Bodas de sangre/Tercer Acto

Cuadro Primero editar

Bosque. Es de noche. Grandes troncos húmedos. Ambiente oscuro. Se oyen dos violines. Salen tres LEÑADORES.


LEÑADOR 1°.— ¿Y los han encontrado?

LEÑADOR 2°.— No. Pero los buscan por todas partes.

LEÑADOR 3°.— Ya darán con ellos.

LEÑADOR 2°.— ¡Chisss!

LEÑADOR 3°.— ¿Qué?

LEÑADOR 2°.— Parece que se acercan por todos los caminos a la vez.

LEÑADOR 1°.— Cuando salga la luna los verán.

LEÑADOR 2°.— Debían dejarlos.

LEÑADOR 1°.— El mundo es grande. Todos pueden vivir de él.

LEÑADOR 3°.— Pero los matarán.

LEÑADOR 2°.— Hay que seguir la inclinación; han hecho bien en huir.

LEÑADOR 1°.— Se estaban engañando uno a otro y al fin la sangre pudo más.

LEÑADOR 3°.— ¡La sangre!

LEÑADOR 1°.— Hay que seguir el camino de la sangre.

LEÑADOR 2°.— Pero sangre que ve la luz se la bebe la tierra.

LEÑADOR 1°.— ¿Y qué? Vale más ser muerto desangrado que vivo con ella podrida.

LEÑADOR 3°.— Callar.

LEÑADOR 1°.— ¿Qué? ¿Oyes algo?

LEÑADOR 3°.— Oigo los grillos, las ranas, el acecho de la noche.

LEÑADOR 1°.— Pero el caballo no se siente.

LEÑADOR 3°.— No.

LEÑADOR 1°.— Ahora la estará queriendo.

LEÑADOR 2°.— El cuerpo de ella era para él y el cuerpo de él para ella.

LEÑADOR 3°.— Los buscan y los matarán.

LEÑADOR 1°.— Pero ya habrán mezclado sus sangres y serán como dos cántaros vacíos, como dos arroyos secos.

LEÑADOR 2°.— Hay muchas nubes y será fácil que la luna no salga.

LEÑADOR 3°.— El novio los encontrará con luna o sin luna. Yo lo vi salir. Como una estrella furiosa. La cara color ceniza. Expresaba el sino de su casta.

LEÑADOR 1°.— Su casta de muertos en mitad de la calle.

LEÑADOR 2°.— ¡Eso es!

LEÑADOR 3°.— ¿Crees que ellos lograrán romper el cerco?

LEÑADOR 2°.— Es difícil. Hay cuchillos y escopetas a diez leguas a la redonda.

LEÑADOR 3°.— Él lleva buen caballo.

LEÑADOR 2°.— Pero lleva una mujer.

LEÑADOR 1°.— Ya estamos cerca.

LEÑADOR 2°.— Un árbol de cuarenta ramas. Lo cortaremos pronto.

LEÑADOR 3°.— Ahora sale la luna. Vamos a darnos prisa.


(Por la izquierda surge una claridad.)


LEÑADOR 1°.— ¡Ay luna que sales!
Luna de las hojas grandes.

LEÑADOR 2°.— ¡Llena de jazmines de sangre!

LEÑADOR 1°.— ¡Ay luna sola!
¡Luna de las verdes hojas!

LEÑADOR 2°.— Plata en la cara de la novia.

LEÑADOR 3°.— ¡Ay luna mala!
Deja para el amor la oscura rama.

LEÑADOR 1°.— ¡Ay triste luna!
¡Deja para el amor la rama oscura!


(Salen. Por la claridad de la izquierda aparece la LUNA. La LUNA es un leñador joven, con la cara blanca. La escena adquiere un vivo resplandor azul.)


LUNA.— Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme!


(A las ramas.)


No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.


(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)


MENDIGA.— Esa luna se va, y ellos se acercan.
De aquí no pasan. El rumor del río
apagará con el rumor de troncos
el desgarrado vuelo de los gritos.
Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada.
Abren los cofres, y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido.
No se despierte un pájaro y la brisa,
recogiendo en su falda los gemidos,
huya con ellos por las negras copas
o los entierre por el blanco limo.
¡Esa luna, esa luna!


(Impaciente.)


¡Esa luna, esa luna!


(Aparece la LUNA. Vuelve la luz intensa.)


LUNA.— Ya se acercan.
Unos por la cañada y otros por el río.
Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?

MENDIGA.— Nada.

LUNA.— El aire va llegando duro, con doble filo.

MENDIGA.— Ilumina el chaleco y aparta los botones,
que después las navajas ya saben el camino.

LUNA.— Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre
me ponga entre los dedos su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan
en ansia de esta fuente de chorro estremecido!

MENDIGA.— No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!

LUNA.— ¡Allí vienen! (Se va. Queda la escena a oscuras.)

MENDIGA.— ¡De prisa! Mucha luz. ¿Me has oído?
¡No pueden escaparse!


(Entran el NOVIO y MOZO 1°. La MENDIGA se sienta y se tapa con el manto.)


NOVIO.— Por aquí.

MOZO 1°.— No los encontrarás.

NOVIO (Enérgico.).— ¡Sí los encontraré!

MOZO 1°.— Creo que se han ido por otra vereda.

NOVIO.— No. Yo sentí hace un momento el galope.

MOZO 1°.— Sería otro caballo.

NOVIO (Dramático.).— Oye. No hay más que un caballo en el mundo, y es este. ¿Te has enterado? Si me sigues, sígueme sin hablar.

MOZO 1°.— Es que yo quisiera...

NOVIO.— Calla. Estoy seguro de encontrármelos aquí. ¿Ves este brazo? Pues no es mi brazo. Es el brazo de mi hermano y el de mi padre y el de toda mi familia que está muerta. Y tiene tanto poderío, que puede arrancar este árbol de raíz si quiere. Y vamos pronto, que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo.

MENDIGA (Quejándose.).— ¡Ay!

MOZO 1°.— ¿Has oído?

NOVIO.— Vete por ahí y da la vuelta.

MOZO 1°.— Esto es una caza.

NOVIO.— Una caza. La más grande que se puede hacer.


(Se va el MOZO. El NOVIO se dirige rápidamente hacia la izquierda y tropieza con la MENDIGA, la Muerte.)


MENDIGA.— ¡Ay!

NOVIO.— ¿Qué quieres?

MENDIGA.— Tengo frío.

NOVIO.— ¿Adónde te diriges?

MENDIGA (Siempre quejándose como una mendiga.).— Allá lejos...

NOVIO.— ¿De dónde vienes?

MENDIGA.— De allí.... de muy lejos.

NOVIO.— ¿Viste un hombre y una mujer que corrían montados en un caballo?

MENDIGA (Despertándose.).— Espera... (Lo mira.) Hermoso galán. (Se levanta.) Pero mucho más hermoso si estuviera dormido.

NOVIO.— Dime, contesta, ¿los viste?

MENDIGA.— Espera... ¡Qué espaldas más anchas! ¿Cómo no te gusta estar tendido sobre ellas y no andar sobre las plantas de los pies, que son tan chicas?

NOVIO (Zamarreándola.).— ¡Te digo si los viste! ¿Han pasado por aquí?

MENDIGA (Enérgica.).— No han pasado; pero están saliendo de la colina. ¿No los oyes?

NOVIO.— No.

MENDIGA.— ¿Tú no conoces el camino?

NOVIO.— ¡Iré, sea como sea!

MENDIGA.— Te acompañaré. Conozco esta tierra.

NOVIO (Impaciente.).— ¡Pero vamos! ¿Por dónde?

MENDIGA (Dramática.).— ¡Por allí!


(Salen rápidos. Se oyen lejanos dos violines que expresan el bosque. Vuelven los LEÑADORES. Llevan las hachas al hombro. Pasan lentos entre los troncos.)


LEÑADOR 1°.— ¡Ay muerte que sales!
Muerte de las hojas grandes.

LEÑADOR 2°.— ¡No abras el chorro de la sangre!

LEÑADOR 1°.— ¡Ay muerte sola!
Muerte de las secas hojas.

LEÑADOR 3°.— ¡No cubras de flores la boda!

LEÑADOR 2°.— ¡Ay triste muerte!
Deja para el amor la rama verde.

LEÑADOR 1°.— ¡Ay muerte mala!
¡Deja para el amor la verde rama!


(Van saliendo mientras hablan. Aparecen LEONARDO y la NOVIA.)


LEONARDO.— ¡Calla!

NOVIA.— Desde aquí yo me iré sola.
¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!

LEONARDO.— ¡Calla, digo!

NOVIA.— Con los dientes,
con las manos, como puedas.
quita de mi cuello honrado
el metal de esta cadena,
dejándome arrinconada
allá en mi casa de tierra.
Y si no quieres matarme
como a víbora pequeña,
pon en mis manos de novia
el cañón de la escopeta.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

LEONARDO.— Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.

NOVIA.— ¡Pero ha de ser a la fuerza!

LEONARDO.— ¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?

NOVIA.— Yo las bajé.

LEONARDO.— ¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?

NOVIA.— Yo misma. Verdad.

LEONARDO.— ¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?

NOVIA.— Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!

LEONARDO.— ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.

NOVIA.— ¡Ay que sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.

LEONARDO.— Pájaros de la mañana
por los árboles se quiebran.
La noche se está muriendo
en el filo de la piedra.
Vamos al rincón oscuro,
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente,
ni el veneno que nos echa.


(La abraza fuertemente.)


NOVIA.— Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,
como si fuera una perra,


(Dramática.)


¡porque eso soy! Que te miro
y tu hermosura me quema.

LEONARDO.— Se abrasa lumbre con lumbre.
La misma llama pequeña
mata dos espigas juntas.
¡Vamos!


(La arrastra.)


NOVIA.— ¿Adónde me llevas?

LEONARDO.— A donde no puedan ir
estos hombres que nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!

NOVIA (Sarcástica.).—
Llévame de feria en feria,
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de boda
al aire como banderas.

LEONARDO.— También yo quiero dejarte
si pienso como se piensa.
Pero voy donde tú vas.
Tú también. Da un paso. Prueba.
Clavos de luna nos funden
mi cintura y tus caderas.

(Toda esta escena es violenta, llena de gran sensualidad.)

NOVIA.— ¿Oyes?

LEONARDO.— Viene gente.

NOVIA.— ¡Huye!
Es justo que yo aquí muera
con los pies dentro del agua,
espinas en la cabeza.
Y que me lloren las hojas,
mujer perdida y doncella.

LEONARDO.— Cállate. Ya suben.

NOVIA.— ¡Vete!

LEONARDO.— Silencio. Que no nos sientan.
Tú delante. ¡Vamos, digo!


(Vacila la NOVIA.)


NOVIA.— ¡Los dos juntos!

LEONARDO (Abrazándola.).—
¡Como quieras!
Si nos separan, será
porque esté muerto.

NOVIA.— Y yo muerta.


(Salen abrazados. Aparece la LUNA muy despacio. La escena adquiere una fuerte luz azul. Se oyen los dos violines. Bruscamente se oyen dos largos gritos desgarrados y se corta la música de los violines. Al segundo grito aparece la MENDIGA y queda de espaldas. Abre el manto y queda en el centro, como un gran pájaro de alas inmensas. La LUNA se detiene. El telón baja en medio de un silencio absoluto.)


Telón

Cuadro Segundo editar

Habitación blanca con arcos y gruesos muros. A la derecha y a la izquierda, escaleras blancas. Gran arco al fondo y pared del mismo color. El suelo será también de un blanco reluciente. Esta habitación simple tendrá un sentido monumental de iglesia. No habrá ni un gris, ni una sombra, ni siquiera lo preciso para la perspectiva. Dos muchachas vestidas de azul oscuro están devanando una madeja roja.


MUCHACHA 1ª.— Madeja, madeja, ¿qué quieres hacer?

MUCHACHA 2ª.— Jazmín de vestido, cristal de papel. Nacer a las cuatro, morir a las diez. Ser hilo de lana, cadena a tus pies y nudo que apriete amargo laurel.

NIÑA (Cantando.).— ¿Fuiste a la boda?

MUCHACHA 1.— No.

NIÑA.— ¡Tampoco fui yo! ¿Qué pasaría por los tallos de la viña? ¿Qué pasaría por el ramo de la oliva? ¿Qué pasó que nadie volvió? ¿Fuiste a la boda?

MUCHACHA 2ª.— Hemos dicho que no.

NIÑA (Yéndose.).— ¡Tampoco fui yo!

MUCHACHA 2ª.— Madeja, madeja ¿qué quieres cantar?

MUCHACHA 1ª.— Heridas de cera, dolor de arrayán. Dormir la mañana, de noche velar.

NIÑA (en la puerta).— El hilo tropieza con el pedernal. Los montes azules lo dejan pasar. Corre, corre, corre. y al fin llegará a poner cuchillo y a quitar el pan.


(Se va.)


MUCHACHA 2ª.— Madeja. madeja, ¿qué quieres decir?

MUCHACHA 1ª.— Amante sin habla. Novio carmesí. Por la orilla muda tendidos los vi.

(Se detiene mirando la madeja.)

NIÑA (asomándose a la puerta).— Corre, corre, corre el hilo hasta aquí. Cubiertos de barro los siento venir. ¡Cuerpos estirados, paños de marfil!


(Se va.)

(Aparece la MUJER y la SUEGRA DE LEONARDO. Llegan angustiadas.)


MUCHACHA 1ª.— ¿Vienen ya?

SUEGRA (agria).— No sabemos.

MUCHACHA 2ª.— ¿Qué contáis de la boda?

MUCHACHA 1ª.— Dime.

SUEGRA (seca).— Nada.

MUJER.— Quiero volver para saberlo todo.

SUEGRA (enérgica).— Tú, a tu casa. Valiente y sola en tu casa. A envejecer y a llorar. Pero la puerta cerrada. Nunca. Ni muerto ni vivo. Clavaremos las ventanas. Y vengan lluvias y noches sobre las hierbas amargas.

MUJER.— ¿Qué habrá pasado?

SUEGRA.— No importa. Échate un velo en la cara. Tus hijos son hijos tuyos nada más. Sobre la cama pon una cruz de ceniza donde estuvo su almohada.


(Salen.)


MENDIGA (a la puerta).— Un pedazo de pan, muchachas.

NIÑA.— ¡Vete!


(Las MUCHACHAS se agrupan.)


MENDIGA.— ¿Por qué?

NIÑA.— Porque tú gimes: vete.

MUCHACHA 1ª.— ¡Niña!

MENDIGA.— ¡Pude pedir tus ojos! Una nube de pájaros me sigue; ¿quieres uno?

NIÑA.— ¡Yo me quiero marchar!

MUCHACHA 2ª (a la MENDIGA).— ¡No le hagas caso!

MUCHACHA 1ª.— ¿Vienes por el camino del arroyo?

MENDIGA.— Por allí vine.

MUCHACHA 1ª (tímida).— ¿Puedo preguntarte?

MENDIGA.— Yo los vi; pronto llegan: dos torrentes quietos al fin entre las piedras grandes, dos hombres en las patas del caballo. Muertos en la hermosura de la noche.


(Con delectación.)


Muertos sí, muertos.

MUCHACHA 1ª.— ¡Calla, vieja, calla!

MENDIGA.— Flores rotas los ojos, y sus dientes dos puñados de nieve endurecida. Los dos cayeron, y la novia vuelve teñida en sangre falda y cabellera. Cubiertos con dos mantas ellos vienen sobre los hombros de los mozos altos. Así fue; nada más. Era lo justo. Sobre la flor del oro, sucia arena.


(Se va. Las MUCHACHAS inclinan la cabeza y rítmicamente van saliendo.)


MUCHACHA 1ª.— Sucia arena.

MUCHACHA 2ª.— Sobre la flor del oro.

NIÑA.— Sobre la flor del oro traen a los muertos del arroyo. Morenito el uno, morenito el otro. ¡Qué ruiseñor de sombra vuela y gime sobre la flor del oro!


(Se va. Queda la escena sola. Aparece la MADRE con una VECINA. La vecina viene llorando.)


MADRE.— Calla.

VECINA.— No puedo.

MADRE.— Calla, he dicho. (En la puerta.) ¿No hay nadie aquí? (Se lleva las manos a la frente.) Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes. (Con rabia, a la vecina.) ¿Te quieres callar? No quiero llantos en esta casa. Vuestras lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.

VECINA.— Vente a mi casa; no te quedes aquí.

MADRE.— Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré, dormiré sin que ya me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo, no. Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto, no, camposanto, no; lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. (Entra una mujer de negro que se dirige a la derecha y allí se arrodilla. A la VECINA.) Quítate las manos de la cara. Hemos de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! ¡Ay! (Se sienta transida.)

VECINA.— Ten caridad de ti misma.

MADRE (echándose el pelo hacia atrás).— He de estar serena. (Se sienta.) Porque vendrán las vecinas y no quiero que me vean tan pobre. ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poderse llevar a los labios.


(Aparece la NOVIA. Viene sin azahar y con un manto negro.)


VECINA (viendo a la NOVIA, con rabia).— ¿Dónde vas?

NOVIA.— Aquí vengo.

MADRE.— (A la VECINA) ¿Quién es?

VECINA.— ¿No la reconoces?

MADRE.— Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no reconocerla, para no clavarla mis dientes en el cuello. ¡Víbora! (Se dirige hacia la NOVIA con ademán fulminante; se detiene. A la VECINA.) ¿La ves? Está ahí, y está llorando, y yo quieta, sin arrancarle los ojos. No me entiendo. ¿Será que yo no quería a mi hijo? Pero, ¿y su honra? ¿Dónde está su honra? (Golpea a la NOVIA. Ésta cae al suelo.)

VECINA.— ¡Por Dios! (Trata de separarlas.)

NOVIA (a la VECINA).— Déjala; he venido para que me mate y que me lleven con ellos. (A la MADRE.) Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me puedan enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos.

MADRE.— Calla, calla; ¿qué me importa eso a mí?

NOVIA.— ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería, ¡óyelo bien! Yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos! (Entra una VECINA.)

MADRE.— Ella no tiene culpa, ¡ni yo! (Sarcástica.) ¿Quién la tiene, pues? ¡Floja, delicada, mujer de mal dormir es quien tira una corona de azahar para buscar un pedazo de cama calentado por otra mujer!

NOVIA.— ¡Calla, calla! Véngate de mí; ¡aquí estoy! Mira que mi cuello es blando; te costará menos trabajo que segar una dalia de tu huerto. Pero ¡eso no! Honrada, honrada como una niña recién nacida. Y fuerte para demostrártelo. Enciende la lumbre. Vamos a meter las manos; tú por tu hijo; yo, por mi cuerpo. La retirarás antes tú. (Entra otra VECINA.)

MADRE.— Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar. (Entra otra VECINA.)

NOVIA.— Déjame llorar contigo.

MADRE.— Llora, pero en la puerta.


(Entra la NIÑA. La NOVIA queda en la puerta. La MADRE en el centro de la escena.)


MUJER (entrando y dirigiéndose a la izquierda).— Era hermoso jinete, y ahora montón de nieve. Corría ferias y montes y brazos de mujeres. Ahora, musgo de noche le corona la frente.

MADRE.— Girasol de tu madre, espejo de la tierra. Que te pongan al pecho cruz de amargas adelfas; sábana que te cubra de reluciente seda, y el agua forme un llanto entre tus manos quietas.

MUJER.— ¡Ay, qué cuatro muchachos llegan con hombros cansados!

NOVIA.— ¡Ay, qué cuatro galanes traen a la muerte por el aire!

MADRE.— Vecinas.

NIÑA (en la puerta).— Ya los traen.

MADRE.— Es lo mismo. La cruz, la cruz. Mujeres.— Dulces clavos, dulce cruz, dulce nombre de Jesús.

NOVIA.— Que la cruz ampare a muertos y vivos.

MADRE.— Vecinas.— con un cuchillo, con un cuchillito, en un día señalado, entre las dos y las tres, se mataron los dos hombres del amor. Con un cuchillo. con un cuchillito que apenas cabe en la mano, pero que penetra fino por las carnes asombradas y que se para en el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito.

NOVIA.— Y esto es un cuchillo, un cuchillito que apenas cabe en la mano; pez sin escamas ni río, para que un día señalado, entre las dos y las tres, con este cuchillo se queden dos hombres duros con los labios amarillos.

MADRE.— Y apenas cabe en la mano. pero que penetra frío por las carnes asombradas y allí se para, en el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito.


(Las vecinas, arrodilladas en el suelo, lloran.)


TELÓN.


FIN