Ante el Cónsul


Eran las diez de la mañana cuando los sorianos comparecieron ante el Cónsul o agente consular de Corrientes. Él los recibió con amabilidad y les dijo:

-¿No tenéis allá en vuestro pueblo pariente alguno que os acompañara?

-No lo tenemos -contestó Próspero-. Mi padre ha muerto. Mi madre murió antes. Parientes haylos, pero están en sus asuntos, son pobres: no pueden viajar y menos a estos viajes tan caros.

-Os lo pregunto -añadió el interrogante-, porque, según mis noticias habréis de tener luchas. Me ha sido muy recomendado vuestro caso por los representantes del Gobierno español. He querido yo enterarme de lo que habéis de hacer, y solo he sabido que, en Resistencia, donde vuestro tío Roque Lanceote vivió y murió, hay gran expectación ante vuestra llegada. Se sabe que Lanceote era rico, pero se ignora en qué consistía su fortuna; algunos miles de pesos dejó en su casa y esos los guarda el agente consular de Resistencia. Pero, lo principal de su haber está misteriosamente escondido, no se sabe dónde... Aunque yo pienso que ese caudal se hallará donde indique el codicilo secretísimo que os va a ser entregado... ¿Necesitáis el dinero para hacer el viaje?

Próspero dijo:

-Aún tenemos dinero. ¿Cuánto cuesta ir desde aquí a Resistencia y cómo hemos de ir?

-Iréis en el tren. Dentro de dos horas parte. El viaje es corto.

-Pues entonces, señor -exclamó con energía Próspero-, nada necesitamos; y le agradecemos su buena voluntad.

-Algo os falta -siguió el Cónsul-, documentos que he de entregaros y que ya están aquí con mi firma. Guardadlos, porque son la garantía de vuestras personalidades jurídicas.

No sabían el mayor, el segundo ni el menor de los Cerdera, que ellos eran «personalidades jurídicas». Sólo sabían que eran unos niños a quien la Providencia enviara a través de los mundos en busca de una herencia.

Entonces Próspero, creyó oportuno decir al representante de España:

-He de manifestar a usted que apenas desembarcamos se nos presentó, y nos asedia un hombre, un indio, que se llama Presto Culcufura. Y él se empeña en acompañarnos, y dice, que en defendernos.

El Cónsul, que había sonreído desde el principio del diálogo, por las simpatías que le habían inspirado los viajeros, se puso serio:

-Tened cuidado -contestó-. Ese es un hombre peligroso. Él anda de aquí para allá en busca de dinero. Acusado está de varios crímenes y su astucia le ha librado de sentencias de los tribunales.

-¿Y qué haremos? -repuso Próspero-, si sigue molestándonos?

-Negaros a todo, no tener comunicación con él.

De buena gana hubiera pedido el hijo mayor de Cerdera al Cónsul amparo y compañía para el resto del viaje, pero no se atrevió. Sin duda era la pretensión demasiada. Despidiose con rústicas palabras de gratitud, y el Cónsul acabó el diálogo con estas frases:

-Andad prevenidos. No creo que el indio Culcufura ni nadie ose afrentaros, pero siempre tendréis autoridades que os defiendan. Y en Resistencia os esperan por orden mía quienes os acompañarán cariñosamente... Acordaos de mí y pensad que en estas tierras tan lejanas de las vuestras, hay muchos españoles que tienen el común sentimiento defensivo.