Azabache/XXVI
XXVI
EL AÑO NUEVO DE PERICO
La Pascua de Navidad y el Año Nuevo son épocas de alegría para todo el mundo, pero de gran trabajo para los cocheros y caballos de alquiler, aunque los primeros suelen recoger buena cosecha. Son tantas las fiestas, bailes y diversiones de todas clases, que no hay á veces descanso, ni aun en las altas horas de la noche. Con frecuencia, caballos y cocheros tienen que esperar horas enteras bajo la lluvia y el hielo, temblando de frío, mientras la gente baila y se divierte al son de la música, en abrigadas habitaciones. Creo que en medio de esas fiestas nadie piensa en el cochero que, rendido de cansancio, espera en el pescante, ni en el paciente caballo que á pie firme, siente sus piernas entumecidas por el frío.
Yo tenía que trabajar casi todas las noches, porque estaba acostumbrado, y Perico temía que Corzo se enfermase. Durante toda la semana de pascuas tuvimos mucho trabajo hasta tarde, y mi amo se empeoró de la tos; cuando Paulina salía á recibirle con la linterna en la mano, parecía ansiosa é intranquila.
La víspera de Año Nuevo tuvimos que llevar á dos caballeros á una casa al extremo oeste de la ciudad. Llegamos allí á las nueve de la noche, y ordenaron que regresásemos á las once, añadiendo que tal vez tuviéramos que esperar algunos minutos.
Al dar las once nos encontrábamos de nuevo puerta, pues Perico era muy puntual. Dieron las doce, y la puerta permanecía cerrada.
á Había llovido durante el día, y aunque la noche estaba serena, soplaba un viento tan frío y penetrante, que casi era inaguantable para nosotros que nos hallábamos á la intemperie. Mi amo se apeó del pescante, vino á ponerme una de mis mantas un poco más sobre el cuello, y dió dos ó tres paseos, pisando con fuerza como para que le entraran los pies en calor. Empezó á sacudirse los brazos contra los costados, pero esto le aumentó la tos, y abriendo la puerta del coche, se sentó en el fondo, con las piernas de fuera, de modo que tenía algún refugio. A las doce y media fué á tocar la campanilla y preguntar si ya no necesitaban el carruaje aquella noche.
M ¡Oh! sí, no se vaya usted-le contestó el criado;-la partida acabará pronto-con lo que Perico volvió á su puesto, y su voz era tan ronca que yo apenas podía oirle.
A la una y cuarto se abrió por fin la puerta, y aparecieron en ella los dos caballeros; entraron en el coche y dijeron adonde deseaban ser conducidos, sin pronunciar una palabra más.
Mis piernas estaban tan torpes con el frío, que algunas veces creí que me iba. á caer. Cuando llegamos al fin de la carrera, que fué de más de dos millas, se apearon los señores, y en vez de decir que sentían habernos hecho esperar tanto tiempo, se molestaron porque les pareció excesivo lo que Perico les pidió; pero como éste nunca cargaba más de lo justo, ni nunca recibía menos, tuvieron que pagar por las dos horas y cuarto que nos habían tenido de plantón, dinero que fué bien ganado por mi amo.
Llegamos por fin á la casa, y él apenas podía hablar, ni cesaba de toser. Paulina no le dijo nada al venir, como de costumbre, á abrir la puerta y á alumbrarle.
-¿Deseas que haga algo, Ferico?-dijo,cuando estuvimos dentro del patio.
Sí, trae alguna cosa caliente para Juanillo, y haz un cocimiento cualquiera para mí.
Esto fué dicho con una voz que casi no se oía; respiraba con gran dificultad, pero así y todo, me frotó todo el cuerpo, como hacía siempre, y hasta subió al cuarto del heno para traer un haz de paja más para mi cama. Paulina me trajo un pienso de salvado remojado en agua caliente, que me sentó muy bien, y se retiraron.
Era ya tarde en la mañana, cuando entró Enrique en nuestra cuadra. Nos limpió, nos echó pienso, levantó las camas, y puso paja fresca otra vez, como en los domingos. Estaba muy silencioso, sin cantar ni silbar como.acostumbraba.
Al mediodía volvió, para darnos otro pienso y agua; esta vez venía acompañado de Dora, que lloraba. Por lo que les oí hablar, me enteré de que Perico estaba gravemente enfermo, y que el doctor había dicho que era cosa de peligro.
Pasaron dos días, y notamos que toda la casa estaba en revolución. Nosotros no veíamos más que á Enrique, y algunas veces á Dora.
Al tercer día, cuando aquél se hallaba limpiándonos, sonó un golpecito en la puerta, y se apareció el «Gobernador Cuadrado.
-Vengo á saber como está tu padre, muchacho-dijo.
-Muy mal-contestó Enrique ;-yo creo que 1 no podría estar mucho peor; dicen que tiene «bronquitis», y el doctor opina que esta noche ha de suceder una cosa ú otra.
-Eso es malo, muy malo dijo Cuadrado, moviendo la cabeza;-de dos hombres sé que han muerto la semana pasada, de esa enfermedad, que no da tiempo para nada; pero, mientras hay vida, hay esperanza, y es preciso no acobardarse.
-Sí, señor-contestó Enrique con viveza,y el doctor dice que tiene más probabilidades que otros, de salvarse, porque no bebe.
El «Gobernador» pareció un poco confuso.
-Si los hombres buenos deben salir con felicidad de esos apuros, nadie lo merece como tu padre, que es el mejor que conozco. Mañana volveré, á saber de él.
En efecto, á la mañana siguiente, y bien temprano, estaba allí.
-¿Qué hay?-preguntó al entrar.
-Mi padre está mejor-contestó Enrique, y mi madre dice que el gran peligro ha pasado.
-Mucho me alegro-dijo el Gobernador, y ahora lo que le conviene es estarse quieto, y no ocuparse de nada. En cuanto á Juanillo, yo creo que le vendrá muy bien descansar una ó dos semanas, y tú puedes sacarlo á la calle un ratito, de cuando en cuando, para que estire las piernas; pero este otro, si no trabaja, podrá suceder que al engancharlo luego haga alguna avería.
-Ya está bien vicioso-contestó Enrique,y á pesar de que le he acortado la ración de grano, hay veces que no puedo gobernarlo.
-Lo comprendo-dijo Cuadrado, y oye lo que te voy á decir: si tu madre no tiene inconveniente, yo puedo venir todos los días para trabajarlo, hasta que dispongan otra cosa, y de lo que gane, la mitad se la entregaré á tu madre, para ayuda del pienso de los caballos, que no le vendrá mal. Volveré al mediodía por la contestación; y sin esperar más, tomó la puerta.
Yo creo que al mediodía habló con Paulina, pues él y Enrique vinieron juntos á la caballeriza, pusieron los arneses á Corzo, y se lo llevaron.
Por espacio de una semana, ó más, continuó sacándolo todos los días, y cuando Enrique le daba las gracias, ó le decía algo acerca de su bondad, él se reía, y decía que la ventaja era para él, pues mientras tanto, descansaban un poco sus caballos, que de otro modo no hubieran podido lograrlo.
Perico continuó mejorando constantemente, pero el doctor dijo que no debía pensar en volver nunca al trabajo de alquiler, si quería llegar á viejo.
Una tarde que Enrique estaba limpiando el barro á Corzo, que había vuelto del trabajo muy sucio, entró Dora precipitadamente, como si tuviera algo importante que comunicar á su hermano.
-¿Quién vive en Fuenlabrada, Enrique ? Madre ha recibido una carta de allí; se puso muy contenta al leerla, y corrió con ella al lado de mi padre.
- Calla! Ese es el pueblo de la señora de Alberico, la antigua ama de nuestra madre, que nos mandó una vez un duro á cada uno.
-¡Ah! sí, ya me acuerdo; ¿pero por qué le habrá escrito?
-Porque madre le escribió la semana pasada -dijo Enrique ;-tú sabes que tenía dicho á nuestro padre que, si alguna vez se decidía á abandonar el trabajo de alquiler, se lo avisase; pero no sé lo que ahora dirá. Corre, Dora, á enterarte, y vuelve para decirme lo que averigües.
Enrique volvió á su limpieza de Corzo, contodos los movimientos de un experimentado mozo de caballos, y á los pocos minutos vino Dora, brincando de contento.
-¡Oh! Enrique, ¡ qué bueno!; la señora de 'Alberico dice que vayamos todos á vivir allí. Hay una casita desocupada,. cerca de la suya, á propósito para nosotros, con jardín, y gallinero, y árboles frutales, y todo. Su cochero se marcha en la primavera, y ella quiere que nuestro padre ocupe su plaza; en los alrededores hay muy buenas casas donde tú puedes obtener colocación en el jardín, en las caballerizas, ó de paje; y hay también una escuela para mí; madre unas veces ríe, y otras llora de alegría, y padre parece tan feliz con la noticia.
¡Sí que está bueno eso!-dijo Enrique, y es justamente lo que nos conviene á todos; yo no quiero ser paje, pero seré jardinero, ó mozo de caballos.
Se convino desde luego que en cuanto Perico se encontrase bastante fuerte, se trasladarían al campo, y que el coche y los caballos fuesen vendidos lo más pronto posible.
La noticia era triste para mí, pues no era ya joven, y no podía esperar mejora alguna en mi situación. Desde que salí de Buenavista, nunca había sido tan feliz como con mi querido amo Perico; y después de tres años de trabajo en alquiler, aun en las mejores condiciones, yo sentía que no era ya lo que había sido.
Cuadrado dijo desde luego que él compraba á Corzo, y varios cocheros del puesto querían comprarme á mí; pero Perico dijo que en manera alguna consentiría que yo saliera de su poder para continuar en aquella clase de trabajo, por lo que el «Gobernador se encargó de buscar un lugar que fuera adecuado para mí.
Llegó el día de la partida. A Perico no le habían permitido aun salir del cuarto, y nunca lo volví á ver desde la noche de Año Nuevo. Paulina y los niños vinieron á decirme adiós.
-Pobre Juanillo !-dijo aquélla,-¡ mi querido Juanillo! Yo quisiera poder llevarte con nosotros.
Me pasó la mano por la crin, y acercando su cara á mi cuello, me dió un beso en él. Dora lloraba y me besó también. Enrique me acarició muchísimo, pero sin pronunciar una palabra, y con la cara muy triste. Se alejaron, y yo fuí conducido á mi nueva plaza.
Azabache.-
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