Cancionero (Petrarca)/Cuando mi dulce y suave y fiel consuelo
Cuando mi dulce y suave y fiel consuelo
por dar reposo a mi cansado pecho,
se apoya al lado izquierdo de mi lecho
con aquel dulce y razonable celo,
musito entre piedad y entre desvelo:
«¿De dónde llegas tú, bendita alma?»
Sacando ella de palma
un ramo y de laurel otro del seno,
me dice: «Del sereno
cielo empíreo y aquella santa parte
partí para venir a consolarte».
De obra y de palabra le doy gracias
humildemente y le pregunto: «¿Dónde
supiste de mi estado?» Ella responde:
«El mar de llanto del que nunca sacias
y la aura de suspiros que aquí espacias,
al cielo van y turban mi paz justa.
Y mucho te disgusta
el verme de miseria tal partida,
llegando a mejor vida,
que gozo ser debiera, si me amaste
cuanto en tu gesto y en tu hablar mostraste».
Respondo: «Yo por mí sólo lamento
en martirio y tiniebla haber quedado,
aun sabiendo que al Cielo habíais andado
como aquel que lo ve cerca y con tiento.
Pues ¿cómo Dios habría vuelto asiento
de todas la virtudes alma tierna,
si la salud eterna
no hubiese sido a ella destinada
o a otra alma delicada?
Que alta entre nosotros tú viviste,
y presto luego al cielo te subiste.
»¿Mas yo que haré, si no es más que llorarte
mísero, que sin ti soy cosa alguna?
¡Ay, si me hubiese muerto yo en la cuna,
por no probar el amoroso arte!».
«¿Por qué sólo llorar y lamentarte?»,
me dice, «mejor era alzar el vuelo
de las cosas del suelo,
pesar esa falaz torpe esperanza
con más justa balanza,
y seguirme, si es cierto que me amas,
cogiendo al fin alguna de estas ramas».
«Querría preguntar», entonces digo,
«qué significan las guirnaldas estas».
«Tú mismo», dice ella, «te contestas,
pues fuiste con tu pluma de una amigo;
palma es victoria, y yo que aún joven sigo
vencíme a mí y al mundo; el lauro asigna
triunfo del que soy digna,
por gracia del Señor que me dio fuerza.
Y tú, si alguien te fuerza,
vuélvete a Él, a Él pídele ayuda,
de suerte que a tu fin contigo acuda».
«¿Es este la áureo nudo y el cabello
que me ata aún y son estos los ojos
que sol creí?» «No yerren tus antojos»,
me dice, «ni más creas nada de ello.
Soy espirtu que sólo luz destello;
cuanto buscas tiempo ha que yace tierra,
mas, por calmar tu guerra,
tal forma adopto; pero más hoy bella
te habré de ser que aquella,
que, amando tú, te fue tan cruel y pía,
que salvó juntas tu salud y mía».
Yo lloro, y ella el rostro
con sus manos me seca suspirando
dulcemente y hablando
tal que rompiera un jaspe su querella;
y, tras esto, se parten sueño y ella.