Cancionero (Petrarca)/Los ojos de que hablé encendidamente
Los ojos de que hablé encendidamente,
y brazos, manos, pies y dulce gesto,
que tan lejos de mí me hubieron puesto
y vuelto singular entre la gente;
los crespos rizos de oro puro ardiente,
y el lampo del reír claro y honesto,
que edén el mundo hicieron manifiesto,
apenas polvo son, que nada siente.
Y, vivo aún yo, me duelo y me desdeño
pues quedo sin la luz que he amado tanto,
en gran fortuna y desarmado leño.
Ponga aquí hoy fin al amoroso canto:
seca la vena está de que fui dueño
y mi cítara ya resuelta en llanto.