Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo XXX

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo XXX - De las lamentaciones que hizo nuestro buen caballero don Quijote y de las temerosas razones en que se declaró su resentimiento
de Juan Montalvo
Capítulo XXX

Capítulo XXX

-¿Has visto, Sancho, suerte más desdichada que la mía? ¿Has oído de amante que más hubiese hecho por su dama y más tristemente hubiese llegado a perderla? Por la fuerza de mi brazo derroco esa fortaleza y liberto a la hermosa prisionera; ¿mas quién sabe lo que habrá sucedido, y si ella tendrá valor para mirarme cara a cara?

-Como servidor de mi señora Dulcinea y su futuro esposo -respondió Sancho-, vuesa merced debió haberse asegurado con tiempo, y no anduviéramos hoy con estos gemidicos y estos lacrimicos.

-¿Se usará de tanto rigor con los andantes, ¡oh amigo! -repuso don Quijote-, que ni en las ocasiones más aflictivas se les ha de conceder un tierno desfogue a su dolor? Si no encomiendo el remedio a la venganza, tenme, Sancho, por hombre muerto y por caballero perdido para el mundo.

-Si vuesa merced la hallare viva -replicó Sancho-, ¿qué razón habrá para dejarse morir? Libértela sin pérdida de tiempo, y no deje para después el casarse, sin miedo de lo que haya podido suceder. Lo que no es tu año, no es en tu daño, ni hay miel sin hiel, señor. La puerta abierta al santo tienta, y a puerta cerrada suceden las cosas malas.

-En buenhora sea todo, Sancho de Lucifer; habré de venir en cuanto desatino propusieres, como pongas punto final a tus refranes. ¿Mas qué dirá ella de este infiel que así ha dejado se la arrebaten y sufre su cautiverio en manos de esos malandrines?.

Sancho Panza, habiendo cogido el sueño, oía poco estas razones, y no oyó del todo las otras muchas que siguió ensartando el enamorado caballero, el cual pasó la noche bajo el poder de los más tristes pensamientos. Llegado el día, se cubrió con sus armas, y vuelta saña su tristeza, iba a salir con ánimo de no postergar ni un instante la libertad de su señora. Cuando halló cerrada la puerta, empezó a sacudirla y dar golpes en ella con tal furia, que hubo de despertarse don Alejo y volar a abrirla. En llegando cerca, oyó que don Quijote acusaba al castellano de complicidad con los raptores, jurando escarmentar a todos, o más bien no dejar alma viviente en ese circuito, ni animales en pie, ni árboles sobre sus raíces, ni arroyos que no enturbiase, ni fuentes que no cegase. Dudó un instante don Alejo si abriría, temiendo que la salutación de don Quijote fuese con su lanza; mas como el estrépito subiese de punto, vio cuán imprudente sería echar leña al fuego, y al tiempo que torcía la llave, se iba expresando de este modo:

-¿Tengo cara de alcahuete, señor don Quijote, o ha visto en mí algo por donde venga a sospechar tan indignos tratos? Vuesa merced se ha dado un madrugón en balde; ni debe ignorar que castillos y fortalezas no se abren sino muy entrado el día. Por mucho que le insista el deseo de libertar a la cautiva, no lo podrá sino dentro de algunas horas; y habiendo tiempo para todo, no está puesto en razón que vuesa merced se deje ir tras esa injusta cólera.

Dijo esto, y abrió de par en par la puerta.

-Vuesa merced excuse mi impaciencia -respondió el caballero- y dispénseme si algún término malsonante ha salido de mis labios. Al verme bajo llave, tuve por cierto que ésta era una superchería de mis enemigos, y me dejé ir, como vuesa merced ha dicho, tras una injusta cólera.

-De uso y costumbre es -repuso don Alejo- que los portones de las ciudadelas no se abran de mañana, ni se levanten los puentes levadizos. Le sobra tiempo a vuesa merced para, tomada la primera refección, llevar a debido efecto sus intentos.

-¿Qué dice vuesa merced de refección? -preguntó don Quijote-. ¿Caso es el presente de pensar en almuerzo ni merienda? Antes me propongo no comer ni beber, ni hacerme la barba, ni peinarme, mientras no haya restituido a la emperatriz a la luz del día y castigado a los raptores.

-En esto no hace vuesa merced sino irse con la corriente de la caballería -tornó a decir don Alejo-: otro tanto se propuso el marqués de Mantua hasta cuando hubiese vengado la muerte de Baldovinos, que se la había dado a traición el hijo de Carlos Mainete. ¿Y el conde Dirlos no juró sobre un misal


«Jamás se quitar las armas,
Nin con la condesa holgare,
Hasta que hobiese cumplido
Toda la su voluntade»?.


Pero no veo que algún caballero se hubiera abstenido del sustento, como cosa tan necesaria para la vida, que sin él, ni aventuras ni hazañas fueran posibles. Antes suelen alimentarse a toda prueba los andantes cuando tienen entre manos una de las de primer orden, a fin de endurar el pulso y dar fuerza al corazón. Así pues, todo lo que sufriría la conciencia, sería que vuesa merced no se afeitase, ni holgase con la condesa, para imitar al conde Dirlos.

-Vuesa merced no está en lo cierto -dijo don Quijote-; la usanza en la caballería es ayunar las vísperas de la batalla, y aun confesarse y recibir el cuerpo de Cristo; lo cual pudiera probar yo con infinitos ejemplos a cual más autorizados. Basta por ahora el de Beltrán Duguesclin, quien, desafiado por Tomás de Cantorbery, recogió el guante, haciendo saber al mundo que hasta cuando hubiese concluido el duelo no comería sino tres sopas en vino, en honor de la Santísima Trinidad.

-¿Pues qué espera vuesa merced para tomar esas tres sopas? -repuso don Alejo-. Y todavía yo soy de parecer que sean cuatro.

-Dios pague a vuesa merced tan caritativas indicaciones -dijo Sancho sacando la cabeza-: si antes nos proporcionaran una cosa de sal, como, verbigracia, una ración de tocino, ya podremos esperar con paciencia el almuerzo.

-Habrá de todo, hermano Panza -respondió don Alejo-: ¿qué tal os sabrían unos pastelitos de carne y unas empanaditas de queso?

-¡Mi padre! -exclamó Sancho-; ¡si no hay cosa que más me guste! Mi amo el señor don Quijote es algo melindroso; pero no haya miedo que su escudero se ande con morisquetas.

-No haga caso vuesa merced de este tragamallas -dijo don Quijote-: lo que ahora me importa y conviene es montar a caballo, dejando para la vuelta el festejarme.

Don Alejo y los demás perillanes tenían concertado hacerle una burla caballeresca, para lo que necesitaban algún tiempo, habiendo ocurrido a la ciudad por ciertos enseres de caballería, como son armas y armadura, y además un mazo de barbas y un hábito talar con que se pudiese componer un ermitaño.

-Como la batalla que hoy se ha de hacer -dijo don Alejo- será de las principales, natural es que la haga vuesa merced con todos los requisitos de las grandes aventuras. Si del desayuno se priva, no omitirá, me parece, el confesarse y comulgar, a semejanza de los famosos caballeros que ya pusieron por delante esta diligencia.

-El toque está en que yo dé con un ermitaño -respondió don Quijote-: ha de ser ermitaño el confesor para que la imitación sea perfecta. En no pudiéndolo hallar, se podrá uno servir de un buen fraile de San Francisco, o sea un capuchino. Ermitaño fue el que confesó a Frorambel de Lucea para la aventura del Árbol Saludable; ermitaño aquel a quien se llegó don Floricer de Niguea en el procinto de la batalla con el rey de Gaza. Tristán de Leonís se confesó con un ermitaño; de él recibió la eucaristía, y encomendándose al Redentor y a su dulce amiga Yseo, embistió al enemigo. En defecto de ermitaño, dos religiosos de San Francisco oyeron a Tirante el Blanco y Tomás de Montalbán, cuando estos caballeros iban a combatirse, no me acuerdo por qué causa. Y aquí es de notar que, no habiendo pan consagrado, se comulgó a estos paladines con pan bendito, sin que de ello resultase perjuicio ni para el sacerdote, ni para los penitentes.

-Por falta de pan no quedará vuesa merced en ayunas -dijo el barón de Cocentaina-; aquí lo tenemos bendito y por bendecir, ázimo y con levadura. En caso de apuro, se le podrá comulgar con una rueda de molino al señor caballero.

-Con ruedas de molino se comulga a los tontos -respondió don Quijote, mirándole despacio-; y veo aquí uno que no me huele a Salomón.

No era don Quijote de los que tascan el freno: cuando no se remitía a las manos, sus razones herían a los descomedidos como su lanza. Quedose de una pieza el barón, riéronse sus amigos, siguió paseándose el caballero, Sancho Panza se fue a rodear sus animales, y don Alejo de Mayorga se andaba por las puertas de las bellas, invitándolas a salir con esta cancioncita:


«A coger el trébol, damas,
La mañana de San Juan,
A coger el trébol, damas,
Que después no habrá lugar».