Atalaya de la vida humana/Libro III/VII
VII
Después de haber entrado Guzmán de Alfarache a servir a una señora, la roba. Préndenlo y condénanlo a las galeras por toda su vida
Tanta es la fuerza de la costumbre, así en el rigor de los trabajos, como en las mayores felicidades, que, siendo en ellos importantísimo alivio para en algo facilitarlos, es en los bienes el mayor daño, porque hacen más duro de sufrir el sentimiento dellos cuando faltan. Quita y pone leyes, fortaleciendo las unas y rompiendo las otras; prohíbe y establece, como poderoso príncipe, y consecutivamente a la parte que se acuesta, lleva tras de sí el edificio, tanto en el seguir los vicios, cuanto en ejercitar virtudes. En tal manera que, si a la bondad se aplica, corre peligro de poderse perder fácilmente y, juntándose a lo malo, con grandísima dificultad se arranca. No hay fuerzas que la venzan y tiene dominio sobre todo caso. Algunos la llamaron segunda naturaleza, empero por experiencia nos muestra que aún tiene mayor poder, pues la corrompe y destruye con grandísima facilidad. Si amargo apetece, con tal artificio lo conserva y enduza, que, como si tal no fuese, lo vuelve suave. Y acompañada con la verdad es el monarca más poderoso y su fortaleza inexpugnable. ¿Quién sino ella hace al pobre pastor asistir en los desiertos campos, en la hondura de los valles, en las cumbres de los empinados montes y sierras, contra las inclemencias del riguroso invierno, sufriendo tempestades, continuas pluvias, vientos y aires, y en el verano, riguroso sol que tuesta los árboles, abrasa las piedras y derrite los metales? Y siendo su fuerza tanta, que hace domesticarse las fieras más fieras y ponzoñosas, refrenando sus furias y mitigando sus venenos, el tiempo la gasta, con él se labra y sólo a él se sujeta. Porque para con él son sus telas de araña, hechas contra un elefante; que si ella es poderosa, él es prudente y sabio. Y como el ingenio suele sobrepujar a todas humanas fuerzas, así el tiempo a la costumbre. Sigue la noche a el día, la luz a las tinieblas, a el cuerpo la sombra. Tienen perpetua guerra el fuego con el aire, la tierra con el agua y todos entre sí los elementos. El sol engendra el oro, da ser y vivifica. Desta manera sigue, persigue y fortalece a la costumbre. Hace y deshace, obrando sabiamente con silencio, según y por el orden mismo que acostumbra ella con las continuas gotas cavar las duras piedras. Es la costumbre ajena y el tiempo nuestro. Él es quien le descubre la hilaza, manifestando su mayor secreto, haciendo con el fuego de la ocasión ensaye de sus artes; con experiencia nos enseña los quilates de aquel oro y el fin adonde siempre van sus pretensiones encaminadas, y quien comigo no tuvo alguna misericordia, pues en breve hizo público lo que siempre con instancia procuré que fuese oculto.Pues no se me olvida que hartas veces me decían y supe de algunas cosas muy secretas, que, por serlo tanto, cuando después trataba dellas con sus dueños mismos, aconsejándolos o corrigiéndolos en ellas, entendían de mí que debía saberlo por divina revelación. Y así lo daba yo a entender por indirectas, ganando con aquello grandísima reputación, en especial con mujeres, que tras esto y gitanas corren como el viento, fáciles en creer y ligeras en publicar, de cuyas bocas iban esparciéndose más mis alabanzas. Hartas y muchas veces, cuando algún pobre se quiso valer de mí, como tenía tanta y tal reputación, pedía limosna públicamente para él a los que me conocían y, juntando mucho dinero, le daba muy poco, quedándome con ello: quitaba para mí la nata y dábales el suero. Si quería hacer alguna bellaquería, lo primero que para ello procuraba era prevenirme de una muy hermosa y grande capa de coro con que cubrirla, para mejor disimularla con santidad, con sumisión, con mortificación, con ejemplo, y asolaba por el pie cuanto quería.
Si no, vedlo agora con cuánta facilidad engañé a este santo. Y no fue sólo este daño el que hice; mas otro mayor se siguió, que fue dejarle falida la opinión. A lo menos pudiéralo quedar, cuando tan bien zanjada no la tuviera. Que instrumento había yo sido y causa tuve dada de harto perjuicio contra su buena reputación. Asentóme con aquella señora, creyendo de mí que la sirviera con toda fidelidad según pudo presumirse de los actos que mostré de tanta perfeción. Diome mucho crédito con el abundante caudal del suyo. Recibióme con voluntad en su servicio, fióme su hacienda y familia, diome un muy honrado aposento, regalada cama y todo servicio. Acaricióme, no como a criado, mas como a un deudo y persona de quien creía que le haría Dios por mí muchas mercedes. Pedíame algunas veces le rezase un Avemaría por la salud y buen suceso de su esposo. Respondíale a todo como un oráculo, con tanta mortificación, que le hacía verter lágrimas.No me cogió tan desnudo este día, que me faltasen dineros con que sustentar la tela y hacer la guerra. Mas es la cárcel de calidad como el fuego, que todo lo consume, convirtiéndolo en su propria sustancia. Largas experiencias hice della y por mi cuenta hallo ser un molino de viento y juego de niños. Ninguno viene a ella que no sea molinero y muela, diciendo que su prisión es por un poco de aire, un juguete, una niñería. Y acontece a veces traer a uno déstos por tres o cuatro muertes, por salteador de caminos o por otros atrocísimos y feos delitos. Ella es un paradero de necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo, prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, infierno breve, muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos donde cada uno grita y trata de sola su locura. Siendo todos reos, ninguno se confiesa por culpado ni su delito por grave. Son los presos della como la parra de uvas, que, luego que comienzan a madurar, cargan avispas en cada racimo y sin sentirse los chupan, dejándole solamente las cáscaras vacías en el armadura, y, según el tamaño, así acude la enjambre.
Cuando traen a uno preso, le sucede lo proprio. Cargan en él oficiales y ministros hasta no dejarle sustancia. Y cuando ya no tiene qué gastar, se lo dejan allí olvidado. Y esto sería menos mal, respeto de otro mayor que acostumbran, dándole luego con la sentencia, como a pobre, dejándolo perdido y desbaratado. Luego como lo entregan al primer portero, en la puerta principal de la calle le hacen el tratamiento que su bolsa merece; que aquel portero hace como el que compra, que nunca repara en la calidad que tiene quien vende, sino en lo que vale la cosa que le venden. Así él, no se le da un real que sea el preso quien fuere; sólo repara en lo que le diere. Cuando el caso no es de calidad ni tiene pena corporal que nazca de atrocidad, como sería muerte, hurto famoso, pecado feo y otros cuales aquestos, déjanlo andar por la cárcel, habiéndoselo pagado.Era mi prisión primera, hasta que diera fianzas de estar a derecho por aquella deuda. Ya me conocían. Todos nos entendíamos. Éramos camaradas. Contentélos y quedéme abajo con ellos; aunque siempre tuve ojo a si pudiese con buen seguro coger la puerta y esperaba mejor comodidad para hacerlo. Mas desde que asomé por vistas de la cárcel y después de ya dentro della, estuve rodeando de veinte procuradores, que con su pluma y papel escrebían mi nombre y la causa de mi prisión, facilitándola todos. El uno decía ser su amigo el juez, el otro el escribano, el otro que dentro de dos horas haría que me diesen en fiado. Decía otro que mi negocio era cosa de burla, que por los aires me haría soltar luego con seis reales. Cada uno se hacía señor de la causa y decía pertenecerle: aquéste, porque me acompañó desde que me vio traer preso y se previno comigo del negocio; aquél, porque yo le rogué que me fuese a llamar a un mi amigo escribano, allí junto a la cárcel; otro, porque fue quien primero escribió y tenía ya hecha petición para el teniente. Mas de todos ellos entre mí me reía, porque los conocía y sabía su trato, que sólo viven de coger de antemano lo que pueden y después con dos yuntas de bueyes no les harán dar paso. Y hubo alguno dellos que, teniendo poder para defender a un ladrón, entró a pedirle dineros para hacer el interrogatorio, después de rematado a las galeras.
Estando altercando todos cuál había de procurar mi negocio, entró rompiendo por ellos, confiado y hecho señor dél, cierto procurador que antes lo había sido mío en las causas criminales, y dijo:
-¿Acá está Vuestra Merced?
Díjele que sí, pues me habían preso. Y díjome:
-¿Pues qué ha sido la causa?Y cuando se la hube dicho, respondióme:
-Ríase Vuestra Merced dello y calle. ¿Tiene ahí algún dinero que llevemos a el escribano y daré luego petición al teniente para que le mande soltar con fianzas de la haz? Y si no lo proveyere, lo llevaremos a la sala mañana y esos señores lo mandarán luego. Yo hablaré a uno dellos, que es gran señor mío, y no estará Vuestra Merced aquí a mediodía.
Cuando los otros oyeron esto, dijeron que qué o qué gentil manera de dar petición.
-¡Estamos aquí veinte hombres dos horas ha trabajando en el negocio y viénese agora muy de su espacio a querer escrebir en él!
Mi procurador les dijo:
-Señores, aunque Vuestras Mercedes hubieran escrito en él dos meses ha, en llegando yo había de ser negocio mío, que aqueste caballero es muy mi grande amigo y despáchole yo sus negocios todos. Bien pueden irse con Dios y dejarlo.
Ellos, cuando le oyeron, replicaron:
-¡Oh qué lindito, qué gentil manera de negociar y qué buena flor se porta y con qué nos viene agora, sus manos lavadas, a querer llevar la causa! Váyase norabuena, que aqueste caballero verá la razón y dará su poder a quien quisiere. No tengamos aquí voces.Él que sí, los otros que no, asiéronse de manera que se vinieron a decir quiénes eran, sin dejar mancha por sacar y la manera con que robaban a los presos. Que fue un coloquio para quien los oyó de mucho entretenimiento, por ser de verdades, representado al vivo. Y es trato común suyo éste de cada hora y con cada preso. Ya, cuando los hubieron metido en paz, me llegué a mi dueño viejo y pedíle que acudiese a lo necesario, que yo lo pagaría. Dile cuatro reales y no lo volví a ver en aquellos quince días. Bien sabía yo ya lo que había de hacer y que por sólo aquello venía, por asegurar la olla del día siguiente y tener con qué salir a la plaza; mas fueme forzoso elegirlo a él por temor que tuve, que, como sabía mis causas viejas, a dos por tres descornara la flor y me hiciera en dos horas juntar un ciento dellas. Y si así como así, o porque callase o porque procurase, le había de pagar, tuve por mejor que fuese mi procurador, aunque aquél no era negocio de muchas tretas y sólo consistía en dinero. Mas después, cuando me vinieron a encomendar por el embeleco, que se vinieron a juntar las causas, lo hube bien menester.
Ya iba el negocio de veras. Pasáronme arriba. Quisieron echarme grillos. Redimílos a dineros, pagué al portero a cuyo cargo estaban y al mozo que los echa. El escribano acudía; las peticiones anduvieron; daca el solicitador, toma el abogado, poquito a poquito, como sanguijuelas, me fueron chupando toda la sangre, hasta dejarme sin virtud. Quedé como el racimo seco, en las cáscaras. A todo esto no es bien pasar en silencio lo que con mi dama me pasaba, pues cada mañana luego en amaneciendo llovía sobre mí el mana. En ella hallaba mi remedio, proveyéndome de todo lo necesario. Y en el rigor de mi prisión, habiéndome sentenciado el teniente a galeras, me envió una carta que, por ser donosa, me pareció hacer memoria della y porque también es bien aflojar a el arco la cuerda contando algo que sea de entretenimiento. Decía desta manera:Aquésta mantuvo la tela todo el tiempo de aquel trabajo. Porque los gastos eran muchos y, por mucho que había recogido, todo se deshizo como la sal en el agua. También mi madre, cuando vio mi pleito mal parado, díjome que la robaron y, a lo que yo entendí, fue que se quiso quedar con ello. Fueme forzoso hacerme con los demás y andar a el hilo de la gente. Mi pleito anduvo. El dinero faltó para la buena defensa. No tuve para cohechar a el escribano. Estaba el juez enojado y echóse a dormir el procurador. Pues el solicitador, ¡pajas! Ya no había sustancia en el gajo. Fuéronse las avispas. Dejáronme solo. Confirmaron la sentencia, con que los azotes fuesen vergüenza pública y las galeras por seis años.
Cuando me vi galeote rematado, rematé con todo al descubierto. Jugaba mi juego sin miedo ni vergüenza, como esclavo del rey, que nadie tenía ya que ver comigo; pero muy consolado que también a mi camarada Soto lo condenaron a lo mismo y salimos en una misma colada. Y, si como estuvimos en la prisión juntos y en un calabozo y pasamos la misma carrera, quisiera que nos conserváramos, a él y a mí nos hubiera ido mejor, mas, como verás adelante, salióme zaino. Era muy gentil aserrador de cuesco de uva. Siempre había de ser su taza de profundis, que hiciese medio azumbre. Y esto lo descompuso en el ansia; que, por haberse puesto a orza, cantó llanamente a las primeras vueltas.