Canciones Surianas/Acuarelas
I
LA MAÑANA.
Huyó la noche. El horizonte umbrío
con cendales de oro se engalana,
y curiosa la luz de la mañana
se yergue tras el blanco caserío.
Circula en el boscaje hálito frío,
arrastrando la voz de la campana,
y el cisne nadador de ala liviana
roza sus plumas en el haz del río.
El día va á nacer; el Sol colora
el cielo con sus vividos fulgores
y las hacinas de rastrojo dora.
Alzan himnos los pájaros cantores,
y el rocío-el llanto de la aurora—
se deslíe en las urnas de las flores.
LA SIESTA.
El Sol—globo de fuego—suspendido
en el alto cénit, lento flamea,
y sobre el blando yerbazal sestea
el rebaño á la sombra guarecido.
Cerca se oye el monótono rüido
del rudo hachero que tenaz golpea,
y allá en la selva el cuerno que vocea
de algún errante cazador perdido.
Se alza del suelo, cual vapor de horno:
en bandadas las aves van ligeras
al río, y mojan los sedientos picos;
y por calmar el estival bochorno,
cabecean á veces las palmeras,
agitando sus verdes abanicos.
LA TARDE.
El Sol se va, se hunde lentamente;
Venus asoma en el azul del cielo,
y rebujada en vaporoso velo
pálida huye la tarde al Occidente.
El tardo buey bajando la pendiente
muge cansado de labrar el suelo,
y la torcaz con desmayado vuelo
gime y solloza de su nido ausente.
Y la noche se acerca grave y muda,
surge la Luna y en su lumbre baña
el girón de celaje que la escuda.
Regresa el leñador de la montaña
y su esposa que al verlo le saluda,
lo abraza en el umbral de la cabaña.
LA NOCHE.
Su cabellera de ébano desata
sobre los montes la apacible diosa
y en el palio del cielo, temblorosa,
prende luceros pálidos de plata.
Yace todo en letargo; se recata
al ósculo del céfiro la rosa,
y en calma tan solemne y religiosa
desgrana su rondel la serenata.
En el limpio cristal de la laguna
hay serpenteo rápido y luciente,
astro tras astro al reventar el broche.
¡Mirad: parece al asomar la luna,
como un nimbo de luz sobre la frente
obscura y pensativa de la Noche!