Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XXXII
I
El traje de las señoras fue, por muchos años, a la española, y a fe que era elegante y airoso. Usaban, no sólo la graciosa mantilla, sino también variedad de pañuelos y chales, con que se cubrían a veces la cabeza, bajándolos a la espalda en tiempo de calor; jamás se cubrían entonces la cara con velo, ni cosa parecida.
No diremos que en aquellos tiempos no variaban los trajes a impulso de la moda; pero los cambios eran menos bruscos y más limitados. Un vestido, por ejemplo, de ancho se convertía en angosto; o de largo en corto, etc., sin que, como hoy, se viese a una señora envuelta en 20 o 25 varas de género, formando un todo, que de todo tiene menos de vestido; llena de cenefas y colgaduras, precisando de otros accesorios, entonces innecesarios como pajes, centenares de alfileres, y, por añadidura, una mano eternamente ocupada en levantar ese mundo de exuberancias.
Había un tapado que llamaban rebozo, muy general entre las sirvientas y gente de color; todas las negras lo usaban, y cuando hablaban con sus amos, con alguna persona de respeto o iban a dar recado, se descubrían, bajando el rebozo de la cabeza, dejándolo caer sobre los hombros. Este tapado era de bayeta, con mucha frisa; casi siempre color pasa.
Las señoras dieron en usarlo en invierno. Eran de mejor calidad, ribeteados con una ancha cinta y forrados de seda o algún género de lana. En casa era el tapado de privilegio, y a veces, aun salían con él, particularmente en las noches de invierno. Medían como dos y media varas de largo por tres cuartas de ancho.
Siempre se ha usado en nuestro país, y probablemente, en otros muchos, el calzado ajustado; pero el taco alto, que es una de las muchas locuras de la moda, no se conocía, por fortuna.
Y, a propósito, oigan nuestras estimables lectoras, lo que al respecto indica el doctor Mallo en sus Lecciones de Higiene: «Debe atribuirse, dice, al uso de los tacos altos, desde la tierna edad, la carencia de buenas pantorrillas en las mujeres, que se va notando, según opinión de varios observadores del país.»
Lady Kinghtly, se expresa así: -«Es fuera de toda duda que a la vista, un pie cualquiera, con taco alto, aparece diminuto, aun en la mujer más alta; pero el taco no constituye una base segura para la progresión; el pie, dentro del calzado, hace trabajar la extremidad del dedo grande, y sólo se apoya sobre los metatarsianos, de manera que viene a tomar la forma de un pie equino.»
El pie, en efecto, está construido de modo que forma un doble arco sostenido por un trípode, formado por el talón, el dedo grande y el pequeño. El movimiento de la marcha se produce así sobre el vértice del arco, y se evita el choque y el contra golpe; pero cualquiera adición a la altura del talón, compromete el equilibrio y se convierte en un serio peligro.
De extrañarse es que no se vea con más frecuencia luxaciones, fracturas, etc.
Tanto puede, sin embargo, la costumbre, que podemos darnos maña para soportar hasta las cosas más incómodas y perjudiciales. -¿Pero dónde vamos? -Nuestros lectores bien saben que es y ha sido siempre inútil, la prédica contra ese déspota llamado la moda.
Saben que Enrique IV, en 1604, trató de poner un freno al lujo, en un edicto en que empleó esta especie de artificio, sin duda para inducir a que fuese observado: «Se prohíbe a todos los súbditos llevar oro o plata en sus vestidos: exceptuando, sin embargo, a las prostitutas y a los rateros, por los cuales no nos interesamos lo bastante para hacerles el honor de ocuparnos de su conducta.»
A estas disposiciones (que parece fueron ineficaces), siguieron otras de Luis XIII y Luis XIV.
Saben que Carlo Magno prohibió llevar chaleco que valiese más de veinte centavos.
Que bajo Carlos V, se usaban unos zapatos de pico muy largo y con muchos adornos. La Iglesia declaró la guerra a estos zapatos, como contrarios a la Naturaleza, desfigurando al hombre en esta parte del cuerpo. Los condenó en varios Concilios, en 1212, 1365 y 1368. Pero ¿dónde nos van conduciendo los tacos altos y las locuras de la moda?
II
Las señoras, decíamos, vestían a la española; aún no nos habían invadido las gorras y los sombreros ingleses, ni las altas novedades de París; así es que, prescindiendo de una que otra aberración, el traje era sencillo, a la vez que elegante.
Mas no tardó en aparecer este terrible enemigo, y el figurín europeo era esperado en Buenos Aires, con avidez extraordinaria.
Con rapidez increíble empezose a suceder entonces al vestido corto el inmensamente largo; el angosto de «medio paso», era seguido por el de 20 paños; los talles cortos, luego los largos, como todo en las modas, tocando los extremos: trajes estirados, trajes con tablones, boladones, etc., desde una sola enagua hasta 14 o 16; mangas anchas, angostas, a medio brazo, largas; mangas globo, mangas con buche, rellenos con lana, algodón o lo que caía a la mano; los miriñaques, los tontillos, etc. Los zapatos escotados, altos, bajos; los atacados; innumerables peinados y hasta pequeños rulos pegados con goma sobre la frente, sobre las sienes, y aun más hacia la cara, y que se denominaban patillas; flores, lazos, cintas de todos colores, plumas, etc. En cierta época, peinetones, que medían algunos dos varas de vuelo.
En cuanto a gorras, pamelas y sombreros, sería imposible describir la variedad en su nombre, forma, tamaño, colocación, con velo, sin él: baste decir, que se han cambiado y siguen cambiando, con tanta frecuencia, como en cierto tiempo los gobernadores en Buenos Aires.
En tiempo de don Juan Manuel, no se consentían gorras por ser moda anti-americana. Las señoras, pues, se veían obligadas a lucir sus bellas cabelleras, si bien a costa de usar el distintivo federal -un enorme moño punzó, al lado izquierdo de la cabeza.
El vestido blanco se usaba mucho antiguamente; el traje para la iglesia era siempre negro, a ninguna le ocurría presentarse en el templo de color.
III
Rarísima vez ocupaban modista las señoras; ellas mismas cortaban, armaban y cosían sus trajes. Es verdad que una modista, en toda la extensión de la palabra, habría sido una novedad en aquellos tiempos.
Y aquí conviene hacer notar otra particularidad; y sirva esto para aquellas que no bien notan una grietita en su calzado, van corriendo a casa de Bernasconi. En los años a que nos referimos, por ejemplo, desde 1810 hasta 1820, era muy general que las señoras hicieran ellas mismas sus zapatos, que eran de raso, casi siempre negro; al efecto, mandaban preparar las suelas y cabos a un zapatero. Ellas tenían sus hormas y los útiles necesarios, y como entonces no se usaba taco, los terminaban con bastante perfección. Como los vestidos se usaban cortos, y llevaban rica media de seda, bastaba ver el pie de una persona, para saber si era distinguida, puesto que la gente de segunda clase, y las sirvientas, nunca usaban calzado semejante.
IV
Mucho cuidaban del pelo, que era, por lo general, muy largo; no era raro ver trenzas de más de vara y media, sujetas sólo por medio de una peineta; no había, pues, tanto postizo como en el día. No hay duda que los enmarañados peinados que más adelante se vinieron usando y acaso la cantidad y calidad de perfumes empleados, han contribuido poderosamente a la destrucción o a la diminución por lo menos, de ese bello ornato, no habiendo hoy tal vez, una entre quinientas que puedan hacer gala de una trenza de vara y media. ¡Que lástima!
Si quisieran convencerse de que la sencillez y el aliño modesto es el mejor ornamento de la mujer; si quisiesen comprender que en general las hijas de nuestro país no precisan de atavíos para ser hermosas, acaso volverían esos tiempos de encantadora sencillez, o aligerarían por lo menos, la pesada carga que les impone el desmedido lujo.
Un inglés, escritor de aquellos tiempos (1823), se expresa así: «Creo que ciudad alguna del mundo con igual población, pueda ostentar mayor número de mujeres hermosas, que Buenos Aires. Su brillantez en el teatro, no es mayor en los teatros de París ni de Londres; y escribo con un regular conocimiento de los teatros de ambas capitales. Verdad es, que los valiosos diamantes que luce el bello sexo inglés y francés, no se ven en Buenos Aires; sin embargo que, en mi humilde opinión, nada añaden estos costosos accesorios a la hermosura de la mujer.»
¡Cómo han cambiado desde que eso se escribía, las cosas en cuanto a brillantes y adornos de exorbitante precio! ¡y cuánto han cambiado también, respecto al mueble indispensable, la modista!... Tal es hoy el furor, que aún no ha dado ésta la última puntada en la última novedad, cuando ya otra viene surcando los mares a dar ocupación a la máquina y a sus diligentes dedos, y dolores de cabeza a los pobres esposos o padres de familia.
Es más que probable que aquí el lector encogiéndose de hombros, exclame: «¡tiempo perdido!» Siguiendo pues, su opinión, dejaremos este punto y cerraremos este capítulo transcribiendo algunos avisos; tienen un tipo especial y a la verdad, no van acompañados de tanto bombo como muchos de los de la actualidad; para muestra y recuerdo basta con los que siguen.
V : Aviso
editarLa persona que guste vender una criada para la Guardia del Monte, con advertencia que a los 8 años de su servicio prestado con buena comportación y conducta, se le otorgará la carta de la libertad, ocurrirá a la esquina de la patria, donde darán razón del comprador.
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De la Merced dos cuadras para el campo y una para el Retiro, calle del Empedrado, se venden y alquilan coches y sopandas y otros carruajes de esta especie, nuevos, a precios equitativos. En la misma casa o hueco en donde vive el dueño y maestro en este arte.
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El que quiera comprar una criada de 28 años, general en su servicio, pero embarazada, ocurra a esta imprenta (de los Expósitos) que darán razón.
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El día 1.º de julio entrante, abre la aula de Gramática latina y castellana el ciudadano José León Cabezón.
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Una casa sita en el atrio de la iglesia de Monserrat, quien quiera comprarla véase con el señor doctor Sola que vive en ella.
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Una casa nueva y cómoda, sita en la calle del Correo, hacia el Retiro, se vende, y se deja a favor del comprador y sobre ella misma, una capellanía de tres mil pesos. El que quiera comprarla véase con doña Josefa Salces, que vive en el cuartel número 10, en la manzana número 95 cerca del Retiro.
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Se vende una mulata de todo servicio sin vicio conocido; es esclava de don Celedonio Garay.
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Se vende una criada casada: sabe cocinar regularmente, planchar liso y es buena lavandera: quien quiera comprarla véase con su ama, la señora doña Ana Warnes.