Cantos populares de Inglaterra 2

El Museo universal (1868)
Cantos populares de Inglaterra 2
de A.

Nota: Se ha conservado la ortografía original.
De la serie:

ESTUDIOS LITERARIOS.


CANTOS POPULARES DE INGLATERRA.

(Conclusión.)

Los cantos marítimos de Inglaterra forman un grupo importante, cuyo lugar esta marcado entre los cantos históricos, á los que una analogía de forma asemeja frecuentemente, y los cantos populares propiamente dichos. Los cantos de los marinos gozan de un favor particular en el Reino Unido. La vida del marino está unida en Inglaterra por mil lazos á la vida común. Shakespeare escribió para un auditorio de marineros, y los nombres que los ingleses citan con mas orgullo son los de los almirantes mas valientes. Se ha notado que Wellington no había llegado nunca á la popularidad de Nelson, y que Waterloo no ha inspirado jamás un canto que pueda sostener la comparación con el de la batalla del Báltico, ni con el de «Vosotros, marineros de Inglaterra» de Campbell. A los ingleses les gusta personificarse en sus marinos, como á otras naciones en sus soldados. Ved el Rule Britania que es su canción patriótica, como el God save the King es su canción real, y encontrareis que es un canto mas bien marítimo que militar.

M. Halliwell, que ha publicado para la sociedad lercy las Antiguas baladas navales de Inglaterra, da al principio de su colección la que él considera como mas antigua y que parece ser del tiempo de Enrique VI; es una pintura de las tribulaciones reservadas á los peregrinos ingleses que venían por mar á Santiago de Compostela. Según una correspondencia del tiempo, todos los años en aquella época salían muchos buques de los diferentes puertos del Sur de la Gran Bretaña, llenos de peregrinos, que trasportaban mediante contrato por una cantidad alzada; las impresiones de viaje de uno de estos piadosos convoyes, son las que comienzan de un modo mucho mas edificante que heróico la serie de canciones marítimas de Inglaterra. Hay entre estas canciones algunas que pueden pasar por un compendio de los fastos de la marina británica. El narrador comienza en la famosa Armada de Felipe II de España y termina en la batalla del Nilo.

Los altos hechos de sir Francis Drake, de Martin Frobisher, y de todos aquellos aventureros heroicos que hicieron respetar el pabellón inglés en todos los mares, forman el asunto de una multitud de cantos animados y pintorescos. Hay uno sobre la toma de Cádiz en 1596, que respira toda la embriaguez de la victoria, pero al mismo tiempo el salvaje ardor del botin. Es verdad que las ideas de botin y de pillaje se presentan con frecuencia en los cantos ingleses y debilitan algo su efecto; parece que entre aquellos valientes marinos es necesario añadir el estimulante de la parte en la presa al del patriotismo.

Poetas distinguidos como Sheridan, Gay, Glower, Cowper, Tomas Campbell y Barry Cornwall no se han desdeñado de tratar este género eminentemente nacional; pero entre todos los ingleses, el cancionero marítimo por escelencia es Cárlos Díbdin, que nació en 1745 y murió en 1814, y es autor de gran número dé canciones. Aunque carecía de la inspiración elevada del poeta lírico y de las gracias mas ligeras que gustan en los salones, supo conquistar la popularidad entre los marinos, á consecuencia de una reunión de circunstancias que habían hecho de la marina en la época en que apareció, el último baluarte de la independencia inglesa. Esta popularidad la merecía por una multitud de cualidades que le han permitido decir con orgullo legítimo: «se han considerado mis canciones como un objeto de interés nacional.» Díbdin ha practicado, en efecto, la filosofía náutica, título que ha dado á una de sus canciones.

La balada se asemeja á los poemas narrativos sacados de la vida marítima. En Inglaterra principalmente, es donde la palabra balada, aplicada en un principio en el continente á un aire de baile y después á una poesía no cantada, ha servido para designar la canción épica y romancesca. Entre las baladas mas antiguas, las hay que se refieren á las hadas del Norte, que Trilby y Oberon nos han hecho familiares. Robin Goodfellow, el jefe de los duendes, cuyas malicias sin maldad ha descrito Shakespeare én versos de un encanto incomparable, ha inspirado muchas canciones que han recibido la consagración popular. Las bajadas sobre Robin Hood, que forman un verdadero ciclo popular, nos llevan á los primeros tiempos de la dominación normanda, bien sea porque con el historiador de la conquista se considere á este aventurero atrevido como el representante de la nacionalidad sajona, bien porque se vea simplemente en él un proscrito que se hace cazador por necesidad, y según dice sencillamente un antiguo cronista, «un buen ladrón que hacía mucho bien á los pobres.» Estas baladas han sido objeto de publicaciones especiales en Inglaterra; y sin que nos detengamos en ello, bastará notar aquí que esta popularidad del cazador libre no hubiera podido nacer mas que en una época en que las leyes sobre la caza constituían para los del país una de las formas mas duras de la tiranía estranjera, y en que un hombre que se veía perseguido en los bosques estaba considerado como un sér a quien se despojaba de su bien y que trataba de recobrarle dónde y cómo podía.

Entre los ingleses se encuentran también canciones sobre la pesca, las carreras de caballos, los juegos y hasta el patinar. Entre las que estaban consagradas á á las fiestas rurales y domésticas, muchas, anteriores al reinado de Isabel, perecieron como hemos dicho en la época de la Reforma. ¿Quién podría enumerar todos aquellos pasatiempos de la buena época antigua, aquellas prácticas sencillas, aquellas ceremonias tradicionales que el canto acompañaba casi siempre, y la mayor parte de las cuales no se hallan ya mas que en las obras de Brand v de Strutt, en los cuadros de Maclise ó las acuarelas de Taylor? Eran las fiestas de mayo; parejas alegres desfilaban bajo un dosel de follaje y formaban círculos al rededor de la encina secular, cuyo nombre céltico hacia recordar los estribillos de sus canciones. Después venia la solemnidad de Navidad en el antiguo castillo feudal, en donde la cabeza del javali se servia con gran pompa en medio de los cantos sacramentales, de las pantomimas del clown, y de las aclamaciones de todos los convidados. Recuérdese también el dia de San Valentín, con sus declaraciones poéticas y sus correspondencias amorosas; la víspera del día de Reyes, en la que los labradores de los condados de Devon y de Cornualles iban en procesión con hachas en la mano á conjurar á los animales dañinos y á atraer sobre sus verjeles la bendición del cielo por sus encantamientos rimados. La intolerancia calvinista y puritana ha desterrado de las ciudades y de las campiñas muchas de estas diversiones sencillas, de estos entretenimientos inocentes, bajo protesta de papismo y de superstición. Sin embargo, Mr. Nixon ha podido recoger algunos de estos poemas y baladas que los campesinos de Inglaterra cantan aun en la actualidad; tales son la Canción de Mayo, la de La Recolección, etc., etc., y otras varias acompañadas frecuentemente de estribillos intraducibies y particularidades tradicionales. Pero esta clase de poesía parece haber pasado ya, y apenas encontramos entre las canciones modernas algunas que merezcan ponerse al lado de las compuestas en otras épocas.

Las ideas radicales y socialistas no podían dejar d« tener sus intérpretes en un país que hace ya tiempo había dicho: «Cuando Adán cavaba la tierra y Eva hilaba, ¿dónde estaba entonces el noble?» En este género se encuentran algunas composiciones de Burns y de Byron, la Canción de la aguja de Tomás Hood, el Convoy del pobre, de Noel y otras varias que pintan, sin duda de un modo muy vivo, las miserias del pueblo. Phebe Morel, la negra, es una protesta contra la esclavitud, inspirada por el Tio Tomás de Beecher Stowe; Mr. Gerardo Massey, va aun mas lejos en sus ideas; pero entre estas canciones, sólo un pequeño número ha penetrado en los distritos industriales y en las sociedades de obreros. Las demás han encontrado lectores mas ó menos simpáticos en el Reino-Unido, pero les ha faltado la consagración de la multitud.

La poesía popular de Escocía y de Irlanda es distinta de la de Inglaterra. El amor de los celtas á la melodía y al canto parece haber dado á los dos países primeros una poesía lírica y una música nacionales, cosas que, mas ó menos injustamente, se le han disputado á Inglaterra. El Norte de la Gran-Bretaña tuvo siempre fama por sus canciones, y Walter Scott ha hecho notar que las baladas han conservado mejor su popularidad en Escocía, que en el Sur del Tweed. La causa de esto la ve en las costumbres de un país salvaje y apartado, que no podían ser las mismas que las de las poblaciones esparcidas en un territorio mas rico y mejor cultivado. Cuatro volúmenes componen, según se dice, la biblioteca de un trabajador escocés. La Confesión de fe y la Biblia para los padres, la vida de Wallace para el hijo y una colección de baladas para la hija. Mientras que estas colecciones se sacan en Inglaterra de las bibliotecas, de los gabinetes de los curiosos y de los eruditos, en Escocia la mayor parle de las veces están tomadas, por decirlo así, de viva voz. Walter Scott, James Hogg, el pastor de Ettrick, Jainieson, John Leyden han podido recoger asi gran número de cantos escoceses de boca de los aldeanos, de los buhoneros, de las viejas y sobre todo de los que tocan la cornamusa, agregados de padres á hijos á familias antiguas ó á ciudades; uno de estos era el anciano Robín Coastie, que murió en 1820, siendo gaitero de Jedburgh, donde sus antepasados habían desempeñado este cargo desde hacia tres siglos.

La música escocesa tiene modulaciones características, que consisten en pasajes frecuentes de mayor á menor, en bruscos intervalos de la tónica á la dominante, propios para la cornamusa, que no tiene mas que nueve notas. Muchos aires, á pesar de algunos tonos estraños para nuestro oido, tienen una melodía suave y melancólica. Escritores italianos, tales como Tassoqi y Gesualdo, han ¿tribuido al rey Jacobo I de Escocia este carácter particular de la música escocesa. Otros le atribuyen á la vida solitaria que llevan los pastores, por los que ó para los que se han compuesto dichos cantos. Se citan algunos de los que David Rizzio fue autor; y los hay que reproducen con palabras mas ó menos profanas, antiguos cantos de la Iglesia católica; pero sea como quiera, no se puede oír nada mas agradable bajo el punto de vista meramente musical, que muchas de estas melodías; baste recordar para honor de la música escocesa, que Haydn y Beethoven no se han desdeñado de componer acompañamientos para colecciones de aires escoceses.

Las canciones escocesas tienen un color local muy pronunciado, como las melodías mismas que las acompañan. En las mas antiguas, se encuentran algunas afinidades con los cantos escandinavos; en las mas modernas, algunas semejanzas con los antiguos estribillos franceses, lo que se esplica por las relaciones amistosas sostenidas sin cesar entre ambos países. Sin embargo, es preciso distinguir en las canciones escocesas dos manantiales de inspiración, y dos maneras diferentes en un todo.

En las baladas, han dejado su huella las costumbres primitivas y salvajes; lo que domina en ellas es la fantasía escandinava, la rudeza germánica y á veces la riqueza de imágenes de las poesías serbas y helénicas. A esta clase primitiva se refieren la halada «¡Eduardo! ¡Eduardo!» que Herder tradujo al alemán, «La Madre Cruel,» y otras muchas, cantos estraños y conmovedores que es preciso leer, no en las versiones incoloras de Percy, sino en la forma sencilla que la crítica moderna ha sabido restituir.

Las canciones de amor forman en la poesía escocesa un grupo de carácter completamente distinta; en general, se nota en ellas una inspiración dulce, mezclada con sentimientos de devoción bastante esaltados. Examinando con cuidado el carácter de la poesía popular de la Gran-Bretaña, se ve en esta raza anglo-sajona tan dura, tan impenetrable en apariencia, una vena de emoción contenida é inspiraciones simpáticas, que modifican, completándolas, las ideas admitidas hasta hoy sobre la literatura y el carácter de los pueblos británicos.

A.