacion de imponer.

Dije francamente á mi padre donde iba, y este me contestó que fuese.

—Es preciso que te convenzas por tus propios ojos de que yo te he hecho un servicio no dejándote casar con ese hombre.

Palpa la realidad, hija mia, que algun dia me estarás agradecida.

Yo tomé mi hijo en los brazos y me fuí á casa de Arturo.

El no estaba y su padre me recibió con frialdad y hasta con expresion de estar contrariado.

Esperé y esperé en vano hasta que me cansé.

Viendo que toda espera era inútil, me retiré al fin, pero dejándole dicho que al otro dia volveria y que me esperase.

Volví al otro dia, pero tampoco lo encontré, diciéndome su padre que habia salido con unos amigos, y que generalmente no volvia hasta la hora de acostarse.

Por mas que yo estaba preparada á aquel desencanto, no pude evitar la sofocacion del llanto que me causó aquel desengaño completo, pues Arturo no solo queria significarme que no me quería ya, sinó que hasta se reia de mí haciendo alarde de indiferencia.

¿Quería acaso obligarme de esta manera á que apurase la gestion con mi padre?

Me sentí sin embargo dueña de una energía que no habia sospechado en mí, y me alejé exclamando:

—Está bueno, ya no vuelvo mas aquí, porqué no quiero añadir al abandono la burla.

Dígale á Arturo que puede escribirme ó buscar de hablar conmigo si lo desea.

Yo siempre soy la misma, aunque un poco mas despierta ya; hasta cuando ustedes quieran, entónces.

Me volví á casa, resuelta ya á no pensar mas en aquel miserable, pues ya no podia caberme duda que Arturo era un miserable.

Mi padre adivinó sin duda en mi semblante lo que sucedia, y sonriendo se limitó á decirme:

—Ya lo vés, ese bergante solo queria tu fortuna; cuando ha visto que no la tendria, te ha abandonado como se tira un billete de lotería que no ha salido premiado.

No volverá á pensar en tí, no tengas duda, como no habria pensado cuando hubiera derrochado hasta el último centésimo de tu patrimonio.

Desde entónces me dediqué exclusivamente al amor de mi hijo enfermizo y cuya vida no era para mí mas que la amenaza de un nuevo dolor.

Los disgustos y las desventuras habian sin duda empobrecido mi leche y él, pobre de físico naturalmente, no tenia en el alimento que yo le daba, una nutricion completa.

Un mes pasó desde la última vez que estuve en casa de Arturo y no recibí de él la menor noticia.

Si alguna duda me hubiera quedado de su miserable abandono, aquel mes transcurrido habria sido mas que bastante para disiparla.

No tuve entónces mas remedio que convenir conmigo misma en que mi padre me habia hecho un servicio.

Aquel infame se habria apoderado de mi fortuna y me hubiera abandonado de la misma manera, despues de haberla disipado, ó ántes mismo, para gastarla en completa libertad y yo habria pasado una existencia miserable.

Recien empecé á apercibirme de la sonrisa insolente con que me miraban las personas que ántes me habian tratado y conocido; era una humillacion nueva con la que yo no habia contado, pero que sufrí con paciencia, concluyendo por habituarme á ella.

Muchos en la calle, hasta se permitian dirijirme ciertas galanterías insolentes que al principio me avergonzaban y que despues me fuéron habituando á ellas poco á poco, al extremo de que yo las escuchaba con suprema indiferencia.

La enfermedad de mi hijo fué agravándose poco á poco y debilitándose cada vez mas, hasta que perdí las esperanzas de poder conservarlo.

Llamé médicos que lo vieran, pero estos me dijéron que era demasiado tarde, que aquello no tenia remedio y que debia consolarme porqué si hubiese vivido, habria sido aquella una existencia miserable, llena de sufrimientos y amarguras.

Yo soporté en silencio aquel nuevo dolor y me preparé al nuevo golpe.

La existencia de mi hijo fué consumiéndose poco á poco basta que llegó el momento supremo.

Yo, cediendo no sé á que sentimiento, mandé á avisar Arturo lo que sucedia.

Queria proceder con la mayor altura á este respecto, hasta el último momento.

Pero ni siquiera me hizo el honor de responder á mi carta.

Aquel hombre no era pues mas que un abyecto miserable.

Mi pobre hijo se murió al fin sumiéndome en el dolor mas desesperante, á pesar de ser un golpe que yo esperaba de tanto tiempo atras.

Aquel nuevo dolor lo devoré en silencio y como todos lo otros, sin tener quien pronunciara á mi oido una sola palabra de consuelo.

Así habia pasado todas mis desventuras, sin tener quien hubiera enjugado mis lágrimas con un solo cariño.

Mi padre se preocupaba solo de sus negocios, vivia por sus negocios y para sus negocios; nosotros no significábamos para él mas que lo que podian significar sus dependientes.

Así es que cuando me veia llorar, se limitaba á decirme:

Ya te consolará el trabajo, nada distrae tanto como el trabajo.

Y yo trabajaba con pasion, porqué realmente el trabajo era lo único que me distraia, lo único que engañaba mis horas desamparadas.

Para hacerme tomar mas cariño al trabajo, mi padre solia darme dos ó tres liras los domingos, con las cuales yo salia á pasear.

Desde que volví á casa de mi padre, volví con cierta independencia que me fué muy útil entónces.

Los domingos, por ejemplo, que no se trabajaba en la casa, yo salia á pasear adonde queria, sin llenar otra formalidad que decirlo á mi padre.

Segun como andaba mi bolsillo, me iba á pasear á todas partes, á los hoteles de los alrededores de la ciudad, donde comia, y á los cafecitos donde se cantaba ó se tocaba música.

Mi viaje con Arturo me habia dado esta libertad de accion, y me habia habituado á este modo de proceder.

Me manejaba como un hombre jóven, sin recato de ninguna especie.

¿Y qué recato iba á tener una viuda como yo? pues al fin y al cabo yo no era mas que una viuda.

Muchos se me acercaban al verme sola; decian que yo era bella y venian á buscar mi sociedad.

Yo los admitia en mi compañia y conversaba con ellos, miéntras su conversacion no contenia ninguna falta de respeto.

Pero cuando las palabras pasaban de cierto límite, me levantaba, pagaba todo lo que habia tomado y me retiraba sin decir nada.

Los dueños de los cafés me conocian ya, de modo que cuando algun enamorado se me acercaba, se ponia á sonreir, porqué ya esperaban el fin de la aventura cuando ésta llegase á cierto límite.

Muchas veces mi paseo se prolongaba hasta horas avanzadas de la noche, porqué me iba al teatro ó á algun concierto público.

Esto no le gustaba á mi padre, al extremo de que varias veces me habia reprendido diciéndome que era necesario variar de conducta.

Yo no lo contradecia, porqué no me gustaba tener con él cuestion de ningun género, pero no le hacia caso, y seguia llevando la misma vida libre é independiente.

Estas aventuras me diéron al fin un novio.

La fortuna de mi padre era un atractivo poderoso para muchos galápagos aspirantes, que me aceptaban no solo en el estado triste en que estaba, sinó que me hubieran aceptado aun en otro mas lastimoso.

Pero mi primera aventura amorosa me habia puesto mas desconfiada que un tuerto y no hubiera habido un galan capaz de engañarme, mas cuando yo sabia que pedir á mi padre licencia para casarme era pedir peras al olmo.

Esta nueva faz á que habia entrado la historia de Luisa, disipó la nube de tristeza que la envolvia y se puso mas alegre.

Pidió á Lanza otra taza de café y empezó á tomarla á pequeños sorbos.

Lanza le sirvió cariñosamente, sin interrumpirla.

—Avida de un cariño que no encontraba en mi padre, continuó yo me dejaba querer con cuantos decian quererme, con cierto agrado.

Incapaz de querer á nadie porqué las fuentes de mi cariño estaban secas, dejaba que los demas me quisieran, miéntras este cariño no pudiera revestir ninguna faz grave.

Con quererme no se ofendia á nadie y yo lo hallaba perfectamente lícito.

Una tarde que me hallaba en un café comiendo con uno de estos enamorados sin esperanza y la hermana del dueño de casa, se me acercó Arturo, que comia tambien allí con otros jóvenes.

Era la primera vez que lo veia desde nuestra vuelta á Génova.

La vista de este miserable me hizo una impresion terrible.

Me parecia increible que yo hubiera amado á aquel hombre, cuya vista me habia causado una impresion tan repulsiva.

—¿Cómo estás, mi Luisa? me dijo con el mayor cariño.

En el acto acudió á mi recuerdo la muerte de mi hijo abandonado y el silencio que le habian merecido mis cartas.

Lo miré con una expresion de profundo desprecio y le respondí secamente:

—Poco debe importarle á usted como esté yo, señor, y como ignoro con qué derecho me dirije usted la palabra en ese tono, le suplico no lo haga mas.

El exceso de vino no autoriza á ser irrespetuoso.

Arturo quedó helado ante mi respuesta y miró con expresion de reconcentrada ira al hombre que estaba conmigo.

—Te felicito por el cambio, me dijo sonriendo, pero que haya un preferido no es motivo para romper con las viejas relaciones.

—Ha pedido á usted esta dama que no le falte al respeto, dijo entónces severamente el hombre que estaba con nosotros sin darme tiempo á contestar.

Espero que no habrá necesidad de pedirlo de otro modo.

Arturo le preguntó quien lo autorizaba para hablar así, lo que provocó una respuesta mas dura, y de palabra en palabra se fuéron á las manos.

Los amigos de Arturo viniéron en su defensa, y en la defensa del otro jóven otros amigos que comian en el mismo café en otras mesas.

El escándalo fué entónces tremendo, porqué aquello tomó todo el aspecto de una batalla.

Toda la gente que habia en el café acudió al estrépito del combate, separándolos á todos.

Arturo habia llevado felizmente la peor parte, porqué le habian sacudido de firme.

Para compensar de algun modo á mi defensor triunfante, salí con él del café y por primera vez me hice acompañar con él hasta mi casa.

La noticia de aquel escándalo llegó á oídos de mi padre, con mayores proporciones de las que en realidad habia tenido y esto provocó una raspa que me echó aquel, seguida de una prohibicion que no podia aceptar yo.

—Estos escándalos no pueden repetirse, de modo alguno, me dijo, porqué son una vergüenza inaguantable, y para que cesen del todo no quiero que vuelvas á ningun café.

—Pero esto es ridículo, respondí yo, que haya de privarme de mis diversiones porqué á ese canalla le dé la gana.

Tendria que no salir á ninguna parte, porqué lo que ayer hizo en el café lo haria en plena calle.

Yo no podria estar libre de los escándalos de ese canalla sinó encerrándome en mi casa, y no estoy dispuesta á llevar la vida de monja.

—Pues yo no quiero que por tus paseos ande nuestro nombre de boca en boca y unido á ruidosos escándalos.

Yo no respondí nada viendo que nada habia de ganar con discutir, pero resuelta á seguir no mas en mis paseos á pesar de la prohibicion de mi padre.

Así, el domingo siguiente, sin decirle nada salí á pasear y me fuí al mismo café del escándalo.

Pero ese dia no estuvo Arturo; no tenia aun tiempo de haberse repuesto de los golpes que se chupó.

Se comentó alegremente la aventura del domingo anterior y yo tuve que decir que aquel no era mas que uno de tantos amantes desesperados á quien el vino habia puesto en un estado mas violento y amoroso, lo que no pasó sin ciertas observaciones, porqué la historia de la fuga de mi casa era demasiado conocida en Génova.

Por esos amigos vejetes que nunca faltan, mi padre supo que yo habia vuelto al café á pesar de su prohibicion, lo que motivó un nuevo disgusto mas violento que el primero.

Mi vida no iba á poder seguir de aquella manera, porqué ni mi padre habia de ceder en sus prohibiciones ni yo podia conformarme con llevar la vida de reclusion que él queria.

Ibamos á pasar una vida imposible, discutiendo siempre y provocando cada vez escenas mas violentas.

Una familia amiga anunció por aquella época su viaje á América y fué entónces que me entró tambien una gran ambicion de venir.

Yo poseia entónces, en poder de mi padre, la suma de mil doscientos francos que me dejó mi madre.

Esta suma, en tanto tiempo, habia sido doblada en los negocios, segun me lo dijo mi mismo padre.

Con aquella suma podia yo muy bien venir á América y así se lo manifesté.

En Buenos Aires vivía un hermano de mi padre, con quien yo podria venir á vivir, y la ocasion no podia ser mejor.

—Para vivir aquí como vives, me dijo mi padre, es mejor que te vayas á Buenos Aires, donde por lo ménos no conocerán tu falta.

Si tienes juicio y eres buena, todavía puedes ser feliz en este mundo.

Allí tienes á tu tio que ha de ayudarte en todo y aconsejarte lo que necesites.

Aquí estas perdida sin remedio, porqué á tu falta irreparable se han agregado los últimos escándalos que has dado y que, sobre lo que ya habias perdido, te han hecho perder un cincuenta por ciento mas.

Aquí no hallarás un marido nunca, aunque cambies de conducta.

Solo hallarás otro Arturo, que te lo perdonaria todo con tal de casarse con tu fortuna y poder pasar una buena vida mano sobre mano, y deseándote la muerte para heredarte.

En América es distinto, nadie te conoce, y portándote bien, puedes bien hallar un marido que te haga respetable.

Yo estaba entusiasmada con mi viaje, al extremo de no atinar á nada.

Deseaba con vehemencia que llegara el dia de la partida para salir una vez de allí y no volver mas.

Porqué yo habia concluido por tomar ódio á Génova y á todos sus habitantes.

Con mi oficio de embalsamadora, que bien podia llamarse un arte, yo ganaria mi vida en Buenos Aires y no seria gravosa á mi tio.

Mi padre me entregó los tres mil francos que me tenia y me regaló el pasage, prueba estupenda de cariño, dada su habitual miseria; de modo que con mi dinero yo pude hacerme una provista de buena ropa, de que tanto necesitaba, guardando el resto para mis primeros tiempos de América, miéntras me estableciera y empezara á hacerme de clientela.

Yo era ademas muy hábil en el arte de hacer gorras y teñir plumas, lo que podia muy bien serme igualmente útil para ganarme la vida.

Hecha mi provision de ropa y convenido mi viage, no tenia mas que esperar la partida del vapor donde habíamos de embarcarnos.

Ya sabes tú, que eres italiano tambien todo el encanto que despierta en nosotros la palabra América, el país de las grandes fortunas y de los placeres vírgenes.

La idea, la certitud de que me venia, habia despertado en mi un mundo de ilusiones y de encantos que me tenian embriagada por completo.

Mi padre era el que mas lamentaba mi viage, porqué perdia en mí su sistema secreto de teneduría de libros.

Pero no habia mas que conformarse y tener paciencia, puesto que no habia otro remedio.

El dia de la partida llegó por fin y nos embarcamos, acompañándonos mi padre hasta á bordo.

Todo mi pasado doloroso habia desaparecido de mi memoria, llenándose mi fantasía de los encantos de América á donde nos dirigíamos.

Mi padre me habia dado una carta para su hermano, donde me dijo que me recomendaba á él y le pedia me atendiese y ayudase en todo para que llegase á ser una mujer de provecho y de porvenir.

Despues supe que en aquella carta mi padre hacia á su hermano toda mi historia, sin omitir el menor detalle ni las verdaderas razones de mi viage.

Si yo hubiera sabido esto, no le hubiera dado la carta á mi tio; pero ¿cómo me iba á imaginar que mi padre tenia interés en publicar mis miserias?

Nos embarcamos para Buenos Aires y desde aquel momento Génova murió para mí; salia de allí con la firme resolucion de no volver mas en mi vida.

El viaje fué sumamente alegre y feliz.

Veníamos tantas amigas juntas, que no habia tiempo de fastidiarse.

Todo á bordo era motivo de alegría y de distraccion.

Desde la hora de comer los pasageros nos rodeaban; estos y los empleados del buque en conversacion y jarana, muchas veces hasta altas horas de la noche.

Puede decirse que yo vivia una vida nueva, completamente nueva, desde que mi pasado ya no existia para mí.

Todo nuestro deseo era llegar cuanto ántes á la deseada América, para ver de cerca todas sus maravillas y sus riquezas.

Y preguntábamos inocentemente si era verdad que los indios andaban en las calles de la ciudad y se comian á las criaturas crudas.

Estas preguntas hechas con toda ingenuidad, provocaban las risas de los pasageros y del capitan del buque, que se entretenian en contarnos historias maravillosas que nosotras creíamos á puño cerrado.

Por fin llegamos al deseado término del viaje, desembarcando en Buenos Aires sin inconveniente de ningun género.

Recien entónces comprendí que se habian divertido con nosotras, refiriendonos aquellos cuentos fabulosos, pues me encontré en una ciudad como cualquiera de las que habia visto en Europa.

Como traia la direccion en el sobre de la carta que me dió mi padre, me hice conducir en el acto, con mi equipage, á casa de mi tio, á quien puede decirse que yo no conocia, porqué era muy pequeñita cuando él se vino de Europa.

Mi tio, cuando supo quien era yo, me recibió con la mas agradable sorpresa.

Como mi viaje habia sido improvisado, no habíamos tenido tiempo de anunciarselo, así es que su sorpresa no pudo ser mayor ni mas grata.

Mi tio con mi padre se querian mucho, y una hija suya era para este un verdadero regalo, demostrándome toda su familia el cariño que me profesaban.

Todo aquel dia lo pasamos entretenidos en hablar de Génova y de las rarezas de mi padre, y mi tio no abrió la carta que yo le traia, diciendo que reservaba su lectura para la noche.

A mí me habian arreglado una cama en el aposento de mis primas, de quienes debía ser como hermana.

Estas me acomodáron mi ropa en sus propios roperos, obsequiándome con una porcion de cosas necesarias en las que yo no habia pensado, porqué habituada á la miseria de mi padre, ni siquiera sabia que existiesen.

Al otro dia mi tio me llamó á su cuarto, á una conferencia privada.

Habia leido la carta de mi padre, é impuesto de mi historia se habia alarmado un tanto cuanto, con cierta razon, puesto que él tenia la responsabilidad de toda su familia.

—Tu padre me cuenta aquí, Luisa, toda tu desgraciada historia, me dijo, y veo que necesitas de todos mis consejos y de todo mi cuidado, puesto que ahora puede decirse que yo soy el responsable de tu porvenir.

Vas á vivir con mis hijas, puras é inocentes, y es preciso que ni siquiera sospechen los motivos que te han obligado á venir á América.

Yo no quise ocultar nada á mi tio, lo que hubiera sido inútil desde que mi padre se lo contaba, y le manifesté que precisamente habia salido de Génova para olvidar mi pasado y criarme un porvenir nuevo y debido á mi trabajo, aquí donde nadie me conocía.

—Me es tan odioso ese pasado, le dije, que ni siquiera deseo recordarlo; es como un sueño horrible del que felizmente he salido ya.

Yo quiero trabajar y hacerme un porvenir con mi trabajo, porqué no quiero ser gravosa á nadie, y usted no tendrá de qué quejarse respecto á mí.

Mi tio se mostró muy alegre al oir la manera con que yo me expresaba y las ideas que me animaban, asegurándome que él estaba dispuesto á ayudarme en todo.

Hablando en este sentido, convinimos en que por el momento no me convenia establecer una casa de modas, por los gastos que me ocasionaria.

Mi tio me proporcionaria las relaciones de su familia, para que yo les hiciese las gorras, y cuando yo me hubiera hecho de una clientela mediana, entónces si podia establecer un tallercito que iria prosperando poco á poco.

Aquellos primeros dias se empleáron en pasear la ciudad, para que yo saliera de la natural curiosidad que sentia.

Mi tio nos llevó tambien al teatro, cuyo espectáculo y concurrencia me dejáron maravillada.

Tomando mis modelos en el teatro, yo hice un par de gorras que fuéron vendidas en el acto á amigas de la familia, que quedáron sumamente complacidas, elogiando mi habilidad y mi buen gusto.

Y acto contínuo tuve el encargo de cuatro gorras mas.

A mí me gustaba mucho pasear y conocer la ciudad en todos sus recovecos.

Pero á mi tio no le gustaba que yo saliera con frecuencia en compañía de sus hijas.

Hasta entónces nada me habia dicho, pero yo era bastante viva para comprender que mis salidas con sus hijas lo disgustaban.

Con pretexto de comprar géneros y armazones de gorras, empecé á salir sola, á pasear y conocer toda la ciudad.

Al mismo tiempo iba haciendo relacion con las modistas á donde compraba, y con quienes conversaba largamente, tomando informes que necesitaba.

Ya estaba yo demasiado habituada á la independencia absoluta, para volver á una vida de reclusion como la que pasaban mis primas.

Así es que siempre con pretexto de comprar y de ver á una nueva marchanta, empecé tambien á salir de noche.

Como efectivamente yo traia trabajo que me encargaba alguna modista amiga, ó lo pedia yo no mas gratuitamente para que me sirviera de pretexto, mis salidas, aunque frecuentes, eran perfectamente disculpables y bien salvadas todas las apariencias y conveniencias de la casa.

La cuestion es que algunas noches yo me demoraba mas de lo natural, volvia tarde y esto hacia á mi tio muy poca gracia.

Un domingo falté á comer, porqué me habia ido á pasear á Palermo con amigas que estaban de fiesta.

Vine tarde á casa, y mi tio por primera vez me reprendió con aspereza.

—Esto no es natural ni admisible, me dijo, y es preciso que te reformes.

Mi casa es una casa de familia, donde hay que guardar mas recato.

Yo nada quise replicar, aguanté la ronca y me propuse salir con ménos frecuencia.

Pero no pude; la vida de reclusion estaba en pugna con mis hábitos de independencia.

Al poco tiempo de esto me entretuve en otra comida y vine tarde, relativamente á una casa de familia, pues vine á las diez de la noche.

En casa de la amiga donde habiamos comido, se bailó un poco despues de comer y yo no pude negarme, como era natural, pues todos se empeñaban para que yo me quedara.

Yo me quedé, puesto que en ello no cometia delito alguno, hasta las diez de la noche, hora bastante razonable.

Como era tambien muy natural, mi amiga no quiso que me viniera sola á casa á aquellas horas y pidió á uno de los concurrentes de toda su confianza, que me acompañara.

Yo me rehusé asegurando que no tenia miedo de irme sola, pero como aquello no era prudente, acepté al fin.

Conversando amigablemente de la agradable reunion donde habíamos estado, llegamos á casa, en cuya puerta me despedí de mi acompañante.

—No lo invito á entrar porqué ya sabe que no es mi casa, le dije, vivo con un tio que tiene su familia y sus rarezas y no sé si le gustaria.

El jóven aquel habia sido uno de tantos adoradores mios, y se quedó en la puerta unos cinco minutos conversando conmigo y preguntándome cuando volveria á lo de mi amiga.

Tuve que hacerle notar que ya era tarde, para que se fuera y me dejara entrar.

Mi tio estaba en el balcon esperando mi vuelta, sin que yo lo hubiera visto, de modo que me vió llegar acompañada de un jóven y estuvo allí oyendo lo que conversábamos, hasta que quedé sola y entré á la casa.

Mi tio no quiso esperar esta vez hasta el dia siguiente.

Me llamó á la salita independiente que habia en la casa, donde nadie podia oirnos, y allí me reprendió con mas dureza que la vez primera.

—Veo que tú no tienes compostura, me dijo, y esto así no puede continuar.

La reputacion de mis hijas sufriria mucho con tu conducta libertina, y ya comprendes que esto no puede ser.

—Mi tio, respondí yo entónces con cierta serenidad, respecto á mi conducta no tengo nada que reprocharme, se lo juro á usted de la manera mas séria.

Yo estoy habituada á cierta vida de libertad y de independencia.

Para vivir con usted, mi tio, yo tendria que hacer una vida de prisionera, que no está con mi modo de ser; me enfermaria.

Usted tiene razon en lo que dice, pero no dejará de convenir conmigo de que yo tambien tengo razon en lo que digo.

Para evitar todo enojo y toda cuestion entre nosotros, conservando la armonía en que debemos vivir, es mejor que yo me mude.

Tomaré un par de piezas en cualquier casa, donde podré establecer mi taller de trabajo y así estaré independiente, sin que mi vida libre pueda perjudicar á nadie y sin que desaparezca la buena relacion que debe reinar entre nosotros.

—Encuentro este temperamento mucho mas razonable, dijo mi tio, ya que quieres llevar una vida de tan absoluta independencia.

Yo siento esto enormemente porqué no hubiera deseado que te separaras de mí, desde que á mi te ha recomendado Luis, á quien tú sabes que yo quiero inmensamente.

Si va no tuviera hijas, no te diria nada, agregó; poco me importaria que volvieras á esta ó aquella hora, pero teniendo hijas ya es distinto.

No todos las conocen; al verte entrar á deshoras, muchos pueden creer que eres una de ellas.

En realidad, mi tio tenia razon, y era mucho mejor separarnos así amigablemente que separarnos enojados.

Con aquella franca conversacion, yo habia definido perfectamente mis posiciones y conquistado el claro derecho de hacer lo que me diera la gana.

No era muy fácil encontrar, así á dos tirones, un par de piezas como yo queria, sin contar con que yo no tenia aun suficiente trabajo para sostener mi vida de absoluta independencia.

Cuando conté mi resolucion de vivir sola á las amigas con quienes me daba, todas aplaudiéron mi determinacion, prometiéndome buscarme una ocupacion que me diese lo bastante para sostenerme.

Fué entónces que me proporcionáron el casino donde me has conocido, pero á mí no me gustó, despues que supe lo que era un casino.

Pero me presentáron á la dueña y esta empezó á seducirme con diez mil promesas doblemente halagadoras dada mi situacion.

Por último me dijo que yo iria á su casa sin mas que hacer que atraer la clientela y entretenerla, que no tendria ninguna de las obligaciones de las otras muchachas, que sería absolutamente libre y que me daria un buen sueldo.

Yo no quise cerrar trato, porqué aquello no me gustaba mucho, aunque mi independencia era completa, y dejé así sin resolverme, miéntras buscaba algo mejor.

Era cuestion de tener paciencia y nada mas, y yo hubiera encontrado una ocupacion mejor si mi tio no me hubiera precipitado.

Quince dias despues de aquel convenio que habíamos hecho, volvió á suceder un nuevo contratiempo, mas grave que los demas por la severidad de mi tio.

Era el dia del santo de una de aquellas amigas con quien mas relacion tenia yo.

Me habia invitado á comer, y aquella tarde yo hice presente á mi tio el objeto de mi salida.

Habíamos comido muy bien y ya se sabe que cuando se come así, el tiempo pasa insensiblemente, contribuyendo á hacerlo pasar mas rápidamente el buen vino que habíamos bebido.

Despues de comer se bailó un poco y cuando yo acordé eran las dos de la mañana.

Al saber la hora tuve un grandísimo disgusto, porqué ya calculé lo que iria á pasar entre mi tio y yo, pero ya la cosa no tenia remedio y el tiempo pasado no habia de volverse atras.

Por precaucion me hice acompañar con mi nueva amiga y uno de sus visitantes, porqué de ese modo mi tio no podria enojarse tanto.

Cuando llegamos la puerta estaba cerraba.

Sin embargo, yo hice corage y llamé varias veces, hasta que vino á abrime mi mismo tio.

¡Nunca le habia visto tan enojado!

En vano fuéron mis disculpas y las explicaciones que dió mi amiga.

Mi tio me echó en el zaguan una raspa terrible y despidió á mis acompañantes con sus palabras mas duras.

—Tú no estás en mi casa un momento mas, me dijo, ó te resuelves á no pisar mas la calle.

Quise dar nuevas explicaciones que mi tio se negó terminantemente á escuchar, notificándome que me mudase al dia siguiente mismo, si no queria hacer la vida de encierro que pretendia.

—Si usted se ha figurado, señorita, que mi casa es como la de sus famosas amigas, está muy equivocada, y por mas hija de mi hermano que usted sea, no ha de empañar mis buenas costumbres familiares.

—¿Quiere decir que usted me echa de su casa?

—Si no quieres someterte á lo que yo te digo, sí, te pido que no vuelvas mas aquí.

Tal fué el disgusto que tuve, que ni siquiera me acosté aquella noche.

Al dia siguiente salí muy temprano y me fuí á casa de mi amiga, contándole lo que me habia pasado con mi tio.

—Por la manera con que nos echó anoche, me respondió aquella, ya suponia yo que no habias de poderte quedar allí; tienes un tio mas bravo que un cáustico.

—Es así, medio ridículo, dije yo á mi amiga, en lo que no deja de tener razon, puesto que tiene hijas que cuidar.

Pero no es ese el caso; como yo no puedo vivir mas con él, sinó estando encerrada en su casa, he resuelto irme hoy mismo.

He venido entónces á rogarte que me acompañes á casa de la judía aquella del casino, para cerrar trato con ella.

Allí no he de poder estar mucho tiempo, porqué no me gusta la cara de esa mujer.

Pero como no he de quedar en media calle, estaré con ella hasta que encuentre otra casa mejor.

Mi amiga se vistió, fuimos á la calle Corrientes y cerré trato con la dueña del casino, bajo la terminante condicion de que en ningun caso me habia de forzar á hacer lo que yo no quisiera.

Contenta volví á lo de mi tio, le conté que ya habia encontrado acomodo en casa de unas modistas, y aquel mismo dia me mudé, en medio de una armonía convencional y prometiendo á la familia venir á visitarla de cuando en cuando, siempre que quisieran recibirme.

Y sin mas trámite me trasladé á dicho casino, donde me has encontrado.

Al principio su dueña quiso explotarme como le pareció mejor, pensando aprovechar lo triste de mi situacion, pero cuando se convenció que eso era imposible porqué yo no me prestaba á mas de lo que habíamos convenido, me dejó en completa libertad de accion.

Si ahora la has visto alarmada al extremo de no querer dejarnos solos un momento, es porqué es la primera vez que me vé demostrar preferencias por una persona; y siendo esta persona una de tu posicion, ha tenido miedo que vayas á sonsacarme y llevarme á otra parte, nada mas; le ha llamado la atencion vernos en relacion tan íntima, aunque yo le dije que era la primera vez que nos veíamos.

Luego, ella pretendia hacerte pagar botella tras botella, y como yo no me presto á estas explotaciones, mandaba quien consumiera el vino y te hiciera pagar otra botella.

Así terminó la historia que Luisa Maggi contó a Lanza, y que este escuchó con un raro recogimiento y demostrando un interés siempre creciente.