Caballería maleante: 5


Manolo no se enteraba del baile, ni del toque, ni del sabor que tenía el cigarrones de la Habana.

-Con decirte -exclamaba, refiriéndome la aventura- que es la primera vez, desde mi nacimiento, en que se me ha atragantado el vino, está dicho todo.

Más se le atragantó después; porque, tras el baile, las caricias que Melgares prodigara a María de la O y las muchas copas que, quieras o no quieras, hizo trasegar a Manolo, le dijo:

-La verdá que el dinero es goloso; y como que ostés lo traen, pues, cuando tuvimos yo y mi compare la notisia de que iban ostés a enramarse por estos vericuetos, el Bizco me propuso que saliéramos al camino y recogiéramos, de una vez, y pa nosotros solos, la limosna que ha de repartirse entre tantos. Trabajo me costó quitárselo de la caeza. Es mu bruto y, casi tanto como la sangre, le apetece el dinero. Después de tó y bien mirao... A la fin, que me opuse y él se conformó; pero algunas veses me pienso, si habré sío yo un lila y si el Bizco no tendría más razón que Jesús. Bien mirao, las pesetas son las pesetas; ya que sale uno al camino a jugarse la piel, no debiera esperdisiar ni el canto de un séntimo que le pasara por frente de los ojos. ¡Vaya!... Échate la última ronda, rubia, y cá mochuelo a su olivo, que es tarde, y he de picar antes de que amanezga. ¿Con cuál de ellas quié usté quearse, Manolito?

-¡Yo!... Con ninguna.

-¡Estaría güeno! Con la que más lo guste pué osté estar a solas en su habitación de palique. Osté es el forastero. Lo del escoger, a osté lo toca, amigo.

-Muchas gracias; yo...

-La más guapa es Frasquita. ¡Arze osté con ella! Yo entretendré las horas que faltan con María de la O. Digo, si Mariquilla quiere.

-¡No he de querer, galán! Asín quisieras tú llevarme contigo por toa la serranía a las ancas del potro.

-Eso, niña, es pa los romances de siego. ¿Una jambra a las ancas? Grasias que en muchas ocasiones logre uno escapar solo. ¡Lo menos te afeguras tú, que nosotros podemos ir por esos riscos como ladrón es de pintura, con la mosa sobre el arzón! No tengas guasa, cielo. Yo amarro en este cuarto, joven; me conviene estar a la vista de la escalera. Echo osté por ese pasillo y chóquese la mano por si es caso que no nos volvamos a ver más en este mundo... ni en el otro.

Melgares, haciendo un esfuerzo para tenerse derechamente en pie, tendió su mano al estudiante.

Tambaleándose más que Melgares, no por influencias del alcohol, por influjo del miedo, siguió Paso a Frasquita. Aún pudo recoger en sus oídos estas palabras que dirigió a la vieja el bandido:

-Tía Guarnición, al zaguán, y con las orejas en el campo. Si al clarear estoy durmiendo, sube despasito y me llama. El sol bajo echao no me gusta tomarlo.