Bailén (Pérez Galdós)/XXIII
XXIII
Todos callamos: detuviéronse las columnas que habían comenzado a marchar, y desde el primero al último soldado prestamos atención al tiroteo, que sonaba delante de nosotros a la derecha del camino y a bastante distancia. Corrieron por las filas opiniones contradictorias respecto a la causa del hecho.Yo me alzaba sobre los estribos procurando distinguir algo; pero además de ser la noche oscurísima, las descargas eran tan lejanas, que no se alcanzaba a ver el fogonazo.
-Nuestras columnas avanzadas -dijo Santorcaz-, habrán encontrado algún destacamento francés, que viene a reconocer el camino.
-Ha cesado el fuego -dije yo-. ¿Echamos a andar? Parece que dan orden de marcha.
-O yo estoy lelo, o la artillería de la vanguardia ha salido del camino.
Oyose otra vez el tiroteo, más vivo aún y más cercano; y en la vanguardia se operaron varios movimientos, cuyas oscilaciones llegaron hasta nosotros. Sin duda pasaba algo grave, puesto que el ejército todo se estremeció desde su cabeza hasta su cola. Un largo rato permanecimos en la mayor ansiedad, pidiéndonos unos a otros noticias de lo que ocurría; pero en nuestro regimiento no se sabía nada: todos los generales corrieron hacia la izquierda del camino, y los jefes de los batallones aguardaban órdenes decisivas del estado mayor. Por último, un oficial que volvía a escape en dirección a la retaguardia, nos sacó de dudas, confirmando lo que en todo el ejército no era más que halagüeña sospecha. ¡Los franceses, los franceses venían a nuestro encuentro! Teníamos enfrente a Dupont con todo su ejército, cuyas avanzadas principiaban a escaramucear con lasnuestras. Cuando nosotros nos preparábamos a salir para buscarle en Andújar, llegaba él a Bailén de paso para la Carolina, donde creía encontrarnos. De improviso unos cuantos tiros les sorprenden a ellos tanto como a nosotros: detienen el paso; extendemos nosotros la vista con ansiedad y recelo en la oscura noche; todos ponemos atento el oído, y al fin nos reconocemos, sin vernos, porque el corazón a unos y otros nos dice: «Ahí están».
Cuando no quedó duda de que teníamos enfrente al enemigo, el ejército se sintió al pronto electrizado por cierto religioso entusiasmo. Algunos vivas y mueras sonaron en las filas, pero al poco rato todo calló. Los ejércitos tienen momentos de entusiasmo y momentos de meditación: nosotros meditábamos.
Sin embargo, no tardó en producirse fuertísimo ruido. Los generales empezaron a señalar posiciones. Todas las tropas que aún permanecían en las calles del pueblo, salieron más que de prisa, y la caballería fue sacada de la carretera por el lado derecho. Corrimos un rato por terreno de ligera pendiente; bajamos después, volvimos a subir, y al fin se nos mandó hacer alto. Nada se veía, ni el terreno ni el enemigo: únicamente distinguíamos desde nuestra posición los movimientos de la artillería española, que avanzaba por la carretera con bastante presteza. Entonces sentimos camino abajo, y como a distancia de tres cuartos de legua, un nuevo tiroteo que cesó al poco rato,reproduciéndose después a mayor distancia. Las avanzadas francesas retrocedían, y Dupont tomaba posiciones.
-¿Qué hora es? -nos preguntábamos unos a otros, anhelando que un rayo de sol alumbrase el terreno en que íbamos a combatir.
No veíamos nada, a no ser vagas formas del suelo a lo lejos; y las manchas de olivos nos parecían gigantes, y las lomas de los cerros el perfil de un gigantesco convoy. Un accidente noté que prestaba extraña tristeza a la situación: era el canto de los gallos que se oía a lo lejos, anunciando la aurora. Nunca he escuchado un sonido que tan profundamente me conmoviera como aquella voz de los vigilantes del hogar, desgañitándose por llamar al hombre a la guerra.
Nuevamente se nos hizo cambiar de posición, llevándonos más adelante a espaldas de una batería, y flanqueados por una columna de tropa de línea. Gran parte de la caballería fue trasladada al lado izquierdo; pero a mí con el regimiento de Farnesio me tocó permanecer en el ala derecha.
De repente una granada visitó con estruendo nuestro campo, reventando hacia la izquierda por donde estaban los generales. Era como un saludo de cortesanía entre dos guerreros que se van a matar, un tanteo de fuerzas, una bravata echada al aire para explorar el ánimo del contrario. Nuestra artillería, poco amiga de fanfarronadas, calló. Sinembargo, los franceses, ansiando tomar la ofensiva, con ánimo de aterrarnos, acometieron a una columna de la vanguardia que se destacaba para ocupar una altura, y la lóbrega noche se iluminó con relampagueo horroroso, que interrumpiéndose luego, volvió a encenderse al poco rato en la misma dirección.
Por último, aquellas tinieblas en que se habían cruzado los resplandores de los primeros tiros, comenzaron a disiparse; vislumbramos las recortaduras de los cerros lejanos, de aquel suave e inmóvil oleaje de tierra, semejante a un mar de fango, petrificado en el apogeo de sus tempestades; principiamos a distinguir el ondular de la carretera, blanqueada por su propio polvo, y las masas negras del ejército, diseminado en columnas y en líneas; empezamos a ver la azulada masa de los olivares en el fondo y a mano derecha; y a la izquierda las colinas que iban descendiendo hacia el río. Una débil y blanquecina claridad azuló el cielo antes negro. Volviendo atrás nuestros ojos, vimos la irradiación de la aurora, un resplandecimiento que surgía detrás de las montañas; y mirándonos después unos a otros, nos vimos, nos reconocimos, observamos claramente a los de la segunda fila, a los de la tercera, a los de más allá, y nos encontramos con las mismas caras del día anterior. La claridad aumentaba por grados, distinguíamos los rastrojos, las yerbas agostadas, y despuéslas bayonetas de la infantería, las bocas de los cañones, y allá a lo lejos las masas enemigas, moviéndose sin cesar de derecha a izquierda. Volvieron a cantar los gallos. La luz, única cosa que faltaba para dar la batalla, había llegado, y con la presencia del gran testigo, todo era completo.
Ya se podía conocer perfectamente el campo. Prestad atención, y sabréis cómo era. El centro de la fuerza española ocupaba la carretera con la espalda hacia Bailén, de allí poco distante: a la derecha del camino por nuestra parte se alzaban unas pequeñas lomas, que a lo lejos subían lentamente hasta confundirse con los primeros estribos de la sierra: a la izquierda también había un cerro; pero este cerro caía después en la margen del río Guadiel, casi seco en verano, y que emboca en el Guadalquivir cerca de Espelúy. Ocupaba el centro a un lado y otro del camino una poderosa batería de cañones, apoyada por considerables fuerzas de infantería: a la izquierda estaba Coupigny con los regimientos de Bujalance, Ciudad-Real, Trujillo, Cuenca, Zapadores y la caballería de España; y a la derecha estábamos además de la caballería de Farnesio, los tercios de Tejas, los suizos, los walones, el regimiento de Órdenes, el de Jaén, Irlanda y voluntarios de Utrera. Mandábanos el brigadier D. Pedro Grimarest. Los franceses ocupaban la carretera por la dirección de Andújar, y tenían su principal punto de apoyo en un espeso olivar situadofrente a nuestra derecha, y que por consiguiente servía de resguardo a su ala izquierda. Asimismo ocupaban los cerros del lado opuesto con numerosa infantería y un regimiento de coraceros, y a su espalda tenían el arroyo de Herrumblar, también seco en verano, que habían pasado. Tal era la situación de los dos ejércitos, cuando la primera luz nos permitió vernos las caras. Creo que entrambos nos encontramos respectivamente muy feos.
-¿Qué le parece a Vd. esta aventura, Sr. D. Diego? -dijo Santorcaz.
-Estoy entusiasmado -repuso el mozuelo-, y deseo que nos manden cargar sobre las filas francesas. ¡Y mi señora madre empeñada en que conservara aquella espada vieja sin filo ni punta!...
-¿Está usía sereno? -le preguntó Marijuán.
-Tan sereno que no me cambiaría por el emperador Napoleón -repuso el conde-. Yo sé que no me puede pasar nada, porque llevo el escapulario de la Virgen de Araceli que me dieron mis hermanitas, con lo cual dicho se está que me puedo poner delante de un cañón. ¿Y Vd., Sr. de Santorcaz, está sereno?
-¿Yo? -repuso D. Luis con cierta tristeza-. Ya sabe Vd. que he estado en Hollabrünn, en Austerlitz y en Jena.
-Pues entonces...
-Por lo mismo que he estado en tan terribles acciones de guerra, tengo miedo.
-¡Miedo! Pues fuera de la fila. Aquí no se quiere gente medrosa.
-Todos los soldados aguerridos -dijo Santorcaz-, tienen miedo al empezar la batalla, por lo mismo que saben lo que es.
Oído esto, casi todos los bisoños que poco antes reíamos a carcajada tendida, saludándonos con bravatas y dicharachos, conforme a la guerrera exaltación de que estábammos poseídos, callamos, mirándonos unos a otros, para cerciorarse cada cual de que no era él solo quien tenía miedo.
-¿Sabéis lo que dijo mi señora madre que hiciera al comenzar la batalla? -indicó Rumblar-. Pues me dijo que rezara un Ave-María con toda devoción. Ha llegado el momento. Dios te salve, María..., etc.
El mayorazguito continuó en voz baja el Ave-María que había empezado en alta voz, y todos los que estaban en la fila le imitaron, como si aquello en vez de escuadrón fuera un coro de religioso rezo; y lo más extraño fue que Santorcaz, poniéndose pálido, cerrando los ojos, y quitándose el sombrero con humilde gesto, dijo también Santa María...
Aún resonaba en el aire aquella fervorosa invocación, cuando un estruendo formidable retumbó en las avanzadas de ambos ejércitos. Las columnas francesas del ala derecha se desplegaron en línea y rompieron el fuego contra nuestra izquierda.