2.ª editar

ALFREDO.

¡No me entiende!..., ¡nadie me entiende!... Rujero sólo me entendía; pero Rujero ha entregado a Ánjela su corazón..., ¡yo no tengo a quien entregarle el mío! -Partiré: partiré..., trataré en fin de apaciguar este cáncer que devora mi pecho. Un mundo nuevo va a comparecer a mi presencia: una vida que no he esperimentado..., ¡mejor! Allí se lidia contra los enemigos de Cristo: allí se combate por la gloria de la cruz: aquella es la tierra del heroísmo y de la inmortalidad... ¡Gofredo! ¡Tancredo! ¡Ricardo de Inglaterra! Vuestra gloria ha crecido en aquellos lugares, como la palma que adorna sus desiertos, como el cedro que corona las cimas de sus montañas. Quizá mi gloria crecerá también como la vuestra, y mi nombre se confundirá con vuestro nombre en los cantos del trovador... ¡Ay!, el sentimiento que me impele es tal vez más puro que el que os conducía a vosotros..., ¡mi padre!, ¡mi padre, sepultado hace tanto tiempo en aquellas rejiones!... (Pausa).

(Principia a oírse un preludio de harpa. En seguida una voz canta el siguiente romance. Alfredo manifiesta sorpresa, ajitación..., corre a las ventanas.... último, queda suspenso escuchando muy atentamente, y cual si temiese perder una palabra sola).


LA VOZ.- «Ya luce en los cielos, señal de victoria,
el astro que eclipsa la luna de Agar...
¡Guerreros de Cristo!, volad a la gloria:
sus palmas radiantes os tiende Cedar.

¡Ricardo!... Ricardo volaba el primero,
brillando entre todos cual rayo de luz...
Torrentes de sangre derrama su acero...
¡Victoria a Ricardo!, ¡victoria a la Cruz!
 
Un velo le envuelve: su gloria se apaga,
efímera lumbre que el viento llevó...
Su nombre tan sólo fantástico vaga,
cual sombra de tumba que el Jenio evocó.
 
¡Despierta, Ricardo!... Tu amigo se lanza,
romper tus cadenas ansiando o morir...
¡Despierta, Ricardo!... Victoria y venganza
su espada de fuego sabrá conseguir!»


ALFREDO.- ¡Ha concluido!..., sí..., ha concluido... Y parece que cantaba para mí..., que espresaba mis propios sentimientos... ¡Roberto! ¡Rujero! ¡Jenaro! ¡Roberto!...