Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XVIII

Ocupación de los negros después de su libertad. -Maestros de piano. -Hábitos y costumbres de los negros. -Su longevidad. -María Demetria. -Notable disminución de negros y mulatos después de su libertad. -Barrio del tambor. -Organización por naciones. -Sus bailes o candombes. -Manuelita. -Un personaje indispensable. -Distintas ocupaciones de los negros. -El tortero. -El tío o vendedor de dulces. -El vendedor de aceitunas. -El hormiguerero. -El pastelero. -Las lavanderas. -Amas de leche. -Conducta de las negras en tiempo de Rosas.

I

El número de negros y mulatos era crecido, especialmente de los primeros, como ya hemos dicho. Cuando la libertad fue general, se ocupaban en toda clase de trabajo; había cocineros, mucamos, cocheros, peones de albañil, de barraca, etc. De oficio se encontraban sastres, zapateros y barberos; todos los changadores eran de este número.

Casi todos los maestros de piano eran negros o pardos, que se distinguían por sus modales. A estos últimos pertenecían el maestro Remigio Navarro y Roque Rivero, conocido por Roquito. Todos los negrillos criollos tenían un oído excelente, y a todas horas se les oía en la calle, silbar cuanto tocaban las bandas, y aun trozos de ópera.

Tanto durante la esclavitud como en la libertad, veíanse diseminados los negros por todas partes; en la ciudad, en las quintas, en las chacras y aun en las estancias; parece que eran aptos para toda clase de trabajo.

Había casa pudiente en que se contaba más de una docena de esclavos; ignoramos qué clase de ocupación podría dársele a tantos.

Gustaban generalmente del alcohol, pero rara vez se veía un negro en completo estado de ebriedad. Acostumbrados al clima ardiente de África, solían permanecer por horas, sentados al sol; se hicieron decididos partidarios del mate, y lo tomaban con avidez de cualquiera clase de hierba, por mala que fuese. Muchos fumaban chamico (Datura Stramonium) que ellos llamaban pango; bien pronto sentían su efecto estupefaciente: dormitaban, contemplando, sin duda, visiones de la madre patria, olvidando, por algunos instantes, su triste situación.

Como esclavos había un buen número de indolentes, empecinados, o como los llamaban sus amos, arreados, que cambiaron completamente de carácter y se hicieron industriosos y listos cuando les sonrió la libertad.

Los negros son, por lo general, de larga vida; constantemente nos revelan los periódicos la muerte de alguno en una edad muy avanzada; no hace mucho, se daba cuenta del fallecimiento de Cayetano Pelliza, africano, de 115 años.

Muchos otros casos pueden citarse; la Patria Argentina del 29 de mayo del 80, dice:



«121 años»

«A esta edad ha fallecido anteayer en el hospital de la ciudad de Dolores, el moreno Matías Rosas.»

Recientemente (agosto, 3 de 1880) nos dice El Siglo, de Montevideo: -«Se van los negros viejos. -Día a día van desapareciendo, abrumados por la edad, los escasos representantes de la raza africana, que pisaron este suelo con las cadenas de la esclavitud.

»Anteayer le tocó su turno a la Reina de los Banguelas, Mariana Artigas, quien contaba 130 años, y fue hallada muerta en su humildísimo lecho.

»Horas antes de conducirse su cadáver al Cementerio, recibía la Extremaunción el Rey de la misma nacionalidad, vulgarmente conocido por Tío Pagóla.»

Hoy mismo, existe entre nosotros María Demetria Escalada de Soler, esclava del general San Martín, a quien acompañó a Chile. Vive del corretaje, colocando sirvientes, y de algunas pequeñas pensiones mensuales que ciertas familias le acuerdan; reside en la calle Moreno, una cuadra al Oeste de la Capilla italiana; tiene 105 años.


II

El número ha ido disminuyendo gradualmente, y hoy los negros son relativamente escasos. Se ve acá y allá algún veterano como representante de la raza que se va: un monumento que el tiempo ha carcomido. Uno que otro de menos edad, ocupa el pescante de algún lujoso carruaje, y un cierto número de negros, la mayor parte jóvenes, están empleados en calidad de sirvientes en las casas de Gobierno Nacional y Provincial.

Residían agrupados en los suburbios, y en determinados barrios, en donde no se veían sino familias de negros, designándose comúnmente estas localidades, con el nombre de barrio del tambor, tomandose el nombre, tal vez, del instrumento favorito que empleaban en sus bailes y candombes.

Los más de los negros eran propietarios; sus ranchos estaban construidos en un cuarto de tierra que, hasta el año 40, valía lo menos 1.000 pesos Algunos de estos terrenos les habían sido donados por sus amos.

Estaban perfectamente organizados por nacionalidades, Congos, Mozambiques, Minas, Mandingas, Banguelas, etc., etc. Tenía cada nación su Rey y su Reina; sus comisiones, con presidente, tesorero y demás empleados subalternos.

Bailaban todos los domingos y días de fiesta, desde media tarde hasta las altas horas de la noche, y tan infernal ruido hacían con sus tambores, sus cantos y sus gritos, que al fin, la autoridad se vio obligada a intervenir, y ordenó se retirasen todos estos tambores a cierto número de cuadras más afuera del sitio que entonces ocupaban.

En tiempo de don Juan Manuel, su hija Manuela que (de paso sea dicho), era muy simpática y muy querida, concurría de vez en cuando a esos candombes, por invitación especial de sus directores, con quienes rosas quería estar siempre bien. Fácil es comprender el entusiasmo con que era recibida, y los obsequios y atenciones que se la prodigaba.

Celebraban frecuentes reuniones para tratar de sus asuntos, y era digno de presenciarse las discusiones allí sostenidas y de oír perorar en su media lengua al señor presidente y a los señores consejeros.

Estaban inscriptos en varias hermandades religiosas, y celebraban ciertas festividades, para lo cual, recolectaban fondos, concurriendo en cuerpo a la iglesia. Sus fiestas de predilección eran las del Rosario, los Santos Reyes, San Benito y San Sebastián.

Aquí debemos presentar a nuestros lectores, un personaje, muy conspicuo, o indispensable en estas congregaciones. Este personaje era, por regla general, blanco; hombre casi siempre maduro, de aquellos que no pueden o no quieren trabajar en otra cosa, y éste era el que llevaba las cuentas, dirigía las notas, etc., siendo frecuentemente también consejero. Cada nación tenía el suyo, y todos ellos parecían cortados por una misma tijera; de labios amoratados y nariz violada, revelando su inmenso amor por Baco.

Cierto día produjo honda sensación en una de estas naciones, como se llamaban, la desaparición brusca de uno de estos caballeros; no impresionó tanto, sin duda su desaparición... ¡es que iban con él los fondos de la Corporación!

Los negros eran bastante industriosos y bien inclinados; no se oía de crímenes cometidos entre ellos. El tratamiento que daban a los blancos era de su merced, agregando muchas veces las palabras el amo, aun cuando la persona con quien hablasen no fuese tal amo.

Aquellos que no se ocupaban de trabajos más fuertes, se empleaban en vender pasteles por la mañana y tortas a la tarde y de noche. Había algunos que con su tipa de tortas calientes, y un pequeño farol, ocupaban puntos determinados, y... admírense nuestros lectores, que no sean de aquellos tiempos, los había estables en las esquinas de las calles Cangallo, Rivadavia y Victoria, en lo que hoy son las célebres y aristocráticas calles Florida y Perú, y admírense aún mas, al saber que las señoras al retirarse de alguna visita, de la iglesia o de su paseo nocturno, se acercaban a la tipa del marchante, quien les llenaba el pañuelo de las sabrosas tortas, que la verdad sea dicha, se han perdido, como otras muchas cosas entre nosotros. ¿Qué señora se inclinaría hoy ante una tipa de tortas? ¿Qué señora haría semejante cosa en este pueblo aristocrático por excelencia?... ¡Ninguna!

Algunos negros, o morenos, como se les solía llamar, vendían por las calles mazas, dulces, alfajores, rosquetes, caramelos, etc., en tableros que llevaban por delante, sujetos por sobre los hombros con una ancha correa de suela; les llamaban tíos; empleaban un silbido especial, que los niños conocían perfectamente, y cuando éstos tenían un medio o aun un cuartillo disponible, infaliblemente era para el tío. Cuando una madre quería hacer callar al niño que lloraba, ofrecía llamarle al tío, que en aquellos tiempos era santo remedio. Entonces escaseaban las confiterías, por consiguiente, los señores tíos, desempeñaban un rol muy importante.

Otra figura notable, era la del vendedor de aceitunas; desde las doce del día hasta las dos de la tarde, hora en que generalmente se comía en las casas de familia, se oía en las calles principales el grito «aceituna una», lanzado por un moreno que llevaba sobre la cabeza un enorme tablero con platillos, llenos de aceitunas condimentadas con aceite, vinagre, ají, ajos, limón y cebolla. Las aceitunas eran, en su mayor parte, producto del país.

Este artículo era muy vendible, y muchas familias especulaban en ese ramo, no teniendo el moreno más parte en el negocio que el vendaje; es decir, el tanto por peso, que generalmente era diez centavos. A pesar de emplearse la aceituna sevillana y aun la francesa, gran parte de la que se expendía, como ya dijimos, era del país; entonces se cultivaba aquí, más que hoy, el olivo.

Otros se ocupaban en vender, también por las calles, escobas y plumeros, que ellos mismos fabricaban; no se conocían los cuartos y fábricas de estos artículos, que hoy abundan en la ciudad. Vendían estos mismos, cueros de carnero, lavados.

Otro oficio que tenían era el de sacadores de hormigas u hormiguereros, como ellos se titulaban. Había algunos muy hábiles en este ramo.

Era de verse el aire de suficiencia y de saber que asumían cuando trataban de explicar a aquellos que los ocupaban, la dirección de los conductos, su extensión, la situación de la hoya, etc. Pero el interés del espectador y oyente aumentaba cuando se juntaban dos profesores, y, en los casos difíciles, tenían una consulta, en castellano chapurreado; su gravedad y su argumentación, realmente divertía. Había también sus intrusos y charlatanes; ¿en qué profesión u oficio no los hay?

Lo cierto es que hoy se les echa de menos, y que las fumigaciones y los venenos (hormiguicidas) los reemplazan muy pobremente en la destrucción completa de un hormiguero, siendo, en muchos casos, impotentes, para librarnos de este enemigo destructor.

Varios negros tenían a dos cuadras al Oeste de la plaza de la Residencia, una fábrica de anafres o braseros de barro, que vendían bien.

Otros, más pobres, se empleaban en recoger por las calles pedazos de hierro, herraduras, huesos, etc. Más tarde, muchos se ocuparon en recoger garras (despuntes y desperdicios del cuero vacuno), que vendían luego a los barraqueros. Hubo una época en que la exportación de garras fue fuerte.


IV

Las negras o morenas se ocupaban del lavado de ropa. Ver en aquellos tiempos una mujer blanca entre las lavanderas, era ver un lunar blanco, como es hoy un lunar negro, ver una negra entre tanta mujer blanca, de todas la nacionalidades del mundo, que cubren el inmenso espacio a orillas del río, desde la Recoleta y aun más allá, hasta cerca del Riachuelo.

Eran excesivamente fuertes en el trabajo, y lo mismo pasaban todo el día expuestas a un sol abrasador en nuestros veranos de intenso calor, como soportaban el frío en los más crueles inviernos. Allí en el verde, en invierno y en verano, hacían fuego, tomaban mate, y provistas cada una de un pito o cachimbo, desafiaban los rigores de la estación.

Por entonces usaban una especie de garrote con que apaleaban las ropas, sin duda con la mira de no restregar tanto, puede este medio haber sido muy útil para economizar trabajo, pero era eminentemente destructor, pues rompían la tela y hacían saltar los botones.

Allí cantaban alegremente, cada una a uso de su nación, y solían juntarse ocho o diez, formaban círculo y hacían las grotescas figuras de sus bailes -especie de entreacto en sus penosas tareas-. Sin embargo, parecían felices; jamás estaban calladas y después de algunos dichos, que sin duda para ellas serían muy chistosos, resonaba una estrepitosa carcajada; la carcajada de la lavandera era característica.

Tan es cierto, que la escena no debe haber carecido de atractivo, que algunas familias iban una que otra tarde en verano, o una que otra mañana en invierno, a sentarse sobre el verde, a tomar mate y a gozar de los chistes y salidas de las lavanderas.


V

No sucede otro tanto hoy; a más de que nuestras costumbres han cambiado, el cuadro es monótono; la inmensa falange que ocupa el lugar que dejó una raza que hemos visto deslizarse ante nuestros ojos como las figuras en la linterna mágica, sigue silenciosa y taciturna en su penoso trabajo; el grupo realmente forma un verdadero contraste. Hijas de todas partes del globo, unas estarán atacadas de nostalgia, otras pensarán sin duda en los hijos que han dejado en poder ajeno y en que el fruto de su trabajo no alcanza a satisfacer las necesidades de la vida, en esta época de extremado lujo y de inmensa miseria.

Otra de sus ocupaciones favoritas era la de vender tortas, buñuelos, etc. Se sentaban en el cordón de la vereda con una bandeja que contenía pastelitos fritos bañados en miel de caña; allí permanecían con la paciencia de Job, y muchas veces al rayo de sol, armados de un gajo de saúco o de sauce, con que espantaban las moscas, que se levantaban a impulso del improvisado plumero y volvían a posarse sobre su presa con voraz tenacidad. Los muchachos, los peones y los carretilleros eran los consumidores cotidianos. También concurrían a las plazas en donde paraban las carretas con frutos del país, y los picadores que traían 10, 20 y a veces 30 días de viaje, sin otro alimento que carne y agua, devoraban con ansiedad lo que ellos reputaban un delicado manjar.

Las amas de leche eran en esos tiempos casi exclusivamente negras, y los médicos las recomendaban como las mejores nodrizas.

Las negras tan bien cuidadas, tratadas con tanto cariño por sus amos, y más tarde por sus patrories, y que habían sabido generalmente corresponder con tanta lealtad y afecto a los bienes que se las prodigaba, llegaron también a tener su página negra... Vino el tiempo de Rosas que todo lo desquició, que todo lo desmoralizó y corrompió, y muchas negras se revelaron contra sus protectores y mejores amigos.

En el sistema de espionaje establecido por el tirano, entraron a prestarle un importante servicio, delatando a varias familias y acusándolas de salvajes unitarias; se hicieron altaneras o insolentes y las señoras llegaron a ternerlas tanto como a la Sociedad de la Mazorca.

Sentimos haber tenido que cerrar este capítulo con un episodio que arroja una mancha sobre una raza que, hasta entonces, se había portado bien... Pero, y nosotros... ¿no tendremos también algo de que sonrojarnos?... Sirva esto para ellas, pobres ignorantes, siquiera como lenitivo en su culpa.