Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo VIII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo VIII - Donde se descubre la ingeniosa manera de que el cura usó para dar un banquete sin que le costase un maravedí y se trata de Sancho Panza y la revuelta en que se vio metido muy a pesar suyo
de Juan Montalvo
Capítulo VIII

Capítulo VIII

Si el santo hombre de vicario se daba la mano con Harpagón, mucho que lo afirman las historias; pero lo cierto es que ese día todos nadaban en la abundancia; pues a fuero de ingenioso, el cura había imaginado el modo de servirse un banquete a ninguna costa; y era imponer sobre sus feligreses una contribución de platos de todo linaje, con decir que era cosa de la Iglesia, y que yendo la Virgen en persona por la madera, sería poco cristiano no festejarla con alguna piadosa demostración a su regreso. Gravó, pues, con un manjar a cada familia de viso, de suerte que sus manteles se cubriesen tres o cuatro vueltas y los postres fuesen acomodados a ofrecerlos a Su Santidad en persona. A una impuso las sopas, a otra los asados; a ésta los rellenos, a ésa las ensaladas; las tortas a cual, los dulces a tal; a la de acá el pan, a la de allá el vino; y así fue la vehemencia de su palabra, que consiguió de sus oyentes hasta mistelas finas y toda clase de sainetes y bocadillos de reina, ofreciendo sacar del purgatorio el número de almas que fuere menester. Sancho Panza, el escudero, participaba largamente de la generosidad del vecindario, comiendo y bebiendo con más holgura y menos ceremonias que en la ínsula Barataria; pues no había más doctor Pedro Recio de Tirteafuera que un pillo ordenado de menores, entre diácono y sacristán, que tiraba a matraquearle, habiendo barruntado la sencillez del majadero.

-Supuesto que la hija de vuesa merced se cría para condesa -dijo- bien podemos desde ahora, me parece, llamar conde a vuesa merced, en cuanto padre legítimo de esa alhaja.

-Por la misma razón -contestó Sancho- ya podrá la pelarruecas de la esquina subir al campanario a repicar, dado y concedido que vuesa merced es hijo de su madre. Condes serán los de Sanchica, o duques, si mi amo tuviere por mejor casarla con el de Arembergue y Ariscot.

-Mi madre no pela ruecas -dijo con mucha cólera el monigote-; lo que solemos pelar por aquí son las barbas a los atrevidos que maman y gruñen.

-El pelar barbas está cometido a los andantes -respondió Sancho-: si vuesa merced quiere meter la hoz en mies ajena, sucederá quizás que vaya por lana y vuelva trasquilado, y trasquilado a cruces.

-Turpiter decalvare -dijo un buen viejo que picaba en latinista, y era tío desgraciado de uno de los clérigos; de esos parientes que, por humildes y pobres en demasía, suelen huir de la mesa principal-. A esto el Fuero juzgo llama esquilar laidamiente -añadió-. ¿Conque se propone vuesa merced esquilar laidamiente a este muchacho?

-Tal es mi determinación -respondió el escudero.

-Y vos ¿quién sois para abrigar esos designios? -preguntó el monigote-: ¿Estáis a nuestra mesa, y os proponéis trasquilar a cruces a los que os dan de comer?.

Levantándose con estas razones, se sacudió y se fue lleno de furia.

-Ahora que ese buscarruidos nos ha hecho el favor de largarse -dijo el latinista- cuéntenos el buen Sancho, ¿a qué centro tira sus líneas en esto de irse por el mundo tras un loco? El hombre se afana por llegar al término del cual vuesa merced está huyendo; esto es, a la vida doméstica tranquila y sosegada, en medio de la esposa y de los hijos, frescos pimpollos que respiran inocencia y alegría cuando niños, amor cuando mayores. He visto el hogar y me he calentado en él: Vale, calefactus sum, vide focum.

El discurso del latinizante parecía lógico, y el escudero echó por el atajo diciendo:

-Como el señor don Quijote no varíe de intención y acabe por hacerse emperador, según lo tiene resuelto, ya puede vuesa merced considerar la ganga que me espera, pues no me habré de contentar con menos que con ser su gentilhombre de cámara.

-¿Y qué hará vuesa merced, señor don Sancho Panza, cuando sea gentilhombre de cámara de un emperador? No estoy lejos de pensar que más le conviniera un beneficio curado, donde se come de pichón, sin peligro de que le anden a uno refrescándole los lomos con estacas, según por acá sospecharnos que ha sucedido con el señor exgobernador.

-Y no pocas veces en la gobernación, y fuera de ella -respondió Sancho-. Pero mi amo dice que esos son percances de la caballería, y que si el acometerse es de valientes, el sufrir es de constantes. Respecto de lo que haré cuando me vea gentilhombre, ¿qué he de hacer sino holgarme? Como, bebo, duermo sin cuidado, me levanto tarde y dejo pasar los días por sobre mí, gozando de la vida.

-¿Quién os impide cumplir ese programa ahora mismo? -preguntó en vía de argumento el latinista-: para comer y beber, dormir sin recelo y levantaros tarde, no necesitáis hallaros en esa elevada jerarquía. La paz reina en la casa modesta: lo cómodo, lo apetecible, lo suave y halagüeño están en el hogar: la felicidad tiene vida privada, y es cosa muy diferente del resplandor soberbio de las alturas sociales. Los vientos arrecian por los montes, señor Panza, cuando el humilde valle se está sereno en su bajo nivel. Y puesto que sois tan amigo de refranes, aquí encaja el de "al capón que se hace gallo, azotallo". No os alcéis a mayores y quedaos en vuestro lugar, que es lo más seguro.

El vino no habla en estos términos: ni la pobreza le impedía tener razón, ni el abatimiento le había echado a los vicios al buen viejo.

-No soy gallo -respondió Sancho en voz casi arrogante-; ni a mí me azota nadie: si me los doy con mano propia, no es de por fuerza, sino voluntariamente, por desencantar a la persona de mi amo, cuyo pan estoy comiendo.

-Más vale flaco en el mato que gordo en el papo del gato, amigo Panza -repuso el viejo-: en vuestra casa sois gentilhombre, señor de los camareros, barón, conde, todo: nadie os manda en ella, vos mandáis en los sujetos a vuestra jurisdicción. Coméis cuando os viene el hambre, sin etiqueta ni modales importunos: ganáis la cama cuando os rinde el sueño, libre de andar por corredores y antesalas, esclavo de un reloj, como sucede con la gente palaciega. Vestís a vuestro antojo, y el opresor uniforme, o digamos más bien librea, no os quita tiempo ni comodidad. ¿Y qué cosa más apetecible que la atmósfera pura y limitada de la casa donde respiramos con satisfacción entre personas queridas, a salvo de las inquietudes y molestias que zozobran de continuo a los ambiciosos? La gente de corte vive en una altura sin cimientos, señor Panza: de caballo de regalo a rocín de molinero, cuando menos se lo piensa. Y aun sin esto, si sois de los principales, tenéis mil enemigos secretos que os indisponen con el príncipe y os difaman en el público: envidia, odio, calumnia os roen a sordas: muy afortunado habéis de ser si al voltear la cabeza no os soplan la dama.

-¡Eso no! -dijo Sancho-: Teresa Cascajo tiene sus retobos, pero es tan fiel como mi rucio.

-Justamente porque no lo habéis aún aposentado en un palacio. La castidad y la inocencia suelen ser campesinas que conservan su frescura al aire libre. El lujo, la bulla, el relumbrón del siglo, son afeites que destruyen la belleza del alma. Si eres feliz, morirás en tu nido, porque en el están los bienes. Bona bonis creata sunt.

Aquí estaba en su disertación el bachiller, cuando invadió el comedor una vieja tempestuosa que venía diciendo:

-¿Cuál es ese harto de ajos infame? Nada ha perdido por haber esperado.

Y como el monigote que la seguía le indicase a Sancho Panza, arremetió con él la vieja, y prendiéndosele a las barbas, le dio remesones tales, que estuvo en un tris de arrancárselas con quijadas y todo. Sancho Panza las dio por gritar desde luego; mas viendo que eso no aprovechaba, se entregó a repetir puñadas por dentro y fuera, de tal modo, que en breve la puso a la arpía como un trapo. Al ver tan mal parada a su madre, el monigote cerró con Sancho, y a mansalva le molió la cabeza a coscorrones y le tostó la cara a bofetadas. Don Quijote y el cura, que a la sazón estaban saliendo del comedor, acudieron al ruido, y por medio de su autoridad pusieron fin a la pelea. La vieja trapisondista salió desmelenada, despechugada y rota, con dos dientes menos de los tres que le habían dejado por puro favor los años y el corrimiento, y sin ceder un ápice de su venganza, expuso sus agravios ante el cura. Como todo lo vio trastornado, el prudente varón resolvió que las partes volviesen dentro del tercero día, por no decir dentro de cien años. Tan enrevesada parecía la cuestión, que el Areópago no hubiera determinado otra cosa. Puesta en la calle la gente de fuera, y restablecido el buen gobierno, el machucado escudero solicitó por algunas unturas que le hiciesen al caso.

-Non vos acuitedes -le dijo don Quijote-: tan luego como yo vuelva a hacer el bálsamo que sabes, te pondrás bueno y sano y rejuvenecido. Calla por ahora, y conténtate con lavarte el rostro, que en verdad lo tienes achocolatado, como si te lo hubieran hecho adrede.

-No ha sido de errada -respondió Sancho; y de pura cólera se arrancó tres o cuatro mechones de pelo, y se estuvo magullando las canillas con sus propios pies durante un cuarto de hora.

-Eso es llover sobre mojado, Sancho iracundo -dijo don Quijote-; repórtate, y ten piedad de ti mismo: si ahora estás debajo, mañana estarás encima; y si hoy te hallas molido, ya molerás a tu vez. Lo que conviene, es que compongas el semblante y te vengas conmigo?