Ay, verdades, que en amorAy, verdades, que en amorFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Salen don JUAN y MARTÍN
JUAN:
Llama con fuerza.
MARTÍN:
Señor,
ya es otro tiempo.
JUAN:
¡Ay de mí!
Dile a Inés que estoy aquí.
MARTÍN:
¿A Inés?
JUAN:
Sí.
MARTÍN:
Tengo temor.
¡Ah, muy magnífica Inés,
dígnate de abrir la puerta!
Sale INÉS
INÉS:
Pues bien, Martín, ya está abierta.
MARTÍN:
Oye, y ciérrala después.
INÉS:
¿Es aquél don Juan?
MARTÍN:
Pues ¿quién?
JUAN:
(¡Justa cólera me abrasa!) (-Aparte-)
INÉS:
¿Qué quieres en esta casa?
JUAN:
¿Desde ayer tanto desdén?
Dile a Celia, Inés, si es justo,
que estoy aquí.
INÉS:
Está excusada.
JUAN:
¿Cómo?
INÉS:
No está levantada,
que ha dormido con disgusto.
JUAN:
¿Qué importa que yo la vea?
INÉS:
No es mi señora mujer
que en la cama la ha de ver
quien su marido no sea.
JUAN:
Yo me acuerdo de algún día
que de mí no recataba
ni el jazmín que madrugaba
ni el clavel que anochecía.
Habrá venido a saber
si el aurora amaneció
quien, más dichoso que yo,
puede sus celajes ver.
¿Quién duda, Inés, que tendrá
silla el señor don García,
sin que le murmure el día
que el sol en la cama está?
INÉS:
Ni ha venido ni está aquí,
que aquí nadie puede estar.
JUAN:
Yo lo he de ver.
INÉS:
No has de entrar.
JUAN:
¿Cómo no?
INÉS:
¡Tente!
JUAN:
¿Tú a mí?
Sale CELIA en manteo, con una ropa de levantar
CELIA:
Quedo, quedo. ¿Qué es aquesto?
¿Tú, don Juan, fuerza en mi casa
y a mis crïadas?
JUAN:
Si pasa
de lo que es término honesto
esta furia en que me ves,
no te espantes, pues que quieres
darme celos.
CELIA:
Las mujeres
que viven de su interés
aun no se tratan ansí.
JUAN:
Que tengo justo respeto
a tu valor te prometo;
pero estoy fuera de mí.
CELIA:
¿Después de tanto desprecio
hablas con tanta humildad?
JUAN:
Fui necio en prosperidad.
CELIA:
Pues agora no seas necio.
JUAN:
¿Qué pierdes por que yo vea
quién en tu aposento está?
CELIA:
Todo el honor que me va
en que esto de mí se crea;
y esa licencia, don Juan,
sólo un marido la tiene
cuando a tal desdicha viene
que tal ocasión le dan.
JUAN:
Yo lo seré tuyo.
CELIA:
Es tarde.
JUAN:
¿Tarde?
CELIA:
Quien no me estimó,
cuando él quiere quiero yo
que allá en la calle me aguarde.
JUAN:
Mira, escucha.
CELIA:
Estoy desnuda.
JUAN:
Ayer vino don García.
Con no entrar yo, Celia mía,
has puesto tu honor en duda.
Déjame entrar.
CELIA:
¿Cómo entrar?
Ni el sol entra en mi aposento.
MARTÍN:
Señora, su pensamiento
antes te pretende honrar;
que importa que entre.
CELIA:
Ya digo
que ni el sol entra a estas horas
donde duermo.
MARTÍN:
Si mejoras
tu causa siendo él testigo,
deja, aunque es impertinencia,
que entre, pues que loco está.
CELIA:
Dos veces he dicho ya
que al sol no daré licencia.
Mira que llaman, Inés.
INÉS:
¡Ay, señora, don García!
CELIA:
¿Ves como estar no podía
donde dices?
JUAN:
A tus pies
pido, señora, perdón.
CELIA:
No quiero que te halle aquí.
Entra, don Juan, no por mí,
mas por mi honesta opinión;
que salir delante de él
también le dará recelos.
JUAN:
(¡Que hayan llegado mis celos (-Aparte-)
a término tan cruel!)
CELIA:
Advierte que has de callar
y no quitarme el honor. Hablan aparte los dos
MARTÍN:
¡Bien te castiga, señor!
JUAN:
¡Bien se ha sabido vengar! Vanse don JUAN y MARTÍN. Salen don GARCÍA, bizarro, de camino, y ALBERTO
GARCÍA:
A un soldado que solía
tener paz en esta tierra,
a quien destierra la guerra
de la paz en que vivía,
dad los brazos, Celia mía.
CELIA:
¡Qué soldado tan galán!
¡Ya volveréis capitán!
GARCÍA:
De penas nadie juntó
más compañía que yo.
CELIA:
¿Cómo os venís de Milán?
GARCÍA:
Despachos traigo, señora;
que esta ventura me alcanza
por hombre de confïanza.
CELIA:
¿Volveréis?
GARCÍA:
No lo sé agora.
CELIA:
De la gente vencedora,
¿qué nuevas nos dais?
GARCÍA:
(Aquí (-Aparte-)
fingiré lo que no vi,
pues de Madrid no he salido;
mas donde hay tanto fingido,
¿por qué ha de faltarme a mí?)
El generoso marqués
de Santa Cruz restauró
lo que Génova perdió,
y fue por tierra después.
Del gran Filipe a los pies
rindió, Celia, las banderas
de las armas extranjeras
con el hispano estandarte;
porque es en la tierra Marte,
y Neptuno en las galeras.
El de Feria, que dilata,
con eterno aplauso y loa,
el nombre de Figueroa,
invicto a César retrata;
ganar una fuerza trata
inexpugnable. El invierno
quiere ser diluvio eterno;
que algún planeta contrario
quiere que tenga el Acuario
del fin del año el gobierno.
(No sé, ¡por Dios!, lo que digo; (-Aparte-)
pero aquí no importa nada.)
En fin, Celia, esta jornada
armas dejo y plumas sigo,
no me puso el enemigo
en Saboya más recelos
de no volver a estos cielos
que aquí tu olvido temor,
porque no hay muerte mayor
que amor con ausencia y celos.
¿Haste acordado de mí?
CELIA:
No, García; ¡por tu vida!,
que quien se acuerda se olvida,
y yo no te olvido a ti. Hablan aparte los dos
JUAN:
¿No escuchas aquello?
MARTÍN:
Sí.
JUAN:
Estoy por salir.
MARTÍN:
¡Detente!
GARCÍA:
Si supiera yo que ausente
esta dicha mereciera,
antes de agora perdiera
la gloria de estar presente. A ALBERTO
INÉS:
Vuesa merced me parece,
si la vista no me engaña,
aquel soldado que trujo
a mi señora la carta.
ALBERTO:
El mismo soy.
INÉS:
Pues yo fui
a buscarle dos mañanas,
sin que desde el Buen Suceso
dejase hasta el Prado casa.
¿No se llama Ascanio?
ALBERTO:
Sí.
INÉS:
Los que más señas me daban
decían que no le vieron
desde la guerra troyana.
¿Qué se hizo aquella joya?
ALBERTO:
Allí la tengo guardada.
Que no me hallase me admiro.
INÉS:
Como se usan en España
Sánchez, Rodríguez y Hernández,
por "Ascanios" me enviaban
a la moderna poesía.
ALBERTO:
De no me hallar fue la causa...
CELIA:
Que vengáis cansado es fuerza.
Descansad, García, que basta
el verme para estas horas.
GARCÍA:
Celia, quien os ve descansa.
No quiero en aqueste traje
deteneros.
CELIA:
Quien aguarda
ocasiones de serviros,
en todo tiempo las halla.
GARCÍA:
El cielo os guarde.
CELIA:
Id con Dios.
Vanse don GARCÍA y ALBERTO.
Salen don JUAN y MARTÍN. Hablan los dos aparte
MARTÍN:
Ten más prudencia, y no hagas
desatinos que te cuesten
perder del todo su gracia.
JUAN:
Ya no es tiempo de consejos.
¿Eres tú la recatada,
la Lucrecia del puñal
y la Porcia de las brasas?
¿La que no dejaba el sol,
de melindrosa y honrada,
dorar con sus rayos de oro
la madera de tu cama?
¿O eres tú la que recibes
a don García y le abrazas,
jurándole por su vida,
con otras tiernas palabras,
que "no te acordabas de él
porque jamás le olvidabas?"
¿Eres tú...?
CELIA:
Luego ¿no viene,
si no es que el gusto me engaña,
don García de buen talle?
JUAN:
¿Tú dices eso? ¿Tú hablas
de esa manera conmigo?
¿Tú de esta suerte me tratas?
CELIA:
Déjame, don Juan, vestir,
que la mañana se pasa
y es mucha descortesía
tenerme desnuda.
MARTÍN:
Es tanta
que puede Inés prevenir
rueda y plumas.
CELIA:
Esta casa
fue siempre tuya, don Juan;
si hubiere alguna mudanza
no tengo la culpa yo,
que con tal verdad te amaba.
El sol mismo no está firme,
la luna los cielos anda,
la Naturaleza dicen
que es hermosa por ser varia.
Lo que era ayer ya no es hoy,
ni lo que hoy será mañana.
Si sólo Dios no se muda,
¿de qué mudanza te espantas?
No dejo yo de quererte,
que eres de este cuerpo el alma;
pero tengo el fuego tibio
y la voluntad helada.
Con esto, vendrás a verme;
pero no ha de ser al alba,
que es hora en que no visitan
galanes en esperanza.
Lo que es una silla tienes
en esta casa sin falta
para cuando estés ocioso;
y yo, a manera de dama
que te entretenga discreta
con las historias pasadas.
Hablaremos de aquel tiempo
que yo, don Juan, te cansaba
dando quejas a tus puertas,
suspiros a tus ventanas,
y contarásme tú a mí
de la que servir aguardas,
el talle, la bizarría
y lo que con ella pasas.
Diréte yo algún consejo
en razón de darle galas,
de averiguar unos celos
o de rasgar unas cartas;
que con esto y tu prudencia,
en tanto que no te cansas,
serán las pláticas breves
y las amistades largas.
Vase
MARTÍN:
Aquí bien echo de ver
que habrás menester paciencia.
JUAN:
Más he menester ausencia
si me tengo de perder.
Esto se perdió, Martín.
Otro entró; dejé la espada.
Celia, de mí despreciada,
es mujer, vengóse, en fin.
No sé cómo escuchar pude
tal burla y tal libertad.
MARTÍN:
Ella te dijo verdad;
no hay cosa que no se mude.
Ausentarte es acertado,
si ha de hacer burla de ti.
JUAN:
Probaré lo que hay en mí.
Cobarde, estoy despreciado.
MARTÍN:
Bien dices: o gran paciencia
o ausencia aquí te conviene.
JUAN:
Fuerte es el mal que no tiene
más remedio que el ausencia.
Vanse.
Salen ALBERTO y don GARCÍA
GARCÍA:
¡Gallardamente se lució la industria!
ALBERTO:
Y tanto, que has llegado a ver el pecho
que antes juzgabas de diamantes hecho
con tan tierna y igual correspondencia.
GARCÍA:
Más que a mi voluntad debo al ausencia,
pues ella descubrió que me quería,
que siempre no tenerme amor fingía.
Mirando estoy, Alberto, y no lo creo,
lo que puede el ausencia en el deseo.
En fin, es privación, pues del no verme
nacieron los principios de quererme.
Mejor debo de ser imaginado.
¿Yo en los brazos de Celia? ¿Yo abrazado
de la mujer más tibia que ha tenido
amor entre los hielos del olvido?
¿Yo cerca de sus rosas y jazmines?
¿Yo querido de Celia?
ALBERTO:
No imagines
tanto estas cosas que te vuelvas loco.
GARCÍA:
Cuando me vuelva loco, todo es poco. Sale INÉS
INÉS:
Parecerá novedad
venir a esta casa Inés.
GARCÍA:
Será novedad si es
efecto de voluntad.
INÉS:
Este papel te lo diga.
GARCÍA:
Mil veces beso el papel,
si hay más desdenes en él
que cuando fue mi enemiga.
INÉS:
Afuera queda un criado
con un regalo.
GARCÍA:
¿Eso más?
INÉS:
Lee el papel y verás
a qué buen tiempo has llegado. Lee
GARCÍA:
"No será fuera de propósito a quien
viene de la guerra servirle con ropa blanca, y
más en camino largo y por la posta. De
vuestra salud me alegro mucho, García, y
deseo volveros a ver, que lo que ha faltado
mucho no se ha de ver poco."
¡Notable favor, Alberto!
ALBERTO:
No hay cosa, ¡por vida mía!,
como llamarte García.
GARCÍA:
Anda el amor descubierto.
Esto de quitar el "don"
a lo que se estima y quiere
regaladamente infiere
que hay amistad y afición.
No sé qué se tiene más
"García" que "don García."
Ahora bien; dile, Inés mía,
que para siempre jamás
un esclavo tiene en mí,
y aquesta caja le lleva;
con los diamantes a prueba
de lo que yo ausente fui.
Sortijas son, y son tales,
si bien diamantes, estrellas
merecen manos tan bellas
ser a su alabastro iguales.
Una lleva en una ce
presentado un corazón,
que las dos mitades son
el círculo de mi fe;
otros hay con diferencia
de gusto y vista, en efeto;
siempre el oro fue discreto,
siempre habló con elocuencia.
Iré a verla, y tú, entretanto,
ponte esta cadena, Inés.
INÉS:
Con una pe soy tus pies
por pagarte en otro tanto.
¡Mil años te guarde el cielo!
Señor Estorneli, adiós.
Vase
ALBERTO:
Reina, adiós. Ya vais los dos...
GARCÍA:
¿Dónde?
ALBERTO:
Camino del cielo.
GARCÍA:
¿Cómo?
ALBERTO:
Al casamiento vais,
que sin él no se va bien.
GARCÍA:
Agradezco el parabién
que con ese bien me dais.
Rica, hermosa, y bien nacida
es Celia; dichoso yo.
ALBERTO:
¿Será bien hablarla?
GARCÍA:
No;
por si entretanto me olvida;
que aún temo su condición.
Mejor es que doña Clara
la hable; a ver si declara
con ella su pretensión.
ALBERTO:
Es muy discreta y os ama.
GARCÍA:
Siempre a mi favor se inclina.
¡Ay, esperanza, camina,
que la posesión te llama! Vanse. Salen don JUAN y MARTÍN
JUAN:
¡Yo voy perdiendo el juicio!
MARTÍN:
¿Aquí tornas?
JUAN:
Aquí torno.
MARTÍN:
Como torno es el amor,
que alrededor se anda todo.
Mira que das que decir
en la calle.
JUAN:
No hago poco
en no echar piedras por ella.
MARTÍN:
Mira, señor, que amor solo
siempre lo pasa muy mal,
y tú dijiste que es loco
quien sólo una cosa amaba,
cuando fuiste más dichoso.
Vámonos a entretener,
que en la corte hay mil hermosos
rostros.
JUAN:
No sé qué me tengo,
que todos me dan en rostro.
MARTÍN:
Las heridas duelen menos
con los remedios.
JUAN:
No pongo
la esperanza en los remedios
ni a la muerte el paso estorbo.
Quiero ausentarme, no puedo;
quiero escribirla, no oso;
quiero verla, temo el daño
de su desdén riguroso.
En su calle me anochece,
y en ella, con letras de oro,
los desengaños del alba
me escribe el sol en los ojos;
aumentando sus venganzas,
pido a sus rejas socorro.
¿Nadie me escucha?
Salen CELIA e INÉS a la reja sin que don JUAN repare en ellas
CELIA:
(Sí escucha, (-Aparte-)
que Amor es ciego y no sordo.)
JUAN:
¡Ay terribles desengaños,
cómo prometen los días
para breves alegrías
tristezas de muchos años!
¡Ay dulces horas pasadas,
que hacéis la pena mayor!
¡Ay verdades, que en amor
siempre fuistes desdichadas!
¡Ay hierros de aquestas rejas,
quién os pudiera ablandar!
CELIA:
(¿Hay gusto como escuchar (-Aparte-)
en un arrogante quejas?)
JUAN:
¡Que obligaciones deshagan
novedades de dos días!
Buen ejemplo son las mías,
pues con mentiras se pagan.
Justamente Amor me trata
vengando el rigor de un año,
cuando traté con engaño
tus verdades, Celia ingrata.
¿Entonces quién tal pensara
que era mi lealtad tan poca?
¡Qué de quejas vi en tu boca!
¡Qué de perlas vi en tu cara!
Pensar en que me adorabas
con mayor dolor me aflige.
¡Oh, cuántas veces te dije,
cuando a mi puerta llamabas,
como por vitoria y palma
de tus desdenes tan cierta,
"En vano llama a la puerta
quien no ha llamado en el alma."
CELIA:
(¡Ay celos bien empleados!) (-Aparte-)
JUAN:
Cuando llamabas allí
y, preguntando por mí,
me negaban mis crïados
--tanto el corazón descansa
contando lo que pasó--,
estaba diciendo yo:
"¿Para qué busca quien cansa?"
MARTÍN:
Señor, mira que es locura
enamorar con tus quejas
los mármoles de unas rejas.
JUAN:
¡Ay peregrina hermosura,
qué noche te vi turbada
decir, viéndome volver:
"Déjate, don Juan, querer,
pues que no te cuesta nada!"
Sí cuesta, que no es hazaña
pagar amor con olvido,
que el que piensa que es querido
el ser querido le engaña.
Mira entre desdichas tantas
a qué llegan mis enojos,
pues vengo a poner los ojos
donde tú pones las plantas.
Vino tu antiguo amador
de Milán para vengarte,
a ser de mis paces Marte,
a ser de mi guerra Amor.
Con esto vengada estás,
pues que ya en brazos ajenos
ni puedes tenerme en menos,
ni puedo estimarte en más.
CELIA:
(¿Qué música en los oídos (-Aparte-)
tan dulce pudiera ser
como haberme visto ayer
perder por ti los sentidos
y hoy verte llorar por mí?)
JUAN:
¡No quiero, Celia, piedad!
Yo esforzaré tu crueldad
con darme la muerte aquí,
pues he visto la mudanza
que ha hecho tu pecho ingrato,
en el tiempo y en el trato
nadie tenga confïanza.
Confieso, ¡ay penas tiranas!,
que se me pasan iguales
las noches en tus umbrales,
los días en tus ventanas.
Y no llamo en esta calma,
no digas, de mi amor cierta:
"En vano llama a la puerta
quien no ha llamado en el alma."
CELIA:
(Quiérome quitar de aquí, (-Aparte-)
¡ay cielos!, que puede ser
que me venga a enternecer
y que se burle de mí.
Pues no me piense engañar
con la disculpa, aunque es mucha;
que quien lástimas escucha
cerca está de perdonar.)
Quítase
MARTÍN:
Señor, si estás de tal suerte
llamaré mil veces.
JUAN:
No,
que no quiero darme yo
tanta ocasión a mi muerte.
Lo que podemos hacer
es ir a pedirle a Clara,
si Celia acaso repara
en que ha de ser mi mujer,
que la hable y la prometa
la palabra de mi parte.
MARTÍN:
Pues yo puedo asegurarte,
si ella la palabra aceta,
que tú te desenamores,
porque no se puede hallar
remedio como el casar
para templar los amores.
Los que más ves desear
aquel tan breve placer
los verás amanecer
con deseos de enviudar.
JUAN:
¡Pluguiera a Dios que me viera
en esos trances, Martín,
que no hay en el gusto fin
cuando el amor persevera!
¡Ay, esperanzas burladas
del engaño y del favor!
¡Ay, verdades, que en amor
siempre fuistes desdichadas!
Vanse.
Salen CLARA y don GARCÍA y ALBERTO
CLARA:
Esto Celia respondió,
determinada a casarse.
GARCÍA:
Pudiera Celia emplearse
en otro mejor que yo,
pero no en quien más la quiera
y la desea servir.
CLARA:
Bien te puedes persuadir
de que por dueño te espera,
pues esta noche me advierte
de que haréis las escrituras.
GARCÍA:
Clara, el bien que me aseguras
ya me enloquece de suerte
que sale del corazón
a los ojos mi alegría.
En fin, Clara, ¿Celia es mía?
CLARA:
Hoy tendrán satisfación
tus sospechas de que has sido
quien siempre Celia ha estimado.
GARCÍA:
Perdón pido a mi cuidado
de las dudas que ha tenido,
que donde hay competidor
también anda en competencia,
y más si hay celos y ausencia,
el miedo con el amor.
La que yo hice a Milán,
por allá pensar me hacía
si aquellas noches venía
algún dichoso galán
a la calle o a tener
conversación en la casa.
ALBERTO:
Cuanto a los amantes pasa,
don García, no ha de ser
repetido en la ocasión
de llegar a casamiento,
porque es turbar el contento
perder la satisfación.
Amor es pleito entre dos
cuando tiene competencia;
agradeced la sentencia,
pues ha salido por vos,
y vamos a prevenir
lo que fuere menester. Salen don JUAN y MARTÍN, y quedan aparte
JUAN:
Diligencias se han de hacer
hasta llegar a morir.
MARTÍN:
Nunca yo fui de opinión
que, cuando llega a venganza
una mujer por mudanza,
se le dé más ocasión.
ALBERTO:
Éste es don Juan, el galán
que en casa de Celia vi.
GARCÍA:
Pues, Clara, ¿don Juan aquí?
CLARA:
Seguro estás de don Juan;
que si a ver a Celia entró
alguna vez, yo sería
la causa.
GARCÍA:
Que la servía,
Clara, imaginaba yo;
pero, ya desengañado,
de pensarlo estoy corrido.
MARTÍN:
Éste es el recién venido,
no sé si también amado.
JUAN:
Todo lo debe de ser,
pues desde que vino aquí
se burla Celia de mí.
GARCÍA:
Claro está que has de querer
hablarle; yo doy lugar.
CLARA:
Vete con Dios, y está cierto
de que esta noche el concierto
se ha de escribir y firmar. Váyase don GARCÍA, mirando a don JUAN, y él a don GARCÍA, muy falsos
JUAN:
¡Bravo talle!
MARTÍN:
A los celosos
todo en el competidor
parece siempre mayor.
JUAN:
Son los ojos temerosos
de la misma condición
de la envidia.
CLARA:
¡Qué cuidado
me has dado en haber llegado,
don Juan, en esta ocasión!
JUAN:
¿Por qué, Clara?
CLARA:
Don García,
que es el que de aquí se va,
casado con Celia está.
JUAN:
¿Casado?
CLARA:
Si en este día
se han de hacer las escrituras,
claro está que está casado.
JUAN:
Mientras en duda han estado,
¡oh Clara!, mis desventuras,
estaba loco de amor;
pero en llegando a ser ciertas,
abro al corazón las puertas.
Váyase en buen hora Amor.
Mal determinado andaba
para llegar a ausentarme;
que a un hombre que fue querido
llega el desengaño tarde.
Pero, pues ya no hay remedio
ni esperanza que me engañe,
yo me ausento de sus ojos;
Celia en mi ausencia se case.
Culpa tuve de perderla,
no tengo de quien quejarme.
Esta es honrada ocasión;
mañana me parto a Cádiz.
Dícenme que a socorrerla
el Almirante se parte
y otros muchos caballeros;
seguir quiero al Almirante,
que en esta acción, y en un hora,
ha sido cosa notable
que de toda España el rey
conozca las voluntades.
Quédate, Clara, con Dios,
y da a Celia de mi parte
el parabién de mi muerte,
de casarse y de vengarse.
Vase
CLARA:
¡Lástima me ha dado!
MARTÍN:
Es justo
que te enternezca.
CLARA:
Martín,
con ausentarse da fin
Amor con tanto disgusto.
Ya se casa don García,
ya no hay que cansarse más. Salen CELIA e INÉS
CELIA:
¡Qué descuidada estarás
de aquesta visita mía!
CLARA:
¿No viste al entrar un hombre
que es dueño del que está aquí?
CELIA:
Tapéme cuando le vi.
MARTÍN:
Si aborreces hasta el nombre,
¿qué mucho que no les dieses
ese disgusto a tus ojos?
CELIA:
¡Ay, Martín, si los enojos
de mis pensamientos vieses,
juzgarías que, ofendida,
quise matarme vengada.
MARTÍN:
Ya creo que estás casada,
en que estás arrepentida.
CELIA:
No ha tanto que me casé,
pues aun está por firmar,
que el gusto lo pueda estar.
Siento que un hombre sin fe,
a quien yo he querido tanto,
me haya obligado a perderle,
pues, sin dejar de quererle,
de lo que intento me espanto.
Por vengar tantos agravios
hago tan gran necedad
que, si te digo verdad,
voy con el alma en los labios.
Yo le vi salir de aquí
y la sangre se me fue
al corazón, que pensé
que ya no le hallara allí.
¿Piensas tú que no le oí
decir las noches pasadas,
a mis ventanas, bañadas
de mi llanto y su dolor:
"¡Ay, verdades, que en amor
siempre fuistes desdichadas!"
Todo lo vi y escuché;
pero ya la suerte mía
me ha entregado a don García.
Di la palabra, ¿qué haré?
Si llama entonces, yo sé
que Amor llevara la palma,
sin responder, puesta en calma
la venganza entonces cierta:
"¿Para qué llama a la puerta
quien no ha llamado en el alma?"
Fuese sin llamar, y ansí
determinada quedé
de casarme, y lo juré
para vengarme de mí.
Rompiera la puerta allí;
que así Amor la furia amansa
cuando celoso descansa.
Ya que a buscarme llegó,
¡que no le dijera yo:
"¿Para qué busca quien cansa?"
MARTÍN:
No sé qué pueda decir,
Celia, en esta confusión.
Ya te casas, no es razón
tu casamiento impedir.
A Cádiz se va don Juan
con el honor y laurel
de Enríquez, porque con él
muchos caballeros van.
Échame tu bendición
con esas flores de azahar,
que para ver pelear
voy a alquilar un balcón;
que, aunque con honrados bríos,
más voy en estas tormentas
a dejar dinero en ventas
que a echar a fondo navíos.
CELIA:
Dios te dé, Martín, felices
sucesos, pues a mí no.
MARTÍN:
Obispa te vea yo,
que con tal mano bendices.
Vase
CLARA:
Necia has estado.
CELIA:
¿Yo?
CLARA:
Sí;
en declarar lo que sientes.
Ya que te casas, no intentes
que éste se vengue de ti.
CELIA:
No puedo más. Toma el manto,
ven a la calle Mayor,
que nunca pensé que Amor
quisiera vengarse tanto.
Sacaré de aquí a la noche
cosas que son menester.
CLARA:
Mucho fue no conocer
don Juan al salir el coche;
y si es que le ha conocido,
él te ha de seguir y hablar,
ocasión que puede dar
sospechas a tu marido.
CELIA:
¡Ojalá! Pero no creo
que, estando determinado,
le dé mi boda cuidado
ni mi privación deseo.
Yo me tengo de casar,
porque he venido a creer
que si le vuelvo a querer
me ha de volver a olvidar.
Vanse.
Salen don JUAN y MARTÍN
MARTÍN:
¡Qué buen modo de partir
después que postas conciertas!
JUAN:
Tú me has echado a perder
con darme, Martín, dos nuevas;
una, que ya los ingleses
llevaron en la cabeza;
que sólo un Girón de España
los hizo volver sin ella;
que se arrojaron al mar
cobardes, dejando en tierra
vidas, honra, municiones,
codicia, engaño y soberbia;
y otra, que lloran por mí
los bellos ojos de Celia.
¡Mal agüero en mi partida
el ver llorar las estrellas!
Y así vengo a ver su calle
para consolar mis penas,
y por vengarme de ver
que enamorada me deja.
MARTÍN:
No pienso que están en casa.
JUAN:
¿Si en otra parte conciertan
este necio casamiento?
Llega, Martín, a la puerta.
MARTÍN:
Sale muy gentil olor,
que es señal que en casa cenan,
y que puede consolarte.
Llégate más cerca, llega;
que si en las sienes y pulsos
se pone cuando hay flaqueza
algún agua que conforte
o algún licor que dé fuerzas,
¡por Dios!, que por las narices
ansí lo que guisan entra
desde la cocina al pecho,
que hasta el ánima consuela.
JUAN:
Advierte que viene gente.
MARTÍN:
¿Si es justicia?
JUAN:
No hay linterna.
MARTÍN:
Bien dices, que suele ser
de esos tres magos la estrella:
corchete, alguacil y pluma
[..................-e-a.]
Salen don GARCÍA, galán, ALBERTO y gente que acompaña
ALBERTO:
Bueno fuera haber traído
un hacha.
GARCÍA:
La casa es ésta.
JUAN:
¿Quién va?
GARCÍA:
Don García Fajardo.
MARTÍN:
Éste es el dueño de Celia.
GARCÍA:
¿Y quién es quien lo pregunta?
JUAN:
La justicia.
GARCÍA:
Que lo sea
por muchos años. Al acompañamiento
Entrad. Vase
JUAN:
Ya mi desdicha se acerca.
¿Entraron?
MARTÍN:
No, sino el alba.
Vámonos de aquí; ¿qué esperas?
JUAN:
¿Fajardo dijo?
MARTÍN:
Mejores
los tiene agora en su tienda
la calle del Arenal.
JUAN:
¡Todo me abrasa y me hiela!
Irme querría, y no puedo.
MARTÍN:
Pues es necedad extrema
si ya Celia está casada.
JUAN:
¿No puede ser que suceda
alguna cosa entretanto?
MARTÍN:
¡Oh qué esperanza tan necia!
JUAN:
Si acompaña a un sentenciado
hasta la misma escalera,
¿es mucho que me acompañe
hasta que se case Celia?
MARTÍN:
Un hombre viene. Sale LAURENCIO, escribano
JUAN:
¿Quién va?
LAURENCIO:
Presumo que ya me esperan.
JUAN:
¿Quién va?
LAURENCIO:
El escribano soy.
JUAN:
Pues vuesa merced se vuelva,
que me va en esto la vida,
y póngase esta cadena.
LAURENCIO:
Bien entiendo que os importa;
pero ¿si otro llaman?
JUAN:
Venga,
que otra tengo que le dar.
LAURENCIO:
Somos tantos que el arena
del mar no será bastante
si se volviese cadenas.
JUAN:
Con irse vuesa merced
bien puede ser que no sea
la escritura aquesta noche.
LAURENCIO:
Yo me voy.
Vase
MARTÍN:
¡Qué diligencias
tan locas!
JUAN:
No puedo más.
MARTÍN:
Más gente viene. ¿Qué intentas? Salen dos MÚSICOS
MÚSICO 1:
¿Qué guitarra habéis traído?
MÚSICO 2:
La sonora portuguesa.
MÚSICO 1:
¡Buenas voces!
MÚSICO 2:
¡Extremadas!
MÚSICO 1:
Pienso que la casa es ésta.
JUAN:
¿Músicos?
MARTÍN:
Pues ¿no lo ves?
JUAN:
¡Vive Dios, que no consienta
que canten cuando yo lloro!
¡Sacude!
MARTÍN:
¡Sacudo!
JUAN:
¡Mueran!
MÚSICO 1:
¡Ay, que me han muerto!
JUAN:
Eso sí,
vayan a cantar endechas.
MARTÍN:
O a lo menos el romance
de "A malas lanzadas mueras."
Al alboroto de los cintarazos salen don GARCÍA, ALBERTO, CELIA, INÉS, y acompañamiento
MÚSICO 2:
Aquí están.
GARCÍA:
Pues, caballeros,
¿así es justo que se atrevan
a criados de esta casa?
JUAN:
Hasta agora no hay en ella
quien eso pueda decir,
pues sólo su dueño es Celia.
GARCÍA:
¿Cómo que no? Yo lo soy.
JUAN:
¿Estáis casado en ella?
GARCÍA:
Vengo a hacer las escrituras.
JUAN:
Pues, cuando estuvieran hechas...
¡Cuántas veces no se cumplen!
GARCÍA:
Lo que los nobles conciertan,
aun sin las firmas, se cumple.
JUAN:
En cosas de esta materia
algunas causas impiden
la ejecución que desean.
GARCÍA:
¿Sois impedimento vos?
JUAN:
Cuando la espada pudiera
responder, seguro estoy
que hablara por mi defensa;
pero yo tengo que hablaros
aquí aparte a vos y a Celia.
GARCÍA:
Si ella quiere, aquí estoy yo;
no hay cosa que más me venza
que una honrada cortesía.
Don JUAN habla aparte con GARCÍA y CELIA
JUAN:
¿Es propio de la nobleza
si un hombre que se casara
con una dama supiera
que había querido a un hombre
un año con tal firmeza
que, siendo los días de él
trecientos sobre sesenta
y cinco, tantos papeles
puede mostrar de su letra?
¿Y que con celos, el alba
trocaba perlas con ella,
porque, llorando las dos,
eran mejores sus perlas,
si se espantaba la noche
de ver el sol a sus puertas,
que el de sus ojos gustaba
de estar mirando por ella?
Y si hubiese merecido
cuanto de una dama honesta
puede conceder Amor
en exteriores licencias,
¿sería bien que, celosa,
por venganza, aunque discreta,
se casase a su disgusto,
y el que viniese a querella
sobre tanta voluntad
viniese a hacer experiencia
de los temores que pasa
quien lo que digo sospecha?
Vos sois juez; sentenciad
la causa, si acaso es vuestra.
GARCÍA:
Pues ¿quién es el hombre?
JUAN:
Yo.
GARCÍA:
Pues ¿quién es la dama?
JUAN:
Celia.
GARCÍA:
¿Es aquesto verdad?
CELIA:
Sí;
no quiera Dios que yo mienta.
GARCÍA:
Ni que yo, Celia, me case
con quien verdades confiesa.
CELIA:
Hay verdades que en Amor
por los desprecios se niegan.
JUAN:
No desprecios, Celia mía;
siempre adoré tu belleza.
GARCÍA:
(¡Buen marido fuera yo (-Aparte-)
si a mis ojos la requiebra!) García se dirige a todos
Caballeros, yo he sabido
en este punto que es deuda
mía, de que nunca tuve
imaginación ni nuevas,
la señora Celia, y quiero,
ya que por serlo no pueda
casarme, que no se emplee
menos tan rara belleza
que hoy en el señor don Juan
de la Guerra y de la Vega.
Esto suplico a los dos,
y que yo padrino sea.
Venga un "sí" doblado.
JUAN y CELIA:
Sí.
MARTÍN:
Ya que de cura te precias,
merezca Martín a Inés.
GARCÍA:
Pues de la misma manera
digan el "sí" juntos.
MARTÍN e INÉS:
Sí.
MARTÍN:
...que es como el Requiem aeternam.
JUAN:
De Las verdades de amor
aquí acaba la comedia.
CELIA:
Y el deseo de serviros,
donde ella acaba, comienza.