Azabache/XXIX
XXIX
EL SEÑOR VALLADARES Y SU NIETO
En el lugar de la venta, como era natural, me encontré en compañía de caballos completamente arruinados, unos cojos, otros asmáticos, otros viejísimos, y algunos para los cuales hubiera sido ejercer un acto de caridad pegarles un tiro.
Los compradores y vendedores, en su mayor parte, no eran mucho más lucidos que los pobres animales, objeto de sus contratos. Había algunos viejos, tratando de adquirir un caballo ó jaco por unos cuantos duros, para engancharlo en algún carretón de carbón ó leña, y hombres pobres que venían á vender animales destruidos, por doce ó quince duros, mejor que matarlos. Algunos de aquellos hombres parecían como si la miseria y los malos tiempos los hubieran castigado rudamente, y había otros á quienes con muy buena voluntad me hubiera prestado á servir por el resto de mis días, pues si aparecían raídos y miserables, en su voz comprendía que eran bondadosos y humanos. Yo estaba ansioso, pensando en lo que pudiera sucederme. Viniendo de la parte principal de la feria vi acercarse un hombre que parecía un caballero labrador, acompañado de un muchacho. Era bien formado, de facciones rudas, aunque parecían bondadosas, y cubierta su cabeza con un sombrero de ala ancha. Cuando llegó al grupo en que yo me hallaba, se detuvo y nos echó una mirada como de compasión. Noté que desde luego se fijó en mí; yo conservaba todavía una buena crín y cola, que contribuían en algo á mi buena apariencia. Enderecé mis orejas y lo miré atentamente.
—He aquí un caballo, Alfonsito, que estoy seguro ha conocido mejores tiempos.
—¡Pobre viejo!—contestó el muchacho;—¿cree usted, abuelito, que ha sido alguna vez caballo de coche?
—Indudablemente, hijo mío—dijo, acercándose más á mí;—puede haber sido cualquier cosa cuando joven; fíjate en su nariz y en sus orejas, y en la forma de su cuello y pechos; estoy seguro de que este animal tiene mezcla de pura sangre. Me dió unas palmadas en el cuello, y yo acerqué á él mi nariz, como agradecido á sus bondades; el muchacho me acarició la cara, diciendo:
-¡Pobrecillo!; mire usted, abuelito, cómo entiende nuestras caricias. No podría usted comprarlo y volverlo joven, como hizo con Mariposa?
-Hijo mío, yo no puedo rejuvenecer caballos viejos. Mariposa no era muy vieja, sino que estaba muy mal tratada.
-Bueno, abuelito, yo no creo que éste sea tampoco muy viejo; mire usted su crin y su cola. Véale la boca para saber su edad. Aunque está tan flaco, sus ojos no están hundidos como los de los caballos viejos.
El señor se echó á reir.
-Vaya con el muchacho, que es tan aficionado á caballos como su abuelo.
-Mirele usted la boca, abuelito, y pregunte el precio; estoy seguro de que se volverá joven en nuestro prado.
El mozo que me había conducido para venderterció entonces en la conversación.
-El niño es inteligente en caballos, señor.
La verdad es que el animal no tiene más que los efectos de haber sido trabajado con exceso en el alquiler; no es viejo, y he oído decir al veterinario, que con seis meses de suelta en un potrero se pondrá enteramente cambiado. Yo lo he estado cuidando durante los diez últimos días, y aseguro á usted que no he visto animal más noble y agradecido, siendo digno de que cualquier caballero dé veinticinco duros por él, y pruebe lo que es. Apostaría á que en la primavera inmediata vale cien duros.
- El señor se rió de nuevo, y el niño lo miró con ansiedad.
-No dijo usted, abuelito, que había vendido el potro por veinticinco duros más de lo que esperaba? Compre éste con ese dinero.
El labrador me tentó cuidadosamente las piernas, que estaban hinchadas y con vejigas; me miró después la boca, y dijo:
-Trece ó catorce años; hágale trotar un poco.
Arqueé mi pobre y delgado cuello, enderecé un poco la cola, y salí trotando lo mejor que pude, atendido el estado de mis piernas.
-¿Cuánto es lo menos que quiere usted por él?-preguntó el labrador cuando regresamos.
Veinticinco duros, señor, es el último precio fijado por mi amo.
-Es una exorbitancia-dijo, moviendo la cabeza, al mismo tiempo que sacaba su bolsa muy despacio;¡ una exorbitancia! ¿Tiene usted alTxU gún otro negocio aquí?-añadió, contando las monedas.
-No, señor, puedo llevárselo á la posada, si usted quiere.
-Llévelo, que yo voy con usted.
Salieron por delante, y el mozo me llevaba por el ronzal. El muchachito apenas podía contener su alegría, de la cual el viejo caballero participaba al verlo. En la posada me echaron un buen pienso, y después, un criado de mi nuevo amo me montó y me condujo despacio á la casa de éste, donde me soltó en una gran pradera que tenía un cobertizo en uno de sus extremos.
— El señor Valladares, pues este era el nombre de mi bienhechor, dió sus órdenes para que por las mañanas y por las noches me dieran un pienso de avena y heno, y que todo el día lo pasara suelto en el campo.
-Y tú, Alfonsito, échale tus miradas, de cuando en cuando; á tu cuidado lo dejo.
El muchacho se manifestó orgulloso de su encargo, que atendía con la mayor seriedad. No se pasaba un día sin que viniera á hacerme una visita, á veces sacándome de entre los otros caballos y dándome alguna zanahoria, ú otra cosa buena, y otras veces permaneciendo á mi lado mientras yo comía el pienso. Siempre me acariciaba y me hablaba con afecto, y, como era natural, le tomé gran cariño. Me llamaba Compadre, y yo le seguía por el prado, como un carnero. Solía hacer venir á verme á su abuelo, que miraba á mis piernas con gran, atención.
-Esta es su parte débil, Alfonsito-decía,pero va adelantando paulatinamente, y creo que lo veremos muy cambiado en la primavera.
Aquella vida de descanso, buen alimento, piso suave y moderado ejercicio, renovaron mi primitiva condición y bríos. Yo era de una excelente constitución por parte de mi madre, y como había sido tan bien atendido en mi primera juventud, sin ser puesto al trabajo hasta que estuve completamente desarrollado, no fué difícil mi reposición, y casi me sentí joven otra vez. Llegó la primavera, y un día del mes de marzo determinó el señor Valladares probarme en el faetón.
Me alegré mucho, y Alfonsito fué mi conductor.
Mis piernas habían recobrado su elasticidad, permitiéndome hacer mi trabajo con completa soltura.
1 -Se está volviendo joven, Alfonsito; ahora vamos á trabajarlo todos los días un poquito, y para el verano lo vamos á ver tan bueno como Mariposa. Su boca y su paso no pueden ser mejores.
-¡Oh! abuelito, ¡ cuánto me alegro de que usted lo comprase !
—Y yo también, hijo mío; pero él tiene más que agradecerte á ti que á mí; ahora tenemos que buscar para él una casa buena donde sepan apreciar lo que vale.