Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo XII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo XII - De la grande aventura del puente de Mantible que nuestro buen caballero se propuso acometer y concluir en un verbo
de Juan Montalvo
Capítulo XII

Capítulo XII

Cide Hamete no cuenta si don Quijote rezaba en la carrera de las aventuras: lo omitió por sabido; como que el bueno del hidalgo era cristiano ante todo, y sabía que los caballeros andantes habían sido infatigables rezadores, maestros y peritos en el negocio del rosario. Belianís de Grecia no dejaba holgar la espada sino para rezar; el conde Dirlos iba siempre


«Armado de armas blancas
Y cuentas para rezare»;


y en rezar se ocupaba el almirante Balán en Girafontaina. Sentado en la cama don Quijote, mascullaba sus avemarías, cuando un fraile altísimo, calada la capilla, grave el paso, entró y se acercó a él con una lámpara en la mano.

-Pacem meam do vobis -dijo-. El ruido de vuestra fama, valeroso caballero, ha llegado al retiro donde unos cuantos hombres divorciados del mundo vivimos con Dios en el seno de la naturaleza, y vengo a encomendarme a vuestra espada contra un gigante descomulgado que infesta y roba estas comarcas.

-¿Cuál es el punto, padre reverendo -preguntó don Quijote-, y quién es vuesa paternidad?

-Soy el provincial de la orden, de cartujos que sobre esta montaña honra el Señor desde tiempos inmemoriales -respondió el fraile-. Me llamo padre Belerofonte, y gobierno el monasterio veinte años ha, porque a despecho de mi humildad no tengo oposición en el capítulo.

-Todo está bien -replicó don Quijote-, fuera de ese nombre que disuena, por no ser de los más católicos.

-A esta cuenta, ¿los hermanos de vuestra paternidad serán fray Jasón, fray Tifón, el padre Cancerbero, el padre Minotauro?

-Tanto como eso, no, señor: no son sino el padre Saturnino, el padre Benedicto, fray Blas, fray Pascual, y otros tan humildes de nombre como de condición.

-El nombre influye poco en el carácter de la persona o en la esencia de la cosa -dijo don Quijote-; lo que conviene por ahora es saber de lo que se trata.

-Es el caso, señor caballero, que un gentil llamado Galafre se ha apoderado del único puente por donde pasamos todos el río que baña estas regiones; y nadie es dueño de transitar por él, si no deja en manos del dicho Galafre cuanto lleva, sobre un tributo fijo, más oneroso que el impuesto por los moros al reino de León.

-¿Cuál es ese tributo? -preguntó don Quijote.

-Reyes no lo pudieran satisfacer, señor. El cristiano que allí toca ha de pagar treinta pares de perros de casta: galgos y mastines; dogos enormes, capaces de combatirse con tigres y leones; lebreles más rápidos que el viento, sabuesos, podencos, bracos. No admite perro de aguas, el pachón le irrita, y por cada uno que devuelve exige cuatro pares.

-Yo le echaré tal perro -dijo don Quijote- que valga por todos los que él ha menester. Deje vuesa paternidad ese ladrón a mi cuidado; y por ahora tome asiento aquí tranquilamente y acabe de referir la historia de sus cuitas.

-Dios le pague -respondió su reverenda, sentándose a la cabecera de don Quijote en una ancha silla, y prosiguió-: Exige además cien doncellas vírgenes de la más rara hermosura, con todas aquellas perfecciones que convienen a infantas reales y odaliscas. Quiérelas de modelos diferentes: unas han de ser beldades asiáticas, blancas, pelinegras, de ojos tan rasgados como apacibles y dulces; pecho de comba primorosa; garganta de Cleopatra; perfecciones, como llevo dicho, que no se hallan sino en esos lugares donde la virtud de la naturaleza se concreta sabiamente y forma las mujeres de Georgia, Circasia y Mingrelia. Otras deben ser de cara judaica, facies hebraica. ¿Habla el latín vuesa merced? Facies hebraica, semejantes a Herodías: labios tanto cuanto abultados, encendidos y entre abiertos; mirada suave, pero subyugadora; cabellera derramada sobre los hombros en negros tirabuzones.

-No tiene mal gusto ese descomulgado -dijo don Quijote-: ¿en dónde habrá aprendido a quererlas tan sumamente hermosas?

-Esa inclinación debe de ser natural -respondió el fraile-, o tal vez la finge de malicioso. Y mire vuesa merced cómo hasta en lo relativo al porte es intratable: unas han de ser de estatura sublime, que parezcan gigantas, aun cuando no lo sean; otras, pequeñitas y donosas, vivas y parleras, como la paloma. Éstas, gordas y muelles, por el estilo de las turcas; ésas, de talle fino y delicado, que traigan a la memoria las palmas de Bagdad. Risueñas y habladoras unas, melancólicas y taciturnas otras. Así varía de gustos ese tragamallas, que todo es contradicciones; y siendo pocos los capaces de satisfacer el gravamen, la mayor parte de los viajeros deja la cabeza en el brocal del puente o en los resaltos de las torres.

-Allí dejará la suya el pagano antojadizo -volvió a decir don Quijote-. ¿Eso es todo lo que pide el gigantuelo?

-¡Qué, señor! Si no fuera más que eso, no habría matachín que no pasase: le han de dar asimismo cien halcones mudados, forzudos como el águila, diestros y no nada recreídos. Los palumbarios recibe de mala gana, pues dice que la ralea de éstos es muy común, y él quiere unos que le tomen aves maravillosas por los aires.

-¿Qué caza desea ese Nemrod? -preguntó don Quijote-: querrá oropéndolas, cisnes y papagayos; pero ni estos son maravillosos. Yo no le daré sino gansos, y quedará satisfecho.

-¿Satisfecho, señor don Quijote? Falta lo principal, esto es, cien corceles ensillados y embardados, con ricos y completos jaeces. El bocado del freno ha de ser de oro; las cambas de plata de piña, y los sabores del dulce ámbar del Báltico.

-El freno que yo le ponga a él -dijo don Quijote- no será de oro, sino de fierro bruto.

-Oiga vuesa merced estas otras niñerías -siguió diciendo el fraile-: muserola de eslabones formados de diamantes: gualdrapa de púrpura de Melibea, con nudos de topacios y rubíes en figura de cabezas de clavo. Ahora, pues, en lo tocante a la silla, quiere que las correas sean de cuero de hipopótamo curtido en enjundia de avestruz. La cincha, señor, la cincha ha de ser un tejido sutilísimo de pelo de reinas, no menos que la gamarra.

-¿Dónde está ese follón? -exclamó don Quijote, saltando de ira-, ¿hay quien pague tal tributo a semejante ladrón estrafalario? ¿Conque habremos de cerrar a trasquilones con más de una reina para hacerle cinchas a sus caballos?

-Los quiere de paseo y de batalla, señor don Quijote; bridones, alfanas y palafrenes; cabalgadura para uno y otro sexo, como que el gigante obsequia a más de cincuenta damas que tiene de asiento en el castillo.

-¿Y éstas son sus esposas legítimas o las tiene robadas? -preguntó don Quijote.

-Robadas, no precisamente, señor, pero sí quitadas a sus maridos.

-¿Luego viven por su gusto en esa fortaleza? -volvió a preguntar don Quijote.

-No debe de ser así, mi reverendo padre, sino que están cautivas, y su mala aventura ha querido que hasta hoy no llegara el caballero andante que debía libertarlas.

-¿Es de presumir que en esto concluyan las exigencias del pagano?

-Es codicioso, señor: por cada pata de caballo se le entrega un marco de oro de Portugal. En orden a la edad de estos animales, ninguno ha de pasar de siete años, ni ha de bajar de tres. Las cernejas, como señal de fuerza, no son motivo de devolución. Hace un examen prolijo aquel pillastre, cual si estuviera comprando esclavas en un mercado de Turquía; si la cola no es como la del caballo del Apocalipsis, larga, ondeada y abundosa, lo rechaza sin remedio. El ojo, inquieto, relampagueante, heroico; la canilla, como una cañucela; si es negra, mejor; los cuartos traseros, acolchonados; la cerviz elevada y encorvada; la crin, esparcida, crespa, que esté flotando a modo de grandioso fleco. Ese enemigo del género humano tiene ya en su poder los más famosos caballos de los más renombrados paladines: ha quitado a Roldán su Brilladoro, a Rugero su Frontino, a Reinaldos su Bayarte, a Astolfo el alado Rabicán; y así como amanece, jura por Mahoma y su alfanje no parar hasta no haber ganado por las armas el célebre Rocinante de don Quijote de la Mancha.

Dio una risita desdeñosa don Quijote, como quien tiene lástima de una pretensión absurda, y dijo formalizándose:

-Yo le castigaré por separado la ambición y la insolencia: vamos allá ahora mismo.

-Galafre no pelea a obscuras -dijo el fraile-; fuerza será que vuesa merced espere a que amanezca. Yo de mi particular sé decir que el gigante me tiene oprimido y desesperado con asaltos continuos al monasterio, en cada uno de los que me extorsiona alguna de las preseas del templo, como son blandones, candelabros, ciriales, todo de plata. No ha más de tres días nos arrebató el muy ladrón una mesa monolita de esmeralda, la joya más rara que en el mundo puede verse; daño irresarcible que ha sumido en la consternación a toda la orden. ¿Sabe vuesa merced, señor caballero, lo que es mesa monolita? Mesa monolita es como si dijéramos capilla monolita, esto es, de una sola piedra.

-Los caballeros andantes saben más de lo que buenamente puede pensar un religioso -respondió don Quijote-: vuesa reverenda no se empeñe nunca en manifestar más saber que la persona con quien habla. La discreción es parte de la sabiduría; y así, del sabio es suplir al disimulo las omisiones y faltas del hombre de escasos conocimientos. Siga adelante vuesa paternidad, que mientras no haga por ser más sabio de lo preciso, holgaré mucho de oírle y servirle. Ese puente cuya conquista ha hecho el gigante, ¿es puente y fortaleza a un mismo tiempo?

-Es fortaleza, señor: las de Albraca y Lubaina son fortines para ver con ella. Susténtanlo treinta arcos de mármol, cuyos cimientos arrancan del centro de la tierra o el pirofilacio. ¿Sabe vuesa merced lo que es pirofilacio? A cada extremo del susodicho puente se alzan dos torres cuadradas con sendos puentes levadizos. Puentes levadizos, digo, señor caballero, vuelvo a decir puentes, y añado, cava profunda, rastrillo y todas aquellas partes de las fortalezas mejor guarnecidas. Galafre, el formidable custodio, está paseándose de largo a largo, una hacha al hombro, asistido por cien turcos que le ayudan a cobrar el pontazgo.

-No es cosa -volvió a decir el caballero-: en tanto que empuña su espada, nadie le pontazguea a don Quijote de la Mancha.

-¿Luego vuesa merced piensa no pagar el pontazgo? -preguntó el fraile.

-Mi pontazgo -respondió don Quijote- serán las cabezas del pontero y sus turcos. Ahora sepa vuesa paternidad que, por todas las señas que me ha dado, ese puente es el puente de Mantible, y que Galafre lo está ocupando por el almirante Balán, de quien es dependiente.

-¡Válgale a vuesa merced el Dios de los ejércitos! -repuso el fraile-; y tenga vuesa merced el ojo abierto sobre su escudero, porque el ladrón ha prometido quitarle así el caballo como el criado. La fama pregona por el mundo la habilidad consumada de Sancho Panza en el arte del fregar; y el terrateniente de Balán se propone hacerse del dicho Panza para este servicio, sin que obste el sexo que se atribuye el menguado escudero; pues todo estará en ponerle faldas y llamarle fregona.

-Diga vuesa merced al señor Galafre -respondió Sancho- que si el escudero tiene buena mano para fregar, el caballero la tiene mejor para despanzurrar jayanes; y que ya vamos allá.

-Esta es cosa mía -dijo don Quijote-; no te enfades ni te vueles, Sancho. Las grandes empresas requieren calma, y las mayores son consumadas con valor reposado, que es el de los realmente valerosos.

-Así es -apoyó el fraile. Y sacando de entre los hábitos una enorme caja de rapé, dio sobre la tapa repetidos golpecitos y ofreció una narigada a don Quijote. Aceptola éste, y tomando a tres dedos una buena porción, se lo aspiró como una ventosera.

-¿Y vos, hermano? -dijo a Sancho el fraile.

-Dios le pague, reverendísimo padre -respondió Sancho, e hizo lo que su señor.

-Quedamos -dijo el provincial a modo de despedida- en que vuesa merced, señor caballero, matará el gigante y sus turcos en amaneciendo Dios.

-Tal es mi obligación -respondió don Quijote.

-Mire no se le olvide a vuesa merced -repuso el fraile- cortarles la cabeza.

Y con esto se fue por esas puertas. No bien las hubo cerrado sobre sí, don Quijote y su escudero se desataron en un estornudar y un toser, que por poco que duraran les quitaran la vida según eran fuertes y preternaturales.

-El demonio que adivine la ponzoña que nos va dando el fraile -dijo Sancho-. Vengan seis dueñas y háganme doce mamonas, si ese fantasma no es cómplice de Galafre. Do no hay cabeza raída no hay cosa cumplida, señor don Quijote; sin este monjecito, lo que nos ha sucedido fuera tortas y pan pintado.

-Verdaderamente -respondió el caballero- parece que se me desbarata la máquina toda: yo que en mi vida he llorado, echo hoy lágrimas gordas como garbanzos. Hemos sorbido eléboro, hombre del diablo. ¿Y no advertiste cómo el bellaco del fraile, cual si lo hiciera adrede, me preguntó si sabía yo lo que era pirofilacio?

-Ése no debe de ser hechicero benévolo y amigo de los andantes, sino de los malandrines y burlones que han cursado la escuela de Fraudador de los Ardides.

-Deja que el hipócrita sea, como dices, fautor en las supercherías del gigante, y su cabeza lo dirá; pues no me habré de contentar con menos que con ponerla desmirlada en una soga, del puente para abajo.

-Ha de saber vuesa merced, señor don Quijote -dijo Sancho-, que cuando el frailecito iba a salir, advertí que se guardaba las barbas en la faltriquera.

-A fe de caballero -respondió don Quijote- que las tenía desmedidas: Juan de Barbalonga no se hubiera preciado de peinarlas más blancas y abundosas. El fraile dijo ser cartujo; mas por la cuenta no es sino capuchino. ¿Te ratificas en que se las quitó al salir?

-Me ratifico y aun lo juro sobre los santos Evangelios.

-Hechicero es, ya te lo dije. Y no pienses que haya contrariedad entre su estado de religioso y su profesión de brujo. Eneas Silvio fue un famoso encantador, y no por eso dejó de sentarse en la Silla de San Pedro con el nombre de Pío II. ¿Parécete cosa natural esto de descuajarse un fraile una selva de barbas y guardárselas en el bolsillo? Si echaste de ver, amigo, ¿cómo quedó el mágico sin ellas? ¿Tuviste por rostro corriente y moliente el suyo, o de hombre que poco semeja a los demás?

-Fue la negra al baño, y tuvo que contar un año -respondió Sancho-. Quedó mondo y liso como la chucazuela de mi rodilla; y vi que se reía a furto.

-Socarrón nos es su reverenda -tornó a decir don Quijote-. Mondo y liso... Pero no será como la chucazuela, sino como la choquezuela de tu rodilla, si a dicha no tienes cerdas en ella, como las tienes en la lengua. ¿Conque se rió a furto? Para lo que tiene que llorar, poco será cuanto se pueda reír. Espera, Sancho, y verás cosas de las que no suceden todos los días.