Alfonso de Villegas (Retrato)
DON ALFONSO DE VILLEGAS.
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Don Alfonso de Villegas nació en Toledo en el año de 1533 de una familia conocida y arraigada en aquella ciudad; y sus padres, que advertian su vocación al Sacerdocio en su recogimiento y práctica continua de exercicios espirituales, le dedicáron al estudio de la sagrada Teología, por cuyo medio y el de una Capellanía Mozárabe que pudo conseguir en aquella Santa Iglesia Primada, se proporcionó para tan alta dignidad.
Ordenado Villegas de Presbítero, y sin abandonar el estudio de las Escrituras santas y de la sagrada Teología, á que se habia dedicado, y en que mereció el grado de Maestro, se conduxo de un modo edificante á la sociedad y á la religión. No solo enseñó la ciencia que habia aprendido en uso de su magisterio, y predicó la palabra de Dios por espacio de mas de treinta años, sino que lleno de un zelo extraordinario por el bien de las almas, y de un fervoroso deseo de trabajar por su justificación, no omitió medio alguno de quantos podían en su concepto contribuir á miras tan piadosas.
Estimulado, pues, vivamente de este empeño, y conociendo quanto puede en el hombre el exemplo de las acciones de otros individuos de su especie, quiso ponerle á la vista las principales de aquellos cuya imitación debiera serle de un verdadero interes. A este fin emprendió la difícil obra que intituló Flos Sanctorum, en que reunió los modelos mas perfectos de santidad, y los asuntos mas propios para excitar el amor á la virtud baxo de qualquier aspecto que se mire. Compiló en ella la historia de las vidas de Jesuchristo y de todos los Santos de que reza la Iglesia, de María Santísima, y de los Patriarcas y Profetas del antiguo Testamento, de los Santos que se llaman extravagantes, y de muchos varones eminentes: deduxo el fruto de sus virtudes, añadiendo los hechos de otros sugetos memorables dignos de reprehensión y de castigo; y la enriqueció con diferentes discursos sobre los Evangelios de las Dominicas del año y Ferias de la Quaresma, y con la preciosa doctrina del triunfo de Jesuchristo, con que la concluyó, teniendo en todo por objeto el de facilitar á los Fieles el camino de la perfección, que era el que se habia propuesto.
Don Nicolás Antonio tratando en su Biblioteca de esta obra, la supone dividida en cinco tomos y partes; sin duda no tuvo noticia este sabio del tomo sexto, dado á luz en Madrid por Luis Sánchez en el año de 1603 con el título de Victoria y triunfo de Jesuchristo: libro en que se escriben los hechos y milagros que hizo en el mundo este Señor: doctrina que predicó; y preceptos y consejos que dió, conforme lo refieren sus Evangelistas, y declaran diversos Doctores. Ni es esta parte la de inferior mérito: en todas las que componen la obra se conoce la vasta erudición de Villegas, y su juicio en tratar unas materias en que es fácil ceder á los impulsos de una devoción mal entendida, ó á los de aquella natural propensión del hombre á lo maravilloso; pero en donde mas se advierten estas mismas qualidades es en esta última parte, y en la segunda, en que trata de las vidas de la Vírgen y de los Santos del viejo Testamento.
Desde luego se comenzó á hacer justicia al mérito de Villegas: apenas publicó la primera parte de esta obra, que fue en Toledo en el año de 1578 en la imprentado Diego de Ayala, quando arrebatada de las manos del vendedor pasó á las de muchas Familias y Comunidades religiosas, y su lectura, según la autoridad de un escritor muy grave de aquel siglo, se hizo el pasto quotidiano del espíritu, al modo que el pan lo es del cuerpo sin que fastidie. Un éxito que de esta suerte correspondía á las esperanzas de Villegas no podía menos de empeñarle á la continuación de la obra. Así fue, emprendió la segunda parte, que publicó también en Toledo en el año de 1583, y sucesivamente fue dando á luz los demás tomos hasta la conclusión de la obra.
El crédito que adquirió Villegas con estos escritos, claros en su estilo, llenos de unción, y los mas á propósito para mover los resortes del corazón humano á la imitación de los exemplares de virtud que se proponen en ellos, se deduce de su mismo despacho: se multiplicáron las ediciones dentro y fuera del Reyno; y particularmente la primera parte llegó á hacerse tan común como el Catecismo. Pudiera haberse aprovechado Villegas de esta circunstancia para proporcionarse algún ascenso en su carrera; pero lejos de codiciar una fortuna cuyas rentas miraba como gravosas, y empeñado en unos trabajos que necesitaban de abstracción y libertad, se contentó con la Capellanía Mozárabe y con un Beneficio (no Curato, como creyó D. Nicolás Antonio) de la Parroquia de S. Marcos del mismo rito, á que obtó por antigüedad ó por ascenso.
No fue el único objeto de la aplicación de Villegas su Flos Sanctorum: mientras componía esta obra y despues de concluida publicó otras bien apreciables. Una de ella fue la Vida de S. Isidro Labrador, estimada por su pureza y sencillez en el lenguaje; pero las mas sobresalientes en el juicio de varios autores místicos fueron las dos qué escribió para su consuelo y edificación, intituladas Favores de la Vírgen, y Soliloquios divinos. En la primera se inspira á sí mismo y á los devotos de María Santísima una confianza prudente en su patrocinio; y en la segunda derramando su corazon en dulces afectos á exemplo de S. Agustín, hace las protestaciones mas sinceras de su fe y de su reconocimiento á los beneficios que ha recibido de la mano del Altísimo, y da las lecciones mas propias para rectificar el espíritu, y purificarle de las impurezas de la carne.
Sin embardo de la vida exemplar de Villegas, su carácter era festivo, y su conversación amena y sazonada. Muchas veces tenia que reprimir su genio, y no pocas procuró recoger algunos entretenimientos de su mocedad, entre ellos la Selvagia, comedia que habia compuesto á imitación de la Celestina de Roxas. Nada de quanto habia hecho en su vida queria que desdixese de sus devotas ocupaciones: en ellas encontraba su recreo; y embelesado mas que nunca en su avanzada edad en todo género de exercicios devotos, murió á los setenta y dos años en el de 1605. Fue sepultado en un sepulcro propio de sus padres en la Parroquia de S. Roman de la referida ciudad de Toledo, en la misma en que habia sido bautizado.