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NTRETANTO los mauritanos, que habían renunciado ya á invadir la Península española, eran atacados en su propio territorio, y con creciente ardor, por los españoles. Luis del Mármol refiere, tomándolo de los historiadores africanos, que en 1263 envió D. Alonso de Castilla una armada contra Salé, abrigo ya de piratas berberiscos, la cual tomó y destruyó la ciudad fácilmente; pero sobreviniendo de improviso el primero de los Benimerines Abu-Yusuf ó Jacub, tuvo, como queda dicho, infeliz resultado la expedición castellana, quedando muertos ó cautivos muchos de los que la componían, y teniendo que reembarcarse precipitadamente el resto para España. Más afortunada fué otra expedición que, según el propio Luis del Mármol, hizo por los años de 1400, reinando D. Enrique III, la armada de Castilla. Tetuán, ciudad antigua que había formado parte del imperio romano y godo, estaba muy poblada á la sazón por causa de los navios de corsarios que se armaban en la desembocadura del río Cuz ó Martín que la baña, y de allí salían luego á correr y robar la costa de Europa. Padecían más que otras ningunas, como era natural, las de España, y una armada de Castilla acabó con tales piraterías entrando en el río, cautivando á casi todos los moradores de la ciudad y destruyéndola de manera que estuvo despoblada noventa años[1]. Luego al fin las reliquias de los godos vencidos en Guadalete y refugiados en las montañas de Aragón y de Asturias, acabaron la laboriosa obra de ocho siglos, expulsando á los muslimes de la Península. Ya hacía bastante tiempo que Portugal no tenía moros fronterizos cuando con la conquista de Granada dejó también de tenerlos Castilla, algunos años antes de terminar el siglo xv. Fijáronse al principio las miradas de las dos naciones peninsulares en África. En 1496 el duque de Medinasidonia tomó posesión de Melilla, que abandonaron los moros al divisar su escuadra; y poco después, Gonzalo Mariño de Ribera, alcaide por el duque de aquella plaza, se apoderó en la misma costa del lugar de Cazaza, cinco leguas distante. Las fustas de Vélez de la Gomera hacían, por el propio tiempo, mucho daño en la costa de Granada, como lo tenían de costumbre. Salió el conde Pedro Navarro, general de nuestra armada, en su alcance; ganó algunas fustas, dio caza y corrió á las demás hasta llegar á la isla que está enfrente de Vélez, acogida ordinaria de corsarios. La fortaleza de aquella isla que llamaban el Peñón estaba guardada por doscientos moros, los cuales, por entender que el conde quería saltar en tierra y combatir á Vélez, la desampararon. Vista esta ocasión Pedro Navarro se apoderó sin dificultad del castillo, desde donde azotaron los castellanos con su artillería á los moros que habitaban la ciudad[2], hasta obligarles á entrar en conciertos, y que les facilitasen cuanto necesitaban. Opusiéronse á los proyectos del católico los reyes de Portugal, que miraban con temor y celos nuestro engrandecimiento por aquella costa, y en el ínterin, como no tenían otras empresas vecinas de sus Estados, consiguieron mucho mayores frutos que los monarcas españoles, ayudándoles éstos generosamente, á pesar de los celos, en algunas ocasiones, como cuando Pedro Navarro impidió con su armada que tomasen los moros á Arzila. Tal vez los portugueses habrían hecho en África lo que hicieron del lado allá los vándalos y ben-umeyas y en la parte de acá los almorávides y almohades, que fué juntar bajo un propio cetro entrambas orillas del Estrecho, si al cabo el descubrimiento de las Indias occidentales no encaminase á otro fin su esfuerzo y fortuna, apartándolos de Fez, que podían considerar como reino propio. Ya queda dicho que ganaron á Ceuta, y sin gran dificultad por cierto, porque arruinadas sus fortificaciones fué casi abandonada, como Melilla, por los moros, apenas divisaron la armada que gobernaba el rey don Juan I con sus hijos los infantes D. Duarte, D. Pedro y D. Enrique, y los soldados portugueses entraron revueltos en la ciudad con los pocos que habían pretendido impedir el desembarco. Menos fortuna tuvieron, como ya hemos indicado también, las armas portuguesas en Tánger, en cuya plaza desembarcaron con catorce mil hombres los infantes D. Enrique y D. Fernando, reinando ya D. Duarte, su hermano. Acudió una turba innumerable de moros á libertar la plaza sitiada, y estrechados los portugueses entre los muros de ésta y el ejército de socorro, tuvieron que capitular y reembarcarse, dejando al infante D. Fernando en rehenes de que se devolvería la plaza de Ceuta. Negáronse los portugueses á ratificar aquella capitulación desdichada, y al morir el rey D. Duarte dejó aún en poder de los moros á su hermano, y tratado por ellos como esclavo. «Viéronle los suyos, dice Faria y Sousa, cargado de hierros, ser mozo de caballos; y viéronle muerto, colgado de una almena de los muros de Fez». Tocóle la venganza de tanto desastre á D. Alonso V, aquel desgraciado pretendiente de Castilla vencido por los Reyes Católicos, y en su tiempo se hicieron los portugueses temibles en África. Con doscientos bajeles y grande ejército de desembarco amenazó este príncipe á Tánger y fué á caer sobre Alcázar-el-Zaguer, puerto importante y próximo á Tánger, que tomó por asalto, sin que Muley Xeque, que regía en Fez, pudiera recobrarlo en dos asedios; antes bien, en una salida fué muy mal tratada de los portugueses su gente. Tras esto embistió con diez mil hombres á Anafe ó Anafa, ciudad sobre el Atlántico, y la quemó, saqueó y dejó desmantelada. Continuando sus empresas por aquella costa desembarcó con treinta mil hombres en Arzila, y también la tomó por asalto, con estrago tan grande de los moros y tal terror en África, que Tánger abrió sus puertas á los portugueses apenas se presentaron otra vez delante de sus muros, abandonada por toda la gente de armas. Desde entonces ya no halló valladar la potencia portuguesa en muchos años. Rindiéronse á sus armas la plaza importante de Azamor, que conquistó D. Jaime, duque de Braganza, con un ejército de diez y seis mil peones y mil doscientas lanzas, y luego Mazagán y Safi, más que por fuerza de armas por astucia y tratos con los naturales, y además grandes territorios y multitud de pequeños lugares y fortalezas, y no pocos reyezuelos y xeques moros de los que gobernaban como independientes, se hicieron sus tributarios. Para tales empresas y conquistas llegaron á contar los portugueses no sólo con su poder, sino más todavía con la ayuda y favor de los mismos moros, que en número de diez y seis mil jinetes y doscientos mil soldados de á pie, los servían y fieramente peleaban contra sus propios hermanos; tan grande era la discordia que favorecía entonces en Mauritania los progresos de las armas cristianas. Un cierto Yahya, natural de Safi, era el caudillo de los moros sometidos, el cual se pasó á los portugueses por odio á los suyos, y tomando partido con ellos llegó á merecer con su fidelidad y valor que el rey D. Manuel I, que á la sazón regía á Portugal, le nombrase por capitán general de sus ejércitos. Y bien puede ser esta una muestra más de cuan divididos anduviesen entonces los ánimos de los africanos, y cuan oportuna ocasión se desperdició entonces de reducir todo el Mogreb al cristianismo y á la obediencia de los reyes de España. Lográbanse, como era natural, con gran facilidad las conquistas. Luis del Mármol afirma que el conde de Alcoutín, D. Pedro de Meneses, llegó á dominar la costa entre Ceuta y Tetuán; de tal suerte, con salidas y correrías, que esta ciudad, que acababan de reedificar los moros fugitivos de Granada, volvió á quedarse casi desierta. De este conde de Alcoutín, dice en su Epítome Faria y Sousa, «que gobernaba en Ceuta, y que con ciento y cuarenta lanzas, sin perder una, dejó tendidas en la playa africana doscientas, embistiendo un ejército de diez mil hombres con que corrían la campaña los hermanos del rey de Fez». El almocaden Diego López con veinte lanzas portuguesas y cuatrocientos moros tributarios, volando por todo el campo, llamó con sus armas á las puertas de Marruecos; y hubo, además, un D. Alonso de Noroña que tomó muchos aduares grandes; un D. Juan Coutiño, general de Arzila, que derrotó un ejército de Fez, y otros muchos capitanes portugueses que llevaron á cabo empresas dignas de eterna memoria. Tal vez la Providencia no depare una ocasión tan oportuna como fué aquella para sentar en África el dominio europeo.





  1. Véase el libro iv del segundo volumen de la Descripción general de África.— De nuestros historiadores, sólo en Gil González Dávila, en su Historia de Enrique III, capítulo 62, he hallado noticia de esta toma de Tetuán, pero evidentemente copiada de Mármol.
  2. Mariana, libro xxix.