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AS AGUAS del Mulucha ó Muluya, límite natural de la Argelia y del imperio de Marruecos, señalaron ya, según refiere Salustio, el fin de los dominios del númida Yugurta, y el principio de la Mauritania[2]. De aquí nació la alianza de Boco, rey de la Mauritania, con Yugurta, usurpador de Numidia; y el propio Salustio afirma que, antes de este suceso, ni Boco sabía del pueblo romano más que el nombre, ni éste había tenido noticia de aquel rey en paz ó en guerra. Boco imperaba en las partes septentrionales de África puestas al Occidente de Cartago y Numidia, entre el cabo de Ampelusia ó Espartel y el antedicho río Muluya; y como en este territorio, llamado entonces Mauritania, se haya fundado más tarde el actual imperio de Marruecos, no puede ser otro el rey de quien primero hable su historia. Bien fuera dar, sin embargo, alguna noticia de los primeros pobladores de la tierra, de sus hechos y guerras que mantuvieron; pero faltan datos claros y seguros, y no es lugar ni ocasión ésta para dilucidar las dudas que esa falta sugiere. Baste saber que ya en los tiempos de Yugurta y de Boco, la Mauritania estaba poblada de hombres perezosos en el cultivo, cuanto sueltos y propios para andar en campo huyendo ó peleando, según el trance y la fortuna: jinetes extremados, astutos, inquietos y despojadores de caminantes. Espectáculo ciertamente maravilloso el que ofrece lo pasado, cuando nos muestra naciones sujetas á unas propias calidades en tan largos días y bajo el imperio de tan diversos cultos y razas. «Región de pequeña estimación, decía ya nuestro Pomponio Mela[3], y que apenas de ella se conoce cosa señalada: habitada de aldeas y bañada de humildes ríos; más noble por la naturaleza de su suelo que por el valor de sus habitadores, con su flojedad desacreditados.» Y es seguro que con leer á éste y otros geógrafos é historiadores antiguos, pudo saber antes nuestro Mármol lo esencial de las costumbres de la parte de África que visitó tan laboriosamente, por lo mismo que lo que él nos dejó en su descripción podría excusar muchas investigaciones después de tres siglos. Mientras Cartago llena el mundo con su nombre, siendo teatro de tantas glorias primero, y de tan grandes desdichas al cabo; mientras el númida cruza los campos de Italia y España peleando en Cannas ó Numancia bajo tan distintas banderas, de Mauritania y sus hijos nadie oye hablar, ni se curan ellos tampoco de entender en otras cosas que las suyas propias. Ni tratan siquiera con Cartago ni con España, de donde los separa tan estrecho brazo de mar. Pero tráelos el acaso á figurar en la historia, y he aquí cómo desde los principios se muestran al mundo: no de otra suerte han solido mostrarse hasta ahora.

Boco, su rey, andaba empeñado en poseer cierta parte de Numidia, que juzgaba pertenecerle, según decía, por derecho de guerra. Gobernaba aquella nación Yugurta, casado con una hija de Boco; hombre no menos astuto que ambicioso, dotado también de gran constancia, y muy esforzado por su persona. Á éste movieron guerra los romanos para castigar la usurpación del trono, que con muerte de dos sobrinos suyos había conseguido. Estando la guerra tan vecina de sus Estados, no tardó el mauritano en enviar embajadores á Roma, los cuales no quiso recibir el Senado, quedando por averiguar su intento, y Yugurta, que acaso había logrado con oro y promesas el que en Roma, ya venal y corrompida, no fueran recibidos los enviados de Boco, comenzó entonces á procurar la amistad y alianza de éste con gran empeño. Obtuvo una y otra, no sin obligarse antes á ceder á Boco, como la tercera parte del territorio de Numidia; pero la extremidad en que Metelo, y luego Mario, traían puesta á Yugurta, pedía tanto sacrificio. Acude, pues, el mauritano en ayuda de su yerno, y enciéndese la guerra con mayor ímpetu que nunca, juntas las fuerzas de entrambos. Durante ella hubo ocasión en que, los caballos moros y getulios[4] de Boco, pusieron á punto de rota el campo romano: peleóse también con gran coraje no lejos de la ciudad de Cirta, distinguiéndose entre todos, los pelotones ó grupos de mauritanos, que tal era su ordenanza; mas todo fué inútil para quebrantar la disciplina de las cohortes y el valor y fortuna de Mario. Entonces Boco, vencido, pidió la paz á Roma. Disculpaba sus hechos con el menosprecio mostrado á sus embajadores, y con que los romanos hubiesen invadido aquella parte de Numidia que se había acostumbrado á mirar como propia. Era sobrado importante la amistad de aquel rey para que Roma no cuidara de adquirirla, y Yugurta, que en ella cifraba toda su esperanza, no había de perdonar cosa alguna para conservarla. Hubo, por lo mismo, largos tratos de una parte y de otra, inclinándose Boco, ahora al partido de su yerno, luego al de Roma; ganando Sila, mensajero de ésta, y Yugurta, á sus favoritos y confidentes. Solicitaban entrambos de Boco igual perfidia: el uno que poniendo preso á Sila, se lo entregase; el otro que llamando á Yugurta amistosamente, lo pusiese aherrojado en poder de la república. Tanto dudó el mauritano entre Sila y Yugurta, que la noche antes de ejecutar su postrera resolución, dicen que se puso á discurrir consigo, mudando de color y semblante, con diversos movimientos de cuerpo y ánimo, mostrando, aunque callaba, con las mudanzas del rostro, lo vario de sus pensamientos. Pero al fin venció Sila, y á la mañana siguiente, cuando el desarmado númida llegaba á verse con su suegro y aliado, fué preso por soldados que éste había puesto en celada, y entregado á Roma, que le castigó con muerte horrible. Boco alcanzó por este hecho la tercera parte de Numidia, y desde entonces las fronteras de su imperio se extendieron hasta el río Ampsagas. Antes que flaqueza ó inhabilidad, ha de verse en la conducta del rey mauritano, y en sus dudas y alternativas mudanzas, un propósito constante y una política tan acertada como infame. Propuesto á ganar territorio, juzgó que era el momento de conseguirlo aquél en que su deudo Yugurta andaba revuelto en guerra tan cruda, vendiendo su alianza al de los competidores que tal precio le ofrecieran. Con tal intento envió acaso su primera embajada á Roma; por haberlo conseguido de Yugurta le ayudó más tarde en la campaña, y Sila no logró acarrearlo á traición tan negra sin ofrecerle igual precio. Lo que dudaba era acaso quién sería mejor pagador, y no erró el cálculo por cierto; que Roma le dio largamente lo prometido.

Si sobre Boco hemos extendido por demás el relato, merced á las noticias que nos dejó Salustio, los hechos de sus sucesores son obscurísimos para todos. En la guerra yugurtina aparece un hijo de aquel rey llamado Volux, el cual mandaba la infantería mora en la jornada de Cirta, y sirvió de escolta á Sila en uno de sus mensajes. Pero la historia nada dice luego de este Volux, encontrándonos, por el contrario, al investigar las cosas de Mauritania, con los nombres de Bogud y de Boco. No está bien claro, á nuestro parecer, si éstas son variaciones de un propio nombre y de un mismo soberano sucesor del viejo Boco, ó si, muerto Volux sin reinar, heredó un nuevo Boco ó Bogud el trono de su padre; ni siquiera si estos últimos son nombres de dos hermanos que se repartieron el dominio de la Mauritania. Escritores muy respetables en nuestros días siguen esta última opinión, señalando al uno con el nombre de Boco II, la parte oriental, y al otro, con el de Bogud, la parte occidental de aquella región. Ello es, de todas suertes, que la monarquía mauritana no fué más desconocida para Roma. Hircio refiere[5] que durante la guerra de África entre pompeyanos y cesarianos, navegó Ceneius Pompeyo hacia las costas de Mauritania por consejo de Catón, y llegando á ellas con treinta bajeles y dos mil hombres, levantados de entre los esclavos fugitivos y los malhechores de la república, invadió los Estados del rey Bogud, que estaba á la parte de César. Pero habiendo peleado con poca fortuna delante de los muros de Ascurum con los moradores de la tierra, fué rota su hueste, y obligado á refugiarse en sus naves. El propio Hircio narra en otra ocasión, que Bogut, ó según otros copistas, Boccus, entró con el cónsul Sitius en los Estados de Juba, rey de Numidia, mientras éste se apartaba de ellos por ir á ayudar á Scipión contra César: que fué poderosa diversión, porque el númida se vio forzado á dejar la empresa, tornando precipitadamente á defender sus tierras. Hállanse también en las reliquias de algunos libros de Tito Livio confusas noticias sobre empresas y peligros de Bogud, y sobre sus tratos con Casio, que mandaba la armada de Pompeyo; pero lo cierto es que, acabadas las guerras civiles, la Mauritania aparece gobernada, como la Numidia, por Juba, hijo de aquel famoso enemigo de César, y por su hijo Tolomeo, aliados ambos de Roma, fundándose, al parecer, el cambio de partido en los favores que uno y otro debieron á Augusto.

En tiempo de este Tolomeo, aconteció el levantamiento y guerras africanas que Tácito tan por menor relata. Fué el caso que un númida, llamado Tacfarinas, hombre de gran corazón y de no escasas artes, prevalido de la flojedad del rey Juba y de lo dados que son aquellos naturales al latrocinio y á la guerra de asaltos y escaramuzas, levantó hueste crecida y acometió las provincias romanas colindantes, señaladamente la cartaginesa. Llamábase capitán de los musulanos, gente vigorosa, vecina á los desiertos de África, no acostumbrada á poblar ciudades; y logró que á la fama de sus hechos se juntaran con él los moros cercanos, con un capitán llamado Mazipa; Furio Camilo, procónsul de África, los derrotó en un combate, pero en vano; al año siguiente Tacfarinas arruinó villas é hizo grandes presas, sitiando al fin junto al río Págida una cohorte romana gobernada por Dedo, valentísimo soldado, el cual, herido y perdido un ojo, mostrábase fiero todavía al enemigo, no cesando de pelear hasta que dejó la vida; pero no pudo evitar tanto esfuerzo la rota de su gente. Más fortuna alcanzaron Lucio Apronio y su hijo, obligando á Tacfarinas á refugiarse en los desiertos, y el caudillo númida no cesó por eso en sus correrías; antes bien, llevó su audacia hasta el punto de enviar embajadores á Tiberio pidiéndole que le diese tierras en aquella provincia para poblar él y su ejército, y amenazándole, si no lo hacía, con perpetua guerra. Tiberio sintió mucho la afrenta, y encomendó á Junio Bleso, soldado de cuenta, aquella empresa. Éste comprendió claramente la naturaleza de la guerra, y tomó medidas eficacísimas para acabarla. Ello era que Tacfarinas recibía ayuda de los pueblos marítimos en armas y pertrechos, y que contaba con el amor de los moradores y con la soltura y sobriedad de sus soldados, que, repartidos en ligeras compañías, corrían toda la tierra, burlando fácilmente la persecución del ejército romano. Bleso repartió su gente en escuadrones sueltos, y ocupó y fortaleció multitud de lugares y todos los desfiladeros y puntos importantes, y con esto logró tanto, que, preso un hermano de Tacfarinas, y desbandados sus parciales, estuvo á punto de terminarse la guerra[6].

Pero Bleso, satisfecho con sus triunfos, no pensó en rematar al contrario, y Tacfarinas volvió á mantener de nuevo el campo. Veíanse ya en Roma, dice el severo Tácito, nada menos que tres estatuas laureadas, y Tacfarinas andaba robando la provincia de África, cada vez más acrecentado y con más ayuda de los moros. Éstos, con efecto, acudían en gran número á servir al caudillo númida, juntándose quizá con su ordinario amor á los asaltos y correrías algún odio y mala voluntad contra la familia de Juba, que los gobernaba. El procónsul Dolabela acabó, en fin, con Tacfarinas, matándole á él y á su hijo en una sorpresa; pero no consiguió tal triunfo sin obtener la ayuda del rey Tolomeo, que hasta entonces permaneciera impasible. Obligáronle los romanos á mostrarse en campo y salir con ellos contra Tacfarinas: iban los escuadrones guiados por tropas de moros fieles al rey, y de esta suerte se logró la sorpresa que puso término á la porfiada guerra. Tolomeo recibió, en pago de su buena voluntad y servicios, el cetro de marfil y la toga de púrpura bordada en oro, antiguos dones de los senadores romanos, con título de rey, de compañero y de amigo.

El infeliz Tolomeo no gozó por mucho tiempo de tales honras; Calígula, sucesor de Tiberio, le invitó á venir á Roma con palabras de amistad, mandándole matar luego, cuando asistía á los juegos del circo. Aconteció esto el año 39 de nuestra Era. Con la muerte de Tolomeo sobrevinieron grandes guerras en Mauritania y en las provincias colindantes, movidas por sus libertos y amigos y por los mismos naturales, que no querían sufrir la dominación romana. Porque á la verdad, Calígula, muerto el rey, no pensaba en otra cosa que en juntar bajo su mano aquel dominio, repartiendo la Mauritania en dos provincias: Tingitana y Cesariense, la una, que comprendiese los antiguos estados de Boco, á la ribera occidental del Muluya, y la otra, el territorio que ganó aquel rey con sus artes desde el Muluya hasta el rio Ampsagas. Fueron varios los sucesos y hostilidades. Neío Sidio Geta puso término á ellas, venciendo y hostigando luego á los mauritanos hasta dentro de los arenales del desierto: allí hubiera perecido con toda su gente, sin una lluvia repentina, que los naturales tuvieron por prodigio, lo cual fué de mucho efecto para la paz. Desde entonces contó Roma entre sus provincias la Mauritania, tomando parte los naturales en las guerras civiles del Imperio y en no pocas extranjeras y lejanas. Zosimo, por ejemplo, refiere que jinetes moros ayudaron eficacísimamente á Aureliano contra Zenobia.

Mas no por eso ha de juzgarse que dominaron completamente aquel territorio los emperadores. Aconteció en tiempo del bárbaro Maximino que Gordiano, procónsul de África, aunque octogenario, tomó, á instancia de los de Cartago, las insignias imperiales. Un senador, llamado Capeliano, que gobernaba á la sazón en Numidia, no prestándose á tal novedad, marchó contra él y lo venció facilísimamente, á pesar de la multitud de sus armados. Herodiano[7] explica lo fácil de esta victoria, diciendo que el ejército de Capeliano se mantenía en aquella frontera para impedir las correrías de los bárbaros vecinos, y que sus soldados llevaban mucha ventaja á los contrarios en lo experimentados y aguerridos, por los combates que diariamente sostenían contra los moros. Tal frontera no podía ser otra que la Mauritania, dado que el historiador griego claramente dice que eran moros los bárbaros que refrenaba el ejército allí acampado. Sin duda los romanos no poseían más que las ciudades marítimas y algunos puntos importantes del interior. De todas suertes, es cierto que no hubo más príncipes soberanos en aquellas partes hasta la invasión de los vándalos, y que en tiempo de Othon, la Mauritania, llamada Tingitana, recibió el nombre de España Transfretana y también Tingitana por su capital Tingis, hoy Tánger, quedando agregada á la provincia Bética y al convento jurídico de Cádiz. Verdad es que luego más tarde tuvo también la España Transfretana convento jurídico propio. Pero en el ínterin las relaciones y tratos, tan escasos antes, de los españoles y mauritanos, debieron ser grandes los años adelante con semejante dependencia. Y es que Roma no tardó en comprender, con su ordinario instinto y acierto, que la frontera natural de España, por la parte del Mediodía, no es el canal angostísimo que junta los dos mares, sino la cordillera del Atlas, contrapuesta al Pirineo.












  1. Esta obra, una de las primeras de su autor, se imprimió, por primera vez, en Madrid, el año 1860.
  2. L. Sallustii Crispi: Jugurtha.
  3. Pomponio Mela, traducido por González de Salas.— Sancha, 1789.
  4. De estos Getulios ó Gétulos descienden las gentes de Chazula ó Gazules, conocidos en nuestra historia.
  5. Auli Hircii: De Bello Hispaniensi.
  6. Véase la relación de esta guerra en Tácito.— Anales, libro I.—He seguido en muchas frases la traducción de D. Carlos Coloma.
  7. Lo mismo en Herodiano en la Historia del Imperio, desde Marco Aurelio en adelante, que en Zósimo y en todos los historiadores de segundo orden de Roma, se hallan otros detalles insignificantes de que no parece necesario hacer mención alguna.