Al último rey moro de Granada, Boabdil el Chico

​Al último rey moro de Granada, Boabdil el Chico[1] de José Zorrilla
del tomo tercero de las Poesías.
El velo


- I -

Una ciudad riquísima, opulenta,
El orgullo y la prez del Mediodía,
Con regia pompa y majestad se asienta
En medio la feraz Andalucía.

Y allí vierte su lumbre el sol de España
En hebras de purísimos colores,
Y brotan al calor con que la baña,
En vasta profusión frutos y flores.

Allí el aura sutil espira aromas,
Y la estremecen sobre cien jardines
Bandadas de dulcísimas palomas
Y pintado tropel de colorines.

El Darro y el Genil, con turbias olas,
En su verde llanura se derraman,
Y a su confín, en playas españolas,
Del revoltoso mar las ondas braman.

Mofa son sus alcázares del viento,
Fatiga de los fastos sus memorias,
Su grandeza y tesoros son sin cuento
Y no se encuentra fin a sus historias.

Allí es el cielo azul y transparente,
Fresca la brisa, amiga la fortuna,
Fértil la tierra, y brilla eternamente
Sereno el rojo sol, blanca la luna.

Y afrenta de las tierras más remotas,
Vense allí, como en otro Paraíso,
Los pomposos laureles del Eurotas
Y los húmedos tilos del Pamiso.

Crecen allí las palmas del desierto,
De Cartago los frescos arrayanes,
Las cañas del Jordán, en son incierto,
Arrullan de Stambul los tulipanes.

Y entre pajizas y preñadas mieses
Las vides de Falerno allí se orean,
Y los de Jericó mustios cipreses,
Con los cedros del Líbano cimbrean.

Y hay allí robustísimos nogales,
Lúgubres sauces, altos mirabeles,
Y olivos, y granados, y morales,
Ceñidos de jacintos y claves.

El zumo de sus vides deliciosas
Tal vez la alegre Italia envidiaría;
Y por sus anchas y fragantes rosas,
Sus rosas las trocara Alejandría.

El jaspe, el oro, el mármol, los cristales,
Se ostentan en su espléndido recinto,
Y ansiaran sus recuerdos orientales
Los escombros de Atenas y Corinto.

Y no la iguala en lujo y en riqueza
La voluptuosa pompa del Oriente,
Que entre flores y lánguida pereza
Vive tranquila su atezada gente.

Unos hombres de Oriente la robaron
Para asentar en ella su morada;
Los hombres a quien de ella despojaron,
Lloraron siete siglos su Granada.

Y era un tiempo de guerras y de amores,
En que el compás de berberisca zambra
Y el son de los clarines y atambores,
Estremecían a la par la Alhambra.

Y era un rey exquisito en sus placeres,
Y un pueblo en su molicie adormecido,
Que gozaba en su paz nuestras mujeres,
Esclavizando al padre y al marido.

Y era también el término llegado
Del brío y del poder de aquella gente,
Y al postrimero Rey había tocado
El sitial de las razas del Oriente.

La hora fatal a la morisca luna
Los sabios en su horóscopo leyeron,
Y tal vez mereció mejor fortuna
De la que sus horóscopos le dieron.

¡Ay, Boabdil! Levántate y despierta,
Apresta tu bridón y tu cuchilla,
Porque mañana llamará a tu puerta
Con la voz de un ejército, Castilla.

Mañana, de su mengua avergonzados,
Te cercarán los tigres españoles,
Y echarán sobre ti, desesperados,
De siete siglos los sangrientos soles.


- II -

«¿Qué quieren esos cristianos
A las puertas de la villa?
¿Qué buscan esos villanos,
Que traen a su Rey ufanos
Tras el pendón de Castilla?

»¿No son reyes en su tierra?
¿Por qué pasan esa sierra
Talando el solar ajeno?
¿No les basta su terreno
Para sus fiestas de guerra?

»¿Por qué en confusión extraña
Levantan en esos cerros
Tantas tiendas de campaña?
¿Por qué ladran esos perros
A los pies de esa montaña?

»Si sus padres expiraron,
Y a su muerte les dejaron
En desastres tan prolijos,
¿Por qué no se contentaron,
Como los padres, los hijos?

»Frente a sus tiendas Reales,
Que brillen altas y ufanas,
En las torres principales,
Las enseñas orientales
Y las lunas otomanas.

»¡Al arma! ¡Al campo! A cambiar
Las marlotas y alquiceles
Por arneses de lidiar;
Los jinetes a aprestar
Los caballos y broqueles.

»La sed de sangre me irrita;
Que, doblen los atambores,
Que cierren en la mezquita
Esa multitud que grita
En rejas y miradores,

»Los fuegos prontos estén,
Las calles libres también;
Los hombres, a la muralla;
Las mujeres, al harén…
¡Paso y silencio, canalla!»

Tal Muza prorrumpe airado
Ante la puerta de Elvira,
Entre el tumulto apiñado
Del pueblo, que, consternado,
Al campo cristiano mira.

¡Ay! Él es solo el valiente
Con corazón en Granada;
El solo lleva, insolente,
A la recia lid su gente,
Que se torna destrozada.

Solo la esperanza alienta
De su humillada nación;
Solo lidia y se ensangrienta,
Abriéndose sin afrenta
Una tumba de varón.

Mas, con ojos avarientos,
En redor de su caballo,
Sus soldados macilentos
Le están demandando, hambrientos,
Hasta el pan de su serrallo.

Y con el llanto a los ojos,
En desmayado tropel,
Su pueblo, puesto de hinojos,
Llora los yertos despojos
De los que lidian por él.

Guerrero, ¡ay de los valientes!
¿Qué vale que en tu despecho
A tus soldados alientes
Y quieras dar a tus gentes
Todo el valor de tu pecho,

Si en tanto, a pasos gigantes
Van arrastrando a su fin
Sus muy poderosos antes
Alcázares elegantes,
La Alhambra y el Albaicín?

¿Si allí está el triste Boabdil,
Sin amparo que le acorra,
Llorando sobre el Genil,
Como una cobarde zorra
Entrampada en un redil?

¿Si allá en la empinada sierra,
Amancillando tu gloria,
Cantan en compás de guerra
Los castellanos victoria,
Ensordeciendo la tierra?

¡Ah! ¡Su corona usurpada
Tener en la sien no supo!…
Mal hiciste tu jornada,
¡Pobre Rey! y hora menguada
En tu horóscopo te cupo.

Los cristianos te ayudaron
Para vencerte mejor;
Y los tuyos que quedaron,
Al hundirse te llamaron
Hasta apóstata y traidor.

Las mujeres que te dieron
Sus hijos y sus preseas,
Al saber que se perdieron,
Expirando te dijeron:
-¡Cobarde, maldito seas!

Y de tu reino señores,
Los cristianos vencedores
Te pagaron tus ofrendas
Con agrio pan de dolores
Que amasaron en sus tiendas.

Porque al fin, ¿qué ha de esperar
Del vencedor el vencido,
Sino vergüenza y pesar?
¿Qué, sino burla, ha de dar
El que subió al que ha caído?

¡Oh! Esas torres orientales,
Que levantando insolentes
Sus agujas desiguales,
Mecen las auras corrientes
En trémulas espirales;

Y esas cifras misteriosas
Que, cual labor sin objeto
De esas cuadras ostentosas,
De crónicas amorosas
Guardan el dulce secreto;

Y esos anchos sicomoros,
Y esos arroyos sonoros
Que tienen marcas y nombres
Que no entendemos los hombres
Y que comprendéis los moros;

Las tortuosas galerías,
Que se derraman sombrías
Por ese fresco recinto,
En faz de intrincadas vías
De confuso laberinto;

Y esos mágicos retretes,
Y esos hondos gabinetes
Donde el ánima adormida
Pasó gozando la vida
Al vapor de los pebetes;

Con ojos desvanecidos
Los cristianos gozarán,
En conjeturas perdidos,
Sin pensar en los vencidos,
Que lo que ignoran sabrán.

Y los secretos de amor
De esos alcázares bellos,
No tendrán ¡ay! más valor
Ni más nombre para ellos,
Que el botín del vencedor.

Llora, Rey, llora sin duelo;
Desespérate, Boabdil,
Y ven, en tu desconsuelo,
A expirar bajo este cielo
Que flota sobre el Genil.

Que a elegir entre acabar
Y sufrir la ajena ley,
¡Vive Dios, que era acertar,
Como hombre a la lid bajar,
Para morir como Rey!


- III -

Así estaba escrito,
Monarca infeliz,
Que fuese tu raza
Contigo a su fin.
Así estaba escrito,
Que libre el Genil,
Corriera entre flores
Muy lejos de ti.
Por eso fue un día
Forzoso salir,
En lúgubre pompa
Y en gesto servil,
Tu cetro y tu fama
Vencido a rendir.
Y allá se quedaron
Para otro adalid,
Tu espléndido alcázar,
Tu fresco jardín.
Y allá se quedaron
¡Ay triste Boabdil!
Tu muerto por siempre
Falaz porvenir,
De blanca esperanza
Tu sueño febril,
Que fue, como el humo,
Al viento a morir.
Y allá se quedaron
Tu Alhambra gentil,
Tus altas techumbres
De azul y turquí,
Tus ricas alfombras
De gualda y carmín,
Tus pájaros presos
En jaula sutil,
Tus fuentes sonoras,
Que en fresco bullir,
Con música blanda
Murmuran allí.
Y allá se quedaron,
Cual juego infantil,
Cual copas rompidas
Después del festín,
Tus lechos clavados
De cedro y marfil,
Tus baños que exhalan
Clavel y alelí,
Rosa y azucena,
Y azahar y jazmín.
Y allá se quedaron
¡Ay triste de ti!
Las cifras y motes
Que en tiempo feliz
Mandaste en los muros
Con oro escribir,
Pensando que el tiempo,
Que corre sin fin,
Querría en tu Alhambra
Dejarte vivir.
Y allá se quedaron,
Sin fruto ni fin;
Que rotas y mudas,
Son hoy sólo allí,
Cual fleco postizo
Que afea un tapiz,
Y nada nos pueden
Valer ni decir.
¡Oh! Si un solo instante
Volvieras tú aquí,
Si un punto tornaras,
Vencido Boabdil…
¡Tú sí que leyeras
Con ansia, tú sí!
¡Tú sí que gozaras
Con calma pueril,
Aunque todo un pueblo
Volviera tras ti!
¡Mas ya sólo resta
Llorarlo y sufrir,
Que así estaba escrito,
Y cúmplese así!

Mas ya que nos tornas
La espalda, señor,
Camina despacio
Mientras dura el sol.
Recoge las riendas
Al suelto bridón;
Tras de esa colina
No hay luz ni color,
No hay cielo ni vida
Tras ese peñón.
¡Camina despacio,
Despacio, por Dios!
A verse aun alcanza
Granada, señor,
Tras esa colina,
Más lejos ¡Ya no!
¡Al fin la abandonas
A fuerza mayor!
¡Al fin te la arrancan
Con mengua y baldón
Tu perla más rica,
Tu joya mejor!
¡Oh! Vuelve por ella,
Que aun tarde no es hoy:
Azuza tu ardiente
Caballo veloz,
Fulmina el alfanje,
Apresta el lanzón,
Acosa a tu gente
Con brazo y con voz:
¡Ah! ¡Y muera tu escaso
Postrer escuadrón
Con rabia a lo menos,
Si no con valor!
¡Oh! Vuelve a Granada,
Tu cara mansión,
No llores huyendo
Cobarde o traidor.
Y si al fin no quieres
Lavar tu baldón,
¡Camina despacio,
Despacio, por Dios!
Que si aun la contemplas,
Más lejos... ¡ya no!
Granada se pierde,
Y al caer ese sol,
La vez postrimera
Verásla, señor.
¡Camina despacio,
Despacio, por Dios!


- IV -

Espera, señor, espera
Sólo un momento a llorarla,
Sólo un instante a mirarla
Desde el cerro del Padul…
¡Oh, cuán hermosa se ostenta
A los últimos reflejos
Del sol que brilla a lo lejos
Entre la atmósfera azul!

Espera, señor, espera,
Y ante ella puestos de hinojos,
Volvamos los turbios ojos
Para decirla un ¡adiós!
Contempla que es nuestra patria,
Nuestro dulce paraíso…
Aunque el Profeta no quiso
Conservárnosla con vos.

Allí está ¡Patria querida!
¡Cuán dolientes te dejamos!
Y antes, patria, que volvamos,
¡Cuántos años pasarán!
¡A ti, en la opuesta ribera
De ese mar que nos divida,
Al dejar la amarga vida
Los ojos se tornarán!

Cuando errantes y perdidos
Por el desierto vaguemos,
Nuestro afán adormiremos
Hablando, patria, de ti;
Y los hijos que nos nazcan
Guardarán en su memoria
La infausta y sangrienta historia
De los que fuimos aquí.

—Hijos míos, —les diremos,—
Allá, lejos de nosotros,
¡Harto lejos!, viven otros
En Granada, en un Edén.
¡Y allí tuvimos un tiempo
Reyes, pueblos y vasallos,
Arcabuces y caballos,
Mezquitas, cañas y harén!

Allí el placer es la vida,
Siempre luce en calma el cielo,
Siempre hay flores en el suelo
Y en el ambiente azahar.
¡Ah! Si por dicha algún día
Tenéis lanzas y corceles,
Aprestad vuestros bajeles
Y botadlos a la mar.

Si sois muchos y valientes
Y ganáis la opuesta orilla,
¡Oh, cerrad contra Castilla
Hasta arrastrar su pendón!
No dejéis en nuestra Alhambra
Uno de esos castellanos:
¡Arrancadles con las manos
Los ojos y el corazón!-

Tal diremos, cara patria,
Nosotros a nuestros hijos
Cuando duelos tan prolijos
Escuchándonos estén
En el desierto, a la sombra
Del fardo de los camellos,
Y tal se lo dirán ellos
A nuestros nietos también.

Nosotros ya, pobres viejos,
En el umbral de la vida,
Tan sólo una despedida
Podremos darte, no más.
¡Las manos te tenderemos
A bendecirte llorando,
Como quien va caminando
Volviendo el rostro hacia atrás!

¡Y si huyendo de Noviembre
Las arrecidas neblinas
Vemos a las golondrinas
De nuestra patria volver,
Al dintel de nuestras tiendas
A saludarlas saldremos,
Y de gozo lloraremos
Mientras se alcancen a ver!…

Señor, besad esa tierra,
Orad un punto y partamos,
¡O tornemos y muramos
De una vez junto al Genil!…
¡Tenéis razón! Partid presto,
Antes que ondee en Granada
La cristiana cruz clavada
Sobre el trono de Boabdil.

Mas ¡ay! ya es tarde, que truena
La cóncava artillería,
Y el humo obscurece el día
Y roba a la tierra el sol.
¡Huid, sin tornar los ojos,
No os detenga la fatiga,
Que os es la tierra enemiga
En vuestro suelo español!

Que no oigan vuestros oídos
Ese triunfal campaneo,
Ese estruendo y clamoreo
Que a vuestra espalda dejáis.
¡Huid, sin contar los pasos
Que vais prófugos haciendo,
¡Ay! y aunque lloréis huyendo,
Desdichados, no volváis!

¡Huid presto, huid proscritos
De vuestra patria perdida!
Y al darla la despedida
Desde el alto del Padul,
Que se pierdan a lo lejos
Los contornos vacilantes
De vuestros blancos turbantes
Entre la atmósfera azul.

Huye, Boabdil, aunque llores
El rigor de tu fortuna;
Basta la luz de la luna
Para quejarse y huir;
Traspón la tierra y los mares,
No tu desdicha te asombre,
Que nunca le falta al hombre
Madre tierra en que morir.

Huye; y si al pasar huyendo,
Tu camino te embaraza
En torvo tropel tu raza
Cercándote con afán,
Cuando ansiosos te pregunten
Por los bravos que lidiaron,
¡Ay! diles: -¡Allá quedaron!
¡No esperéis, que no vendrán!-


- V -

Huye, Rey infeliz, y huyendo borra
De tu camino la cansada huella;
Huye do el agua del Genil no corra,
Ni tu blanca ciudad refleje en ella;
Donde fortuna más leal te acorra,
Donde no alumbre tan fatal tu estrella,
Donde fieras las huestes castellanas
No derriben las lanas otomanas.

Huye el brillante sol de Andalucía,
El voluptuoso aroma de sus flores,
La sonora y dulcísima armonía
De sus libres y amantes ruiseñores;
Los amenos jardines do algún día
Gozaste en soledad blandos amores,
De sus frescos arroyos al murmullo,
De sus palomas al sentido arrullo.

Tal vez haya otra tierra más serena
Do al fin te presten cariñoso asilo,
Donde aunque errante y a merced ajena,
Treguas te dó tu corazón tranquilo;
Donde en ignota soledad amena
Crezca de tu existencia el frágil hilo,
Y el blando son de la campestre zambra
No te recuerde tu perdida Alhambra

Mas ¡ay! que a cada punto más tenaces
Los duelos sobre ti se atropellaron,
Y fue en vano esperar, que en vano audaces,
En Granada tus árabes lidiaron;
Que tus cansadas y sangrientas haces
En la vega sin honra se quedaron,
Y allá yacen sin tumba ni laureles
Zegríes, Bencerrajes y Gomeles.

Y ancho sepulcro a tu cadáver dieron
Del Guatis ved las turbulentas olas,
Y esas aguas, Boabdil, que te sorbieron,
No azotan nunca playas españolas;
Y ni aun sin rumbo por su faz hendieron
Nuestras rojas y sueltas banderolas,
No esperes a su margen olvidada
Nuevas oír de tu gentil Granada.

Duerme, Rey sin vasallos ni corona,
Fantástica irrisión de la fortuna,
A quien ni amigo ni enemigo abona,
Ni cruz triunfante ni vencida luna;
Ya que así el cielo contra ti se encona,
Esa estrella fatal sufre importuna,
Pues quisiste, mal Rey, vasallo bueno,
Perder lo tuyo y defender lo ajeno.

Duerme si aun gozas apenas
Un sepulcro en que dormir,
Si esas húmedas arenas
Te prestan almohadas buenas
Para el sueño del morir.

Duerme en paz, y si velando
Estás por tu estrella aún,
Consuelate, Rey, pensando
Que nos es vivir llorando
Una maldición común.

Duerme, y dente descuidados
Grato murmullo, si velas,
Los pasos atropellados
De los pies acelerados
De las errantes gacelas.

Y en vez de las funerarias
Roncas preces de los muertos,
Arrúllente solitarias
Con sus salvajes plegarias
Las aves de los desiertos.

Y si a ti tienden cercanas
Sus sombras árboles bellos,
Bajo sus hojas livianas
Respiren las caravanas
Y descansen sus camellos.

Mas que en tu huesa tu nombre
No lean los de tu ley,
No les humille y asombre
Que si supiste ser hombre
No alcanzastes a ser Rey.


Referencias editar

  1. Abu 'Abd Allāh fue el último rey de Granada con el nombre de Muhammad XII, llamado por los cristianos Boabdil (Granada, 1452 - Fez, 1528), perteneciente a la dinastía nasrí o nazarí. Quitó el trono a su padre, Muley Hacén y durante un tiempo estuvo en disputa por éste tanto con él, como con su tío, el Zagal. Abu 'Abd Allāh, en el habla granadina, debía pronunciarse como Bu Abdal-lah o Bu Abdil-lah, y de ahí el nombre castellano Boabdil, a quien se añadió el epíteto de "el Chico", que equivale al latino junior, para distinguirlo de su tío Abu 'Abd Allāh "el Viejo" o senior.