Ay, verdades, que en amorAy, verdades, que en amorFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Salen CELIA e INÉS, con mantos.
Don JUAN y MARTÍN
CELIA:
Porfiar no es cortesía,
y más con una mujer.
JUAN:
¿Cuándo ha sido agravio el ver
ni el rogar descortesía?
Porque pedir luz al día,
oro al sol, plata a la luna,
¿cuándo fue culpa ninguna?
CELIA:
Culpa es grande porfiar
el que no puede alcanzar
lo que siguiendo importuna.
JUAN:
César no hubiera llegado
al imperio si no hubiera
porfiado, ni tuviera
del mundo el centro envidiado.
De Troya se vio vengado
porfiando Agamenón,
y pudo Pigmalión
volver un mármol mujer,
y el campo del mar romper
con lienzo y tablas Jasón.
CELIA:
¿Historias? ¡Oh qué donaire!
JUAN:
¿Quién persuade mejor?
CELIA:
Caballero historiador,
toda vuestra prosa es aire.
Id con Dios.
JUAN:
¡Bravo desaire
de ese tallazo es no ser,
en dejarse ver, mujer!
CELIA:
Si os habéis de arrepentir,
yo sé que es dejaros ir
mejor que dejaros ver.
JUAN:
Tener en cárcel escura
el sol de esos ojos bellos,
ingrata al cielo, que en ellos
copió su misma hermosura;
poner en prisión tan dura
sus jazmines y claveles
sinrazones son crueles.
Dejaos, señora, mirar,
porque os pueda retratar
el alma, divino Apeles.
CELIA:
¿Otra historia?
JUAN:
¡Que seáis
tirana de tanta nieve!
CELIA:
¡Qué poco la nieve os debe,
si arrendador me llamáis!
JUAN:
Pues ¿para qué la guardáis?
CELIA:
Para el verano le guardo.
JUAN:
Desde aquí la nieve aguardo,
si me decís vuestra casa.
CELIA:
Eso los límites pasa
de vuestro ingenio gallardo.
Extraños los hombres son,
pues, sin ver una mujer,
su casa quieren saber.
¡Qué liviandad! ¡Qué traición!
Aquí no obliga afición,
pues no amáis lo que no veis;
luego de liviano hacéis
esta necia diligencia,
o ¿por ver mi resistencia
tanta codicia tenéis?
JUAN:
¡Notable error!
CELIA:
¿Cómo error?
JUAN:
Vos lo veréis.
CELIA:
¿Cuándo?
JUAN:
Agora.
De cuerpo y alma, señora,
¿cuál tiene mayor valor?
CELIA:
El alma.
JUAN:
Luego mi amor
no fue liviano argumento
si tiene por fundamento
amar el alma que vi.
CELIA:
¿Vos vistes mi alma?
JUAN:
Sí.
CELIA:
¿Dónde?
JUAN:
En vuestro entendimiento.
Luego, sin ver vuestra cara,
bien me pude enamorar
y la casa preguntar
donde la vista ocupara
y el cuerpo al alma igualara;
porque fuera yo muy necio
si creyera, en su desprecio,
que diera el cielo, su autor,
a joya de tal valor
caja de tan poco precio.
CELIA:
Vos sois hombre peligroso.
Id con Dios.
JUAN:
Oíd.
CELIA:
Decid.
Hablan aparte don JUAN y CELIA
MARTÍN:
Y ella, ninfa de Madrid,
¿piensa con tanto reposo
hacerme gastar a mí
la prosa que a mi señor?
INÉS:
¿Cómo me habla de amor
sin haberme visto?
MARTÍN:
Ansí.
Pues ¿qué pleito tengo yo
que pueda solicitarme?
¿Qué valonas que lavarme?
INÉS:
¿No sabe otras cosas?
MARTÍN:
No;
que, en viendo mujer que sea
de mi parte no sé más
de "¿Quién eres? ¿Dónde vas?
Bien te aliñas. No eres fea.
¿Tienes cúyo? ¿Eres mostrenca?
¿Dónde posas? Di tu nombre.
¿Quieres un hombre muy hombre?
Quítese allá; quedo, penca."
¡Por vida del rey de copas,
que de una tamborilada
dejo a la más entonada!
INÉS:
¡Cómo en lo vivo me topas!;
que, en viendo un hombre de rumbo,
deseo verle en galeras.
MARTÍN:
Pues, hermana, no me quieras,
que yo blasono y retumbo;
todo soy armas.
INÉS:
Pues yo
nunca de fieros me obligo;
mansos quiero, tiernos sigo,
que bravos hablantes no.
Lo que gasta el escribano
y el señor procurador,
lo que se lleva el dotor
y la fe del cirujano,
más lo quiero en gorguerán
y aun en parda picardía.
MARTÍN:
Pues descúbrete, luz mía,
que también soy yo galán
de los que dan en dinero
el moño y la bigotera;
que, si eres dama espetera
o tarima saber quiero.
INÉS:
No puedo, porque se parte
mi ama.
CELIA:
No me sigáis.
JUAN:
¿No os veré?
CELIA:
Si me buscáis...
JUAN:
¿Adónde?
CELIA:
...en la misma parte.
Vanse CELIA e INÉS
JUAN:
¡Bizarra mujer!
MARTÍN:
¡Famosa!
JUAN:
No se descubrió.
MARTÍN:
Ni a mí
su criada.
JUAN:
A un lado vi
por brújula cierta rosa,
campo de una clara estrella.
MARTÍN:
Yo la sigo.
JUAN:
¿Para qué?
Pues de verla me libré,
¿no estaré mejor sin vella?
MARTÍN:
¿Eso dices?
JUAN:
Si es mujer
que el alma puede inquietarme,
yo quiero sin ver quedarme
por no perderme por ver.
Si viese un hombre venir
un león, ¿no es más cordura
darle la espalda segura
que no quererle seguir?
Cuando hay un toro furioso
y sin resistencia humana,
¿no es mejor una ventana
que espada y capa en el coso?
Cuando un jüez está airado,
¿no es mejor estar seguro
por el extranjero muro
o por el propio sagrado?
Cuando hay un pleito que en él
se pueden dos concertar,
¿no es mejor que no aguardar
una sentencia crüel?
Pues así en esta ocasión
me libré, con no la ver,
de hallar en esta mujer
toro, juez, pleito y león.
Salen don GARCÍA y CLARA
GARCÍA:
Pintarte su condición,
hermosa Clara, sería
"la luna, el mar, la porfía,
la mudanza y la traición."
Luna, en crecer y menguar;
mar, en bonanza y tormenta;
porfía, en que lo que intenta
se ha de hacer y ejecutar;
la mudanza, en que parece
tornasol, y la traición,
en que, mostrando afición,
al mismo tiempo aborrece.
Ésta es Celia, y yo soy quien
amo la luna y el mar,
el mudarse, el porfiar,
y aun la traición quiero bien;
que con todos los defetos
que ves, son sus gracias tales,
que nacieron celestiales
para examinar discretos.
Amar un hombre en virtud
de amarle es ley de razón,
y discreta perdición
amar con ingratitud.
Yo no entiendo estos secretos;
mas dicen los entendidos
que es amar aborrecidos
razón de estado en discretos.
CLARA:
¿De manera, don García,
que es ley de la discreción
querer a quien sin razón
aborreciendo porfía?
Debe de ser por fineza,
porque querido querer
pienso que debe de ser
la ley de Naturaleza;
que querer donde el rigor
extiende sus asperezas
más parecen que finezas
bachillerías de Amor.
Pero, pues habéis venido
a que os ayude a vencer
el desdén de esta mujer
y el agravio de su olvido,
mirad que habéis de dejar
de ser discreto también,
pues amaréis sin desdén
y con desdén se ha de amar.
GARCÍA:
No agravia la discreción,
Clara, hacer las diligencias,
que conquistar resistencias
efetos discretos son.
Al que cercase un lugar,
¿no sería valentía
sufrir de noche y de día
defensas sin pelear?
Por eso advierte mi intento
en lo que has de hacer por mí.
CLARA:
Ya lo estoy.
GARCÍA:
Pues oye.
CLARA:
Di.
GARCÍA:
Amor es conocimiento
de las partes de quien ama,
por donde se viene a amar,
las cuales suelen llegar
por terceros a una dama
mejor que por propia vista;
que la buena información
califica la opinión,
facilita la conquista.
Tú, pues, no como tercera,
que tienes muy poca edad
para vender voluntad,
sino en razón de primera,
has de fingir que, celosa,
a Celia vas a rogar
que no me permita entrar
en su casa, porque es cosa
que suele, al mayor desdén,
tocar al arma en el alma,
y al sueño de mayor calma
despertar a querer bien.
Añadirás a estos celos
las partes que no hay en mí,
con que, envidiosa de ti,
abrirá puerta a desvelos,
que celos y privación,
y el ver que me adoras, Clara,
y que tu talle y tu cara,
calidad y discreción
desprecio por su desdén,
hará por dicha en su fría
condición más batería
que haberla querido bien.
CLARA:
¡Qué arbitrista, de que hay tantos
en esta edad, como Amor!
¡Brava industria!
GARCÍA:
La mejor,
aunque se consulten cuantos
remedios se han inventado
contra desdenes.
CLARA:
Quisiera
decirte, si me atreviera,
una cosa que he pensado.
GARCÍA:
Cuando sea contra mí
te doy licencia.
CLARA:
Mirando
tus prendas y reparando
que Celia te trate ansí,
sospecho que me has callado
que a otro debe de querer.
GARCÍA:
¿Querer? ¿Cómo puede ser
donde es Argos mi cuidado?
Que los ojos del pavón
no se igualan a mis celos,
ni las luces de los cielos
como mis cuidados son.
Si un hombre un átomo fuera
y en sus aposentos, Clara,
cubierto del sol entrara,
pienso que mi amor le viera.
CLARA:
Calla, que sabemos mucho
las mujeres.
GARCÍA:
Lo confieso,
mas mis celos son exceso.
CLARA:
Tu seguridad escucho
en fe de su condición,
y voy con una crïada
a fingirme enamorada
de tu talle y discreción;
pido celos, finjo pena
que nunca tuve por ti.
GARCÍA:
Pues escoge desde aquí,
Clara, vestido o cadena.
CLARA:
Cadena es mejor, García,
que el oro crece el valor,
porque el vestido mejor
vale menos cada día.
GARCÍA:
Agora sí que pareces
tercera contra el decoro
de la edad, que amas el oro
y las galas aborreces.
CLARA:
García, por interés
tomo, si a escoger me dan,
galas del que es mi galán
y oro del que no lo es.
Vanse.
Salen CELIA e INÉS
INÉS:
¡Peregrina novedad,
habiendo tú despreciado
a tantos que te han mirado!
CELIA:
Yo nací sin voluntad,
potencia que me faltó.
INÉS:
Por ella, que ansí lo siento,
dos partes de entendimiento
Naturaleza te dio;
mas no naciste sin ella,
pues la tienes a don Juan,
que esas ansias que te dan
por sus partes nacen de ella.
CELIA:
No, Inés; yo no la tenía,
que en acabando de verle
la crïó, para quererle,
Naturaleza aquel día.
INÉS:
Estaba por darle vaya
a tu antigua libertad.
CELIA:
Ya que sé que hay voluntad,
no hayas miedo tú que haya
más peligros para mí.
INÉS:
Luego ¿no verás este hombre?
CELIA:
Yo no sé más de su nombre,
y en esto dichosa fui;
porque si supiera más,
mayor daño me viniera.
INÉS:
¿Qué daño?
CELIA:
Que le quisiera,
y no he de querer jamás.
INÉS:
¿Y si te le busco yo?
CELIA:
No quiero por don García
ver mi opinión algún día
en lo que jamás se vio;
que está loco, y con los celos
será mayor su locura.
Yo he tenido, y es cordura,
a más piedad de los cielos
no saber quién es don Juan,
que este amor fue un accidente.
INÉS:
¡Gran ruido!
CELIA:
¡Extraña gente!
INÉS:
Tras un caballero van.
Salen LEONCIO, PRADELIO, LEANDRO,
acuchillando a don JUAN
JUAN:
Nunca el valor se acobarda,
puesto que ejércitos fueran.
LEONCIO:
¡Muera el villano!
JUAN:
¡Mentís!
PRADELIO:
Con espadas no hay afrenta.
LEONCIO:
A buen sagrado se acoge.
PRADELIO:
A la casa lo agradezca
donde se ha entrado.
Vanse LEONCIO, PRADELIO y LEANDRO
INÉS:
¡Ay señora!
CELIA:
No huyas, Inés; no temas.
INÉS:
¿No ves que se ha entrado en casa
un hombre de la pendencia?
CELIA:
Tengo el ánimo gallardo.
No hay cosa que me parezca
más bien que un hombre riñendo,
si tiene brío y destreza.
Vuesa merced se sosiegue.
JUAN:
Tendré, señora, vergüenza
de haberme aquí retirado.
CELIA:
Hombre que tan bien pelea,
defendiéndose de tantos,
no quiero yo que la tenga. Habla aparte con INÉS
¡Jesús! ¿No es éste don Juan?
INÉS:
El mismo; para que veas
que no hay prevención humana
para hüir de las estrellas.
Sale MARTÍN
MARTÍN:
Aquí pienso que se entró.
JUAN:
¿Eres tú?
MARTÍN:
¿Qué es esto? ¡Fuera!
¿Dónde están esos gallinas?
Mataré...
JUAN:
¡Detente, bestia!
MARTÍN:
¡Todo el mundo no es bastante!
JUAN:
Ya como San Telmo llegas.
¿Adónde estabas?
MARTÍN:
Jugando
en el zaguán de Florela
el barato que me diste.
Oí que cuarenta ruecas
le daban como a tu espada,
y salí como si fuera
un novillo de Jarama.
Habla aparte a MARTÍN
JUAN:
Espera, Martín. ¿No es ésta
la dama que vimos hoy?
MARTÍN:
Que en el talle lo parezca
no es mucho, que es extremado.
JUAN:
¡Qué dicha tendré si es ella!
CELIA:
En habiendo ese valiente
--digo valiente por señas--
acabado su papel,
aunque es gustosa materia,
diré yo también el mío,
si vuesa merced se asienta.
Una silla, Inés.
JUAN:
¡Señora! Siéntense
¿Tanta merced?
CELIA:
Diome pena
el veros reñir con tantos,
si bien fue vuestra defensa
con tan bizarro valor...
¿Estáis herido?
JUAN:
Pudiera.
Sólo un rasguño en un dedo
me ha dejado la pendencia,
desagravio de un mentís,
pues habiendo sangre, cesa.
CELIA:
Sentaos, que le quiero ver.
JUAN:
No es nada.
CELIA:
Aunque menos sea.
Ataros quiero un listón.
JUAN:
Será del Amor la venda.
CELIA:
¿Queréis agua?
JUAN:
¿Para qué?
CELIA:
La sangre alterada templa.
JUAN:
Yo no he caído.
CELIA:
Es verdad.
Y que no caigáis me pesa
en quien deseastes ver
hoy con tantas diligencias.
JUAN:
El alma me lo había dicho.
Mirad si soy cosa vuestra,
que en el peligro que estuve
me vine a mi propia esfera.
CELIA:
Bien os habéis disculpado.
MARTÍN:
Y ella, señora doncella,
¿no me pone algún listón?
INÉS:
Pues ¿hallóse en la pendencia?
MARTÍN:
Pues si no fuera por mí,
¿mi amo ya no estuviera
en Santa Cruz, en las andas,
adonde, quien fuere sea,
en tanto que se averigua,
le ponen a la vergüenza?
INÉS:
Y ¿está herido?
MARTÍN:
¡Pesia tal!
Traigo las tripas de fuera.
INÉS:
Pues ¿cómo pide listón?
JUAN:
¿No es justo pedir licencia,
señora, para serviros?
CELIA:
De la cortesía vuestra
no quiero mostrar disgusto,
si el cielo quiere que os quiera;
pues no sabiendo de vos,
huyendo de vuestra ofensa,
como garza que adivina
de los halcones que vuelan
el que la puede matar,
que vengáis a verme ordena
dentro de mi propia casa;
y será cosa tan nueva,
que habéis de vengar a algunos
que son linces destas rejas.
Celia es mi nombre. En Madrid
es notoria mi nobleza.
Mi dote soy yo no más,
porque soy más que mi hacienda.
Con esto y guardar la cara
a mi opinión, será cierta
mi voluntad en serviros.
JUAN:
La relación es tan buena
que se acobarda la mía.
Yo me llamo don Juan Guerra.
Soy señor de la Montaña
de esta casa, que pudiera
honrar títulos y grandes.
Sacáronme de mi tierra
pretensiones en la Corte,
porque, viendo que se premian
méritos en esta edad,
he querido que lo sean
servicios de mis pasados,
de que mostraros pudiera
hazañas que honran sus armas;
que no hay blasones sin ellas.
Seré vuestro, ¡vive Dios!,
conociendo la excelencia
de vuestras partes y viendo
que no me valió el no verlas,
pues, si así puedo decirlo,
con invención mis estrellas
me han traído a vuestra casa
y adonde por fuerza os vea.
CELIA:
¿Guerra sois? ¿Qué maravilla
que vuestro talle me hiciera
guerra en el alma? Ahora bien;
lo que los cielos conciertan,
vanamente lo desvían
consejos y diligencias.
MARTÍN:
Dígame vuesa merced,
pues nuestros amos se enredan,
las partes de su persona.
INÉS:
Inés soy.
MARTÍN:
¿Inés a secas?
INÉS:
¿No basta Inés?
MARTÍN:
Para propia
basta y sobra; pero sepa
que está el mundo en un estado
que la más pobre doncella
ha menester tantas galas
como si nacido hubiera
heredera de una casa.
¡Cuerpo de tal! ¿No pudieran,
como quitaron las calzas,
quitar manteos de tela?
En tiempo del Rey Segundo
--ansí las cosas se aumentan--
hubo mantos de burato
y medias de carisea.
¿Cómo ha de casarse un hombre
si una mujer trae a cuestas
todo el dote en una tarde?
INÉS:
¿Quiere que le diga que ésta
es la edad más acertada?
MARTÍN:
¿Cómo?
INÉS:
Una mujer no llega
a la mitad de la edad
de un hombre, pues si se cuenta
por la mitad que ellos viven,
¿no será justo que tenga,
lo poco que dura hermosa,
galas con que lo parezca?
Un hombre, aunque esté más viejo,
se viste como si fuera
mozo; pero una mujer
¿qué se pone en siendo vieja?
Sin esto, el darles manteos
no pienses tú que es por ellas;
mas por honrar el lugar
donde la Naturaleza
les dio el ser que tienen de hombres,
que si no, no le tuvieran.
MARTÍN:
En mi vida pensé oír
cosa tan aguda y nueva.
Y agora caigo en la causa
por que doran con mil ruedas
los lazos de las guitarras.
INÉS:
¿Cómo?
MARTÍN:
Porque se gobiernan
las voces por donde el aire
sonoro en el centro suena.
Yo, Inés, me llamo Martín,
hijo de una honrada dueña,
que, andando sobre mi nombre
en demandas y respuestas,
desde una jaula que estaba
acaso sobre una mesa,
respondió un tordo: "Martín."
INÉS:
Bien dijo, para que sea,
como de tordo, el "Martín"
pronóstico de tu lengua.
Sale LISEO, criado
LISEO:
De dos sillas de este tiempo,
en que van a la jineta
las damas, que con los coches
divorcio hicieron por ellas,
si no me engaña la traza,
ama y criada se apean
y, preguntando por ti,
piden para entrar licencia.
CELIA:
Ya que fuiste necio, di
que entren.
JUAN:
Y yo con la vuestra
me voy.
CELIA:
Con cuidado quedo.
JUAN:
Bien podéis, pues que se queda
todo cuanto soy con vos.
MARTÍN:
Advierte, Inés, que me tengas
por lo que soy.
INÉS:
Y tú a mí
por más bellaca que necia.
Vanse don JUAN, MARTÍN, y LISEO.
Salen doña CLARA
y JULIA, criada
CLARA:
Debo de haber estorbado
tan buena conversación.
CELIA:
Las que yo tengo no son
de gusto ni de cuidado;
si bien tal vez visitada
de estos deudos caballeros.
CLARA:
Deseaba conoceros.
CELIA:
Eso me diréis sentada.
Siéntense
CLARA:
Desde una Pascua que os vi
en la Merced, os cobré
grande afición.
CELIA:
Que os hablé
me acuerdo.
CLARA:
Puesto que os di
palabra de visitaros,
mudar casa no me dio
lugar.
CELIA:
Recibiera yo
merced de veros y hablaros.
¡Qué bien tocada venís!
CLARA:
Antes vengo descuidada.
CELIA:
Así el descuido me agrada.
CLARA:
Vos lo veréis si me oís,
que más que cabellos veis
me traen celos de vos.
CELIA:
¿De mí?
CLARA:
Sí.
CELIA:
¡Válgame Dios!
¿Celos, y de mí, tenéis?
CLARA:
Pues ¿de quién con más razón?
CELIA:
¿Sabéis mi nombre?
CLARA:
Mis celos,
Celia, nacen de esos cielos;
que celos y cielos son.
CELIA:
¿Son requiebros o son celos?
CLARA:
Celos y requiebros son;
que ese talle y discreción
juntaron celos y cielos.
CELIA:
Si os ha querido picar
algún galán mentecato,
de estos que andan en retrato
que no se puede mudar,
no sé cómo me buscó,
que suelo ser recatada.
CLARA:
No habéis de escuchar cansada.
CELIA:
Sentada os escucho yo.
CLARA:
Don García, que yo creo
que no negaréis el nombre,
caballero, gentilhombre,
puso en mi talle el deseo.
Mirad cuán poco rodeo
lo que he venido a deciros.
Papeles, noches, suspiros
rindieron mi condición,
porque ya sabéis que son
de nuestra flaqueza tiros.
Su gala, su bizarría,
su discreción, su donaire,
aquel despejo, aquel aire,
gracia, lustre y valentía
bien serán disculpa mía,
que no sé yo qué mujer
se pudiera defender
de un hombre de tantas partes,
sobre las industrias y artes
con que nos hacen perder.
Finalmente, no contento,
como mozo de esta edad,
de una sola voluntad,
o porque su pensamiento
no aspiraba a casamiento,
o, la más cierta razón,
el faltar la estimación,
si llega a trato el empleo;
que se desmaya el deseo
en viendo la posesión,
comienza a mostrar disgusto,
y el gusto en desdén resuelve,
que, cuando la espalda vuelve,
cobarde batalla el gusto.
CLARA:
Mas, viendo que no era justo
dejarme tan obligado,
de tal manera a mi lado
las noches amanecía
que Amor vergüenza tenía
de verse a su lado helado.
Con esto, quise saber
la causa; que claro estaba
que hombre a quien mujer helaba
abrasaba otra mujer.
No fue difícil de ver,
pues yo propia entrar le vi
en vuestra casa; que fui
la misma que le siguió,
porque no fïara yo
mi mal menos que de mí.
A quien de tal discreción
dotó el cielo, Celia mía,
basta decir que García
me tiene esta obligación.
Que entre no será razón
en vuestra casa, y conviene
a vuestro honor, porque tiene
gracias que os han de engañar;
que del mucho confïar
la mucha deshonra viene.
CELIA:
Yo os he escuchado, y querría
que me escuchásedes vos.
INÉS:
No podréis hablar las dos.
Dejadlo para otro día,
que viene aquí don García.
CELIA:
Allí os podéis retirar;
que no os puedo asegurar
mejor que hablando con él.
CLARA:
Vengadme de este cruel.
Escóndense CLARA y JULIA.
Sale don GARCÍA
GARCÍA:
¿Puedo entrar?
CELIA:
Podéis entrar.
GARCÍA:
Dos sillas he visto aquí.
¿Venís de fuera o vais fuera?
CELIA:
Pasó el tiempo que pudiera
daros relación de mí.
La que ahora os puedo dar
es que no pongáis los pies
en esta casa.
GARCÍA:
¿Después
que en ella merezco entrar?
No sé que diese ocasión
que ansí incite vuestra ira,
si no es que alguna mentira
me ha puesto en mala opinión.
CELIA:
Aquí no hay que replicar,
don García; estad seguro
que el honor que yo procuro
no me le habéis de quitar;
y a tanta resolución
el iros es la respuesta.
GARCÍA:
Bien clara se manifiesta
la siniestra información.
Yo me iré, no solamente
de vuestra casa, señora;
que os prometo desde agora
no volver eternamente
a Madrid, donde nací.
CELIA:
Agora un mozo galán
en Génova o en Milán
está mejor.
GARCÍA:
Es ansí,
que también yo tengo honor,
y nadie, por singular
que sea, me ha de tratar
con tan áspero rigor.
Una bala de un francés
tendré por menos agravios
que escuchar de vuestros labios,
"No pongáis aquí los pies."
Mandad, Celia, que me den
esos papeles, no sea
mi desdicha que los vea
alguno que os quiera bien
y se burle, venturoso,
de un hombre tan desdichado.
CELIA:
De aquel contador dorado
saca, Inés, con un celoso
listón atados en él,
de este galán los papeles.
Vase INÉS
GARCÍA:
A desdenes tan crüeles,
Celia, paciencia crüel,
que sólo me ha de vengar
Milán de vos y de mí.
CELIA:
¡Qué humildad!
Vuelve INÉS con los papeles
INÉS:
Ya están aquí.
CELIA:
Pues bien se los puedes dar.
--Esa carga de mentiras
lleve por fieltro a Milán
vuesa merced.
GARCÍA:
¿Aun no están
satisfechas tantas iras?
¿Qué es de un retrato que os di?
CELIA:
Ese naipe en medio está;
baraje y luego saldrá,
y dele a Clara por mí.
GARCÍA:
Ya con Clara se declara
la causa; mas no será
de Clara, pues roto está.
Rompa el retrato
CELIA:
¿Qué os ha hecho vuestra cara
que la habéis tratado ansí?
GARCÍA:
Aunque ya no me aprovecha,
desmiento vuestra sospecha
para que se quede aquí.
Vase
CELIA:
No quedará, porque yo
sabré arrojarle a la calle.
Arrójale, y salgan CLARA
y JULIA
CLARA:
Quien así supo tratalle
mayores celos me dio.
¿No me diérades a mí
los pedazos?
CELIA:
¿Para qué?
CLARA:
¿Enfadada estáis?
CELIA:
No sé.
Vase CELIA
CLARA:
Perdonad si os ofendí.
JULIA:
Oye, hidalga.
INÉS:
¿Qué me quiere?
JULIA:
Lo que es Martín, no entre acá...
INÉS:
¿También ella?
JULIA:
¡Bueno está!
O su San Martín espere.
INÉS:
¿Hay papeles o retrato
que me pida, a imitación
de su ama?
Vase
JULIA:
Es tentación;
que si el cabello arrebato
no le ha de quedar...
CLARA:
No más.
¿No miras que estoy aquí?
¡Qué bien los celos fingí!
JULIA:
Buena cadena tendrás
si Celia no se divierte.
CLARA:
Celos son como sangrías,
que en ocasiones y días
o dan la vida o la muerte.
Éntrense,
y salgan don JUAN y MARTÍN
JUAN:
No he sabido defenderme.
MARTÍN:
Donde la ocasión es tanta,
¿qué valor tuviera fuerzas,
qué entendimiento bastara?
Fuero de eso, allí te trujo
la Fortuna, que se encarga
tal vez de ayudar a Amor,
y su tercera se llama.
JUAN:
Yo me he de perder por Celia.
MARTÍN:
Perdido te imaginaba;
porque no hay, después de verla,
sagrado para las almas.
Alza los pedazos del retrato
JUAN:
¿Qué es eso que miras?
MARTÍN:
Miro
lo que unos hombres se hallan
y lo que otros pierden.
JUAN:
¿Cómo?
MARTÍN:
A la puerta de tu dama
he hallado una rica joya.
JUAN:
¿Joya?
MARTÍN:
Una sota de espadas.
JUAN:
Nunca faltan donde hay sotas.
MARTÍN:
Media es no más. ¡Cuál estaba
de desgraciado y perdido
el que te rompió, borracha!
¡Vive Dios, que era retrato,
y está aquí la media cara!
No estaba seguro el dueño
con la sota a las espaldas.
JUAN:
Muestra. ¿Retrato rompido,
y a esta puerta?
MARTÍN:
¿Si eres causa
por haber entrado aquí?
JUAN:
Que riñeron cosa es clara,
y que Celia le rompió
y le echó por la ventana.
MARTÍN:
Antes es ventura tuya,
si con alguno baraja,
que, pues él rompe los naipes,
ya perdió lo que tú ganas.
JUAN:
Celos me ha dado.
MARTÍN:
¿De qué?
JUAN:
No sé. Si entero le hallaras,
presto nos dijera el dueño.
MARTÍN:
Esta media parte basta.
JUAN:
Pues ¿podráse conocer?
MARTÍN:
Si por las calles que andas
le cotejas con los hombres,
vendrás a hallarle sin falta.
JUAN:
Eso es tardar muchos días,
y los celos nunca aguardan.
MARTÍN:
Un remedio.
JUAN:
¿Cómo?
MARTÍN:
Escucha.
De Celia es cosa muy clara
que si es galán, será mozo;
de éstos no digamos nada,
que el uso tiene disculpa.
Estos, don Juan, nunca faltan
de la comedia, si es nueva.
Hoy estrenan una brava,
en que la carpintería
suple concetos y trazas.
Pongámonos a la puerta,
pues ya es hora de que salgan;
que aquí hay un ojo y la media
frente con quedeja larga,
y no poco del bigote.
Si te parece que basta,
toma esa esquina y coteja.
Salgan FULVIO y DARIO
FULVIO:
¡Buena comedia!
DARIO:
¡Extremada!
FULVIO:
Por cierto que es mucho hallar,
después de haber hecho tantas,
trazas y concetos nuevos.
Hablan los dos aparte
JUAN:
¿Es alguno de éstos?
MARTÍN:
Calla,
que voy bosquejando el rostro.
JUAN:
Aquí salen dos tapadas.
MARTÍN:
No será ninguna de ellas.
JUAN:
¿Cómo, si no tienen barba?
Salgan DAMA 1 y
DAMA 2 con mantos
DAMA 1:
¡Oh, qué gracioso entremés!
DAMA 2:
¡Qué bien Amarilis habla!
DAMA 1:
¡Qué bien se viste y se toca!
Vanse las dos DAMAS.
Salen PERSEO y ALBANO
PERSEO:
No he visto cosa más rara
que las décimas que dijo
con tales [a]fectos Arias.
ALBANO:
Laurel mereció Cintor
por el donaire y la gracia
con que dijo aquel soneto.
Vanse PERSEO y ALBANO
JUAN:
Ninguno de éstos le iguala.
MARTÍN:
Ya los miro y, como tiene
este naipe media cara,
no le hallo la otra media.
JUAN:
¡Ah, Martín! ¿De qué te espantas?
Si como entera la buscas,
buscaras también dos caras,
yo sé que le parecieran
muchos que con ellas andan.
De media no hay que buscar.
Salga don GARCÍA
MARTÍN:
Aquí un gentilhombre pasa
que viene a ver cómo salen
del jaulón las bellas damas.
Y ¡vive Dios! que es él mismo.
JUAN:
Muestra. Al vivo le retrata.
Los celos me determinan,
por lo que me dice el alma...
MARTÍN:
¿A qué?
JUAN:
A hablarle.
MARTÍN:
¿Cómo?
JUAN:
Espera.
--Casi a vuestros pies estaba
este retrato; si bien
roto, puede haceros falta.
GARCÍA:
Éste fue retrato mío,
que le rompí esta mañana
en casa de una mujer
tan hermosa como ingrata.
Es tan mudable y soberbia
que, sin razón, hoy me manda,
o por locura o por celos,
que no entre más en su casa.
El haberle hallado aquí
puede ser que de la manga
se le cayese, si vino
a la comedia.
JUAN:
¿Que es tanta
la crueldad que usa con vos?
GARCÍA:
Si condición tan extraña
hubiera desconocido,
yo sé que no os espantara.
Si os parece que merezco
algún favor, que sin causa
me destierre de sus ojos
y me obligue a que me vaya
del mundo, que no es huir
de sus mudanzas a Italia,
por no sufrir condición
tan áspera y tan liviana,
que es tornasol de su gusto,
que como a un tiempo señala
dos colores, así Celia
a un tiempo aborrece y ama.
Díjeos el nombre; no importa,
pues no sabéis de quién hablan
mis celos o mis desdichas,
que me llevan a las armas
del de Feria, que en Milán
honra su nombre y su patria.
Donde tengo por mejor
que de algún francés la bala
me pase el pecho que el fuego
de sus airadas palabras.
Perdonad si cuenta os di,
sin conoceros, que pasan
de locura mis fortunas
por una mujer tan varia
que hoy busca, mañana deja,
y lo que deja mañana
vuelve a buscar otro día;
luna de enero en mudanzas,
sol de invierno, flor de almendro,
falso amigo, mar en calma,
mujer sola, siempre ociosa,
y rica y loca, que basta.
Vase
JUAN:
¿Qué te dice?
MARTÍN:
Que hablan celos.
JUAN:
Martín, cuando celos hablan
muy lindas verdades dicen,
que es vino que no las calla.
No más Celia.
MARTÍN:
Pues ¿por qué?
JUAN:
Porque éste me desengaña,
y escarmiento en su cabeza.