Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo XXXII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo XXXII - Que trata del santo hombre de ermitaño que don Quijote encontró en el cerro, con lo cual su aventura iba a ser de las más acabadas
de Juan Montalvo
Capítulo XXXII

Capítulo XXXII

Seguía el caballero monte arriba, dándose a todos los diablos de no descubrir la fortaleza, cuando al voltear de un recodo vio un hombre de aspecto venerable, sentado sobre una piedra a la entrada de una gruta. Don Quijote de la Mancha tuvo por bien averiguado que esta aventura se la deparaba el cielo mismo, cuando le ponía por delante el ermitaño con quien se confesara, a fin de que ella fuese a todas luces grande y caballeresca. Oía poco el solitario, o no quería oír nada: ni al tropel del caballo, ni al ruido de las armas del caballero alzó la vista, embebido en su lectura. Parose don Quijote y se estuvo a contemplarlo un rato, sin saber cómo llamaría la atención del santo hombre.

-¡Reverendísimo padre!- dijo. Levantó la cabeza el ermitaño, sin mostrar sorpresa ni alegría, y respondió:

-Pacem relinquo vobis. Mi perro no ha dado señales de llegar gente, aunque le tengo velando desde por la mañana para que me encamine a los extraviados. ¿Sois uno de ellos, hijo mío? ¿Venís a mí como penitente, o desengaños y tribulaciones os impelen al desierto en busca de la paz de Dios? Venid, y seréis de los escogidos: la soledad abre los brazos a los desgraciados: al través de ella columbramos lo infinito, como que el silencio desenturbia los ojos del espíritu, predisponiendo el alma para los misterios de la inmortalidad. Sus tres enemigos no tienen cabida en estas regiones: miserias y pesadumbres se han olvidado aquí, que en cien años no se hubieran olvidado allá. El corazón y la fantasía son terrenos abonados para esas plantas venenosas que se llaman amores y placeres, celos y liviandades, sacrificios e ingratitudes, ambiciones y desengaños, soberbias y abatimientos. Queremos lo que nos perjudica, desechamos lo que nos salva: acordámonos constantemente de lo que nos conviniera olvidar, olvidamos lo que debiéramos tener delante de los ojos. Si habéis hecho un favor a uno de vuestros semejantes, guardaos de él, porque él será vuestro enemigo. Si tenéis entregados corazón y hacienda a una de esas que llamáis hermosas, ella os causará las grandes amarguras de la vida. Si sois ricos, dais en soberbios; si pobres, renegáis de lo divino y de lo humano. Si sois poderosos, abusáis de vuestro poder en toda forma; si humildes y desvalidos, la adulación y la vileza son vuestra parte. Aquí, en esta soledad, este monte, le quebrantamos la cabeza al enemigo; cada uno de nosotros somos el arcángel que tiene a sus pies a la serpiente. ¿Sabéis lo que la serpiente simboliza? Serpiente es la soberbia, serpiente la avaricia, serpiente la lujuria, serpiente la ira, serpiente la gula, serpiente la envidia: la pereza no es serpiente, porque no pica; es animal inmundo que duerme en su fango su sueño perpetuo. Ved cuántas de esas fieras bestias os promete expeleros del cuerpo el aire celestial de este retiro. La humildad arrulla aquí como paloma sagrada; la largueza no es necesaria, pues no tenemos qué ni a quién dar nada; la castidad es la flor sobresaliente de nuestros jardines; la paciencia nos habla al oído como genio invisible; la templanza nos da salud y vida larga; la caridad nos teje la corona con que nos hemos de presentar en el empíreo; la diligencia..., la diligencia del alma, hermano; la del cuerpo no es de nosotros: donde el espíritu trabaja, los miembros del cuerpo están descansando. Pensar, orar, llorar, todo es salvarse. ¡Venid, mortal dichoso! A la derecha, si quisiereis; a la izquierda, si gustareis; más arriba o más abajo, ayuso o deyuso, como decían nuestros mayores, hallaréis ermitas desocupadas, que ya las habitaron varones justos. La de fray Atanasio puede conveniros, aunque está algo caediza; pero tiene un corralito para gallinas y aun os será permitido engordar dos o tres puercos, a pesar de que muchos y muy crueles enemigos frecuentan estos lugares: lobos, lobas, jabalices, jabalizas, y otras salvajinas.

-Diga vuesa paternidad jabalíes, y ande la paz entre nosotros- dijo don Quijote.

-¿Por allá abajo la gente del siglo no llama jabalices a esos abejorros?- respondió el ermitaño.

-Jabalíes o jabalices -volvió a decir don Quijote- no pertenecen estos animales al género de los abejorros; ni ha de ir vuesa paternidad a decir jabalizas, a título de que no sabe las cosas del mundo.

-Nosotros por abejorros los tenemos, señor caballero. A veces los clasificamos entre los crustáceos, y no estamos del todo libres de reputarlos sabandijas. Como la lenidad de nuestro carácter nos prohíbe las armas de fuego, tenemos sobre nosotros la pensión y el pontazgo de aguantar esas alimañas. Los sitios elevados, señor, son lobosos y jabalizosos por la mayor parte.

-¿De manera -preguntó don Quijote- que si toros infestaran las posesiones de vuesas paternidades, ellas vendrían a ser torosas?

-Por de contado -respondió el ermitaño, y prosiguió-: hago vos saber que no os conviene ese vestido para la vida eremítica en que entráis de cabeza desde hoy día. Deponed ese atavío bélico: si no venís prevenido para el efecto, no faltarán por aquí una túnica propia de vuestro estado, ni cilicios con que os gocéis en el Señor, ni disciplinas con que os azotéis y doméis, ni garfios en que os suspendáis para dormir. La carne, hijo mío, es bestia fiera que nos devora el alma: por sus ardientes tragaderos pasan quemadas las virtudes, en sus vastas y lóbregas entrañas cae y se hunde nuestra felicidad. Tened esto presente de día y de noche, y ved como no os pongáis en mi presencia ni en articulo mortis, porque no hay ermitaño perfecto si la soledad no es su única compañera. ¿Por dicha sois perito en esto de vivir entregado a los santos suplicios del arrepentimiento? ¿Habéis subido alguna vez a Monserrate? Al corazón os tocan, ya lo veo, esas ruinas venerandas que os hablan de los bienaventurados sus habitadores de otros tiempos, y os convidan con las delicias de sus apacibles soledades. Los campos de la fértil Cataluña se dilatan a la vista florecientes y risueños: el Llobregat se va por ellos desenvolviéndose en grandiosas vueltas, y embelesa con sus lejanos relumbrones. Ese que allá se mira, es el puente del Diablo: dicho puente no es más grueso que un hilo de araña: en él se agolpan las almas de los hombres cuando, roto el estambre de la vida, nos engolfamos en las formidables regiones de lo desconocido. Los justos lo pasan sin balanza; a los réprobos se les va el pie y ruedan al abismo.

¡Válgame Dios, y cuál no era la impaciencia de nuestro caballero a la interminable plática del solitario!

-Los caballeros andantes -dijo don Quijote- no somos de tela de ermitaños; somos aventureros, y no tenemos lugar fijo, ni residencia conocida. ¿Cómo puedo yo estrechar la órbita de mis obligaciones a los mezquinos términos de una cueva, y convertirme en animal inútil para mí mismo y para mis semejantes, no viviendo yo para ellos, sin que nadie viva para mí? Otro es el objeto de mi venida; y sé decir a vuesa paternidad, que el encuentro que me parecía ordenado por la Providencia ha sido pura obra del acaso. Algunos caballeros se llegaron al tribunal del confesor antes de la batalla; pero otros no menos famosos no tuvieron por necesaria esa demostración, y no por eso fue ron menos cristianos, ni salieron menos vencedores. Ermitaño, ¿para qué? ¿Para que me cargue el diablo el día menos pensado? Dirigir las pasiones, convertirlas en virtudes, si es posible, tal es el empeño del filósofo, mi reverendo padre. Luchar uno consigo mismo, destruirse, anonadarse sin ventaja para el cielo ni la tierra, es frustrar de sus derechos a la naturaleza, es cometer un delito enorme so pretexto de virtud. Amor nos da Dios para que amemos, caridad para que valgamos a nuestros semejantes, ambición para que aspiremos a la gloria. Déjese vuesa paternidad de esta sandez del ermitismo, y véngase conmigo a correr el mundo en busca de las aventuras. Vuesas paternidades trabajan sin provecho en esto de honrar la ociosidad, o más bien cometen un grave pecado. Y no hay esto solamente, sino que muchas veces, después de veinte años de solitarios, bajan y se van a hacer piratas o a vivir renegados entre turcos, si una buena noche de Dios no les da en su cueva un patatús y se van a despertar en los infiernos. No debe de ser vuesa paternidad el previsto para oír mis culpas: écheme su bendición o no me la eche, yo me voy.

Y sin gastar más prosa, picó su caballo y se alejó del ermitaño, el cual le seguía con la voz, diciéndole en una muy elevada:

-¡Mirad, hijo, que ésas son sugestiones del demonio! ¡Deteneos, extraviado! ¡Volveos, réprobo! ¡Ven acá, mostrenco, alma de cañamazo!.

Nada oía el aventurero, y estaba ya a buena distancia, cuando el santo hombre de ermitaño, arrancándose de cuajo su almacén de barbas, dio la vuelta a la gruta, y con más prisa de lo que hubiera sufrido su ayunado cuerpo, voló cerro arriba por un desvío, junto con otros varones justificados que por ahí salieron, de modo que había de llegar a la cumbre muy antes que don Quijote.