Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo XVIII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo XVIII - De la grande aventura del globo encantado en que venía la mágica Zirfea
de Juan Montalvo
Capítulo XVIII

Capítulo XVIII

Siguió su camino don Quijote, y ahora fue él quien habló primero diciendo:

-Tienes del sexo frágil, Sancho, que no pierdes ocasión de soltar el trapo: ¿por qué metes tu cuchara en conferencias a que yo vengo con obispos y arzobispos? Donde habla el amo, calla el criado, Sancho incorregible; o por mejor decir donde el gallo canta... Ya me entiendes.

-Si el escudero ha de ser mudo -respondió Sancho-, ¿por qué en el acto de armarse los caballeros no le cortan o le pican la lengua? Así vuesas mercedes no se anduvieran dando de las astas con sus criados sobre si dicen esto y dicen lo otro.

-Ya te veo, besugo -replicó don Quijote-: si te cosieran los labios, hablaras por los ojos. Pues no se dirá que don Quijote de la Mancha dejó morir a su escudero por falta de paciencia para oírle.

-Lo que dirían sería que lo asesinó -repuso Sancho-: atar a uno atajándole el resuello, hendiéndole la mollera, o privándole del uso de la palabra, todo va a dar allá. Ahora digo a vuesa merced en verdad que desde chiquito he hablado, y que habrán de quitarme la vida para imponerme un silencio absoluto.

-Sancho dichoso -dijo don Quijote-, para ti el hablar es tan necesario como el respirar: ¡si te conozco!: permanecieras dos días en ayunas; una hora en silencio, no. Habla cuanto se te antoje, pero ten cuidado de tomarle el pulso a mi humor, que no siempre le podrás hallar como hoy, dispuesto a llevarte el genio.

Hubiera seguido adelante don Quijote sus razones; pero una aventura que prometía ser de mucho tomo le incitaba a un mismo tiempo por otro lado, y así se apercibió para ella, resuelto a acometerla con mano armada.

-En ese globo que llega rozando el suelo viene una encantadora, Sancho -dijo-: de este modo viaja Urganda la desconocida; de este modo corre el mundo la mágica Zirfea.

-Téngase vuesa merced y mire lo que hace -respondió Sancho-, que todavía me está cimbreando el cuerpo de los palos de ahora ha poco.

-Mucho miedo y poca vergüenza -dijo don Quijote-. Encantador o encantadora, brujo o bruja, incubo o súcubo, aquí he de ver lo que me quiere; y aunque sea el diablo en persona, se ha de volver rabo entre piernas.

Era el caso que por el camino adelante venía una recua de mulas envuelta en una manga de polvo, trayendo al cuello la capitana un esquilón que resonaba en la obscuridad.

-¿Quién viene aquí? -preguntó don Quijote en voz arrogante-: ¿es gente de la común y pasadera, o de aquella cuya corrección y castigo incumbe a los caballeros andantes?

-Dinero del rey -contestó uno de los guardas que allí venían-. Hágase a un lado, hermano, y deje pasar la recua.

-¿De dónde traéis ese dinero? ¿Adónde lo lleváis, cuánto es y a qué se lo destina?

-Remesa de Indias -volvió a contestar el guarda- llegada a Sevilla por la última flota. Nos lo han entregado a bulto, las talegas vienen selladas, y no sabemos cuánto sea. En orden al uso que Su Majestad dé a esta bicoca, lo sabe el diablo.

-Hablad del rey con humildad y respeto en presencia de un caballero andante -dijo don Quijote-, u os hago ver en este punto quién es don Quijote de la Mancha.

-Ahora viene este vestiglo -tornó a decir el guarda- a levantarme la especie de que murmuro de Su Majestad, y aún se propone castigarme de mano poderosa. Váyase el espantajo noramala, antes que yo pase con mis mulas sobre él y le deje proveído para cuatro meses de cama.

-¡Para doce os proveeré yo, bellaco! -gritó don Quijote, y arremetió de manera que si el agredido no se hace a un lado muy a prisa y hurta el cuerpo, su grosería le diera mucho de que se arrepintiese. Errado el golpe, quiso don Quijote venir a tierra por el arzón delantero de la silla, y en cuerpo indefenso le dio el guarda media docena de palos tales, que los yangüeses no se alabaran de habérselos dado mejores. Dejole por no matarle, muy asido el pobre caballero con la cerviz de Rocinante, mientras Sancho llevaba de otras manos, y no menos hábiles para esas gracias. Siguieron los arrieros su camino, sin dárseles una chita de la mala obra que acababan de hacer: si del todo morían aquellos desventurados, ¿qué había sino decir que les quitaron la vida en defensa de las acémilas del rey? Don Quijote se enderezó como pudo sobre su caballo, y dijo en voz quebrantada y dolorida:

-Tenga yo aquí el bálsamo que tú sabes, y estos huesos rompidos, Sancho, y estas heridas de que estoy acribillado no me dieran afincamiento. Dígote que de hoy para adelante, primero nos ha de faltar el pan en las alforjas que el bálsamo de Fierabrás. Con sólo haber hecho mención de él, me siento mejor; y si alcanzara a olfatearlo, siquiera a frasco cerrado, yo me diera por, sano.

-Repita vuesa merced esa palabra, y aquí echo el alma por la boca -respondió Sancho.

-Será porque tú no has llevado lo que yo -volvió a decir el caballero-: en sintiéndote molido, harto desearas el específico que ahora finges aborrecer.

-¿Qué ha llevado vuesa merced? -preguntó Sancho-; o yo se poco, o los míos fueron palos.

-A mí me tocó una cosa parecida -respondió don Quijote-. El mal estuvo en que a los primeros me invalidaron el brazo de la espada; de otro modo yo les diera a entender a esos malandrines quién es este a quien el mundo llama don Quijote. Ahora vengo a discurrir, hermano Sancho, que el héroe de esta hazaña, que para nosotros ha sido una desgracia, es Fristón. Entre ese encantador y yo hubo siempre alongamiento de voluntad; mas ya providenciaremos lo necesario, y él verá si se le vuelve la albarda a la barriga. Vente conmigo, Sancho, y por la fe de caballero juro que antes de un día habré reparado con una hazaña de las mías el mal que nos ha cabido en esta aventura.

Se arrellanó Sancho en su rucio, y cuando iban caminando dijo:

-¿Vuesa merced es perito en esto que llaman pecados, señor don Quijote?

-¿En el cometerlos? -respondió el caballero-, pecador soy yo a Dios; ¿a qué viene esa pregunta, Sancho indiscreto?

-Digo, señor, si vuesa merced sabe a ciencia cierta cuáles acciones tienen ese nombre, y cuándo incurre uno en ellos, y esto para que yo salga de un esprucu que me está carcomiendo las entrañas del alma.

-Apuesto cualquier cosa -replicó don Quijote a que quisiste decir escrúpulo. En este caso, puedes acallar la conciencia, cierto de que yo te lo quito de las entrañas del alma, y aun de más adentro, si la tuya se compone de muchos departamentos. Mas si ese esprucu es algún insecto, áspid, culebra u otro ente maléfico que se te ha adherido al alma, no me será dable sacarte de tu cuita.

-¿No llaman esprucu -volvió Sancho a decir- esa incomodidad del espíritu que uno experimenta cuando no acierta a saber si ha obrado bien o mal?

-Eso es escrúpulo -respondió don Quijote-; y pues tan bien lo explicas, di luego el que ahora te roe el pecho.

-Es el caso, señor, que cuando vuesa merced arremetió con el guarda, yo le tuve por muerto a esa buena pieza y pensé que el propio camino llevarían los demás; y así, juzgando lícito hacer mío el botín de guerra, resolví apoderarme del dinero de Su Majestad. ¿Es o no esto un principio de robo?

-Cuando pensabas tomar el dinero del rey -contestó don Quijote, ¿era como quien iba a robar o como quien resolvía apropiarse de una cosa ganada en buena guerra?

-Vuesa merced -replicó Sancho- tenga presente que yo jamás hago nada como quien roba: si acometo a las acémilas, hubiera sido a lo cristiano, sin mala intención ni daño de tercero.

-Todavía es verdad que no obraste como bueno -dijo don Quijote-: acudir al botín es cosa posterior y secundaria; y tú principias por echarte sobre él, dejando en pie al enemigo. Viste, por otra parte, que la batalla no se hizo sobre aquella remesa de Indias, la que, siendo del rey, era dos veces sagrada, sino ¡sobre si el bellacón del guarda se había de ir o no sin su merecido! Mas te arrepientes de tu mal pensamiento, y yo te doy por absuelto de la pena. Pon en la memoria, Sancho, que el fin de las venturas no es el hacernos de riquezas: podemos ganar un reino matando a su dueño en la batalla; pero no es del caballero andante pelear sobre simples bienes de fortuna. Más noble es mi profesión, buen Sancho, y más generosos y respetables estos que nos llamamos andantes. A esta ley te has de atener en lo sucesivo, sin que te sea prohibido hacer tuyos los despojos de los soberbios a quienes yo fuere derribando: regla que puedes poner en planta ahora mismo con esos que allí vienen.