Borrasca en un vaso de agua

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

BORRASCA EN UN VASO DE AGUA


Tal puede llamarse la que, en tres periódicos de la presente semana, se pretendió levantar con motivo de una tesis sobre la mujer, tesis leída hace un mes en la Facultad de Letras de nuestra Universidad de San Marcos por el joven don Maximiliano Oyola, para optar el grado de doctor. Periódico hay que lleva su intemperancia hasta pedir que se suspenda por un año al alumno universitario en el derecho de titularse doctor, ya que no es hacedero cancelarle el diploma. Cosas leímos contra esa tesis, que hasta á San Pedro, que es calvo, le ponen los pelos de punta, y que, en punto á exageración, corren parejas con la nariz de aquel narigudo que, cuando estornudaba, sólo oía el estornudo cinco minutos, después, por lo largo del trayecto recorrido.

Confesamos que ante alharaca tamaña, se despertó la curiosidad nuestra por leer la monstruosa tesis, el fenómeno de inmoralidad, irreligión y escándalo; y después de leída no pudimos menos de soltar la carcajada, pensando que los que contra la tesis se encarnizan, no se han tomado el trabajo de leerla, y que se han hecho eco de apasionadas ó incompetentes referencias. No ha faltado más que pedir cinco años de penitenciaría para el subdecano por haber acordado su visto bueno á la inofensiva disertación, que ciertamente no tiene ni el mérito de estar escrita en galano y seductor estilo, sino en prosa muy prosaica y ajustada á las leyes de la sintaxis, no obstante que el tema se prestaba á bizarrías de lenguaje. El señor Oyola, á quien sólo de vista conocemos, será un joven más ó menos aplicadito ó aprovechado; pero, á juzgarlo por la forma de su tesis, no hay en él tela de literato. No es de los muchachos peligrosos y capaces de hacer daño á la reacción conservadora que, hoy por hoy, gana terreno en el Perú.

Para que los que no conocen la tesis se formen cabal concepto de ella y se convenzan de que no vale el alboroto, vamos á extractarla y comentarla párrafo por párrafo.

La introducción que, como estilo, parece lo más cuidado del estudio sociológico, es un ditirambo á la mujer, que, para nosotros los barbados, es fortaleza en el combate, fe en la incertidumbre y consuelo en la desgracia. Continúa el señor Oyola enalteciendo la influencia de la mujer en todas las edades de la humanidad, repitiendo, con palabras distintas, conceptos de Castelar; y al hablar de la condición jurídica de la desterrada del Paraíso, defiende las doctrinas que el señor Cesáreo Chacaltana enseña á sus alumnos en la Cátedra de Derecho civil. Pone término á las diez páginas de introducción declarando que va á ocuparse en estudiar lo que fué la mujer en el pasado, cuál es su condición actual y lo que presume que podrá ser en lo porvenir. Esto es, ni más ni menos, lo de

ví yo no sé cuándo, por yo no sé dónde,
no sé qué muchacha con yo no sé quién;
no sé por qué fueron á no sé qué sitio,
y no sé qué hicieron, pues yo no sé qué.

El primer capítulo es un rápido estudio antropológico de la mujer, estudio que, en su mayor parte, es reproducción de un artículo que el sabio doctor Letamendi publicó en un periódico de Barcelona. Nada de original ó propio nos dice el joven Oyola, limitándose á reforzar la exposición con una, tal vez innecesaria, cita de Abrens, tratadista de Derecho natural.

En el capítulo segundo, hablando de la condición de la mujer en los tiempos antiguos, repite el aspirante á doctorado lo que todos hemos leído en Cantu, Oncken, Bebel, Michelet, Tácito, Herodoto, Pomponio Mela, Aristóteles, Tucídides, Heinzen y... la mar de historiadores y sociólogos. Capitulito de erudición, y nada más; y como no se ha declarado que lucir pretensiones de erudito sea un crimen, resulta que no es justiciable el señor Oyola sólo por contarnos que ha leído mucho de bueno, mucho de mediocre y hasta mucho de malo.

Vamos al tercer capítulo. Acepta el autor de la tesis que el cristianismo mejoró en mucho la condición de la mujer, á pesar de que, en los primeros siglos, no fueron muy liberales para con ella los Padres de la Iglesia; y entre otras citas exhibe la autoridad de Tertuliano, que llamó á la mujer puerta del infierno. Nada inventa Oyola al historiar la condición de la mujer en la edad media; nos dice sobre el feudalismo y las cortes de amor con sus juegos florales y la andante caballería, lo que nos dicen todos los libros viejos. Hablando de la mujer peruana, estampa que su condición ante la ley es idéntica á la de la mujer en Francia, Alemania, España, Italia, etcétera, etc., lo que comprueba citando diversos artículos del Código Civil. Que el autor aspire á que la mujer sea ilustrada y disfrute de los mismos derechos civiles y políticos que el varón, no es pretensión que, por inmoral, escandalice y que merezca que sobre la tesis caiga un varapalo. Hasta aquí no ha incurrido el sustentante ni en lo que se llama el pecado de la lenteja, que es de los más veniales. Ese es tema que está sobre el tapete de la discusión, desde los días de la revolución francesa; es una de tantas fantasías humanas que no reviste seriedad, á pesar de que, en Estados Unidos, la mujer va rápidamente haciendo conquistas en el campo igualitario. ¡Qué mucho si, hasta entre nosotros, ya hay doctoras, y hay nómina de oficina en que varias hijas de Eva figuran como empleados públicos!

¡Cómo no estimar, como un progreso, el que hoy la mujer ilustre su inteligencia, y que lea y escriba con corrección! Ya pasaron los tiempos en que, galanteando nuestros abuelos á alguna gentil y aristocrática tapada de saya y manto, la decían:

—Dígame usted siquiera por qué letra empieza su nombre.

—Empieza por U...: adivine usted ahora.

—¡Ah! ¿Se llama usted Ursula?

—No, señor; me llamo Usebia.

¡Qué horror! Nuestras lindas paisanitas del siglo pasado ignoraban hasta la ortografía de su nombre de pila.

El autor, apoyándose en relaciones de viajes, nos habla, en el capítulo cuarto de la actualidad social de la mujer en Asia, Africa, Oceanía y tribus salvajes de América. Habrá pequeñas discrepancias en el relato de los viajeros; pero, en el fondo: resaltará siempre la abyección á que, en esos pueblos, está sometido el bello sexo. Bien pudo el autor suprimir este capítulo por innecesario. Carece de objeto, y hasta las ligerísimas apreciaciones tienen sabor á verdades de Perogrullo. No toda la misa ha de ser amenes.

El capítulo final, que es la síntesis ó resumen del sociológico estudio,—igualdad absoluta de la humanidad entera—no es más que ampliación de lo expuesto en el tercer capítulo. Porque el señor Oyola desee que en lo porvenir la mujer pueda ejercitar su actividad en el terreno que más le plazca, y que, se coloque frente al hombre con entera independencia; porque hable de paz perpetua y porque discurra como Spencer sobre límites del progreso humano, puntos todos discutibles, que no atacan la moral pública, ni el dogma, ni las leyes del Estado, ¿se ha de calificar su tesis de inmoral, de irreligiosa, de anarquista y disociadora? Y hubo prójimo liberal que llevara la alarma al espíritu del mismo Rector de la Universidad, pidiéndole que no autorizara con su firma el doctorado de ese joven irreverente, impío, socialista y sedicioso? Liberalismo de tal estofa, es el liberalismo del Syllabus, el liberalismo del ciudadano Nerón,

y muera el que no piense
tal como pienso yo.

Felizmente, el recto criterio del Rector se sobrepuso á la pretensión, leyó la tesis, de seguro que sonrió después de leerla, y no infirió al autor el desaire que se pretendía. ¡Pues no faltaba más para que estuviéramos en pleno triunfo reaccionario! Para eso no valía la pena de que nuestros mayores hubieran combatido en Junin y en Ayacucho. De eso al índice expurgatorio para las producciones del pensamiento, no había que andar gran trecho de camino.

Nuestro siglo se distingue por el espíritu de tolerancia. Ya hoy nadie, persona ó corporación, tiene el monopolio de la verdad ó el error. Errónea declararon unánimemente los sabios la doctrina de Galileo; y sin embargo, Galileo tuvo razón contra su siglo. Hoy, en materia filosófica, literaria ó sociológica, no hay doctrinas erróneas, sino discutibles. Los tiempos son de libre examen y de discusión libre. Hoy por hoy, el único hombre que no tiene un sí ni un no con los inquilinos de la casa... es el portero del cementerio.

En el Perú, la libertad de pensamiento parece que fuera perdiendo terreno, pues hasta se pretende que los alumnos sigan ciegamente las enseñanzas del catedrático. Apartarse de ellas, como en el caso del joven Oyola, es provocar conflicto y escándalo.

Decididamente, retrocedemos. Por los años de 1850 se enseñaba, en San Carlos, la doctrina de la soberanía de la inteligencia, y aunque por entonces era muy prestigioso el acatamiento al principio de autoridad, como que todavia estábamos vecinos á los días del magister dixit, hubo lujo de tolerancia con la juventud que defendía el principio de la soberanía popular. Otro procedimiento habría convertido en juez y parte al cuerpo de catedráticos, privilegio del que sólo disfruta Dios por ser Dios; pues reza el Credo que Jesucristo ha de venir á juzgarnos, por los agravios que le hayamos hecho sobre la tierra, el día aquel en que San Vicente Ferrer haga resonar la trompeta.

Ha muy pocos años que el inteligente y malogrado joven Isidro Burga, leyó, para graduarse de doctor, una tesis en que abogaba por la monarquía como la mejor forma de gobierno. Pues hubo escándalo, y casi se desploma la bóveda celeste sobre el alumno universitario. Por cuatro votos contra tres se le confirió el grado. De 1850 á 1890, en un lapso de cuarenta años, habíamos perdido en espíritu de tolerancia para con las opiniones ajenas.

Francia es república, y abundan en ella, sin que para nadie sea motivo de alarma, los periódicos que abogan por la monarquía. En la España monárquica, la tercera parte, por lo menos de la prensa, enarbola la bandera republicana.

Nosotros, hoy, nos vamos aferrando al pasado con todas sus rancias preocupaciones, y poco nos ha faltado para declarar á Oyola tan criminal como el socialista asesino de Cánovas. Y ¿por qué? Porque ese joven tuvo el candor de repetir lo que muchos, muchísimos reputados escritores han dicho sobre el porvenir social de la mujer. Y no entro ni salgo en lo de si es quimérico y fruto de fantasías soñadoras eso de igualar á la mujer en derechos con el varón; ni en si, alcanzado el propósito, desaparecerían el hogar con todos sus encantos, y la familia con todos sus privilegios. Algo más: no me cautiva el tema; pero no excomulgo á los que lo sustentan, ni me escandalizo de que ejerzan propaganda. Se trata de un problema sociológico como tantos otros, que son incentivo para la inteligencia, y todo problema merece los honores de la discusión.

La Facultad de Letras es, precisamente, la obligada á ensanchar horizontes para el vuelo del pensamiento. No debe dar campo para que, hablando de ella, se diga que todo diablo cuando llega á viejo se hace ermitaño. Lo único que tiene derecho á imponer es decoro, cultura en la forma. En la Facultad no puede ni debe imperar el dogmatismo estrecho. ¿Por qué la verdad, el bien y la belleza han de estar solamente en nuestro cerebro, y no en el del que nos impugna?

Por honra del país, debemos pues felicitamos de queda Facultad de Letras haya dado juiciosa solución al conflicto, echando aceite sobre las encrespadas olas que se agitaban dentro del vaso de agua. Procedimiento distinto habría equivalido á poner sobre la puerta de la Facultad de Letras esta inscripción:—cerrada por inútil.