Bartolomé de Carranza (Retrato)
BARTOLOMÉ DE CARRANZA.
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Bartolomé de Carranza nació en Miranda de Navarra el año de 1503. A los diez y ocho de su edad profesó en la Religión de Santo Domingo, y en breve se hizo distinguir por su aplicación y sus virtudes: tanto que hácia la mitad del siglo ya la Inquisición y la Corte le consultaban, y el Consejo de Indias le ofreció el Obispado del Cuzco, que su moderación supo desechar. Pero la época primera de su celebridad, y acaso de sus desgracias, fue la primera convocación del Concilio de Trento, adonde concurrió en calidad de Teólogo, en compañía del ilustre Domingo de Soto. Allí declarándose siempre por las opiniones mas puras, maravillando a los Padres por su sabiduría, eloqüencia y entereza, sostuvo noblemente la dignidad del nombre Español, y se adquirió á un tiempo el crédito y las alabanzas que le perdieron, y los enemigos que jamas le perdonaron. Viéronle estos después obtener y desempeñar cumplidamente los mas graves empleos de su Religión, renunciar el cargo de Confesor del Príncipe, y el Obispado de Canarias, volver segunda vez al Concilio, y aparecer en él con mayor brillo y superioridad que la primera, pasar á Inglaterra quando el casamiento de Felipe con María, entender en todos los negocios de reforma que los dos Príncipes practicaron en la Religión de aquel Reyno, y ganarse con su actividad la confianza del Rey, que descargaba sobre él una gran parte de las operaciones que su zelo religioso emprendía. Todo atizaba el fuego de la envidia, que acabó de exaltarse viéndole nombrado á ocupar la Silla de Toledo, vacante por la muerte del Cardenal Siliceo. En vano Carranza se excusó con la debilidad de sus fuerzas para una carga tan grande: en vano propuso al Rey otros sugetos mas dignos, según decia él, para sostenerla: Felipe no admitió ni sus excusas ni sus ruegos, y le precisó á admitirla. Quizás, como dice Mariana, le elevaban tan alto, para que la caída fuese mas grande.
Consagróse en Bruselas en 1558, y partió para España, donde entró acompañado de los aplausos y respeto debidos á sus merecimientos y á su elevación. Ya la tempestad armada contra él bramaba desde lejos, y sus amigos consternados le exhortaban á que pusiese la mar en medio de sí y de sus contrarios, y huyese á Roma, donde quizás los riesgos que le amagaban serian menos atroces; pero él fiado en su inocencia, esperó conjurar la nube con ella sola, y empezó á exercer su ministerio con entereza y decoro. Un desdichado Catecismo que publicó en Ambéres, y que aprobaron los Padres del Concilio, fue el pretexto de que se valieron sus enemigos para empezar el ataque; y el haber asistido á los últimos instantes de Cárlos V, hizo que le complicasen en la causa del Conde de Baylen y de Constancio Ponce, Predicador de aquel Príncipe. Pero para vencer el obstáculo que oponían su dignidad y carácter á la persecución intentada, escribióse al Rey que habia vehementes sospechas de que el Arzobispo fuese Herege. A esta imputación Felipe II lo olvidaba todo, y abandonaba á sus amigos. Con efecto, Carranza fue arrestado en Torrelaguna de órden del Santo Oficio, llevado á Valladolid, y encerrado en una prisión estrecha, donde gimió por espacio de siete años. Recusó á sus jueces, apeló á Roma: ¿pero qué asilo podría encontrar en esta Corte, ofendida ya con él por la entereza que había manifestado en el Concilio? Sus infames contrarios se complacían en que unas dificultades naciesen de otras, en complicar los procedimientos de la causa, y eternizarla de mil modos. Al fin el Papa Pio V avocó á sí este negocio, y logró del Rey que el Arzobispo fuese llevado á Roma, donde aunque la prisión no fue tan dolorosa, la causa sin embargo no se terminó con la brevedad que se esperaba de la actividad de aquel Papa, y acaso de su parcialidad hacia el infeliz acusado. A Roma fue también como Abogado suyo el célebre Azpilcueta, uno de los Juristas mas señalados de aquel tiempo; pero en este asunto no sacó otro fruto que manifestar inútilmente su amistad y su zelo por el reo ilustre que defendía. Murió Pio V, y su sucesor Gregorio XIII sentenció en 1576 al Arzobispo á que abjurase diez y seis proposiciones de Lutero, en que se sospechaba coincidía, á estar suspenso de su Arzobispado por cinco años, y recluso en el Convento de Predicadores de Orbieto. Tal fue el fin de esta ruidosa causa, que tuvo en expectación á todo el orbe Christiano: tal fue la sentencia que obtuvo Carranza al cabo de diez y siete años de prisión: sentencia equívoca, que dexaba su reputación dudosa; y donde no se encuentra proporción alguna entre lo que habia padecido, y lo que le imputaban.
El falleció de allí á pocos dias, protestando su inocencia al tiempo de morir, y perdonando á sus enemigos los enormes agravios que le habían hecho. Pero esta protestación era inútil a los ojos de los hombres, que escandalizados de su persecución, respetaban su carácter y su sabiduría, estimaban sus virtudes, y compadecían sus desgracias. Fue siempre estimable en todos los pasos de su carrera, íntegro, inflexible en los ministerios que exerció, inocentísimo en sus costumbres: jamas por todo el tiempo de su amargo encierro se le escapo una expresión de impaciencia, una injuria contra los crueles que así le tenian. Y si estos con sus indignos manejos lograron ocultarse á la execración de la posteridad, ella sin embargo no dexará nunca de mirar con maravilla y compasión la ilustre víctima que destinaron á sus atroces odios, y á su detestable política.