Cancionero (Petrarca)/Estando un día solo a la ventana
Estando un día solo a la ventana,
de donde tanta novedad veía
que ya era de mirar casi cansado,
vi animal a la diestra en forma humana
que arder al mismo Júpiter haría,
de negro y blanco dogo harto hostigado;
y uno y otro costado
de la fiera gentil mordían tan fuerte,
que en poco tiempo al paso fue guiada,
donde en tierra enterrada,
venció tanta belleza amarga muerte;
y me hizo suspirar su dura suerte.
Allí por alta mar noté una nave,
de seda y oro su cordaje y vela,
de ébano toda y de marfil compuesta;
en mar tranquilo puesta a la aura suave,
bajo un cielo que nube no revela,
cargada de merced rica y honesta;
luego oriental infesta
tormenta turbó tanto aquella gala
que la nave arrastró hasta las rocas.
¡Oh, suerte que me apocas!
Breve tiempo viajó, y estrecha sala
guarda hoy riqueza que ninguna iguala.
En nuevo bosque tal los ramos santos
de un laurel florecían terso y fresco
que árbol del paraíso se antojaba;
y a su sombra nacían tales cantos
de aves, y tal paz y tal refresco,
que olvidado del mundo me dejaba;
y así, mientras holgaba,
el cielo se nubló y, tronando fiero,
arrancó la raíz que daba vida
a la planta florida,
dejándome quejoso y lastimero,
pues otra sombra igual jamás espero.
En aquel mismo bosque clara fuente
que entre piedras nacía, derramaba
fresca agua, suavemente murmurando;
cuya sombrosa y plácida corriente
ningún buey ni pastor la frecuentaba,
sino ninfas y musas recitando.
Me sente a oír; y cuando
ya más me solazaba tal concento
y tal vista, vi abrirse allí una grieta
que se tragó completa
fuente y ribera, por que hoy pena siento
que al sólo hacer memoria da tormento.
Viendo que extraña fénix con las alas
de pluma púrpura y cabeza de oro,
sola y altiva, por la selva yerra,
pensé inmortales ser todas sus galas,
hasta que el roto lauro que ahora lloro
topé y la fuente que engulló la tierra.
Vuela cuanto se encierra
en el mundo, pues vistos tronco y rama
y aquel humor ya seco y antes rico,
volvió hacia sí su pico,
y se deshizo como en ella es fama;
dejándome a mí el pecho ardiendo en llama.
Al fin vi entre las flores pensativa
andar mujer de tan hermosas partes
que no hay día que recuerde y yo no trema,
humilde en sí, mas contra Amor altiva,
con falda hilada con tan diestras artes
que juntos oro y nieve en ella extrema;
mas la parte suprema
era cubierta de una niebla oscura.
Después, por sierpe en el talón mordida,
como flor abatida,
alegre se partió más que segura.
¡Ay, nada más que el llanto al mundo dura!
Canción, bien decir puedes:
«Estas seis visïones a mi amo
le han sido de morir dulce reclamo».